Tres mujeres que lucharon contra los prejuicios machistas y cambiaron nuestra forma de ver el universo
Estas astrónomas tuvieron que enfrentarse a los prejuicios de la sociedad, de sus profesores y compañeros
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Recibieron peores sueldos, a menudo sus trabajos fueron ignorados por ser mujeres o, directamente, sus compañeros o superiores se apropiaron de sus descubrimientos. Hasta tuvieron que luchar por cosas tan básicas como tener un baño de mujeres en su lugar de trabajo. Muy pocas de ellas recibieron en vida el reconocimiento que merecían.
Son muchas las mujeres pioneras de la astronomía que han contribuido con su trabajo a que hoy comprendamos algo mejor el universo. Henrieta Swan Leavitt, Cecilia Payne-Gaposchkin y Vera Rubin lograron superar obstáculos en los que aún hoy muchas mujeres podrían reconocerse y permitieron cambiar la forma en la que entendemos el cosmos, e inspiraron a nuevas generaciones.
Henrietta Swan Leavitt, la medida del universo
Cobraba 30 céntimos de dólar a la hora y estaba casi sorda desde los 17 años. Pero su descubrimiento nos dio la llave para entender la medida del universo y sus hallazgos siguen utilizándose hoy para medir la expansión del cosmos.
Una de las pioneras de la astronomía, la estadounidense Henrietta Swan Leavitt (1886-1921) empezó a trabajar en el Observatorio del Harvard College en 1895. Formó parte de un extraordinario grupo de mujeres conocidas como las “computadoras de Harvard”, contratadas por el astrónomo Edward Charles Pickering para procesar y clasificar las enormes cantidades de imágenes del universo que requerían sus estudios.
Las mujeres cobraban mucho menos, por lo tanto, Pickering podía permitirse contratar a varias de ellas que, además, eran consideradas concienzudas y observadoras, ideales para el aburrido y repetitivo trabajo que requería el análisis de los datos.
Por ser mujeres, ninguna de ellas tenía derecho a operar los telescopios, lo que limitaba en gran medida su trabajo. Despectivamente, el resto de colegas se referían al grupo como “el harén de Pickering”.
A Leavitt le tocó trabajar con la estrellas variables Cefeidas, cuyo brillo cambia con el tiempo. A pesar de las restricciones con las que contaba en su trabajo, ella se fijó en 1908 en un detalle al que los demás científicos no habían prestado demasiada atención: las estrellas palpitaban con un ritmo regular y, cuanto más largo era su periodo, más luminosidad intrínseca tenían. El patrón se conoce ahora como la “ley de Leavitt”, que dice que una estrella que tarda más en palpitar es intrínsecamente más brillante que una que lo hace rápidamente.
Esto podía haberse quedado en una simple curiosidad, pero Leavitt aplicó este conocimiento a las imágenes de la Pequeña Nube de Magallanes, una galaxia enana cercana a la Vía Láctea. En esta muestra más pequeña, su teoría se veía aún más clara.
Leavitt concluyó que simplemente midiendo la velocidad de pulsación, que puede ser de días o semanas, y viendo su brillo desde la Tierra, un astrónomo puede deducir lo lejos que se encuentra el objeto observado. Esto fue tan transformador que convirtió la imagen bidimensional del universo en una en 3D.
Su trabajo, quizás por ser adelantado a su época, o quizás simplemente por ser mujer, quedó arrinconado una década hasta después de su prematura muerte debido a un cáncer estomacal. Fue entonces cuando Edwin Hubble utilizó el descubrimiento de Leavitt de 1920 para deducir que las manchas de luz en el cielo eran galaxias enteras mucho más lejanas a la nuestra. El universo, nos enseñó, era mucho más grande de lo que se pensaba.
Cecilia Payne-Gaposchkin, la materia de la que están hechas las estrellas
En la Universidad de Cambridge, Cecilia Payne (más tarde Payne-Gaposchkin, 1900-1979), siendo la única mujer en su clase de física, tenía que sentarse en la primera fila y soportar una humillación diaria. Su profesor Ernest Rutherford, el padre de la física nuclear, la miraba fijamente y empezaba: “Señoras y señores”.
“Todos los chicos recibían regularmente esta ocurrencia con aplausos estruendosos y pateando con los pies... en cada clase deseaba hundirme en la tierra. Hasta el día de hoy, instintivamente, ocupo mi lugar lo más atrás posible en una sala de conferencias”, confesó en su autobiografía.
Los desplantes de sus compañeros no lograron desanimarla, pero Payne pensó que, como mujer, tendría más oportunidades para trabajar en astronomía en Estados Unidos que en su Reino Unido natal. De hecho, a pesar de completar sus estudios en Cambridge, jamás obtuvo allí su título, ya que la universidad no permitió a las mujeres graduarse hasta 1948.
En 1923, obtuvo una beca de investigación para entrar en el Observatorio del Harvard College donde, como Henrietta Swan Leavitt, trabajó asociada a las “computadoras de Harvard”. Allí utilizó los últimos conocimientos en física cuántica para elaborar la idea de que las estrellas están hechas principalmente de hidrógeno y helio, una premisa revolucionaria en la época.
Llegó a esta conclusión después de relacionar con precisión los diferentes tipos de espectros de las estrellas con sus temperaturas reales aplicando la teoría de la ionización desarrollada por el astrofísico indio Meghnad Saha.
Demostró que la gran variación que se observaba en las líneas de absorción estelar se debía a diferentes cantidades de ionización a distintas temperaturas, no a diferentes cantidades de elementos.
Hasta entonces, la ciencia no había logrado deducir de qué estaban hechas las estrellas, y se pensaba que tenían ingredientes similares a los del planeta Tierra. Payne aseguró que las estrellas eran mucho más sencillas de lo que nadie hubiera pensado, e incluyó sus hallazgos en su tesis doctoral.
Sin embargo, uno de los astrónomos más reconocidos de la época, Henry Norris Russell, le aconsejó que eliminara esa idea de su tesis doctoral en 1925 porque iba en contra de la corriente de pensamiento dominante.
Unos años después, sin embargo, Russell llegó a la misma conclusión por otros métodos y acabó, durante muchos años, llevándose el crédito del descubrimiento.
Pionera en muchas cosas, Payne-Gaposchkin fue la primera doctorada en física del Radcliff College, que en su momento era la rama femenina de Harvard. Años después se convirtió en la primera mujer que dirigió el departamento de Astronomía de la Universidad de Harvard.
Vera Rubin, la pionera de la materia oscura
Siendo niña, Vera Rubin (1928-2016) construyó su primer telescopio con un tubo de cartón que le dieron en un comercio de linóleos y con unas pequeñas lentes que compró en una tienda de material científico. Años después, fue la primera mujer a la que se permitió operar el Observatorio Palomar en California, desde donde hizo un descubrimiento del que aún hoy se están intentado descifrar sus misterios: la materia oscura.
Hoy, lleva su nombre el observatorio con la lente más potente jamás fabricada para un telescopio se construye en el norte de Chile.
Aunque su familia siempre fomentó su talento y pasión por la ciencia, cuando Rubin contó a su profesor de física del instituto, donde era prácticamente la única chica, que planeaba ir a la universidad, este le recomendó que evitara las carreras científicas. Por suerte, ella no le hizo caso y se graduó en el Vassar College en 1948.
Finalizó su doctorado seis años más tarde, a la vez que cuidaba de sus hijos pequeños y teniendo que acudir muchas veces a clases nocturnas, mientras que sus padres cuidaban de los niños y su marido, también científico, la esperaba en el coche.
Durante casi toda su carrera Vera Rubin tuvo que enfrentarse a los prejuicios machistas de los que consideraban que la vida de una madre de cuatro hijos era incompatible con la ciencia, pero ella siempre se mostró combativa.
Un ejemplo es cuando pudo por fin tener acceso al Observatorio de Palomar, donde no había baño de señoras. Ella decidió no echarse atrás y le pegó una falda de papel a la puerta del baño de hombres para crear el suyo propio. A lo largo de su vida luchó por la inclusión de las mujeres en los comités y conferencias científicas.
Rubin estaba fascinada con las galaxias espirales y quiso estudiar cómo rotaban. Hasta entonces, se asumía que esta rotación se ralentizaba según la distancia al centro de la galaxia, igual que los planetas orbitan más lentamente cuanto más lejos del Sol están. En uno de sus primeros estudios, ella cuestionó esta idea, y aunque su posición fue recibida con escepticismo, acabó teniendo razón.
Más tarde, en los años 70, Rubin descubrió algo sorprendente: las galaxias que observaba giraban tan rápido, que lo lógico sería que se separaran si solo fuera la gravedad de sus estrellas la que las mantenía unidas. Sin embargo, se mantenían unidas, por lo que tenía haber algo más grande pero completamente invisible que ejerciera esa fuerza: la materia oscura.
50 años más tarde, sabemos que en torno al 84% del universo está compuesto de materia oscura, aunque aún no comprendemos lo que es.
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