La curiosidad humana es infinita y la ciencia, a lo largo de la historia, afrontó curiosos estudios sobre diversos temas
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El cuerpo del conocimiento se alimenta en gran medida de la investigación científica. Algunos estudios rozan el límite del conocimiento humano, con trabajos tan revolucionarios que se honran con premios Nobel, y tan inusuales o triviales que reciben premios Ig Nobel.
Pero entre esos dos extremos hay innumerables estudios publicados que van agregando granos de arena a lo que algún día se convierte en una montaña. Incluidos algunos que en un principio parecieron graciosos y al final probaron ser mucho más que una anécdota académica.
Quizás ese sea el caso de los siguientes tres.
1. Intento fallido
El fracaso es una parte esencial e ineludible de la investigación. Es parte integral del método científico: observas algo, formulas una hipótesis y la pones a prueba. Por supuesto, esa hipótesis es a menudo incorrecta.
Así que, a empezar de nuevo, una y otra vez. Incluso si al final no encuentras nada, lo que hiciste es valioso, pues, entre otras cosas, descarta opciones. Por eso no es raro que los científicos publiquen estudios de sus decepciones. Y en 1974, Dennis Upper, del Veterans Administration Hospital en Brockton, Massachusetts, Estados Unidos, hizo precisamente eso.
Su trabajo apareció en el Journal of Applied Behavoir Analysis, la revista de la Sociedad para el Análisis Experimental del Comportamiento de ese país. El título: El autotratamiento fallido de un caso de bloqueo del escritor. El contenido: la prueba más fehaciente de ello... una página en blanco.
Ahora, este, como suele ser el caso con todos los estudios que aparecen publicados en revistas científicas, pasó por una revisión por pares o arbitraje, una evaluación realizada por uno o más expertos en el campo para valorar la calidad, factibilidad y rigurosidad científica del trabajo.
Normalmente, las opiniones de esos árbitros quedan en secreto pero dada la excepcionalidad de esta investigación, la revista decidió publicar el comentario del revisor A.
“He estudiado este manuscrito muy cuidadosamente con jugo de limón y rayos X y no he detectado un solo defecto en el diseño o el estilo de escritura. “Sugiero que se publique sin provisión. Claramente, es el manuscrito más conciso que he visto, sin embargo, contiene suficientes detalles como para permitir que otros investigadores repliquen el fracaso del Dr. Uppers. (*)
“En comparación con otros manuscritos que ustedes me mandan, que contienen todos esos detalles complicados, este fue un placer de examinar.
“Seguramente podemos encontrar un lugar para este artículo en la revista, ¿tal vez en el borde de una página en blanco?”.
(*Recuerda que la réplica de los experimentos es esencial para validarlos).
2. Descalabro
Hay fracasos y... bueno, otras cosas. Cosas que te llevan a preguntarte por qué se decidió publicar algo si lo que demuestra no es precisamente lo que se pretendía. En 2002, un equipo de investigadores escribió un informe titulado “Los efectos del colorante azul en el alimento de la especie de oruga Vannessa cardui”.
El estudio quería averiguar si, al añadirle tinte comestible a la comida de las orugas de la mariposa vanesa de los cardos, el color de sus alas cambiaba. Algo así como lo que le ocurre a las personas que comen muchas zanahorias y adquiere un tono naranja en su piel, o cuando le echas anilina al agua de un florero y las flores cambian de color.
Desafortunadamente, el resultado del estudio no fue concluyente, lo cual, como ya establecimos, no descarta que tuviera algún valor. Hasta que lees la sección titulada “Discusión”.
Empieza declarando, con toda honestidad, “Nuestro experimento tuvo muchos problemas, estos problemas afectaron nuestros resultados”. Y aquí van:
- Primero, no registramos todos nuestros resultados correctamente.
- Luego calculamos mal el número de mariposas muertas en cada grupo.
- Luego mezclamos las fechas de pupa.
- Luego mezclamos las etiquetas y los lugares de los grupos separados.
- Luego descubrimos que las etiquetas eran correctas.
- A continuación, algunas de las mariposas se cayeron de sus copas.
- Luego, uno de los miembros de nuestro grupo botó el contenedor del grupo de control.
Y concluye: “Todos estos errores afectaron nuestros resultados de alguna manera”.
3. Unos pingüinos
Sin embargo, no todo es fracaso, así que entre los muchos ejemplos de estudios estrambóticos, quisimos despedirnos con una investigación exitosa. Una de esas que nos hace preguntarnos si eso era lo que soñaban que harían sus autores cuando quisieron ser científicos.
Fue publicado en la revista científica Polar Biology y se titula “Presiones producidas cuando los pingüinos hacen popó: cálculos sobre la defecación de las aves”. Aclaramos que no estamos haciendo ningún juicio de valor sobre su importancia; nos llamó la atención desde un punto de vista puramente pueril.
Los investigadores encontraron que “los pingüinos barbijo y de Adelia generan presiones considerables para expulsar sus heces del borde del nido”. Calcularon esas presiones tanto para “expulsar material acuoso” como para “expulsar material de mayor viscosidad similar a la del aceite de oliva”.
Concluyeron que “las fuerzas involucradas, que se encuentran muy por encima de las conocidas para los humanos, son altas, pero no conducen a un flujo turbulento que desperdicia energía”.
Y dejaron una puerta abierta a más investigación: “Si el ave elige deliberadamente la dirección en la que decide expulsar sus heces o si esto depende de la dirección desde la que sopla el viento en el momento de la evacuación, son cuestiones que deben abordarse en otra expedición a la Antártida”.
(Y unos pulpos)
Cuestiones sobre la capacidad de algunos animales de disparar chorros no solo intrigan -profundamente, a juzgar por el último ejemplo- a los científicos. A veces los desconciertan. En 2008, los empleados del Sea Star Aquarium de Alemania tenían un problema: al final de su jornada se marchaban dejando todo en orden.
Pero, a la mañana siguiente, “cuando entrábamos, todo estaba en silencio. Nada está funcionando”, explicó Elfriede Kummer, directora del acuario. Algunos empleados pasaron la noche en el acuario para vigilar. Pero no vieron nada. Finalmente, instalaron cámaras.
Descubrieron que todas las noches Otto, un pulpo de 6 meses, cuando los humanos se iban, trepaba por el costado de su tanque y rociaba agua sobre un foco de 2.000 vatios muy por encima de él. Y se las arreglaba para arrojar suficiente agua no solo para provocar un cortocircuito en la luz, sino para dejar fuera de servicio el sistema eléctrico de todo el edificio.
En un laboratorio de la Universidad de Otago en Nueva Zelanda otro pulpo hizo el mismo truco... tantas veces que el costo arreglar el daño le obligó a liberar el octópodo. A los pulpos no les gustan las luces brillantes y arrojan chorros de agua a todo tipo de cosas que los molestan.
Y eso es algo que descubrió Peter B. Dews, considerado como el principal fundador de la disciplina de la farmacología del comportamiento, y que lo analizó en un artículo sobre su conducta operante publicado en 1959 en la Revista de análisis experimental del comportamiento, o JEAB, por sus siglas en inglés.
Quizás en ese momento hubo a quienes les pareció curioso que hubiera dedicado tanto tiempo a observar pulpos, pues aún no sabíamos tanto sobre cuan maravillosos son esos seres. Así que no desestimemos ni estos ejemplos ni los otros muchos que nos hagan reír.
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