Se enamoraron en su adolescencia, pero por presión se separaron; ella se recibió con honores y dedicó su vida al trabajo, hasta que un mensaje de su primer amor sacudió su mundo
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El primer beso es inolvidable. Para muchos, llega con mariposas en la panza; para Sandra, fue como tocar el cielo con las manos.
Ella tenía 15 y él 18. La diferencia de edad se percibía en algunos aspectos, pero lo que tenían en común era mucho más: padres estrictos, aunque bastante ausentes, su fanatismo por U2, y el sueño de viajar por el mundo. Pero, ante todo, estaban enamorados: “Con Rodrigo fue mi primer beso”, cuenta Sandra. “Y creo que uno jamás olvida al primer amor”.
Las salidas típicas, allá por el año 88, eran ir a tomar un helado y pasear por la costa del norte del Gran Buenos Aires: “A decir verdad, la costanera de los partidos de Vicente López y San Isidro estaban bastante abandonadas por aquel entonces. Pero uno recuerda el pasado con esa nostalgia que romantiza los paisajes. Nos comprábamos una gaseosa y unos sándwiches en el kiosco y nos quedábamos horas mirando el río sobre alguna piedra grafiteada”, rememora.
El conflicto: “Que no quisieran que lo vea me hacía sentir que no confiaban en mí”
Los padres de Sandra no aprobaban la relación. Hoy, tantos años después, ella comprende mejor los motivos, pero, aun así, le duele el recuerdo. Entre Rodrigo y ella había un amor puro y desilusionar a sus padres nunca había estado en sus planes. Sin embargo, el dolor más grande vino de la mano de la desconfianza: “Que no quisieran que lo vea me hacía sentir que no confiaban en mí”.
A pesar de la resistencia, ellos formalizaron su relación ante sus amigos y, algunas veces, Sandra era invitada a merendar a la casa de su novio. La relación duró ocho meses inolvidables. Ochos meses mágicos, pero opacados por la tensión en el hogar de Sandra. La desaprobación fue en escalada, a tal punto que logró quebrar a la hija, que optó por concentrarse en sus estudios y terminar la relación.
“Vinieron meses muy tristes, en la adolescencia se vive todo con mucha intensidad, en un puro presente que, a veces, puede generar consecuencias preocupantes. A mí me afectó la salud, aunque es algo que veo hoy con claridad”, cuenta Sandra. “Mis padres, por otro lado, obtuvieron de alguna manera lo que querían: me transformé en la mejor alumna, me recibí con medalla e ingresé a la universidad con la misma mentalidad, la de recibirme con honores”.
Una boda y una vida dedicada al trabajo
Y así fue. Desde el escenario de la universidad, Sandra escuchó los fuertes aplausos cargados de orgullo, admiración y aprobación. Pronto entró a trabajar en un laboratorio, conoció a un hombre y se casó. Ya con 26 años, el buen visto de sus padres era total: “Claro, a los 15 era muy joven, pero a los veintilargos ya les preocupaba que no forme una pareja seria”, dice entre risas.
El primer beso con quien fuera su marido también fue inolvidable, pero distinto. Con él, Sandra también tenía mucho en común, pero con el tiempo descubrió que eran cuestiones que, para ella, no eran esenciales: “Compartíamos carrera, la tendencia de poner el trabajo en primer plano. Las conversaciones giraban por ahí”.
Aún así, el matrimonio duró más de dos décadas. No tuvieron hijos. Tal vez, Sandra no quería que tuvieran padres ausentes.
De viajes y U2
35 años pasaron cuando Sandra recibió un mensaje a través del Messenger del Facebook. 35 años en los que nunca olvidó aquel primer beso y en los que tantas veces se preguntó qué había sido de la vida de Rodrigo: “Y qué hubiera sido de la mía si no nos hubiésemos separado”, dice pensativa, “¿Habría sido tan adicta al trabajo como lo fui? ¿Hubiera visto más el mundo? ¿Habría dedicado más horas a cantar y bailar, como me gusta? En fin, típico preguntarse `qué hubiera pasado si…´ No vale la pena, solo el presente cuenta y lo que construimos a partir de él”.
El mensaje era de Rodrigo y le provocó la misma sensación que aquel primer beso en su adolescencia. A partir de entonces charlaron por horas, cada día. El trabajo quedó en segundo plano, así como los platos que, como jamás había sucedido, se apilaron en la bacha: “Un par nomás, eh”, se ríe Sandra.
Tras 35 años, Sandra y Rodrigo se volvieron a ver y a besar. Mucho tiempo había pasado, mucha vida caminada. Lejos había quedado la adolescencia. Estaban maduros, atravesados por penas y glorias, cambiados. Nada de ello detuvo su deseo de escribir una nueva historia juntos: “Sucede que a los dos nos sigue gustando U2 y la idea de viajar por el mundo”.
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