Cuando una dura noticia impactó, decidió jugar con el tiempo y crear un pueblo medieval con un legado potente para su hijo
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Oscar nació en Capital Federal. Su infancia la recuerda atravesada por la cultura de trabajo de sus padres, que se esforzaban de sol a sol por sacar a su familia adelante y prosperar. Su madre era inmigrante, y su padre, hijo de inmigrantes, y juntos conformaron una familia típica tradicional con costumbres europeas, donde el trabajo y el sacrificio eran los pilares fundamentales.
Los años pasaron y cierto día Antonio Campana, su padre, enfermó gravemente. Cáncer, le dijeron, y el camino que eligió para lidiar con la noticia fue multiplicar sus proyectos de vida: con un futuro incierto por delante, volcó todas sus energías en lograr que el tiempo tuviera otro pulso y, para ello, emprendió una odisea titánica en la que se propuso construir un mundo de ensueño en González Catán, creando así un nuevo horizonte al que jamás dejaba de mirar, en la confluencia de agua entre el arroyo Morales y el río Matanzas.
En un predio de 200 hectáreas con llanuras, bosques selváticos, arroyos y lagos, sobre lo que solían ser antiguas tosqueras y cuyo producto era utilizado para las bases de las pistas del Aeropuerto Internacional de Ezeiza y la Autopista Ricchieri, la fantasía comenzó a cobrar forma.
A partir de entonces, allá por 1976, una Argentina inesperada cobró vida para Antonio y su familia. Un rincón en su tierra diferente a cualquier otro, que poco a poco trajo una fisonomía impensada a un poblado bonaerense.
Una fantasía medieval: “Era normal entre mis amigos ir a ver cómo se construían las casitas del loco Antonio”
Fiel a sus costumbres, Antonio jamás habló de un sueño, a pesar de que el proyecto parecía salir de un cuento de hadas. Campanopolis, decidió llamarlo y, sin más, día tras día invirtió su energía y dinero en la creación de un pequeño pueblo que cumpliría la fantasía de caminar entre callejuelas medievales en una Argentina que jamás experimentó aquella atmósfera.
Y así, mientras la aventura de Antonio crecía en ambición y esfuerzo, su hijo Oscar lo observaba de reojo, un tanto extrañado ante tanto sacrificio puesto en un proyecto que parecía casi imposible de concretar. Pero su padre -que no era arquitecto ni mucho menos- se había descubierto a sí mismo creador y diseñador, y no solo luchó por su sueño, sino que adoptó un criterio de reciclado y creatividad, donde hizo uso de sobrantes de demoliciones para construir un mundo nuevo sobre el caos hasta entonces reinante, dando a luz esta mágica aldea, con la idea también de reestablecer el equilibrio ecológico.
“Antonio nunca habló de sueño, él decía que eso era trabajo puro y es realmente así, siempre que escuchamos a nuestros padres en la juventud, tal vez sin querer los subestimamos. Cuando crecemos somos permeables a más cosas en la vida y ya no los tenemos , entonces comienzan a retumbar en nuestras cabezas todos los recuerdos y frases de aquel tiempo, reconociendo ya esa sabiduría que tal vez no podíamos ver”, reflexiona Oscar hoy.
“Era normal entre mis amigos del colegio o el barrio ir a ver cómo se construían las casitas del loco Antonio, nunca pudimos dar dimensión de semejante obra en esos años. Por otro lado, si de chico tu padre hace helado de chocolate, probablemente la costumbre genera que no te interese comer el mismo... y más o menos así fue Campanopolis”.
La muerte, el legado y la atracción: “Muchos curiosos que querían conocer la historia y hasta tomarse fotos”
Antonio murió en el año 2008 y con su partida, su proyecto, “el interminable”, quedó inconcluso, aunque no su legado, fuerte y decisivo: trabajar por lo que uno se propone. Su visión era erigir aquel pueblo medieval, Campanopolis, en Buenos Aires, para poder así transportarse a otra dimensión, aquella que sus antepasados habían respirado en el viejo continente.
Y a medida que los años pasaron, las frases de Antonio, su esfuerzo inconmensurable por lograr que el tiempo corra diferente de la mano del proyecto de crear una ciudad detenida en el tiempo, comenzaron a resonar con fuerza en su hijo, Oscar, quien cierto día despertó convencido de que él debía seguir el legado de su padre. Y así sucedió.
“La gran pero inconclusa obra hecha por Antonio fue tomando cada vez una fuerza más grande, amigos que querían casarse en la capilla, empresarios que querían hacer un evento de fin de año. Entidades que lo solicitaban para conocer, y hasta muchos curiosos que querían conocer la historia y hasta tomarse fotos para los 15 años o sus bodas”, revela Oscar.
“Prácticamente fue por fuerza mayor que hubo que abrirlo al público para mostrar la obra realizada por un hombre sin estudios pero con un posgrado en imaginación”, continúa emocionado Oscar, quien admite que el mantenimiento del lugar demanda mucho tiempo y dinero, entre otras cosas.
Crear lo inalcanzable dentro de Argentina: “Trabajo y dedicación”
Más de 35 años pasaron desde que Antonio comenzó su magnífica odisea y, gracias a ella, vivió mucho más de lo que varias voces habían anticipado. Y para cuando su momento de partir del mundo llegó, ya había forjado un legado con un mensaje indeleble, no solo de esfuerzo y trabajo, si no que es posible crear dentro de Argentina mundos que parecen inalcanzables.
Hoy, su espíritu y su sueño que nunca llamó sueño, maravilla a miles de turistas que quedan embelesados con el pueblo medieval, su nacimiento e historia. Oscar, orgulloso de su padre, es quien mantiene Campanopolis en pie, a pesar de su tamaño, y la demanda de gran atención para luchar con las inclemencias del clima, el sol, las lluvias , el deterioro generado por el crecimiento del pasto, así como las compras de insumos y tanto más: “Es un lugar con una peculiar particularidad exótica , que todos los días presenta nuevos desafíos para su cuidado y mantenimiento”, explica.
“Pero vale la pena, ya que en el paseo guiado, aparte de apreciar las construcciones realizadas en su integridad con materiales reciclados y muchas piezas que provienen de varias partes del mundo , se absorbe el gran mensaje de fuerza, coraje, templanza de mi padre, Antonio, que durante años trabajó de sol a sol en una empresa mágica, logró gracias a ello superar varias instancias de su cáncer y dejó una gran huella gracias a su trabajo y dedicación”, concluye.
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