Tenía dos carreras, una maestría y un trabajo codiciado en una multinacional, pero una noche en un boliche cambió su destino; ¿estaba cometiendo una locura o se trataba de una forma de volver a sus raíces?
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Tal vez la magia no exista, pero las ilusiones nos hacen creer en ella. Esta es la historia de Max Baiocchi, un argentino que desde niño entretenía a su familia y amigos con cada truco que aprendía por ahí y cada as bajo la manga. Trataba de dibujar sonrisas en los rostros y crear un universo de fantasías que les permitiera a todos -incluido a él- escapar un poco de la dimensión ordinaria, esa que está cargada de mandatos sociales y rutinas del deber ser.
Y así, entre sueños profundos, abracadabras y obligaciones de la escuela, Max creció y se halló cierto día ante un portal que decía: ¿qué profesión vas a seguir para ganarte la vida? Sin dudar que el buen camino llevaba títulos tradicionales, eligió Veterinaria, carrera que estudió durante cinco años para luego volcarse a Administración de Empresas, título que obtuvo con éxito, así como un máster en Dirección Comercial.
Pero un día inesperado, en tiempos donde la magia había quedado relegada al hobby, una nueva ilusión comenzó a dibujarse en el horizonte.
Una noche de amor y una decisión precipitada: ¡Me voy a vivir a México!
La vida en Argentina parecía seguir su curso predecible, pero, como en toda historia mágica, una vida puede transformarse en apenas unos segundos. A Max, quien por entonces ya había pasado la tercera década de vida, le sucedió cuando, en una noche de amigos, divisó a una mexicana que lo encandiló por completo.
Tal vez se debió al conjuro de la madrugada o a las luces y las melodías del boliche, lo cierto fue que, tras una noche de amor, Max cayó bajo un hechizo tan profundo, que al día siguiente le anunció a sus padres: ¡Me voy a vivir a México!
“Fue una decisión un tanto precipitada. De hecho, jamás había pasado por mi cabeza dejar Argentina. Creo que no encontraba un norte en mi vida. Mi familia lo tomó casi como una inmadurez. Dijeron: se va unas semanas y se le pasa la locura”, rememora.
Sin embargo, como los trucos de magia que Max solía hacer, lo inesperado dejó a todos sorprendidos.
Cuando el castillo de naipes cae: “Pero el orgullo no me permitía regresar a Argentina”
Tenía 31 años cuando aterrizó en México, tras asegurarse un empleo. Max sabía de viajes e impactos culturales, a lo largo de su vida había vivido en cuatro países diferentes gracias a su trabajo en una multinacional, en periodos de hasta un año. Su llegada al país fue buena, en teoría no tenía nada de qué preocuparse, arribaba con una relación, casa y trabajo.
Sin embargo, aquel castillo de naipes pronto comenzó a desmoronarse, tal vez por un error de base, tal vez, porque el material era demasiado liviano y un viento suave era suficiente para desbalancearlo: “Me di cuenta de que no todo era `miel sobre hojuelas´, como dicen en México”, confiesa Max.
“Me terminé mudando a una habitación alquilada, el trabajo no era lo que yo pensaba, y más de una vez me sentía solo. Pero el orgullo no me permitía regresar a Argentina. Grabé en mi cabeza... ¡sí puedo!”.
“Sí tengo que reconocer que llegar a México fue una situación diferente. Una cosa es mudarte a otro país con el respaldo de una multinacional, y una tarjeta corporativa que siempre te sacaba las papas del fuego, otra muy distinta es llegar con tus propios recursos y contactos muy limitados. También sabía que mi caso no fue el de `quemar las naves´ y no dejar nada atrás. El peor escenario era volver cual hijo pródigo, y saber que tenía a toda una familia alegre por mi regreso”.
La relación amor/odio con los argentinos: “Por sentirse guapos pensaban que podían hacer lo que querían en el país”
Muy de a poco, Max comenzó a encontrar las fórmulas y todo se fue acomodando. Tal vez fueron los nuevos amigos que llegaron a su vida, o el trabajo al que se fue acostumbrando o esa independencia que comenzó a sentir con fuerza: lo que se pierde por estar lejos de la propia tierra se gana en posibilidades de reinventarse.
Con el paso del tiempo, también llegó una nueva relación que se transformó en un gran amor. De pronto, Max despertó una mañana enamorado, casado y a la espera de una hija, una argentina mexicana que iluminó su vida, se transformó en la mayor ilusión hecha realidad, y concilió todos aquellos sentimientos que había vivido en los primeros años.
“México tiene una relación amor/odio con los argentinos”, dice. “Sucede también que hubo una camada muy grande de inmigrantes argentinos que llegaron para ser modelos, edecanes, promotores, que, por sentirse guapos pensaban que podían hacer lo que quisieran en el país y siempre les faltó humildad y sobre todo ser agradecidos con esta tierra que les dio un hogar, temporal o permanente”.
Volver a la esencia y fusionarla con la adultez: ilusión, mentalismo, vino y mundo corporativo
A pesar de los largos años en el mundo corporativo al cual ya se había acostumbrado, cierta mañana Max despertó recordando a aquel niño y adolescente que una vez fue. En su propia hija pudo ver la magia, la esencia y lo esencial. Y entonces comprendió que había relegado lo verdaderamente importante en su vida a otro plano, para adoptar un personaje atado a los mandatos.
Su misión en este mundo, en definitiva, consistía en dibujar sonrisas en los rostros y crear un universo de fantasías para escapar un poco de la dimensión ordinaria. Y así fue como poco a poco los trajes empresariales quedaron a un lado, para dar paso al traje de mago, el que verdaderamente le calza.
“Pero combino los dos mundos. No hago magia infantil, sino shows para teatro y corporativos”, explica Max, quien es ilusionista y sommelier y en la actualidad lleva adelante tres espectáculos, uno de mentalismo, donde su única misión es asombrar, jugar con la mente de las personas, descubrir sus mentiras, y sus secretos; otro de cata y magia, donde integra los vinos al mentalismo, y otro que denomina Fraude, donde combina hipnosis y mentalismo.
“Nadie es profeta en su tierra”
Tal vez la magia no exista, pero las ilusiones nos hacen creer en ella. Y eso se propuso Max, volver al mundo de las ilusiones, a su esencia, para procurarse una existencia más plena y mágica. Diecinueve años pasaron desde que dejó la Argentina y hoy, a sus 50, siente que está en casa en todos los sentidos, porque en definitiva, volver a las raíces no siempre se trata de un lugar geográfico, sino de regresar al núcleo, que habita en la sabiduría de la infancia.
Estar lejos de Argentina, aun así, por momentos duele. A Max le gustaría disfrutar más de sus seres queridos: “Y hoy me duele el doble. Cada vez que mi hija viaja conmigo y mi mujer a Argentina, disfruta y goza de sus abuelos, primos, tíos, de toda su familia”.
“Los primeros días en Argentina son geniales. Ver a mi familia y a mis amigos (con los cuales sigo en contacto casi diario), comer rico, salir, la nostalgia... Luego me doy cuenta de que Argentina no es más mi hogar. No me siento parte de nada y quiero volver. El mejor escenario sería poder volver varias veces al año a Buenos Aires, por periodos cortos”, reflexiona.
“El camino de mi vida siento que fue la mejor experiencia que me pudo pasar. Una decisión no pensada de dejar todo. Probarse a uno mismo, que a veces nos revela que somos más fuertes de lo que pensamos. Que tenemos la capacidad de reinventarnos y darnos cuenta de que podemos empezar de nuevo varias veces. Como me sucedió con mi profesión, dos carreras, una maestría ¡y hoy vivo de la magia! El gran hobby que tuve toda la vida, quién diría que hoy sería mi profesión. A veces siento que los paradigmas sociales no me hubieran permitido lograr esto en Argentina. Nadie es profeta en su tierra”, concluye.
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