Para recomponerse del dolor, junto a su pareja, Valeria partió a los Países Bajos, donde halló amistad y calidad de vida, pero al escuchar “Adiós Nonino”, su corazón latía fuerte y no podía seguir.
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Era verano en Puerto Madryn. Valeria Bais había llegado a la ciudad para pasar las vacaciones, como solían hacer todos los años. Nada parecía haber cambiado demasiado, aunque era agradable reencontrarse con aquellos paisajes familiares. La joven aún no lo sabía, pero aquel enero sería como ningún otro y le transformaría la vida.
Su destino comenzó a coquetear con otros horizontes cuando Axel apareció en su camino. El flechazo fue instantáneo. A una velocidad propia de la primera juventud, vivieron un romance estival intenso y lleno de sueños: “Nos casamos poco tiempo después”, cuenta Valeria, con una sonrisa.
Axel era maestro rural y juntos se fueron a vivir a la línea sur de Chubut, a un pueblito remoto. Muy jóvenes y enamorados, pronto recibieron la noticia de que iban a ser padres, lo que provocó en ellos una alegría inmensa, sentimiento que se intensificó durante los siguientes meses. Su bebé, sin embargo, nació prematuro y no logró sobrevivir.
Dejar el dolor atrás y volver a empezar en los Países Bajos
“En los Países Bajos los recibimos con los brazos abiertos. ¿Por qué no vienen, conocen y prueban recomenzar en este suelo?”. Axel van Dam tenía a toda su familia paterna en aquel país. Su padre, de hecho, era neerlandés y él mismo contaba con el pasaporte. Entre los tantos llamados para dar las condolencias, aquellos provenientes de Europa eran los únicos que resonaban en el joven matrimonio.
“Estábamos extremadamente tristes, yo estaba muy mal”, rememora Valeria, pensativa. “Se nos presentó la posibilidad de ir para allá y nos pareció que sería bueno para cambiar ese aire tan cargado de angustia y tener la esperanza de un recomenzar en una tierra llena de oportunidades”.
Corría el año 2000 y decidieron aventurarse. Valeria y Axel vendieron todo, subieron a un avión y llegaron a un suelo donde los esperaban familiares que conocieron por primera vez, y una nación totalmente diferente a lo que jamás habían vivenciado.
“Ir de la Patagonia rural a Europa para mí fue un cambio absoluto. De inmediato me impactó la tecnología, las evidentes diferencias culturales, el idioma, ¡tan distinto!, dificilísimo. Pero ese mismo contraste nos ayudó a mantener la cabeza ocupada y estar focalizados en un volver a empezar. Todo era nuevo y era lindo, la reina Máxima estaba en su auge y esplendor haciendo giras (estaba próxima a casarse con el príncipe), y la comunidad nos recibió con una sonrisa”.
Volver a la escuela para obtener la nacionalidad y ganar más que un pasaporte
Bastaron unos pocos días para que comprendieran lo poco que sabían del país. Valeria recorría maravillada los paisajes con su mirada curiosa; sintió la diferencia en las dimensiones, donde todo parecía emerger en un tamaño reducido. Jamás había visto tantos bellos contrastes brotar por doquier: tecnología y modernidad, convivían con la arquitectura, costumbres y tradiciones ancestrales.
Se instalaron en un pequeño pueblo llamado Bergambacht, a 8 kilómetros de Gouda: “Un sueño, muy chiquito y pintoresco. Me impactó que fuera todo tan ordenado, limpio y cronometrado: el bus dice que pasa a las 8:12 y pasa a las 8:12. No podés llegar ni un segundo tarde a ningún lado y eso fue, tal vez, lo que más nos costó”, observa.
A las pocas semanas de su arribo, Valeria se enfrentó con su primer gran desafío: había iniciado los trámites para acceder a la nacionalidad (su marido ya contaba con ella), lo que le exigía ir a la escuela para aprender el idioma y las costumbres, a fin de superar las pruebas requeridas: “Debía acreditar no solo que sabía leer, escribir y hablar el idioma, sino que también conocía la cultura del país. Fue una experiencia espectacular. Me hice mis primeras amigas, que resultaron ser para toda la vida”.
En su camino hacia la nacionalización, Valeria no solo conquistó un pasaporte, sino que se abrió al mundo de amistades y logró dominar muy bien un idioma que jamás hubiera imaginado que llegaría a hablar.
El ámbito laboral: jornadas intensas, trabajos dinámicos, orden y muchos viajes
Consiguieron trabajo con facilidad y se adentraron rápidamente en un ritmo intenso y exigente, donde sus jornadas laborales iniciaban a las 7 de la mañana y terminaban a las 17. Asimismo, Valeria descubrió en su país adoptivo un mercado laboral muy dinámico, colmado de oportunidades para todos, constantes cambios de puesto y traslados.
“Acá, en Argentina, es distinto. En mi ciudad, al menos, existe una dependencia fuerte hacia el Estado y los empleos que se desprenden de él; allá dependés de fábricas, empresas, multinacionales, todo acompañado por un extremo orden, que me hizo comprender que los argentinos somos desordenados, pero bueno, te vas quedando con lo bueno de cada lugar”, asegura Valeria, quien en los Países Bajos trabajaba para una empresa en su pueblo.
“En Holanda, por otro lado, se alienta a que las personas viajen todo lo que puedan, se nutran, aprendan de otras culturas, algo que hicimos muchísimo y que nos llevó a conocer varios países del mundo”, agrega. “Allí tienen pocas horas de sol, pero eso mismo hace que el verano se disfrute como en pocos lugares, en una nación muy abierta. Los neerlandeses son muy amables, muy educados, sumamente inteligentes, ¡me hicieron sentir como en casa! Ser argentino allí es genial, es un país multicultural, pero, con los argentinos, que son poquitos, tienen un metejón gracias a Máxima, que la adoran”.
Llorar en La Haya, con “Adiós Nonino” y volver
Stephanie llegó al mundo en el 2002, allí, en los Países Bajos, y les iluminó la vida. Con su inglés y su decente manejo del holandés, Valeria ya se movía como pez en el agua; su enriquecimiento cultural le había otorgado una nueva confianza y la ayudó a sumar nuevos lazos de amistad en todos los ámbitos, como la escuela de su hija.
“Todo iba bien, pero yo también lloraba mucho”, confiesa. “Desde que nació mi hija más, extrañaba el tema de los abuelos; en el fondo, quería que Stephie crezca en Argentina. Uno de los momentos más emotivos fue, cuando, a los tres meses de vida, la nacionalicé argentina en La Haya. Yo lloraba, la secretaria que leía el acta también lloraba. Quería que tenga las dos nacionalidades y fue muy importante para mí. Cuando estás afuera el sentimiento de ser argentino lo sentís el doble”.
Habían pasado casi cinco años y algo comenzó a cambiar. Máxima ya se había casado y en la radio aún pasaban con frecuencia “Adiós Nonino”. A veces, los acordes llegaban cuando Valeria iba en bicicleta camino al trabajo, con sus auriculares, y debía dejar de pedalear. No podía seguir, el corazón le latía demasiado rápido y lloraba.
“También nos sentíamos un poco estancados y Axel quería volver. Habíamos alquilado una casa, compramos las cosas, todo con súper tecnología, porque ahí todo lo que querés comprar lo podés comprar, y cada familia es igual a la otra, todas las casas son iguales, en el pueblo de pronto nos sentimos amesetados”, reflexiona. “Después de mucho pensarlo, decidimos regresar, nuestra hija aún era chiquita y su llegada cambió todo: queríamos que esté con su familia extendida. `Somos jóvenes´, nos dijimos, podemos volver a empezar, más en nuestro país”.
Para Valeria la despedida fue dura, dejaba amistades profundas y un lugar que quería y que la había hecho crecer. Los Países Bajos le había obsequiado cinco años maravillosos: “La verdad es que nos cambió la vida haber vivido en Holanda, nos cambió la forma de ser y el pensamiento. Siempre tratamos de tomar lo bueno que tiene cada lugar, y aprender de lo malo. Vivir en otro país te hace ver todo de otra forma”.
“Están locos”, un viaje hacia la nostalgia y una propuesta inesperada
Apenas pisaron tierra argentina todos los criticaron, “están locos”, “cómo van a volver”. Lo cierto era que ellos no habían vivido la crisis del corralito y no llegaban a comprender los sentimientos tras esas palabras. Pese a todo se instalaron en Madryn para volver a empezar, inmersos en la incertidumbre: “Pero pronto nos pudimos reubicar, nunca hubo un arrepentimiento de volver, sí extrañaba muchísimo a mis amigas, el día a día que había construido”.
Para Valeria, sin embargo, aquella no sería una parada definitiva. Ella había cambiado, él había cambiado, todo había cambiado y el matrimonio, un día, llegó a su fin. Entonces se fue a Viedma por trabajo y allí, tras siete años, sintió un profundo deseo de regresar a los Países Bajos.
“En el 2018 quise volver a Holanda de visita”, cuenta. “Y fui, pero no pude regresar a ciertos lugares, como mi pueblito, tenía la intención, pero algo me frenaba. Había vuelto en un estado vulnerable. Pasear por Ámsterdam, volver a comer Patat Oorlog, sentir los olores... había pensado que nunca más lo haría... Fue un viaje emotivo, desde otra perspectiva, lo vi todo distinto, me impedí mucho para no despertar emociones del pasado. Fue una despedida simbólica, porque no sé si voy a volver alguna vez. En ese viaje traté de llevarme todo: los olores, los recuerdos, los abrazos, todo en mi cabeza”.
“Después fui a visitar a mi primo en Gerona, España, un par de semanas antes de volver. Pero a los pocos días me ofrecieron trabajo en el Hilton. La oferta llegó en la calle, cuando estábamos paseando el perro y comenzamos una conversación con un hombre que resultó ser argentino. Postergué la vuelta y me quedé seis meses en España. Seis meses increíbles: pensé ¿cómo no vine antes a España? A mi vuelta a la Argentina sentí el mismo desgarro que cuando dejé Holanda. Mi hija no se quería instalar en España y la entendí, hoy en día me dice que se arrepiente...”, continúa Valeria, cuya hija actualmente cursa la universidad.
Países Bajos, España, Argentina: “Viajar es la mejor inversión que se puede hacer”
Están los que se van para mejorar su calidad de vida y aquellos otros que se sienten expulsados; algunos emigran por amor, o para conquistar un sueño, o porque quieren saber qué se siente vivir en otra cultura; y otros, simplemente, sienten que en tierras lejanas encontraron su lugar en el mundo. A los Países Bajos, Valeria llegó junto a su exmarido para dejar una pena demasiado intensa atrás y brindarse la oportunidad de un volver a empezar en un lugar alejado de tanto dolor.
Hoy, la mujer argentina repasa su vida y siente orgullo por el camino recorrido: volar hacia otros horizontes resultó ser más que un escape, fue el comienzo de un camino de apertura y aprendizajes que agradecerá toda su vida.
“Al viajar te transformás realmente en ciudadano del mundo. Me ha pasado sentarme en lugares, ponerme a charlar con desconocidos, sin importar el origen, color de piel o el poder adquisitivo de cada uno, y contarnos nuestras historias de vida. Te da empatía, dejás de juzgar, te abre la cabeza, entablás vínculos desde otro lugar y se cae eso que yo también tenía inculcado, que es temerle a lo que no es como uno, a lo desconocido. Vas reconociendo a las personas maravillosas en el camino, y, en mi caso, conocí mucha gente linda que me dio una mano cuando lo necesitaba, que me han tratado como familia”, se emociona.
“Con la pandemia uno tiene la muerte presente y, el haber podido atravesar las experiencias que atravesé, conocer a la gente que conocí, me hace sentir: `ya estoy hecha´, cuando uno lucha por vivir sus sueños, deja de temerle a la muerte. A todos les digo, ¡viajen! Es la mejor inversión que se puede hacer por uno. Estoy agradecida de todas las enseñanzas de esta vida que me ayudaron a ser mejor, siempre. Tomé de los Países Bajos la sinceridad, la honestidad, la transparencia. De España la calidez, ese corazón latino. De todos sumé costumbres. Y ahora estoy en nuestra Argentina, siempre inesperada, una tierra que es sinónimo de amor y familia; mi tranquilidad, mi mate en mi pedacito en el mundo”.
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