Conoció Suiza cuando tenía 19, pero no supo ver su potencial; 15 años después y tras el derrumbe de su negocio en pandemia, decidió volver a probar en el país europeo: “Buenos Aires te expulsa y te vuelve a llamar”
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Felipe Boderone tenía 19 años cuando pisó Zúrich, Suiza, por primera vez. Su hermano mayor, quien había llegado un tiempo antes, le había prestado una bicicleta para que conozca la ciudad. El joven pedaleó apenas unos 100 metros, cuando la policía lo detuvo y, ante su mirada perpleja, le entregó una multa de 80 francos, al tiempo que le señalaba que no llevaba casco ni tenía la patente actualizada, un trámite que debía renovarse cada año en el correo.
Poco tiempo después recibieron la visita de un amigo, quien, dispuesto a explorar la zona, sacó un pasaje equivocado al momento de abordar un tranvía: “Fue detenido y tuvimos que ir a buscarlo a la policía”, rememora Felipe. “Tras estos hechos entendí rápidamente cómo funciona este país”.
Dos años en Suiza: “Tienen estándares de vida tan altos, que no sé si se ven en algún otro país”
Joven y ávido de aventuras, Felipe había llegado de visita con la intención de trabajar en Suiza y recorrer el suelo europeo. Dispuesto a vivir el puro presente, apenas sí lograba comprender la decisión de vida que había tomado. Su primer trabajo fue de lavacopas, mientras asistía a un curso de alemán para poder salir del fondo de la cocina y pasar a la barra a servir bebidas, un puesto que conquistó unos meses más tarde.
Pronto se acomodó al ritmo de una ciudad muy ordenada, en extremo limpia, segura y puntual: “Me impactaba sacar un ticket de tren que partía a las 13:53 y que la máquina comience a moverse exactamente en ese momento. Funciona todo a la perfección, y lo más importante es que tu tiempo vale y mucho. Eso lo valoro y disfruto, las cosas se resuelven rápido y todo es accesible a la sociedad; es una ciudad muy bien conectada, donde se ve mucha bicicleta y monopatín. Tienen estándares de vida tan altos, que no sé si se ven en algún otro país”.
“Es una tierra capitalista, todo se paga y es caro en relación a otros países europeos. El seguro médico, que es obligatorio, cuesta desde 350 francos suizos, por ejemplo. Pero para la economía suiza está bien, ya que los sueldos son muy elevados”.
Aquellos primeros tiempos tuvieron sus tropiezos, como la vez que a Felipe le pidieron una cuchara y, convencido de que hacía gala de sus recientes incorporaciones del idioma alemán, los mandó al baño. Decidido a perfeccionarse el alemán del joven mejoró, lo que le permitió avanzar, generar contactos, nuevas amistades y moverse con otra soltura. Fue así que dos años transcurrieron, caracterizados por mucho aprendizaje, aunque impregnados de una nostalgia permanente e inevitable.
“Tenía mucho la cabeza en Argentina. Algo me decía que tenía que volver, era muy chico, extrañaba a la familia, los amigos”, revela. “No vi el potencial del país. Luego, cuando uno crece, comienza a analizar y tener en cuenta otros aspectos”.
Quince años en el mundo de los zapatos, una pandemia y vivir en el campo: “El COVID me desafió a preguntarme cómo quería vivir en el futuro cercano”
Felipe regresó a Buenos Aires y se enfocó en sus estudios de Comercialización y Dirección de Empresas. Desde niño solía acompañar a su padre y trabajar en su fábrica de calzados de mujer. Decidido a emprender un nuevo negocio vinculado a la actividad, abrió locales y durante los siguientes quince años se desarrolló en el rubro e hizo crecer una empresa que supo tener tiempos de gloria.
Pero, así como el éxito le sonreía, la mochila sobre sus hombros comenzaba a pesar. Felipe vivía pensando en la venta, el banco, los cheques: “Mi trabajo terminó siendo más financiero, que basado en el desarrollo del producto y el negocio en los locales”.
Las ventas, mientras tanto, empezaron a caer año tras año, hasta que un virus extraño devenido en pandemia paralizó al mundo y puso en jaque a Felipe, que no solo comenzó a replantearse su negocio, sino su vida entera: “El COVID me desafió a preguntarme cómo quería vivir en el futuro cercano, deseé volver a empezar, más tranquilo, con más libertad para poder encontrar esos momentos de felicidad”.
Fue así que, al tercer mes de pandemia, Felipe resolvió irse a vivir con su tío al campo, en Los Cardales, Exaltación de la Cruz. Su pariente se dedicaba a organizar eventos familiares y empresariales, y le tocó cancelar sesenta fiestas como consecuencia del virus: “Pasó de tener una proyección de facturación a la nada misma”, cuenta. “Yo venía con mi actividad de calzados en iguales condiciones, los locales cerrados sin vender, los propietarios de los locales exigiendo el cobro como si estuviera abierto, la fábrica sin producir”.
Los días transcurrieron llenos de incertidumbre y preocupaciones hasta que el municipio anunció que permitía la gastronomía al aire libre. Fue en aquel momento que Felipe le propuso a su tío tomar una fotografía de una mesa armada en medio del campo y difundirla. A partir de entonces, tío y sobrino crearon un restaurante de campo que funcionó muy bien, llegando a superar su capacidad de doscientos cubiertos diarios los fines de semana: “Ahí cerré toda mi actividad de calzados, fue muy duro, muchos años de trabajo, pero necesitaba más libertad”.
Volver a Suiza con un nuevo plan: “Decidí ir y venir”
Cuando el invierno llegó, Felipe supo que era tiempo de reinventarse una vez más. La actividad en el campo bajaba y ya no podía apoyarse únicamente en el restaurante. Entonces recordó sus años en gastronomía en Zúrich, miró su capital humano e intelectual e intuyó que era momento de aprovechar todo aquello que había sembrado durante la vida: contactos en Suiza, el dominio del alemán, su experiencia en ventas y financiera, y sus ya grandes conocimientos gastronómicos.
“Me dieron ganas de volver a Zúrich con el plan de focalizarme en las temporadas de verano”, cuenta Felipe. “Lo mío es distinto a lo que le sucede a la mayoría, que viaja con la idea de emigrar `para siempre´. Yo decidí ir y venir, entonces no lo siento así, por otro lado, la tecnología ayuda bastante. No lo podría hacer diferente ya que tengo un hijo que, cuando no estoy, lo extraño muchísimo. Pero hago todo por su futuro, aunque es inevitable añorar las pequeñas cosas que hacen mucho al corazón, o temer que suene el teléfono con una noticia grave. No es todo color de rosas”.
“Ahora y desde hace tres años, que participo en un proyecto del cual estoy muy agradecido”, continúa. “Formo parte de la pizzería San Gennaro, en Zúrich, lo que me está abriendo muchas puertas para nuevos emprendimientos que quiero desarrollar a futuro. Me considero un emprendedor, me gusta estar muy informado y si hay algo que no sé no paro hasta estar bien instruido”, asegura Felipe, quien a su vez acaba de ser invitado a participar en otro proyecto gastronómico argentino en Los Ángeles, y que, paralelamente, le gusta ayudar a través de las redes a jóvenes con pasaporte europeo que desean embarcarse y tener una experiencia en Suiza.
Aprendizajes de ir y venir: “Suiza te ordena la vida, la llamamos la tierra perfecta”
Atrás quedó aquel joven de 19, que pisó Suiza por primera vez sin tomar real dimensión de todo lo que aquel país era capaz de ofrecerle. Sin embargo, hoy, con 37 años, hay algo en la vida de Felipe que sin dudas permanece inalterable: su espíritu independiente, el amor por la aventura y la capacidad de adaptarse a los cambios.
Tras su primer regreso a la Argentina, quince años pasaron entre zapatos, números y preocupaciones, hasta que una pandemia lo animó a reinventarse. Suiza, entonces, resurgió con fuerza para invitarlo a vivir en un verano eterno.
“La post pandemia nos ha obligado a muchos a reinventarnos, para ello hay que saber leer los momentos y situaciones para poder surfear bien la ola”, reflexiona Felipe. “Y con este estilo de vida que llevó hace tres años, regresar a la Argentina siempre es lindo, por más problemas que tengamos. Cuando volví de más joven había muchas cosas del país que me molestaban mucho y mis amigos aprovechaban para decirme: esto no es Suiza”.
“Ahora, de más grande, lo vivo de otra manera. Disfruto mucho de Zúrich, así como de mis regresos a Buenos Aires. Me tomo todo con más tranquilidad y gozo de la familia, los amigos y los asados. Esto también me lo trajo la pandemia, disfrutar de lo simple, quedarme en casa y cocinar para la familia”.
“Es como que Buenos Aires te expulsa y te vuelve a llamar. Amo mi país, mi ciudad. Por más que critiquen a la Argentina, allí está tu lugar, tus cosas, tu sentido completo de ubicación; y amo nuestras costumbres, somos buenos, carismáticos, los argentinos caemos muy bien y en el exterior somos muy valorados. Quizás deberíamos ponernos más de acuerdo, no caer en la famosa grieta, hacerlo por nuestros hijos para darles otras oportunidades”, continúa.
“En la otra orilla, vivir en Suiza te ordena un poco tu vida, tenés plan para todo y check list para todo, te enseña a ponerle título a muchas tareas operativas que quizás realizabas y no sabías cómo se llamaban”, asegura entre risas. “Te enseña a organizarte de tal manera que, en familia, la llamamos la tierra perfecta, quizás en Argentina no podés planificar tanto, es más el día a día, o más bien a corto plazo.”
“Lo cierto es que la calidad de vida en Suiza nada que ver, hay mucha distancia. El nivel socioeconómico haciendo trabajos no calificados es muy alto, es imposible llegar a eso en Argentina, ¡sería un sueño!”, suspira. “Ir y volver me hace muy bien a la cabeza. Aprendo muchísimo. Te permite conocer y comparar para mejorar”, concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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