Luego de dejar su hogar en Belgrado, en Argentina atravesó batallas duras y pesadillas recurrentes, hasta que se animó a encontrar la punta del ovillo y hallar sentido: “Tirar de ese pequeño hilo requirió vulnerabilidad y miedo”, dice
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María Boneo ingresó al aula de primer grado, observó las miradas sobre ella y quiso desaparecer. Era una extraña entre todos aquellos niños, pero más aún, era una foránea en una tierra alejada de su suelo conocido.
Todo empeoró cuando le tocó leer en voz alta frente a sus compañeros: “Era una tortura; era lenta y todos se reían de mí, lo que hoy llamaríamos bullying”, rememora.
Los mayores creyeron que la solución llegaría si la cambiaban de colegio. Y así, intentaron con diversos establecimientos donde María se topaba con nuevos rostros y más temores, hasta que finalmente llegó a una escuela diferencial, que tampoco trajo un mejor horizonte en aquella Argentina que se había presentado vasta y un tanto amenazante.
“Mis amigas eran siempre más pequeñas que yo y eso me acomplejaba. Me negaba a ir al colegio. Estos años no dejaron buenos recuerdos, pero siempre traté de comprender los errores de los adultos y ponerle humor. Era una niña alegre sin entender qué pasaba con los adultos a mi alrededor”.
“Mis hermanos influyeron mucho en mi alegría. Cada uno de ellos ocupó un lugar especial en mi vida y me brindó su apoyo incondicional. Mi hermana, Mercedes, a quien recuerdo con cariño, ejerció el papel de hermana mayor y cuidaba de mí con ternura. Mi hermano Martín, quien se fue a vivir a Estados Unidos, fue mi compañero de juegos y siempre estuvo presente en mi vida”.
Un nuevo amanecer en Argentina: “Fui objeto de estudio”
María nació el 21 de noviembre de 1959 en Belgrado, Yugoslavia por aquel entonces. Su padre, Martín Alberto, era un diplomático de carrera y poeta. Su madre, Dora Ester Sanseverino, ejercía como profesora de literatura y escritora. Fue así que desde muy pequeña, María supo abrazar a las artes como camino de purga y belleza en un mundo agridulce y fragmentado. Ella, junto a sus cuatro hermanos mayores -Mercedes, Elena, Patricia y Martín- pronto aprendieron que se podía hacer poesía de los desgarros.
La despedida que María jamás olvidará aconteció en 1966, cuando a sus seis años sus padres decidieron emprender el viaje de regreso a la Argentina. De allí provenían, pero para la pequeña representó un cambio que impactó en ella con fuerza, y así, luego de cruzar el océano en el transatlántico Federico C., el nuevo amanecer trajo consigo batallas en el corazón de María difíciles de comprender para los adultos, pero que quedaron grabadas a fuego en la niña.
“Llegar a Argentina representó un gran cambio en nuestras vidas. Sentía que nadie me entendía porque mi idioma era incomprensible para los demás. Pensaban que tenía alguna dificultad, posiblemente dislexia, y por ello fui objeto de estudio”.
Una muerte inesperada, el trabajo en una fábrica y una revelación: “Me entregué por completo a esta forma de expresión”
Sin embargo, una batalla más dura esperaba. Sucedió cuando María ya había cumplido los 12, se encontraba con su madre en Mar del Plata cuando recibió una noticia inesperada: su padre había muerto de un derrame cerebral.
María no pudo dimensionar el suceso, ¿cómo creerlo posible si su padre estaba por llegar a la costa en dos días? Regresaron a Buenos Aires en avión, el primer vuelo de ella en toda su vida, un evento tan inverosímil como la noticia que acababa de recibir: “Recuerdo el vuelo como algo asombroso, sin pensar que estaba regresando para despedirme de él. Quizás la pureza de mis 12 años me protegió de sentir plenamente ese momento tan duro”.
“Durante varios años soñé que mi padre nos había dejado y estaba con otra familia. Ya de adulta, trabajando en terapia este tema, volví a soñar con su muerte, hasta que un día dejé de soñar con ello y lo superé”, continúa María.
La vida continuó, pero su existencia cambió drásticamente. La niña casi adolescente se halló de pronto frente a una realidad impensada: todos debían salir a trabajar, fue el anuncio, y sin más, María dejó el colegio diurno para estudiar de noche, mientras pasaba el día trabajando en una fábrica de ropa, una circunstancia que impactó de lleno en su espíritu, que pronto buscó encontrarle sentido a todo a través de un camino que conocía: el arte, donde primero incursionó en el dibujo.
“El cambio de vida, la fábrica, marcó el camino estético que seguiría después. Con mi hermana, Elena, decidimos asistir al taller de Miguel Ángel Bengochea, donde me di cuenta de que el dibujo no era mi camino. Al tiempo, ingresé a la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, en Las Heras y Callao. Eran tiempos de dictadura militar; desaparecían profesores y alumnos, y las clases se suspendían frecuentemente”, recuerda.
“Mis maestros, como Leo Vinci y Beatriz Soto García, jugaron un papel fundamental en mi desarrollo artístico y personal. A través de la escultura, encontré mi verdadera pasión y me entregué por completo a esta forma de expresión”.
Abrir puertas y diferenciarse: “Hay que tener suerte, no solo ser inteligente”
A veces María se recuerda de niña, cuando tenía que aprender el abecedario. Su madre llegaba siempre cansada de trabajar y la mandaba a lo de la vecina para que le enseñara. Esta imagen de su infancia y otras dejaron en ella una marca fuerte, entre ellas, aprender a vincularse con el mundo, más allá de su entorno cercano: “Siempre he sabido tocar puertas y he tenido la suerte de encontrar buenas personas”, señala al respecto.
Y así fue para ella también en su camino de artista, en la Escuela de Arte aún quedaban huellas de un pasado duro y María buscó diferenciarse. Para ello se forjó independiente y fuerte, sin un plan específico acerca de su destino en un mundo donde los mandatos regían con fuerza, pero donde su familia siempre había alentado los lenguajes del alma.
“En mi familia el arte se respiraba por todos lados: había pintores, escritores y las paredes estaban forradas de libros. Se leía mucho, aunque yo solo los miraba. Pero creo que en este camino hay que tener suerte, no solo ser inteligente”.
Una pasión, un viaje y un arte que no sangra: “Soy mujer, madre y artista, el orden no importa”
Con el tiempo, llegaron el amor y los hijos. María aprendió a combinar su carrera de artista con su rol de madre y esposa, enfrentando los desafíos y las alegrías que conlleva la maternidad. En su odisea por encontrar el equilibrio viajó a Carrara, Italia, en busca de inspiración y perfeccionamiento, y se atrevió así a dejar temporalmente a su familia por su pasión: “Soy mujer, madre y artista, el orden no importa; cada una de estas palabras es fuerte por separado y juntas me definen. Las etapas de la vida requieren atención diferente en distintos momentos, y evolucionamos gracias al riesgo y al desafío de encontrar nuestra mejor versión”.
“La escultura, mientras tanto, es la materia que le da volumen a mi pensamiento; es lo sólido, lo concreto, la realidad detrás de un plano, lo que no se ve en un cuadro. En una obra bidimensional yo no veo lo que pasa por detrás. En cambio, la escultura tiene muchas caras. Como en todo, incluso con las palabras, cuando uno dice algo se refiere también a otra cosa más. La escultura tiene vida, la podés tocar. En mi obra no hay lugar para lo negativo; mi arte no sangra, es la catarsis donde libero lo que me traba y por donde suelto lo que me frustra y dejo que drene lo placentero”.
“La pequeña talla del comienzo es el disparador que luego se amolda a lo que la piedra manda. Al trabajarla, se inicia un diálogo entre ella y yo y `se hace el camino al andar´, como diría Serrat. Nunca sé con qué me voy a encontrar. Una piedra puede mostrar una veta que de pronto me hace cambiar de rumbo e ir hacia otro lugar impensado. Entonces me amoldo y me dejo llevar y ahí viene el desafío y entro en la materia”, explica María.
“Y soy una artista tremendamente ordenada y mi taller también tiene que estar prolijo, con las herramientas siempre en su lugar para saber exactamente dónde encontrar lo que necesito para trabajar. Con la arcilla en su justa humedad, la música adecuada y el teléfono en silencio, entro en un clima que solo yo puedo sentir. Los problemas quedan afuera y nada contamina mi espacio creativo. Todas las herramientas que tengo en mi taller son igualmente importantes para mi proceso creativo. No podría darle más relevancia a una u otra, ello sería como elegir entre un hijo y otro”.
La niña, la mujer y encontrar la punta del ovillo: “Encontré identidad y valorización”
Allá a lo lejos quedó aquella María, la foránea nacida en la ex Yugoslavia, que emprendió en Argentina una odisea signada por batallas desafiantes. Lejos quedaron los impactos, aunque la mujer de hoy integra a la niña, atravesada por la dificultad en el lenguaje, el amor de los hermanos, la pérdida del padre, el trabajo duro en la fábrica y las huellas siempre presentes de un pasado colmado de claroscuros argentinos.
Fue durante muchos años, que María intentó descifrar sus pesadillas recurrentes y las emociones que marcaron su existencia. Mucho tiempo le llevó descubrir que el camino del arte era el que la llevaría a encontrar la punta de un gran ovillo escondido dentro de ella: “Tirar de ese pequeño hilo requirió vulnerabilidad y miedo, lo que pudo haberme llevado al fracaso o al rechazo que ya había vivido, pero mi inconsciencia fue mi mejor aliada”, reflexiona.
“Mi primera terapeuta, Silvia, me llamaba Pulgarcita porque veía en mí a alguien que marcaría su propio camino y el de los demás. Este proceso fue desafiante y esencial para descubrir qué podía ser y crear, especialmente a mis mujeres con sus virtudes y pocos defectos. Mis obras, mis mujeres, las hice con materiales nobles como el mármol, la madera perfumada y la arcilla, que puedo modelar y cambiar”, continúa María, quien en Girona, España, estará participando en una muestra en la galería Essences. Esta será una exhibición colectiva en la que también participarán el escultor japonés Hiroshi Kitamura, María Mercader y Silvia Hornig. Además, este año expondrá en CHROMA 2024, Miami, en Lucid Art Gallery. “Estoy comprometida con estas muestras que me permiten explorar diferentes contextos culturales y artísticos. Mi arte es una forma de transmitir lo que tengo dentro, enfrenté muchos desafíos internos. Me encantaría que los jóvenes artistas vean algo en mi trabajo, como yo lo vi en mis maestros, y que esto continúe un camino donde el arte sea casi infinito”.
“Como artista, intento compartir una mirada que le dé una nueva perspectiva a todo. Busco encontrar la esencia de las cosas, las emociones y lo que me rodea, haciendo que valga la pena arriesgarse”, dice pensativa. “Seguí un camino diferente, saliendo de lo que no me gustaba, y elegí continuar sin parar. Encontré finalmente identidad y valorización, algo que nadie me había dado antes. ¿Fue suerte? Soy una persona con suerte, eso sí”, concluye.
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