Paradojas de la historia, el edificio art déco que albergó la irreverente aventura de Natalio Botana hoy es sede de la Superintendencia de Administración de la Policía Federal. Aun así, en sus salones se pueden imaginar las huellas de ese diario que reunió a genios tan disímiles como Borges y Arlt y que fue símbolo de modernidad.
Por Javier Drovetto / Fotos de Claudio Larrea
Hay que imaginarse a un chico de 16 años escapando de un seminario jesuita de Montevideo para ir a la guerra. Hay que imaginarse a ese chico montando en el caballo que un sirviente negro de su familia estanciera le acercó para concretar una fuga en medio de la guerra civil uruguaya de 1904. Hay que imaginarse a ese chico cargando un fusil Mauser de cuatro kilos y un metro de largo para engrosar la tropa del ejército nacionalista al mando del caudillo Aparicio Saravia. Ese chico es Natalio Botana en su adolescencia, cuando ya hacía un periodismo que incomodaba: había sido castigado por las autoridades de esa escuela religiosa por ser el director y único redactor de una revista a la que llamó El Mosquito Bomba y de la que lo único que se sabe es que irritaba a los religiosos del seminario.
A los 16 años, el creador del diario Crítica ya no era un pibe común. Por qué fundaría un diario común y no el irreverente, popular, moderno e influyente vespertino porteño que creó en 1913. Por qué reuniría un staff de periodistas sumisos y desconocidos y no apostaría por sentar en una misma redacción a Jorge Luis Borges, Roberto Arlt, Raúl González Tuñón, Emilio Pettoruti y Conrado Nalé Roxlo. Por qué creer que cuando compró un terreno en Avenida de Mayo 1333 haría un edificio tradicional y no revolucionaría la arquitectura de la ciudad con siete pisos modernos de art déco, lujosos en su interior, capaces de recibir a la redacción y a los talleres de un diario que había nacido con una tirada de 5.000 ejemplares y llegaría a los 800.000 en 1939.
Botana era un hombre muy político, un cronista moderno e irrespetuoso y un lector sediento. Era un hombre adicto a la innovación y no toleraba que lo que hiciese provocara indiferencia. Y Crítica fue lo que fue Botana. Porque el diario fue para Botana una extensión de su ser. “Era un hombre entregado en cuerpo y alma al diario. No hacía otra cosa en su vida y no quería hacer otra cosa”, afirma Álvaro Abós, escritor y biógrafo de Botana. Desde Madrid, Alicia Villoldo, nuera de Botana, describe algo parecido: “Natalio tenía una relación absoluta con el diario, controlaba todo el proceso de edición y escribía muchas notas, pero no firmaba ninguna. Si era necesario se quedaba a dormir en el diario”.
Botana y Crítica se hicieron de abajo. Botana llegó a Buenos Aires en 1911, a los 23 años, y se hospedó en una pensión barata. Su primer trabajo respondió al pedido de un cartel que decía “Carga. Se buscan hombres”, narra Abós en la biografía titulada El tábano. Ese empleo le duró minutos. En su primer día de trabajo, Botana, que ya había escrito en diarios montevideanos, se cruzó con un exiliado político uruguayo al que conocía y lo hizo entrar como cronista en El Diario, un periódico de los Lainez. De esa redacción se fue por un entredicho con la conducción periodística: lo habían mandado a cubrir la llegada de un barco para hacer una nota social y volvió con una crónica de un accidente en el que habían muerto seis obreros.
En La Razón, el principal diario del momento, tuvo más protagonismo. Uno de sus hijos, Helvio Botana, cuenta en sus memorias que su papá estaba encargado de sociales, una tarea que en esa época daba estatus pero que “para papito era inconcebible”. Un día publicó una nota que insultaba la sección: “De Florencia, Italia, acaba de llegar en un viaje de estudios el distinguido escritor señor Dante Alighieri, autor entre otras cosas de la Divina Comedia. Viaja con su distinguida esposa doña Beatriz”. Las anécdotas sirven para ilustrar que Botana quería gobernar lo que escribiese, quería salir del encorsetamiento al que se sometían los diarios. Quería editar un diario.
No está claro cómo Botana consiguió los $ 5.000 necesarios para el primer número del vespertino que salió a la calle el 15 de septiembre de 1913. Dicen que consiguió apoyo a partir de una carta de recomendación del dos veces gobernador bonaerense y político conservador Marcelino Ugarte. Dicen que directamente fue Ugarte el que le dio ese dinero. Dicen que el financista fue Adolfo Berro, nieto de un ex presidente uruguayo. En lo que todos coinciden es en que lo difícil fue sostener el diario durante los primeros años. De las oficinas montadas en Sarmiento 821 se mudaron a Sarmiento 333, Corrientes 526, Avenida de Mayo 1298 y Cangallo 787. La rotación responde a una única razón: la redacción se iba cuando recibía la orden de desalojo.
Ya en los primeros años de la década del 20, Crítica empieza a hacer pie desde el punto de vista económico. Los canillitas boicotean durante 10 meses La Prensa para reclamarle un mayor porcentaje del precio de tapa, Crítica pasa a tener rotativa propia y Botana profundiza las innovaciones periodísticas. De los 9.000 ejemplares diarios que vendía en los primeros años pasa a superar los 140.000. El diario ya no pasaba desapercibido e irrumpía repleto de modernidad.
Abós considera que Crítica transformó la monotonía de los diarios del siglo XIX, jerarquizó la titulación para destacar el tema del día, propuso compartir el texto con imágenes, les dio importancia a la caricatura y a la ilustración y ordenó la estructura interna del diario en secciones fijas. “En el estilo de escritura, la innovación que produjo Crítica fue decisiva: consistió en destacar la narratividad de la noticia –señala Abós–. Cada noticia pasó a ser una pequeña novela en la que el periodista dosificaba información y comentarios para retener al lector”.
Botana entiende que para sostener un diario debe conseguir algo que parece obvio pero que muchos diarios financiados por partidos políticos descuidaban: los lectores. “Para sobrevivir en el mercado periodístico de los años 20 y, al mismo tiempo, incidir en la opinión pública, es necesario ensayar otro modelo, que conjugue en sí mismo popularidad y estrategias de intervención en las decisiones políticas no solo de los políticos, sino también en las de quienes los votan”, explica Sylvia Saítta, investigadora del Conicet y autora del libro Regueros de tinta, sobre la historia de Crítica. Y es durante la búsqueda de ese equilibrio cuando aparecen las propuestas periodísticas más jugadas de Crítica. Y, al mismo tiempo, ese equilibrio es el que le permite a Botana tener la libertad económica de confiar en su olfato para contratar a periodistas y escritores jóvenes que terminarán por consolidar el mítico Crítica.
Ejemplificar cómo Crítica profundiza su propuesta popular es sencillo: organiza bailes, ofrece vales de comida a los hombres sin trabajo, regala juguetes a los chicos y distribuye máquinas de coser entre las mujeres. Y toda esa acción social queda registrada en crónicas que se publican en el diario. Internamente, a esa sección la llaman Miseria y los redactores se ocupan de atender a la gente para después poder escribir las notas o reproducir los diálogos, que convierten al propio diario en noticia y que son llevados al extremo de lo inverosímil:
“Hoy se nos ha presentado un caso de lo más interesante, el cual ha de ser sin duda aprovechado por aquellas personas que a diario nos escriben preguntándonos si Crítica tiene algún niño para regalar. […] Es el caso de este: una mujer joven, llamada Ángela Paso, que no tiene familia ni hogar, regala una hijita suya que cuenta con 15 días de edad”.
Mientras alimentaba ese perfil, Botana se propuso regar la redacción de buenas plumas. Para escribir las crónicas policiales llama a Arlt, para las críticas de arte convoca a Emilio Pettoruti, a Raúl Gonzalez Tuñón le encarga crónicas porteñas y de viajes, y a Borges le pide que edite la Revista Multicolor de los Sábados junto a Ulyses Petit de Murat. En la biografía de Botana, Abós enumera 145 escritores que fueron colaboradores de Crítica. “Natalio tenía un olfato especial para descubrir talentos, a quienes contrataba generosamente. Quería que Crítica fuera un diario muy popular, pero también el mejor escrito”, considera Villoldo.
Varios autores recuerdan en sus memorias o escritos autobiográficos el primer día en Crítica. En Un pintor ante el espejo, Pettoruti describe que en la redacción lo recibió el Negro Cipriano, el sirviente que ayudó a Botana a escapar del seminario y que luego hizo viajar a Buenos Aires. Cuenta que la redacción “rebosaba de gente” y que tuvo que subir las escaleras hasta el primer piso, donde estaba la dirección. “Cómodamente sentado en un sillón, leyendo, se encontraba Botana, personaje del que se hacían lenguas medio Buenos Aires; vestía una amplia camisa de seda blanca y tenía una pistola en el cinto. Me recibió con gran cordialidad y empezó la charla; 10 minutos después llamó a su Negro para advertirle que no estaba para nadie, hasta que yo partiese. Cayó la noche y seguíamos conversando”.
Del aporte que le dio a la redacción esa larga lista de escritores y críticos hay muchos testimonios, de los sensacionalistas y de los que se eternizaron como grandes obras de la narrativa.
De Arlt hay una crónica jugosa de cómo Crítica proponía romper reglas, convertirse en protagonista y mantener un guiño constante con el lector. La nota es sobre una mujer que llama al diario para avisar que se iba a suicidar y para pedir que un fotógrafo y un periodista retrataran su historia en el diario. En un tramo de la crónica, Arlt cuenta:
“Entré y de pronto me encontré frente a una mujer envuelta en un déshabillé japonés, una especie de kimono. Era María Augusta Montecucchi. Y frente al rostro esta mujer levanta su revólver de manera que yo estaba encañonado como un vulgar ratero sorprendido en una aventura de hurto. «No se mueva», me gritó la loca y con el brazo temblando cerró la puerta, luego le dio una vuelta de llave a la cerradura y en el pasadizo oscuro quedamos frente a frente, la mujer y yo”.
Y para Borges, la Revista Multicolor fue un espacio donde publicar textos propios, como una serie de cuentos policiales y de ficciones que después conformaron el libro Historia universal de la infamia, que según cuenta Saítta, para Borges fueron “un ejercicio de prosa narrativa”, que en 1933 llegaron a los 300.000 lectores de Crítica.
Así como a los 16 años tomaba un fusil para participar en el alzamiento contra el presidente uruguayo José Batlle, Botana no escondió subjetividades políticas en Crítica. “¡Dios salve a la República!”, fue el título en letras grandes que llevó la tapa de Crítica del 12 de octubre de 1916. Ese día asumía la presidencia el radical Hipólito Yrigoyen y Botana había tildado de “plaga” al radicalismo. Al golpe del 1930, cuando José Félix Uriburu derrocó a Yrigoyen de su segunda presidencia, Crítica lo saludó con un título del que luego se arrepentiría: “Revolución”. Para respaldar la campaña de 1929 del Partido Socialista Independiente, el diario directamente hizo un llamado a suscribir a un fondo electoral. Y los días siguientes describió en sus páginas los diálogos que tenían los periodistas con las personas que se acercaban a colaborar: “¿Por qué traés los cinco pesos? Porque Crítica dijo que los socialistas necesitaban plata”, narran en una crónica de la edición del 8 de febrero de 1930.
El recorrido político de Crítica nunca fue lineal y al diario se le reconocen grandes tapas, como las condenas prematuras a las dictaduras de Hitler y Mussolini. Saítta señala que “el insulto constante al Kaiser provoca la pérdida de los avisos publicitarios de algunos comercios alemanes” y “las caricaturas de sus dibujantes en favor de la causa aliada le valen el reconocimiento de la prensa internacional”. En 1932, después del cierre ordenado por Uriburu, reabre Crítica y reaparece el diario. Botana, que pasó un mes preso, regresa del exilio y ordena publicar una breve aclaración durante dos semanas: “Este diario estuvo clausurado desde el 6 de mayo hasta el 20 de febrero de 1932 por orden del dictador Uriburu. Prefirió morir a convivir con la tiranía. Sus talleres fueron clausurados. Su director y sus redactores, encarcelados, y algunos de ellos sufrieron tormentos en los calabozos trianguladores”.
El 15 de septiembre de 1939, Crítica alcanza su máxima tirada: 811.258 ejemplares, según documenta Abós en la biografía de Botana. Apenas dos años después, el creador y director de Crítica se mata en un accidente de tránsito en Jujuy. Botana era un magnate de los medios: transmitía noticieros en los cines, tenía espacios de radio y había fundado otros diarios con distinta suerte. “Natalio estaba construyendo un imperio multimedia que su muerte frustró”, señala Villoldo. Botana se movía en autos Rolls Royce, tenía una quinta en Don Torcuato con faisanes de varias partes del mundo y había hecho construir la redacción más lujosa de la época. Tenía apenas 52 años y Crítica 27. Al día siguiente de la muerte de Botana, el diario lleva en la tapa un título sobrio: “Ha muerto Natalio Botana”. En un recuadro de esa primera plana, un periodista encuentra una historia que calza a la perfección: la de un canillita al que le falta una pierna pero en muletas, repiqueteando, acompaña el cortejo fúnebre durante 20 cuadras, de Retiro a la redacción de Avenida de Mayo 1333. Es la despedida de un hombre y el comienzo del final de un diario que se editó durante 20 años más, pero que desde la muerte de Botana y según las palabras de Abós, fueron “una larga decadencia”.
Historia de un edificio
Crítica tuvo seis sedes antes de inaugurar el edificio emblemático y definitivo de Avenida de Mayo 1333. Natalio Botana compró el predio con un objetivo claro: tirar abajo la casa que había y levantar un edificio imponente que pudiera alojar una redacción en crecimiento y unas rotativas importadas que permitirían imprimir 300.000 ejemplares por hora. Botana les encargó el proyecto a los arquitectos húngaros Jorge y Andrés Kálnay, que habían cobrado fama por la cervecería Munich de Costanera Sur, entre otras obras. Los hermanos levantaron en dos años un edificio de siete pisos, dos subsuelos y 4.500 metros cuadrados cubiertos. “En la Avenida de Mayo estaban las redacciones de los diarios más importantes, ¿cómo no iba a estar Crítica”, apunta Alicia Villoldo, nuera de Botana. La construcción rompió el tradicional estilo neoclásico de la avenida e incorporó el art déco que en esos años revolucionaba la arquitectura de vanguardia en el mundo. Los Kálnay incorporaron diseños de las culturas precolombinas y figuras de hombres y mujeres erguidas sobre columnas. Sobre un mármol negro, encima de la puerta de entrada, aparece el eslogan del diario: “Dios me puso sobre vuestra ciudad como a un tábano sobre un noble caballo para picarlo y mantenerlo despierto. Sócrates”. La imponente fachada era compatible con el lujo interno. El despacho de Botana estaba en el primer piso, forrado en madera, jerarquizado del resto del edificio por el gran ventanal del balcón y una especie de palcos orientados hacia su escritorio. La inauguración fue el 1 de septiembre de 1927. Los lujos no fueron solo para el director; los periodistas tenían consultorios médicos, peluquería, gimnasio, restaurante, y sus puestos de trabajo permitían plegar y esconder bajo el escritorio las máquinas de escribir. Fue un edificio pensado para ser la sede de un diario. Desde la calle se podían ver las rotativas y unas pizarras en las que, a cada hora, se actualizaban las noticias. Y, en la cúpula, Botana mandó instalar una sirena que hacía sonar ante acontecimientos importantes. Desde hace varios años, en la sede de Crítica funciona la Superintendencia de Administración de la Policía Federal, pero el edificio conserva su originalidad.
LA NACION