Adriana Lerman encontró en los papeles que dejó su abuelo Salomón una historia fascinante y escribió con ellos un libro en el que recrea cómo él logró escapar del antisemitismo europeo y cómo perdió gran parte de su familia en la Segunda Guerra Mundial
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Salomón Lerman nació en Polonia en 1908 y llegó a la Argentina en 1938. Se estableció en Buenos Aires, donde se casó y tuvo dos hijos. Además, a fuerza de trabajo pudo prosperar económicamente. Fue, entre otras cosas, el amoroso ‘zeide’ (abuelo) de Adriana, con quien mantuvo una relación de proximidad hasta el momento de su muerte, en 2002, a la edad de 94 años. Lo que no sabía la nieta de Salomón ni ninguno de sus descendientes era que este inmigrante judío europeo llevaba consigo el dolor de una trágica historia, relacionada con la salida traumática de su país para escapar del antisemitismo y el posterior exterminio de casi la totalidad de su familia polaca por parte de los nazis.
Si bien el abuelo Lerman jamás dijo una palabra acerca de su pasado, él sí dejó documentos que daban constancia de sus desventuras y del calvario vivido por sus parientes. Esos archivos fueron rescatados años después por Adriana y su papá Natalio, que se internaron en una investigación para desentrañar la historia de Salomón. El resultado de esta exploración está narrado en el libro El dolor de estar vivo; una historia real de coraje en tiempos del nazismo, escrito por la propia Adriana Lerman. Farmacéutica de profesión, decidió volcarse a la escritura para darle visibilidad a la experiencia de su ‘Zeide’. “Quiero sacar a él y a los suyos del olvido. Es mi manera de que estén presentes y de preservar su memoria”, dice a LA NACION la autora.
Además, como si el destino hubiera dibujado una parábola macabra, un primo de Adriana fue asesinado el 7 de octubre de 2023, cuando los terroristas de Hamás invadieron territorio del sur de Israel e irrumpieron en una fiesta electrónica para ejecutar una masacre. “Pareciera que cada generación está obligada otra vez a sentir dolor”, señala la escritora.
Papeles del pasado
“Yo no sabía absolutamente nada de la vida de mi abuelo. Ni de su infancia, ni de su adolescencia, ni de su juventud”, es lo primero que dice Adriana, de 53 años, cuando dialoga con este medio. Luego cuenta que, para ella, Salomón era un abuelo “típico de una familia judía tradicional”. Añade: “Era muy cercano a mí. Tengo recuerdos divinos, desde vacaciones juntos hasta festividades judías. Estuvo en cada cumple, en mi bat mitzvá, cuando me casé. Estaba súper presente. Tenía un vínculo muy especial con él”.
–Adriana, ¿cómo y cuándo empezás a conocer como fue la vida de tu abuelo antes de llegar a la Argentina?
–Mi abuelo falleció el 4 de junio de 2002 y una vez que ocurrió esto mi padre, Natalio, encontró entre sus pertenencias una carpeta llena de papeles viejos, desordenados. Más de 120 documentos en varios idiomas: francés, hebreo, idish y polaco. Además, había un libro, el Yizkor Book, escrito en idish que era el memorial de lo que habían sufrido con los nazis las familias de Ostrowiec, la ciudad polaca donde vivió mi abuelo. Él había sido parte del comité de redacción de este libro en Buenos Aires, que era del año 1949 y había escrito incluso un capítulo entero donde contó la tragedia familiar. Mi papá encontró también una foto de él con otra gente en ese libro.
–¿Ahí te sumaste a investigar?
–No. Mi papá también escondió los documentos. Fue un impacto muy grande para él. Le agarró ansiedad y lo canalizó como pudo. Fue armando árboles genealógicos de la familia. En los tiempos de la pandemia le pregunté por los documentos del zeide, “¿Por qué no me vas pasando esos documentos? ¿Te acordás?” Empecé a investigar a partir de esos papeles, las cartas, los certificados, las fotos... empezamos con mi papá. Fue una tarea de a dos. Nos pasamos traduciendo (él hablaba idish, yo soy profesora de Hebreo), interpretando... cuando empecé, no pude parar. Lo que empezó como una investigación terminó convirtiéndose en un libro. Me puse a escribir porque era la forma de poder saber qué había pasado... el libro lo publicó en 2022 la editorial El Ateneo.
Una sombra comienza a recorrer Europa
Adriana recreó en su libro los años de juventud de su abuelo, que nació el 21 de enero de 1908 y fue bautizado Szlama, que significa Salomón en polaco. Aunque también era llamado Shlomo, que era el mismo nombre en idish. Su niñez y parte de su juventud transcurrieron en el shtetl -pequeño pueblo judío- de Ozarow, a unos 200 kilómetros al sudeste de Varsovia. “Descubrí de qué se ocupaba: era comerciante de feria -cuenta la biógrafa de su abuelo-. Para ganarse la vida vendía mercadería. Creemos que era indumentaria. En su pueblo y en otros donde también iba a comerciar”.
Cuando Salomón tenía alrededor de 25 años, comenzó a erigirse sobre su pueblo el principio de la sombra más oscura que atravesó el siglo XX. Explica Adriana Lerman: “Para el año 1933 ya comienza a haber progroms (ataques violentos contra los judíos) en Polonia. Todo el mundo piensa que el nazismo empieza cuando lo hace la Segunda Guerra Mundial (en 1939). Pero fue mucho antes. No es casualidad que en 1933 empiezan esos progroms, porque el 30 de enero de ese año sube (Adolf) Hitler como canciller de Alemania. Entonces, empieza a influenciar al resto de los países y poblaciones de Europa, donde ya había un caldo de cultivo importante”.
“Mi abuelo empieza a sentirse atacado -continúa Adriana-, porque, ¿sabés qué hacían? Justamente venían los campesinos polacos a estas ferias y los atacaban, les robaban mercadería, los golpeaban. Lo que cuento en mi libro es justamente la lucha de mi abuelo para poder escapar del antisemitismo”.
–Adriana, además de los progroms, ¿cómo se manifiesta ese antisemitismo en Polonia?
-Para 1935 tenemos las leyes de Nüremberg (en Alemania se prohibía el casamiento y las relaciones entre judíos y personas “de sangre o con parentesco alemán”) y con esto avanza cada vez más el antisemitismo por todos lados. Los empiezan a echar de la vía pública, no les dan créditos, agravian a los artistas judíos, no se los admite en lugares... incluso algo que es terrible en Polonia son “los bancos guetos”, que a los judíos no se les permitía estar sentados en las aulas de las universidades. Tenían que estar parados atrás y en el lado izquierdo para escuchar las clases.
Pensar en escapar
–¿Todo eso originó el deseo de Salomón de escapar de Polonia?
–Totalmente. Mi abuelo no se queda de brazos cruzados. Toma las riendas y dice: “De acá me tengo que ir”. Pero se encuentra con un montón de obstáculos.
–¿Qué tipo de obstáculos?
–Mirá, algo que yo tampoco sabía de mi abuelo es que era en su juventud muy sionista. Lo primero que él piensa para salir de Polonia es que va a hacer aliá, que es retornar a Sion, que es donde actualmente se encuentra el Estado de Israel, que en ese momento estaba bajo mando británico. Pero esa fue su primera puerta cerrada porque los británicos cerraron la entrada por los levantamientos árabes. Esto le ocurre en 1935.
–¿Entonces cómo logró salir de su país?
–En esa época no existían las visas de inmigrantes, así que mi abuelo tenía que pensar en algún tipo de ingenio para poder salir de Polonia. El que leyó el libro puede saber toda la artimaña que desarrolla para escaparse a Francia: para poder irse compra una excursión, un boleto como turista, con la excusa de ver la Exposición Internacional en París, y se queda en esa ciudad como ilegal. Fijate hasta donde llega.
Problemas en París
–¿En qué año se fue a París?
–En octubre de 1937. Después tiene muchos problemas allí porque ni bien llega a París le llega la intimación porque lo quieren echar. Él tiene que luchar. Es la historia de un refugiado, es un judío que es echado de todos lados, que no encuentra su lugar. Pero esto de que no lo dejaran quedarse en Francia lo llevó a buscar otro camino. Si hubiera quedado allí, no sabemos qué habría pasado, porque claramente los nazis también llegaron ahí.
–Su familia, mientras tanto, permanecía en Polonia. La madre, los hermanos, los sobrinos, ¿ellos no tenían oportunidad, o no pensaron en irse?
–Uno piensa por qué no se fueron, por qué se quedaron. Y bueno, el resto de los hermanos estaban casados, tenían familia, tenían hijos, tenían comercio. Tenían su vida... ¿quién iba a pensar que iba a suceder una catástrofe tan grande como el holocausto?. Es algo que no entra en cualquier cabeza. Todavía es difícil de creer. Mi abuelo tuvo como cierta intuición de decir: “De acá me tengo que ir. No me gusta lo que veo”.
–Él además tenía una novia en Polonia
–Tenía una novia. Una historia de amor fascinante. No sabíamos nada de eso, asombró a toda la familia. Estaba comprometido, además, no era una novia cualquiera. El destino lo llevó por otro lado. Le tocó vivir la ruptura con su novia, llegar acá y hacer otro camino.
Ilegal en la Argentina
–¿Cómo llegó a la Argentina?
–En Francia no le fue fácil. Tuvo que contestar a las intimaciones, presentarse muchas veces, fue terrible. Fue angustiante mientras investigaba seguir su carrera contra reloj, porque los años seguían pasando. Empieza en 1933 que tenía 25 años y estamos en 1938, que sigue en Francia. Ya tenía 30. Estaba trabajando en una fábrica de ropa. A la Argentina llega de manera ilegal, porque termina consiguiendo una visa al Paraguay en tránsito en Montevideo. Él quería entrar acá porque tenía amigos, pero Argentina era un lugar imposible para ingresar de manera legal, porque estaba la circular 11, que daba órdenes expresas a los cónsules para no dejar entrar a los judíos.
–¿Cómo hizo entonces?
–Entró cruzando desde Carmelo, Uruguay, por el Tigre. En una lancha camuflada. La única forma que tenía. Uno piensa qué duro habrá sido, con miedo a que te atrapen... fue muy difícil.
–¿Cómo fue su vida en Buenos Aires?
–Al principio se las rebuscaba como podía. Era cuentenik, quiere decir que iba vendiendo de puerta a puerta. De a poquito fue saliendo adelante, pero fue muy duro. Estaba solo acá, lejos de su familia. Él tenía tremenda correspondencia con ellos, se enviaban cartas cada dos semanas y empieza la guerra y eso se corta. Imaginate el dolor de no saber nada de ellos. Nada.
Guerra y silencio
En este momento de la charla, Adriana Lerman exhibe un documento que define como “el alma de mi libro”. Es una carta manuscrita escrita para Salomón por su familia, con fecha del 6 de febrero de 1939. Unos siete meses antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial que arrancó, precisamente, con la invasión alemana a Polonia el 1 de septiembre de 1939.
Aunque ya había expresiones de antisemitismo en Polonia, a partir de esa fecha, se desató el horror que se extendió, bajo el dominio alemán, a varios países europeos. Los campos de concentración. El holocausto. En palabras de Adriana: “Una maquinaria nazi que fue ideada para asesinar judíos. Se los llevaba en trenes, se les decía que se les iba a dar trabajo y finalmente eran asesinados en cámaras de gas”.
Durante la guerra, sin embargo, nada de este mecanismo criminal había salido a la luz. Eso recién sucedió con la caída de los nazis, a medida que los rusos o las tropas aliadas recuperaban -desde fines de 1944 y los primeros meses de 1945- los países invadidos y descubrían, con espanto, los distintos centros de exterminio. Y las funestas noticias llegaban de a poco a Buenos Aires.
Las listas de sobrevivientes
–Adriana, ¿cómo supo tu abuelo el destino de sus familiares?
–Había listas. La idishe presse (periódicos judíos escritos en idish) informaba dónde se exponían las listas de los sobrevivientes. En general se exhibían en las instituciones judías. Los periódicos avisaban a medida que iban llegando. Me imagino lo que debe haber sido la ansiedad buscar en esos listados y no encontrar a nadie de su enorme familia... solo apareció su hermano Chil Majer Lerman y uno solo de sus cuatro hijos (sobrino de Salomón), Levi.
–¿Cuántas hermanas perdió Salomón en la shoá?
–Él tenía tres hermanas. Una falleció antes de la guerra y las otras, Jaye Rywka y Aidel, fueron asesinadas en el campo de concentración de Treblinka. Y su madre también fue asesinada allí. Al igual que muchos sobrinos. Porque las hermanas de mi abuelo tenían hijos. Eran muchos sobrinos, también tenía tíos, porque su madre tenía como cuatro hermanos... muchos primos. Si me preguntás, ese fue el gran dolor de él. El de haber perdido a su familia. Guardó ese dolor profundo adentro. Dijo: “Yo tengo que salir adelante y formar acá una familia”.
El reencuentro con su hermano
–El hermano de Salomón y su sobrino llegaron a Buenos Aires después de la guerra, ¿cómo fue ese reencuentro?
–Debe haber sido algo tremendo. En 1937 mi abuelo vivió en la casa de su hermano en Ostrowiec, hasta que se va a París. Y se reencuentra con su hermano acá en 1947. Es decir, 10 años más tarde. Imaginate todo lo que pasaron. Por un lado, el hermano y su sobrino y la tragedia tremenda del holocausto. Estuvieron en cinco campos de concentración. Incluyendo Auschwitz, donde fueron tatuados y terminaron en Bergen Belsen, donde fueron liberados en 1945. Y por otro lado la tragedia de mi abuelo, del desarraigo, la soledad, la pérdida.
–¿Era más fácil en ese tiempo ingresar a la Argentina para los sobrevivientes o seguía siendo complicado como cuando ingresó Salomón?
–No era fácil. Seguía habiendo trabas. La guerra terminó en 1945 y a mi abuelo le costó dos años traer a su hermano y al sobrino. Seguía vigente la circular 11 y estaba el funcionario antisemita Santiago Peralta al frente del departamento de migraciones. En el libro, que lo escribí en primera persona, mi abuelo dice: “es más fácil ingresar a la Argentina como criminal nazi y colaboracionista, para lo cual incluso cuentan con apoyo y logística, que como judío sobreviviente del holocausto”.
Aún con todo el dolor a cuestas, Salomón hizo su vida en Buenos Aires. En 1942 se casó con Sara, que también era judía polaca y en 1943 nació su hijo mayor, Natalio, el papá de Adriana. También fue prosperando en el trabajo. “Su historia es dura pero también esperanzadora, tiene su parte de resiliencia, de armar acá una nueva familia, de poder seguir adelante a pesar de la tragedia, como le pudo haber pasado a tantos otros”, resume Adriana.
Una nueva tragedia, más cercana
Pero más allá de este espíritu de resiliencia que demostró su abuelo, y que ella transmitió en el libro, la escritora deja caer una reflexión: “El antisemitismo no terminó con la shoá, sino que siguió después. Lo vemos hasta el día de hoy”. Enseguida, surge una noticia no deseada. El siete de octubre de 2023, en la masacre que realizó el grupo terrorista Hamás en el sur de Israel, fue asesinado su primo, Matías Burstein. “El hijo de la única prima de mi mamá, que se llama Fanny -cuenta Adriana-. Ese día fue a ese concierto Nova, con su esposa, y fueron asesinados los dos. Dejaron dos niñas huérfanos. Una gran tragedia. Terrible”.
–¿Ellos vivían allá?
-Habían hecho el aliá hace como 20 años. Nacieron en la Argentina, pero decidieron ir allá porque no estaban bien económicamente. De hecho, ni siquiera vivían en el sur de Israel, vivían en Carmiel (en el norte). Cuando me enteré no pude dejar de llorar. Lloré a mares. Había estado con ellos ese mismo año, que hice un viaje a Israel. Hasta el día de hoy no puedo concebir lo que pasó. No solamente que hayan asesinado a Matías, que hayan asesinado a 1400 civiles inocentes y que hayan entrado a Israel violando la soberanía. Un shock terrible.
–¿Sentís que son horrores que se repiten?
–Lo único que digo es que pareciera que cada generación estuviera obligada otra vez a sentir dolor. Mi abuelo sintió ese dolor terrible que no tiene comparación que fue el holocausto, pero el 7 de octubre fue una masacre enorme solo comparable a las peores prácticas del holocausto. Fue terrible. Pero así como nos levantamos de las cenizas después del holocausto, nos vamos a volver a levantar. Es muy duro, la verdad y estamos sufriendo todos. Los de la colectividad y quienes no lo son. Todo el mundo libre y democrático.
“Reparar el mundo”
–Para cerrar con algo lindo, contame cómo fue recibido el libro sobre la historia de tu abuelo
–Es una historia que para los argentinos, muchos que somos hijos de inmigrantes, tienen algo que se identifican con este refugiado, por eso te recalco que no solo va a la comunidad judía. La gente me deja mails, mensajes, se crea una relación que me llena el alma. Muchos chicos de colegio secundario han hecho trabajos con El dolor de estar vivo. Sirve para enseñar. Para transmitir lo que decimos en hebreo tikun olam, que quiere decir “reparar el mundo”, crear un mundo mejor. Si esto sirve para eso, la verdad, estoy muy agradecida.
–¿Seguirás indagando en la historia familiar?
–Estoy escribiendo la segunda historia, para contar qué fue lo que pasó con el hermano de mi abuelo, Chill Majer y con su sobrino. Quiero sacarlos a todos del olvido. Es mi manera de que estén presentes y de preservar la memoria de todos ellos.
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