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Gracias al recuerdo de Lucio Vicente López, nieto de Vicente López y Planes, podemos conocer los pormenores de la creación de la canción que se convirtió en el Himno Nacional Argentino. Hoy se sabe que algunas de las afirmaciones hechas por el nieto en 1884 no se corresponden con la realidad de lo que ocurrió, quedan sabrosos detalles para compartir. También sumaremos alguna información aportada por Vicente Fidel López, hijo del autor del Himno y padre de Lucio.
En marzo de 1813, La Asamblea del Año XIII comisionó a Vicente López y Planes —28 años, hombre de leyes, capitán de Patricios y también dotado para la poesía— para que presentara una marcha nacional, en reemplazo de la que venía interpretándose desde junio de 1812, que había sido obra del padre Cayetano Rodríguez. López era diputado de la Asamblea y tenía un antecedente muy valorado. En 1807 no solo había enfrentado a los ingleses que llegaron con Whitelocke, sino que también había escrito un poema épico titulado “Triunfo Argentino”.
El halago de ser elegido para escribir la canción principal de la Patria chocó con la falta de inspiración. Cada palabra debía expresar el vaivén de sentimientos que invadía a todos, con un pueblo motivado por las victorias de Belgrano en Tucumán y Salta, pero también con la incertidumbre de del devenir de la guerra. López tenía que encontrar las estrofas que exaltaran el patriotismo mientras se derramaba la sangre de nuestros valientes.
Buscando desesperadamente inspiración
Soltó versos, pero nada lo conformaba. Su cumpleaños número veintinueve (el 3 de mayo) lo encontró en la incertidumbre, perdido en el medio de estrofas que no satisfacían su aspiraciones. El sábado 8 de mayo, “se puso su frac de grandes cuellos y solapas —narró su nieto Lucio—, abierto sobre la esponjada pechera de valencianas, se cubrió en su capa roja y atravesando la calle solitaria del Perú, casi obscura entonces y con no pocos pantanos, llegó á las puertas de la casa de comedias”.
El Coliseo Provisorio, único teatro de aquel tiempo, se encontraba en la actual calle Reconquista y Perón, a siete cuadras de la casa de los López, situada en Perú 295 (hoy Perú 299, esquina Moreno). Una característica de la casona familiar eran las higueras. Habían sido plantadas por el poeta y su padre, don Domingo López. La propiedad fue conservada por décadas. Tengamos en cuenta que en un cuarto de esa casa nació el autor del Himno y en el mismo cuarto murió a la edad de 72 años.
Según la narración provista por Lucio, al caer el telón del segundo acto de la obra, Vicente López y Planes, “deshaciéndose de sus amigos que procuraban retenerlo, salió del teatro con cerebro ardiente, el corazón palpitante, el pecho henchido de inspiración. Puede decirse que el himno había nacido desde aquel momento”.
Sin duda, su cabeza necesitaba un respiro, un recreo, para luego sí, dar rienda suelta a la inspiración. “Por la calle, López, con paso acelerado, procuraba llegar pronto a su casa, porque las estrofas, unas detrás de las otras, se presentaban á sus labios, se amontonaban y desparramaban buscando la hoja de papel en que debían vaciarse”.
Eran las diez de la noche. Llegó a su casa donde todos dormían. Se ubicó en la segunda habitación de la entrada, encendió la vela, y se acomodó en una pequeña mesa plegable de caoba que había pertenecido a los ingleses —seguramente, propiedad de algún oficial— y que habían comprado en 1807 cuando los invasores fueron expulsados. Acomodó el tintero y comenzó volcar en el papel los versos. Imaginaba que estaba en el balcón del Cabildo y hablaba al pueblo. El entusiasmo lo mantuvo despierto toda la noche. Al día siguiente, cuando sintió que ya no había que modificar, convocó a sus amigos. Concurrieron a su casa: Esteban de Luca, también calificado para la poesía, Juan José Paso, el célebre secretario de la Primera Junta, además de triunviro y diputado a la Asamblea; y Manuel José García, entrañable compañero de estudios de López en la Universidad de Chuquisaca.
Les leyó la letra que había compuesto en esas horas y la aprobación, donde dijo Lucio que no faltaron emotivas lágrimas, fue completa. El lunes 10 presentó el texto a la Asamblea, reunida en la actual sede del Banco Provincia, en la calle San Martín, a una cuadra de la Catedral. La emoción invadió al recinto que votó por unanimidad la aceptación de los versos de la Canción Patriótica. Llegaba el tiempo de agregar la melodía. El decreto fue fechado al día siguiente, 11 de mayo.
Aquí hacemos un paréntesis para comentar que toda vez que hemos consultado a nuestros amigos músicos, nos han dicho que ellos primero crean la melodía y luego la letra. Nuestro sondeo es demasiado pequeño como para darle entidad, pero al menos destacamos que esa es la respuesta unánime que hemos recibido. En el caso del Himno, la música llegó después.
Un maestro de música contra los ingleses
Organista en los tres principales templos de la ciudad (la Catedral, la Iglesia de la Merced y la de San Ignacio), el catalán Blas Parera dirigió la orquesta del Coliseo Provisional. Daba clases particulares de solfeo, piano y violonchelo. También era maestro de música y director del coro en el Hogar de Niños Expósitos (los huérfanos de Buenos Aires) que participaba en las abundantes festividades religiosas. Solían contratarlo para las tertulias, incluso las que se hacían en Montevideo.
En 1806 el bohemio Parera debió abandonar los pentagramas y se alistó en el cuerpo de Catalanes para combatir a los ingleses. Una vez que todo volvió a la normalidad, regresó a los salones, las iglesias, el teatro y a sus clases. En aquel tiempo, ser maestro de música significaba tratar a diario con todas las niñas de la ciudad; desde las Escaladas y las Sarrateas, hasta las huérfanas del Hogar. El artista, que ya era un solterón de treinta y pico, encontró al amor entre sus alumnas. Facunda del Rey era una huérfana de 15 años que vivía en el Hogar de los Niños Expósitos y cantaba en el coro. Ella correspondió el amor del músico. Parera pidió permiso al virrey para casarse y la pareja se unió en 1809.
Se especula que el catalán trabajó dos o tres días, entre el 14 y 17 de mayo, en la composición musical. Una versión sostiene que el poeta de Luca leyó los versos en la tertulia en lo de Mariquita Sánchez de Thompson y que el pianista, que estaba presente, fue conminado esa noche a crear la melodía. Lo cierto es que el 25 de mayo ya estaba en condiciones de cantarse. El maestro cobró doscientos pesos por el trabajo, una suma interesante. El Himno se cantaba a cada rato, en los actos oficiales, en el teatro y hasta en las tertulias. Y tenía una duración total de veinte minutos. La composición terminó siendo modificada —primero en 1848 y luego en 1860— por el músico porteño Juan Pedro Esnaola, quien nació en agosto de 1808, en el tiempo en que Blas estaba enamorándose de Facunda. En 1900 se redujo la extensión a la estrofas que hoy cantamos.
La actividad del mentor de “las rotas cadenas” continuó vinculada a la política local. Fue presidente provisorio en reemplazo de Rivadavia, también gobernador de Buenos Aires y legislador. Durante años debió escribir copias de sus versos históricos a pedido de amigos que querían guardarlas como recuerdos. Como el original se ha perdido, esas copias son muy preciadas. Poseen detalles curiosos. Muchas llevan la fecha mayo de 1813, aun habiendo sido escritas en la década de 1840. Por otra parte, en algunos ejemplares ha modificado la letra. Por ejemplo, el autor ha escrito “ya su trono dignísimo alzaron”, en vez de “abrieron”. En cartas a su hijo Vicente le contaba que si tuviera la posibilidad, cambiaría algunas estrofas.
En cuanto a Parera, en 1818 no se sentía cómodo: por más que fuera el autor del Himno, era español. Incluso hubo quienes sostenían que apoyaba a los realistas. El músico sentía que su pellejo corría peligro frente a tanta efervescencia revolucionaria de los criollos. No era para menos: Liniers, héroe de las Invasiones, había sido fusilado. Álzaga, baluarte de la Defensa en 1807, ahorcado. Moreno, adalid de la corriente más extremista, envenenado. No existían garantías para nadie y Parera tomó la decisión de partir. Según la tradición oral, se escondió en la casa de Juan Larrea (el vocal de la Primera Junta) y fue llevado de allí hasta un barco adentro de un cajón que supuestamente contenía un piano vertical.
En la Península tampoco fue bienvenido. Los españoles sabían que él le había dado la música a la Marcha Patriótica de la ex colonia y, como un Himno o cualquier composición marcial son herramientas de los ejércitos, el catalán era considerado un proveedor de armas. No bien desembarcó en Cádiz se ordenó vigilarlo.
Al partir de Buenos Aires, lo hizo sin Facunda y José Manuel, un hijito de meses. Durante muchos años nuestros historiadores subrayaron que había abandonado a su familia. Sin embargo, luego de casi ciento cincuenta años de calumniarlo por su supuesta falta de los deberes matrimoniales, pudo confirmarse que Facunda y el niño viajaron algún tiempo después para unirse a Blas.
Parera se estableció con su familia —y la aumentó— en Mataró, ciudad vecina de Barcelona, donde había estudiado música durante su niñez. Murió allí el 7 de enero 1840, cuando todavía en la Argentina se cantaba la letra de López con su música, la original.
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