Se rebeló de los deseos del padre y estuvo más de tres décadas al servicio de los más chicos; al jubilarse, decidió luchar por un sueño pendiente a pesar de que le dijeran que era una locura...
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Durante su infancia, Silvia Méndez correteaba por los pastizales de los parajes rurales de Pilar, provincia de Buenos Aires, mientras fantaseaba con un futuro luminoso rodeada de niños a quienes enseñarles las maravillas y los desafíos de un mundo agridulce. Pero su padre aspiraba a algo diferente para ella, deseaba que algún día se convirtiera en escribana. Silvia, sin embargo, lejos estaba de imaginarse vistiendo trajes y ordenando escrituras y, sin más, decidió rebelarse ante el mandato. Ella, un alma sensible, amaba a los niños y su mayor sueño consistía en motivarlos y acompañarlos desde temprana edad impartiendo educación esencial y amor. “Maestra jardinera”, anunció cierto día. “Quiero ser maestra jardinera”.
Allá, por 1975, Silvia se recibió de Bachiller con Orientación Docente y luego ingresó en el Instituto Superior del Profesorado de Nivel Inicial Sara C. de Eccleston, donde aspiraba obtener su título de Profesora de Educación Preescolar, un anhelo que la llenaba de dicha opacada por la desilusión que había despertado en su padre.
Casi adolescente, Silvia develó uno de los primeros aprendizajes de vida: romper mandatos requiere de una dosis de coraje y determinación extra para resistir y no abandonar los sueños.
Las consecuencias de derrumbar un deseo ajeno: “Mi padre no me ayudaba por no haber elegido la carrera de sus sueños”
A pesar de su determinación, cumplir su deseo no fue sencillo. Para completar sus estudios, Silvia viajaba desde su hogar en Pilar hasta Palermo con los escasos recursos económicos con los que contaba. Fue así que, cada día, significaba un esfuerzo físico y emocional inmenso, pero que nunca dudó en abandonar.
“Mi padre no me ayudaba por no haber elegido la carrera de sus sueños. Había perdido a mí mamá a los 16 años y fueron mí tía y mi primo, que vivían en el barrio de Belgrano, quienes me acompañaron y me ayudaron con lo que podían para recibir mí título de Docente”, rememora Silvia.
“Yo no había asistido al jardín de infantes, solo había dos escuelas primarias cercanas a mi casa y ningún jardín”, continúa. “En los 60 el partido de Pilar era en su mayor superficie campo y solo lo unía a otros partidos y localidades la línea de tren San Martín. Allí comencé mi primaria en una escuela rural del estado”.
Tras años de esfuerzo, un buen día Silvia tuvo el título anhelado en sus manos y, con él, comenzó una nueva etapa de su vida.
Un nuevo sueño difícil de alcanzar: “Un deseo que se opacó al quedar yo como único sostén económico y emocional de mí amado hijo”
Apenas obtuvo su título, Silvia comenzó a trabajar en el jardín de infantes de un colegio privado en un barrio cercano a su casa paterna, donde residía por aquel entonces. Allí trabajó durante varios años en doble cargo: “Era fácil acceder a un cargo de maestra de jardín con el título del `Eccleston´ por su prestigio y porque en aquellos años había pocos profesorados fuera de CABA”.
A medida que Silvia interactuaba con aquel mundo asombroso y complejo, en el cual los niños comienzan a construir sus bases para la vida, un nuevo sueño comenzó a gestarse: deseaba estudiar Psicología.
Pero las circunstancias, nunca controlables, la alejaron de aquel camino. En sus años como maestra, Silvia se casó, tuvo un hijo, y se divorció, un evento complejo de atravesar: “Soñé con continuar como estudiante, esta vez en la universidad. Construí el sueño de ser psicóloga, un deseo que se opacó al quedar yo como único sostén económico y emocional de mi amado hijo. Mi vida giraba alrededor de mi trabajo y de él y así debía ser. Desde sus primeros meses de edad fuimos una familia de dos”.
“Hubo un tiempo en que busqué la manera de generar más ingresos para solventar los gastos mensuales que superaban el monto de lo que percibía en los haberes de ambos cargos docentes”, asegura. “Así que tejí canastos artesanales y adornos rústicos para la venta, animé fiestas infantiles en un salón y a domicilio fuera del horario del jardín, los fines de semana y los feriados”.
33 años de servicio y una jubilación: ¿Tiempo de descansar?
Tras varios años en aquel jardín de infantes privado, Silvia decidió tomar cargos en jardines de gestión estatal en Pilar, con el deseo de cursar la carrera universitaria de Psicología más vivo que nunca. Asimismo, en su nueva etapa emergió el desafío de rendir pruebas de selección para acceder a cargos jerárquicos: “Al aprobarlas trabajé en cargos directivos en jardines de gestión oficial”.
Entre retos colmados de aprendizajes y el tiempo que parecía correr cada día más veloz, los años pasaron hasta que arribó aquella última jornada donde Silvia se despidió de sus cargos y le dio comienzo a su jubilación en el año 2011.
“Durante mis últimos años, lo estatal me había invitado a poner mi energía, mis ganas y mi perseverancia en el logro de mis objetivos. Agradecí mí vida de 33 años en la docencia cerrando esa etapa con mi jubilación; descansé unos meses de tan arduo trabajo…. solo unos meses, para pensar que hacer desde ahí en más”, cuenta con una sonrisa.
Recibirse de la universidad a los 60: “¡Vos estás loca!”
Una mañana, Silvia despertó con una convicción, se sentía joven, vital y su deseo de convertirse en psicóloga aún la acompañaba. “Anotáte en el CBC”, le decían algunos amigos. “Total, ¿qué podés perder? Si te va mal no pasa nada”.
“También me decían: `¡Vos estás loca! Descansá, escribí, que a vos te gusta´, `Te sacrificaste tanto tiempo… ahora viajá´”, relata Silvia. “Y yo pensaba: los viajes son preciosos, pero no duran todo el tiempo y son costosos...y siempre que quiera podré escribir”.
“En octubre de ese mismo año me inscribí para cursar el CBC para la licenciatura en Psicología en la Universidad de Buenos Aires. `Es probable que pueda aprobarlo, aunque matemática es tan difícil para mí…´ pensé. Y ahí fui con mis ilusiones, mis ganas y mi deseo puesto en acción”, continúa Silvia, emocionada.
Allí estaba ella, con 54 años, dispuesta a volver a empezar en el sistema de educación estatal, esta vez como estudiante universitaria. Y así, cuando sus 60 años arribaron, Silvia por fin había logrado el deseo de casi toda una vida: ser psicóloga.
Cumplir sueños, algo posible en Argentina: “Creo que en otros lugares del mundo hubieran sido muy difíciles o imposibles de realizar”
Silvia aún recuerda con orgullo su primera juventud, donde trascendió los mandatos, los sueños ajenos, para vivir los propios. El camino no fue sencillo, pero ella siente que con voluntad siempre se puede y que nunca es tarde para conquistar los deseos. Pero, ante todo, considera que su país, Argentina, cumplió un rol fundamental en su camino: le brindó el apoyo, la estructura y las herramientas necesarias para lograr sus objetivos y, por ello, ella estará siempre agradecida.
“Me especialicé en el área de la clínica, lo que me permite atender pacientes desde hace ya algún tiempo. Y aunque siempre guardo deseos para poner en marcha que motorizan mi vida, soy consciente que he logrado mis dos amadas profesiones en el sistema estatal de educación de Argentina”, manifiesta Silvia.
“También le di a este sistema lo mejor que pude en mis cargos directivos y de maestra, en algunos jardines de infantes en barrios alejados del centro de José C Paz y de Pilar. Puedo asegurar que me enriquecí al conocer realidades y necesidades sociales diferentes, al acceder a cargos suplentes de corta duración que hacían que cambiara de establecimientos teniendo que adaptarme a cada uno de ellos”.
“Esta historia tan mía que acá cuento no tiene como objetivo resaltar mis logros, sino las posibilidades que me otorgó el país para elaborar y poner en funcionamiento mis deseos. Siento que he hecho realidad casi todos mis proyectos personales, he trabajado arduamente para que así sea, pero debo admitir que creo que en otros lugares del mundo hubieran sido muy difíciles o imposibles de realizar”, concluye.
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