En Argentina creyó que su sueño había muerto, hasta que su vida dio un giro drástico; tras residir en diferentes destinos, hoy vive en Australia y cuenta los pro y los contras
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Desde pequeña, Luz Gambarte soñaba con los ojos abiertos. Quería dejar Argentina atrás por una larga temporada y ver el mundo, explorar rincones paradisíacos y entablar conversaciones con seres humanos que tuvieran otras miradas. Fantaseaba con las postales típicas, pero se imaginaba descubriendo aquellas otras, las que emergen cuando uno se transforma en viajero. “Son aventuras que hay que emprender de joven, antes de encarar el tramo serio de la vida”, solía escuchar por ahí desde chica, entonces decidió que saldría a recorrer el planeta apenas lograra su autonomía.
Pero la vida tenía otros planes. Luz se enamoró, se casó muy joven y creyó que era tiempo de cambiar su sueño viajero por otro más convencional, como conocer lugares en las dos semanas que tenía de vacaciones y traer algún souvenir al regreso.
Un giro drástico y el coraje de vivir un sueño: “Por un rato aunque sea”
Los años transcurrieron y poco a poco Luz se resignó a seguir soñando con los ojos abiertos, aunque cada tanto, en especial en días donde el mundo ordinario se le hacía insostenible, un fuego crecía dentro de ella y una voz interna le susurraba: “De alguna manera vas a cumplir tu sueño”.
Y entonces, a sus 29 años, y tras un colapso diagnosticado como burnout supo que era tiempo de reaccionar. Su vida, tal como la conocía, dio un giro drástico. Luz se separó y con casi 30 años, recién divorciada, se dio permiso para salir a la aventura y vivir aquella experiencia con la que soñaba desde pequeña. En su mente se dijo: “Unos meses nada más, y si no me acostumbro me vuelvo, no pasa nada”, sin imaginar que un día conocería lugares que nunca creyó llegar a ver, como Filipinas, Japón, las islas Cook o Indonesia.
Todavía estaba a tiempo de lograr su propósito si se postulaba a la visa Working Holiday. Intentó varias veces para Nueva Zelanda: “Se solicita una vez al año, un día y a una hora específica. La página web de la embajada colapsa al instante”, explica, mientras rememora su historia.
La joven lo logró, y así, un día se descubrió en Ezeiza dominada ante todo por una sola emoción, el miedo: “Sobre todo porque venía de un burnout”, continúa Luz. “No tenía bien en claro absolutamente nada. Pero por otro lado tenía una sensación de libertad y privilegio al tener la oportunidad única que muchos jóvenes desean: poder ahorrar para poder aventurarse un rato aunque sea”.
Nueva Zelanda, el paraíso, la paz: “Es una experiencia multicultural por excelencia”
Luz jamás olvidará la tarde en la que aterrizó en Auckland. Una amiga la fue a buscar al aeropuerto y camino a su casa la recién llegada se dejó envolver por una sensación hermosa en la que pudo palpar la paz que tenía aquel país y su gente.
Enamorada de Nueva Zelanda, el tiempo hizo sus locuras, se contrajo y se estiró. Entre trabajos y viajes, de pronto un año le sucedió a otros, mientras Queenstown se transformaba en su lugar en el mundo. Para entonces, Luz estaba convencida de que aquel rincón de la Tierra era su nuevo país por adopción. Año tras año, había hallado sponsors para sus visas y dedicado sus días a trabajar por temporadas, juntar plata y viajar a destinos exóticos y paradisíacos.
“En aquella época, y me imagino que igual que ahora, esa parte del mundo era una muy buena opción para hacer algo de plata, viajar, conocer un lugar recóndito y del cual no se sabía mucho y pegar la vuelta. Podría decir que la fuerza laboral de Nueva Zelanda es un 40% jóvenes extranjeros de todas partes del mundo. Es una experiencia multicultural por excelencia”.
Luz también había encontrado su tribu, ese grupo de pertenencia bien latino, donde le escapaba a la tendencia individualista que respiraba por momentos; con los suyos compartía el mate, las comidas en grandes grupos, los asados con los cortes que había al alcance: “Agregando el infaltable comentario: la mejor carne es la argentina. Y sí, también somos ruidosos y alegres”, describe.
Pero entonces, cuando creyó que estaba en el mejor puerto posible, llegó la pandemia. Nueva Zelanda se transformó en una especie de hermosa prisión abrazada por el agua, las visas no se renovaban, las opciones laborales apenas sí existían y algo tan básico como garantizarse un techo se volvió una incertidumbre. Luz visualizó un posible retorno a la Argentina, pero de inmediato comprendió que para ella no era una opción. Fue así que decidió seguir al corazón.
Una temporada en Europa: “Vivir ahí `no es mi taza de té´, como dirían los ingleses”
Cinco años habían pasado desde la despedida de Buenos Aires, cuando Luz decidió dejar Oceanía para emprender una aventura europea. La inspiró un amor al que quiso seguir y una ilusión de juntar los papeles para obtener su pasaporte italiano, una odisea compleja que conquistó en un mundo paralizado por la pandemia y sumido por el miedo a un virus del que poco se sabía.
Con ganas de buscarse la vida, Luz se instaló dos meses en Alemania y luego ocho en Italia, donde vivió en carne propia las similitudes con los suyos, los argentinos: “No se puede negar de donde viene gran porcentaje de nuestro país”, dice entre risas.
“Europa es un lindo continente, sobre todo para pasear y conocer sobre historia y muchas otras cosas, pero debo admitir que vivir ahí `no es mi taza de té´, como dirían los ingleses”, continúa Luz. “Un poco en busca de esa sensación que tuve cuando llegué a Nueva Zelanda, y otro poco con las ganas de encontrar mi lugar en el mundo, me fui para Australia con más preguntas que respuestas, como cada vez que decidimos empezar de nuevo, pero confiando que estaría en un país de oportunidades”.
Un país donde se respira bienestar: “Australia te quita cultura, pero te da trabajo”
Y para Luz, así fue. En Australia tal vez no halló su lugar ideal en el mundo, o aquella sensación tan reconfortante que experimentó en Nueva Zelanda, pero sí encontró trabajo y bienestar. Se instaló en Western Australia y allí se dejó conquistar por la calidad de vida del país, así como por su seguridad y simplicidad en relación al estilo de vida.
A su vez, allí también halló su gente, su grupo de argentinos con empuje y una actitud de la que siente orgullo: “No cambio por nada la garra que le ponemos al laburo, la voluntad para ayudar al otro, la creatividad para buscarle la vuelta cuando los tiempos no son buenos. Si hay algo de lo que tenemos que estar orgullosos es de eso. Porque justamente eso es lo que nos hace queridos en lugares lejos de casa”, asegura.
“Cada destino te da y te quita cosas”, continúa pensativa. “Australia te quita cultura, pero te da trabajo, te quita amigos (porque la migración en estos lados es muy grande, y mucha gente trabaja por temporadas), pero te da lo suficiente como para acceder a una vivienda en poco tiempo; te quita cercanía, pero te da buenas vacaciones. Es cuestión de con qué cristal se lo mire. Es interesante hablar con expats y que muchos concluyan que los australianos tienen cero cultura, eso es una gran desventaja, porque en algún punto la sociedad sin cultura se siente un poco vacía. No diría que la gente acá es fría, pero sí desapegada, y sin una inclinación hacia la familia como un argentino, o latino. Eso se palpa al instante”.
Volver y aprender: “Creo que no hay expat que no regrese de Argentina con algunos kilos de yerba en la valija, algunos alfajores y la duda de si algún día volverá”
Allá a lo lejos quedó la otra vida de Luz, esa mujer casada y presa del estrés. “Me voy por un rato”, pensó tras divorciarse y renunciar a su trabajo. Por entonces, tenía 29 y ese rato se transformó en una década. Una década viajando por lugares con los que ni había fantaseado; una década que superó el sueño que traía de niña y que alguna vez creyó que había muerto.
Argentina, sin embargo, nunca estuvo lejos. A su tierra, Luz regresa cada año, y a medida que la vida pasa, se le hace más difícil despedirse y dejar a su familia atrás: “Es como que la distancia se siente cada vez más, pero al mismo tiempo sé que en Argentina no hay oportunidades”, reflexiona conmovida.
“Por suerte, mis amistades de la infancia siguen intactas gracias a la tecnología, y eso ayuda también. Pero si no estás en pareja o tenés un buen grupo de amigos, la soledad puede ser abrumadora, y te cuestionás todo el tiempo si vale la pena estar tan lejos. Creo que no hay expat que no regrese de Argentina con algunos kilos de yerba en la valija, algunos alfajores y la duda de si algún día volverá”.
“Más allá de los privilegios que te da vivir en un país de primer mundo, de la estabilidad económica, y la posibilidad de viajar, que es lo que más me gusta, siento que con el tiempo me he encontrado con más amistades efímeras o de temporada, que vínculos a largo plazo”, continúa. “El aprendizaje que me dejó animarme a transitar mi experiencia -y que cada día lo reafirmo- es el valor de la conexión humana, que siento que se está perdiendo. Lo hermoso de conversar con alguien, de dar un abrazo”, concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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