Cuando fue tiempo de volver, decidió que iba a seguir, y en el camino descubrió lo mejor y lo peor de tener un espíritu nómade
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Para Guadalupe Alessia, aquello mismo que representa la mayor riqueza de vivir en el exterior, significa a su vez enfrentarse a su costado más complejo. Se trata de la multiculturalidad, del hecho de cada día tener que convivir con decenas de culturas dispares, que marcan con intensidad sus diferencias. La multiculturalidad es sin dudas su fuente de enseñanzas, pero -confiesa- estar alejada de sus costumbres argentinas, del confort que trae cierta previsibilidad en los comportamientos sociales, no es fácil, sino más bien exigente para las emociones y la mente.
Todo cambio representa un choque cultural, pero no es lo mismo aterrizar en un destino relativamente homogéneo en sus hábitos y costumbres, que hacerlo en una ciudad tan diversa como Barcelona, el lugar donde ella hoy vive, y convive con la heterogeneidad.
¿Me quedo o me voy?
La primera vez que Guadalupe -diseñadora gráfica y luthier de vientos por herencia- dejó Argentina, fue allá por el 2019. Se fue a España en pareja, tras aventuras y nuevos sueños, y cuando en suelo europeo la relación llegó a su fin, comprendió que deseaba seguir. Anhelaba ver qué había más allá de cada frontera, tanto las geográficas, como las mentales.
Gracias a sus antepasados, la joven tuvo la oportunidad de tramitar sus documentos, lo que le trajo un interrogante: ¿deseo quedarme o volver? Sin una respuesta firme, decidió simplemente seguir, siempre con el apoyo de su familia y amigos argentinos.
Primero, en Alicante, hizo voluntariados en hostales, que le garantizaban cama y comida, y le permitían recorrer diversos destinos de la región. Después siguió camino a Sevilla, Valencia, hasta llegar al País Vasco, donde permaneció un tiempo más prolongado gracias a un empleo estable.
“De pronto, me encontré con la adversidad y el darme cuenta de que estaba lejos de casa. Pero estaba bien. Entendí que debía alejarme de mis comodidades, de mis afectos y de mi seguridad. Necesitaba atravesar lugares foráneos, costumbres y gente nueva. Y por qué no, visitar castillos que no eran de colores. Necesité despojarme de mis veinte mil cosas y con una mochila y una guitarra emprendí un viaje por cielo y tierra por el viejo continente”, describe Guadalupe.
Ese hábito español de celebrarlo todo y otras costumbres
Guadalupe eligió bases en España, donde sus paradas fueron prolongadas y desde donde fue tras la búsqueda de nuevas postales. Lo primero que le impactó fue la diferencia a la hora de cruzar en la vía pública: ponía un pie en la calle y los autos frenaban de manera automática.
En cada destino semifijo, pronto buscó la forma de hacerse de los lugares: ir a la taberna conocida, comer aquello específico que se comía en la semana o en determinado horario; las tapas, el vermut, las fiestas populares típicas, todo aquello ingresó a su mundo: “Siempre hay algo para celebrar, diría demasiado seguido”, asegura con una sonrisa.
En Europa, en general, le impactó ver la manera de comprar de la gente, que, sin dudas, poseía más recursos en su conjunto de lo que había dejado atrás en Argentina: “Consumen demasiado (o más de lo que estamos acostumbrados a ver) con más dinero y más posibilidades, es la percepción que tengo”, dice pensativa. “Y creo que no hay mucha paciencia en ciertas cosas, turnos médicos, filas de supermercado, la gente no espera mucho por algo, suelen haber quejas, pero creo que es cultural, igual una demora de 15 minutos en un tren, ¡eso ya es un estrés para muchos!”
“Pero lo lindo es que en mi caso siempre voy detrás de probar comidas nuevas y experiencias. Mi familia viene de España y de Italia, con lo que pude empezar a armar un arbolito genealógico de sabores por ahí. Y siempre quise visitar lugares más naturales, lo lindo es que podés moverte a otro país que está al lado con mucha facilidad”.
“En relación a las celebraciones, hay muchas fiestas religiosas y además fiestas de barrios. Se vive algo muy festivo por mes, lo que hace que tengas excusas para conocer de qué se trata todo eso: las calles decoradas, la gente preparando para celebraciones que no tenemos ni idea, que son de ellos”.
Volver a la Argentina para revivir el espíritu nómade
Cierto día, sin embargo, Guadalupe sintió que era tiempo de regresar a la Argentina. El cuerpo pasa factura a veces, y ella necesitaba darle descanso a todo su ser, algo que acontece con el simple hecho de rodearse de una atmósfera conocida, sin que el cuerpo esté expuesto de manera constante a lo nuevo: “Cada vez que puedo me escapo a casa. Necesito de mi gente y mis costumbres. Poder hablar como habla uno y que lo entiendan desde todos los puntos. Ver a tus amigos, abrazar a la familia”, dice. “Volver a tu panadería”, continúa entre risas.
Tras su recarga, el deseo de seguir pronto resurgió, y ese impulso nómade la llevó a Portugal -un lugar que describe como mágico- y en tiempos de casi pandemia, Argentina la vio volver una vez más y la retuvo por los siguientes diez meses.
Cuando el mundo se liberó, Guadalupe desplegó sus alas, recorrió más mundo y, finalmente, se instaló en Barcelona, un suelo que tantas veces la impacta entre otras cosas porque: “No existe mucho el por favor, perdón y gracias, sobre todo en el transporte público. Eso nos choca a muchos. Pero también entendí que es cultural”, explica.
“La calidad de vida es buena, te podés hacer un viajecito de fin de semana, pagar el alquiler, comer bien y tomarte los cafecitos que quieras. Ahora, el tema de la vivienda es preocupante. Es muy caro, tenés que compartir departamento con gente que no conocés, tener un monoambiente es un lujo. Fuera de esto, la vida acá está bien. Estás entre el mar y la montaña. Tomar un tren es una experiencia desde molesta hasta inspiradora. El tren te lleva por lugares hermosos así vayas de acá a media hora, a un pueblo”.
Tras la busca de la vida en la multiculturalidad
Amante de explorar sabores y habiendo trabajado en más de cien bares en diversos destinos, Guadalupe, sin buscarlo, se transformó en una nómade culinaria. Aparte de ser luthier y emplearse en la gastronomía, trabajó de babysitter, cuidadora de mascotas y en cosechas. Sin embargo, de la mano de sus pasiones (la cocina y la música), también encaró la aventura de emprender y perfeccionarse: desarrolló productos veganos y actualmente también se dedica a la batucada.
“Al final estoy buscándome la vida. Nunca había implementado un proyecto propio de este estilo y aquí empezó a ser posible”, afirma. “Intenté dedicarme un poco a la actuación, cosa que extraño mucho de Argentina y aquí cuesta más por el idioma, por un lado, y porque la verdad que es distinto en general”.
“Barcelona es un lugar de mucha confluencia de países. Es rico por ese lado y también intenso. Conozco y formo parte de grupos hermosos y llenos de ganas de hacer cosas, hacés amigos nuevos, pero los amigos de uno, de mi lugar, me hacen más que falta”.
Al final, todos son caminos
Las contradicciones son parte de la esencia humana. Luces y sombras conviven en cada ser, así como necesidades que habitan en lo opuesto. A veces, el espíritu nómade prevalece en un viajero incansable, pero el apego se enciende también con fuerza.
Para Guadalupe, cuya habilidad para manejar varios idiomas le abrió con mayor facilidad numerosas puertas, perseguir sueños y aventuras forma parte de su identidad hace casi cinco años, al igual que la necesidad de regresar a la Argentina; convivir y absorber nuevas culturas es tan vital como volver a la calma que proporciona lo conocido.
“Argentina en mi vida ocupa un espacio diario. Soy muy apegada a las cosas que pasan en mi casa. Además, en España te encontrás con miles de argentinos, somos gente que se comunica mucho, las cosas son más fáciles cuando te encontrás con un paisano”, reflexiona.
“Con esta experiencia de vida estoy aprendiendo a convivir con otras personas de distintos lugares, ajenas a mi entorno, cosa que no es fácil. Sigo conociendo lugares secretos del lugar donde vivo, gente y eventos populares como marchas, fiestas y protestas ajenas que me permiten conectarme con las de mi lugar de raíz y comparar como así también aprender de las diferencias”, continúa.
“Estoy aprendiendo a tomar las cosas de otras maneras, a despojarme de objetos, vivo con lo justo, no tengo muebles, tengo zapatos con los que camino cada día y escalo, ¡porque ahora escalo! (rocódromo) y encontré que este deporte algo que me enfoca en el ahora y me permite disfrutar a la vez que mi mente, ocupada resolviendo una figura en la pared que tengo que atravesar. Al final todo son caminos, ¿no?”
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