Este jardín en una casa ubicada en un barrio cerrado había sido realizado hacía varios años y tenía dos grandes planos de verde: el horizontal de pasto y el vertical de los cercos de lambertianas y cañas más algunos árboles. Un camino de adoquines para autos, paralelo al gran cerco de lambertianas, recorría uno de los dos laterales largos del jardín hasta un garaje en la parte trasera de la casa. La pileta estaba apaisada, al fondo del terreno. No había cielo. Tampoco había frescura y la luz era escasa.
La primera decisión audaz fue quedarse a la intemperie, reemplazando las añosas lambertianas con un cerco de oleas a 80 cm una de otra. En este primer movimiento reapareció un jacarandá que sobrevivía a la sombra de gigantes, y agradeció al año siguiente pintando de violeta el cielo primero y el suelo después.
Se propuso que los autos quedaran fuera del lote, para que el jardín fuera más grande. Así nació una pérgola semicircular para dar sombra a los vehículos, aunque todavía los jazmines azóricos que la cubren no han terminado su labor. El camino viejo de autos se transformó en peatonal de binder y con una bifurcación hacia la entrada principal de la casa y otra hacia la galería. El camino más largo hacia la entrada, lejos de ser un tubo monótono, fue articulándose en lajas de travertino, un patio con una pérgola de jazmín del país, un Acer palmatum a la izquierda, una mora existente a la derecha y un futuro punto focal al fondo.
El camino más corto, luego de tres escalones de travertino y una pared de oleas, finalmente descubre el jardín. Sencillo, elegante y para nada pretencioso, igual a sus dueños. "Un jardín verde, con interés pero fácil de cuidar", fue el pedido. Por eso la vista se pierde entre cercos de oleas, líneas de agapantos o tapices de jazmines delimitados por buxus en formas de semiesferas o líneas rectas.
Algunas lagerstroemias en forma de arbolito recorren el lugar dando la nota más alta, como signos de exclamación, al tiempo que disimulan los techos de las casas vecinas. Finalmente, un espacio central de pasto de donde se "despega" una pileta larga y angosta, con paredes grises y solado de travertino.
Hacia el fondo de la pileta el terreno terminaba en una punta. Se reencuadró el espacio con líneas paralelas de cercos de buxus que contienen plumbagos blancos más atrás, agapantos más cerca y Trachelospermum jasminoides.
En la galería se quitó la baranda existente y se colocó un fresno macho para refrescar las tardes de verano. Los agapantos al borde del solado y los rosales, dietes y más jazmines enroscados en los postes de la galería integran la casa con el jardín.
Se armó un sector para los más jóvenes: un banco en L de mampostería, dos mesas de mármol, una parrilla y un árbol para dar sombra. Así, un lugar en desuso detrás de la casa se convirtió en un jardín con no solo uno, sino dos rincones separados por un cerco de oleas y al abrigo de la gran mora que ya era testigo de la vida familiar.
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