Tráfico de arte
Es, junto con la de las armas y la de las drogas, una industria muy lucrativa. Afecta a todos los países, pero preocupa más a aquellos que sufren la expoliación sistemática de su acervo. La Argentina, amenazada
Cada tanto, un robo resonante trae el tema a la primera plana de los diarios. El último –ocurrido en Oslo– fue la obra maestra de Edvard Munch, El grito, valuada en 50 millones de dólares. Pero hace exactamente un año, en Escocia, le tocó el turno a la Madonna con hilador, atribuida a Leonardo da Vinci y estimada en 80 millones de dólares.
Manet, Rembrandt, Vermeer, Renoir, Picasso... La lista de arte robado –cuyo valor fue estimado en por lo menos 5000 millones de dólares en el último siglo, y que en su gran mayoría no ha vuelto a aparecer– podría conformar el inventario de museos enteros. Los expertos reconocen que es difícil encontrar mercado para piezas robadas cuando son archiconocidas. Sin embargo, el pillaje, el expolio y el tráfico ilícito de bienes culturales no se detiene. Es más: junto con las armas y las drogas, se ha convertido en una industria global sumamente lucrativa.
Para alertar a la opinión pública sobre este flagelo, la Unesco y el Consejo Internacional de Museos (ICOM, por sus siglas en inglés) elaboran las listas rojas, integradas por aquellos objetos cuyo robo o destrucción representarían una pérdida significativa para los países involucrados. El 12 de junio del año pasado, pocas semanas después de la caída de Saddam Hussein, el ICOM publicó la lista roja de objetos iraquíes robados. El desencadenante habían sido, lamentablemente, los saqueos de los museos de Bagdad, Tikrit y Mosul, y de los asentamientos de vestigios milenarios sobre los que se desarrollaron las acciones bélicas. El patrimonio arrasado en 2003 está integrado por objetos de todas las culturas registradas en la zona, desde el neolítico hasta la ocupación islámica.
La última, publicada en enero de este año, es la Lista Roja de América Latina. La Argentina, lamentablemente, aún no ha elaborado la propia.
Argentina
Uno de los más graves ejemplos del tráfico ilícito de bienes culturales en nuestro país es el robo sistemático de piezas paleontológicas de la Patagonia. La noticia más reciente –de fines de agosto– es la del hurto de fósiles de dinosaurios del museo Carlos Ameghino de la ciudad rionegrina de Cipolletti. Se llevaron un huevo de 75 millones de años, dientes y hasta la cola de un titanosaurio. Pero la película de este tipo de saqueos en la Patagonia –región muy cotizada, según parece, por la antigüedad y el tamaño de sus piezas– se repite con demasiada frecuencia. En junio pasado, sin ir más lejos, el paleontólogo Rodolfo Coria, que estaba realizando un trabajo en Estados Unidos, descubrió que la casa de remates Guernsey’s, de Nueva York, ofrecía en venta lotes que contenían 7 huevos de dinosaurio del yacimiento de Auca Mahuida, Neuquén. Esas piezas se estaban cotizando a valores que oscilaban entre 20.000 y 60.000 dólares.
Claro que el despojo apunta con igual codicia a piezas arqueológicas del territorio argentino –figuras de nuestras culturas aguada y santamariana, suplicantes del período lítico, por nombrar los ejemplos más buscados– y a las que pasan por aquí en tránsito, provenientes principalmente de Perú, para comercializarse luego en Nueva York y en Japón. También, a todas aquellas obras representativas de nuestro pasado colonial y a las que son fruto de los robos hormiga en las iglesias y capillas del Noroeste, sin olvidar las joyas bibliográficas, que luego aparecen en los más rimbombantes anticuarios y casas de remates de Londres y Nueva York. Ni los magníficos bronces y cuadros que vinieron en tiempos de las vacas gordas y que hoy regresan a sus lugares de origen con más pena que gloria y –según dicen los que investigan los vericuetos del circuito ilegal– con puerta de entrada en el aeropuerto de Fiumicino.
"El crecimiento de una demanda importante de parte de los países compradores estimula el tráfico ilícito y trae graves consecuencias para nuestra herencia cultural", dice la ministro María Susana Pataro, subdirectora de Organismos Internacionales de la cancillería argentina.
Este interés se ve alentado por la realidad local de museos mal custodiados, funcionarios ignorantes, cuando no negligentes, y una comunidad muchas veces indiferente.
"Treinta y cuatro años después de que la Unesco adoptó la Convención de 1970 sobre tráfico ilícito de bienes culturales, son muchos los pueblos que siguen siendo víctimas de la pérdida de elementos únicos e irreemplazables de su patrimonio cultural", dice Pataro.
La funcionaria aclara que la Convención de 1970 no impide las transacciones legales, sino la exportación ilegal del patrimonio cultural, la que no está acompañada de un certificado de exportación, la que sea fruto de un robo o de un saqueo, o que se realice bajo compulsión derivada de situaciones bélicas.
"La ausencia de inventarios nacionales completos, así como la falta de una lista roja nacional, como sugiere la Convención de 1970, impiden arbitrar medidas de protección en situaciones de riesgo y recuperar los objetos en caso de robo", asegura.
En efecto, a pesar de que una de las funciones asignadas al Comité Argentino de Lucha contra el Tráfico Ilícito de Bienes Culturales, en su decreto de creación, en mayo del año pasado, es la de elaborar la lista roja argentina sobre bienes culturales en peligro de tráfico ilícito, nuestro país aún no elaboró dicho documento.
"Vamos a formar un grupo de trabajo dentro del comité", promete Diana Rolandi, directora del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano (Inapl), organismo de aplicación de la ley 25743, de Protección del Patrimonio Arqueológico y Paleontológico, promulgada el año pasado.
"Haremos consultas a los museos y a los coleccionistas particulares, porque sólo a partir del conocimiento del inventario de un país se puede saber qué es lo que tenemos y cuáles son los objetos que más peligro corren", dice.
Para dar una idea de la magnitud del tráfico ilícito, Rolandi comenta que en el instituto a su cargo hay en este momento 20 mil piezas arqueológicas y paleontológicas incautadas en 9 allanamientos a partir de una causa que lleva adelante el juez Rodolfo Canicoba Corral.
Pero también hay buenas noticias en la lucha contra este tipo de delitos. El principal Marcelo El Haibe, de la sección Centro Nacional de Protección del Patrimonio Cultural, que depende de Interpol Argentina, comenta que a partir de la creación de una base de datos en Internet ( www.interpol.gov.ar ), en junio de 2002, ya nadie puede alegar buena fe en la adquisición de objetos robados que estén allí publicados. "El objetivo de la página –donde también hay datos sobre los autores de delitos contra los bienes culturales– es que el arte robado no se venda en el mundo como si tuviera origen lícito", dice El Haibe.
América latina
Desde el 23 de enero último, América latina tiene su lista roja de bienes culturales en peligro. Fue confeccionada por 60 especialistas del continente convocados por el ICOM e incluye objetos prehispánicos, como figurillas olmecas (México), vasijas de la cultura moche (Perú), urnas amazónicas (Brasil, Colombia, Ecuador y Venezuela), vasijas policromas mayas (Belice, Guatemala, Honduras y México), tabletas para alucinógenos (Argentina, Chile y Perú), colgantes águila (Costa Rica y Panamá), entre otras codiciadas piezas. En el renglón de objetos coloniales, los más buscados son los Cristos de marfil, los cuadros religiosos cuzqueños y quiteños, las esculturas religiosas coloniales y la platería religiosa.
"En América latina, el saqueo de sitios arqueológicos y los robos en los museos y edificios religiosos siguen causando pérdidas irreparables al patrimonio del continente", dice Héctor Arena, director de la oficina argentina del ICOM. Según explica, los objetos se sustraen inescrupulosamente de su contexto histórico para satisfacer la creciente demanda internacional de antigüedades.
"Todas las categorías de objetos de la Lista Roja están protegidos por ley, su exportación está prohibida y no pueden, en ninguna circunstancia, importarse o venderse. La Lista Roja es un llamado a los museos, las casas de subastas, los comerciantes de arte y los coleccionistas para que dejen de comprar estos objetos", advierte Arena.
Su preocupación se entiende: los expertos que trabajaron en América latina afirman que la región siempre ha sido objeto de pillajes.
El 80 por ciento de los sitios mayas de la península de Yucatán, por ejemplo, ha sido saqueado.
Allí, los vándalos se zambullen en busca de vasijas policromas y de colgantes de jade, los más cotizados en el mercado clandestino de coleccionistas. En Perú, los huaqueros hacen desastres –hasta han usado dinamita para profanar tumbas– con tal de llevarse los textiles paracas o los vasos eróticos mochicas. Los museos y las iglesias coloniales son arrasadas en toda la región, al amparo de la falta de custodios que garanticen una mínima seguridad, pero también –y sobre todo– de la ignorancia y de la pobreza.
Por Carmen María Ramos
Para saber más
www.unesco.org
www.icom.org
www.icomos.org