Antes de que Pekín lo señalara como el origen más factible del covid-19, el mercado de Huanan -en la ciudad china de Wuhan- tenía una sección impactante de animales silvestres, vivos y muertos. Sus puestos vendían cachorros de lobo, escorpiones, ardillas, zorros, erizos, salamandras y tortugas. Los cocodrilos se conseguían enteros o por partes: cola, vientre, lengua e intestinos. Los puesteros cortaban gargantas frente a los compradores; la sangre y el hacinamiento eran el paisaje habitual.
Hoy, el tráfico de animales genera hasta US$ 23.000 millones de dólares anuales. Las redes que sostienen este negocio ilegal se articulan con las drogas y el lavado de dinero.
Después de infectar al primer animal (acaso un murciélago), el nuevo coronavirus habría pasado a un huésped intermedio. El principal sospechoso es el pangolín, un mamífero que luce como un Pokémon, con carne que se considera un manjar y escamas que se usan para remedios caseros. En la hipótesis china, el virus mutó hasta tener la capacidad de contagiar humanos. Las concentraciones masivas, el comercio y los viajes internacionales hicieron el resto. La pandemia fue la última explosión de una escena cada vez más inestable. El 75% de las enfermedades infecciosas emergentes son zoonóticas: la gripe aviar, el ébola y el SARS también se habían transmitido de animales a humanos. Con el mundo en llamas, médicos y científicos exigen -de una vez y para siempre- el fin de los los mercados de fauna silvestre.
Huevos y marfiles
No será fácil: el negocio del tráfico genera hasta US$23.000 millones de dólares anuales. La cadena empieza con el cazador o la banda que, a través de un intermediario o mercados locales, contacta al comerciante de un país de tránsito. Cuando llegan al país comprador, las especies pueden terminar como mascotas, comida, medicamentos o bienes de consumo. El comercio de ejemplares vivos se dispersa por todo el mundo; el de productos derivados se focaliza en las rutas entre África y Asia. "A medida que se internacionalizan los mercados, las redes de tráfico pueden explotar los avances tecnológicos, el sistema financiero internacional y los sistemas de transporte cada vez más interconectados", dice un reporte del gobierno estadounidense, la Asociación Internacional de Transporte Aéreo y la ONG global Traffic. También ayudan las tecnologías rezagadas y los aeropuertos con controles laxos, en general centrados en cuestiones impositivas y de seguridad.
El 80% del comercio ilegal corresponde a marfil, cuernos de rinoceronte, reptiles, aves, pangolines, otros mamíferos y productos marinos. Es una ecuación de bajo riesgo y altas ganancias. "El precio de los cuernos de rinoceronte subió a US$60.000 dólares por kilo, el doble que el oro y el platino", planteó hace ocho años otro informe del Fondo Mundial para la Naturaleza. Los cazadores sudafricanos dejaban la cárcel con multas de US$14.000 dólares, mientras que por traficar cinco gramos de cocaína recibían al menos cinco años. Así se llegó a tasas de depredación escalofriantes. En África se matan 35.000 elefantes por año; la población de tigres asiáticos bajó el 95% durante el último siglo.
El nuevo negocio millonario es el tráfico de huevos, que se basa en el saqueo de nidos para abastecer la demanda de aves y reptiles del Primer Mundo, según explica Claudio Bertonatti, investigador de la Universidad Maimónides y asesor científico de la Fundación Azara. Para que lleguen fértiles, los traficantes se los adosan al cuerpo. Ya en destino, terminan de incubarse en criaderos y se blanquean como nacidos en cautiverio. "Un halcón peregrino puede venderse en US$25.000 dólares a los coleccionistas de Qatar -dice Bertonatti-. Especies más raras, como el gerifalte ártico, llegan a los US$250.000". Hace dos años cayó Jeffrey Lendrum, "el Pablo Escobar de los huevos", con un prontuario que incluye el uso de helicópteros para robar nidos en Canadá. Las aves selváticas también son un bien preciado para los fabricantes de anzuelos; en Argentina se pagan hasta US$25 por cada pluma roja del yacutoro, que se oculta en la selva misionera.
Mientras los traficantes se vuelven tan esquivos como sus presas, los controles se intensifican. Entre 2009 y 2016 hubo 1.346 decomisos de especies amenazadas: 45 toneladas de marfil, 31.000 reptiles, 13.000 aves, 22 toneladas de piezas de pangolín. Los empleados de aeropuertos encontraron cachorros de tigre en carry ons, cobras en latas de papas fritas, halcones en compartimentos secretos, tortugas declaradas como piedras. Con China al tope de las capturas, las grandes potencias están cada vez más interesadas en frenar los delitos asociados.
Drogas y lavado de dinero
A mediados del año pasado, Interpol difundió el éxito de la Operación Thunderball, que orquestó confiscaciones en 109 países. En la mayoría de los casos "se comprobó o sospechó que el tráfico de vida silvestre convergía con otros crímenes serios, como el contrabando de drogas", según el reporte oficial. Los agentes de la DEA reconstruyeron los pasos de una organización de 582 personas que -después de operar entre África, Asia y EE.UU.- terminó procesada en Nueva York por lavado de dinero y comercio ilegal de narcóticos.
El Departamento de Estado recuerda en su web que Donald Trump "reconoció específicamente las conexiones entre el tráfico de vida silvestre y las organizaciones criminales transnacionales". Con un presupuesto de US$122 millones, entrena, financia y se asocia con ejércitos y servicios de inteligencia de todo el mundo para diseñar operativos, becar a ONGs y equipar a guardafaunas. Para América Latina, que tiene más del 40% de la biodiversidad mundial, promete mejoras en la recolección de datos y programas enfocados en el comercio ilegal con Asia.
"Tenemos una fuerte relación con Argentina en el combate del tráfico de vida silvestre", asegura un funcionario del Departamento. Estados Unidos financia la Red Sudamericana para el Fortalecimiento de la Vida Silvestre, que "ayuda a combatir el tráfico de fauna y la explotación forestal ilegal a través de la cooperación, la comunicación y la coordinación internacional, para detectar y enjuiciar a los criminales". Junto a las ONG y al Gobierno argentino, "hemos tenido conversaciones sobre tráfico de aves y primates, la pobreza como una de las causas del comercio ilegal en el norte, las tasas de decomisos, las penas limitadas y el combate a las redes de contrabando sofisticadas y por redes sociales", detallan desde ese organismo.
Entre 2009 y 2016 hubo 1.346 decomisos de especies amenazadas: 45 toneladas de marfil, 31.000 reptiles, 13.000 aves, 22 toneladas de piezas de pangolín.
Ante otra consulta para esta nota, Traffic recopiló 67 incidentes sobre comercio ilegal de vida silvestre que involucraron drogas, casi todos en la segunda década de este siglo. El listado abre una ventana a la escala del negocio: un hombre de Singapur que quiso pasar 717 tortugas y 20 mil pastillas de éxtasis a Sidney; dos indonesios con 32 garras de tigres, nueve vesículas de oso y metanfetaminas; una pareja con carne de iguana y heroína valuadas en US$ 793.000 dólares; 36 kilos de cocaína colombiana dentro de 223 boas constrictoras decomisadas en Miami.
Argentina es un hueco en esa estadística. Cuando le preguntan si encontraron relaciones con el narcotráfico en el país, el funcionario estadounidense responde: "Con frecuencia, el tráfico de especies puede ser cometido por las mismas redes transnacionales que trafican drogas, armas y personas". Enigmáticos, en el Ministerio de Ambiente plantean: "No es materialmente posible afirmar o negar que las organizaciones delictivas sean mixtas ya que las investigaciones se circunscriben al secuestro de las especies". Matías Méndez, director para el Cono Sur de Vida Silvestre, es apenas más abierto: "Se supone que la Triple Frontera es un punto caliente, pero es difícil relevarlo porque involucra ahondar en sectores al margen de la ley".
Tránsito pesado
Aunque está fuera de los radares del Primer Mundo, la biodiversidad argentina es una tentación permanente para los traficantes que buscan aves (cardenal, federal, tucán), cérvidos (venado de las pampas, ciervo de los pantanos, huemul), monos chicos y reptiles como la tortuga terrestre. El país también funciona como zona de tránsito, con una ruta posible desde Iquitos -la ciudad peruana que funciona como puerta del Amazonas- hacia mercados que agrupan y despachan a zonas más urbanizadas, con España, Italia y Medio Oriente como destinos finales.
Las cifras oficiales son discretas. En 2016 se decomisaron 1.592 ejemplares vivos y 178 productos animales. El año pasado bajaron los secuestros de ejemplares (1.078) pero subieron los de productos (950). Bertonatti está convencido de que los números son mucho mayores. Sólo para 2016, había rastreado operativos que decomisaron 400 loros en Santa Fe, 2.098 cueros de boa en Formosa, 19 toneladas de quebracho colorado en La Pampa y 522 pieles de vizcacha en Entre Ríos. También describió un mercado de carnes silvestres -pacas, corzuelas y pecaríes- que depreda áreas protegidas para abastecer un circuito gastronómico clandestino en Brasil. "Parece una política de Estado crónica mantener debilidad en los controles, omitir la investigación de los ilícitos, dejarlos impunes, desaprovechar la información generada por los operativos y eludir la elaboración de estadísticas", escribió en un informe para la Fundación Azara. "No existen diagnósticos ni estadísticas oficiales sobre las zonas de extracción, tránsito y comercialización", admitió en febrero de 2018 el exsecretario de Política Ambiental, Diego Moreno. "Se detectan ilícitos en la medida en que se interfiere en el transporte, pero hasta ahora no tenemos una política para investigarlos a fondo".
Tierra de nadie
La madrugada del último 3 de marzo, el guardaparque Jorge Bondar se despertó al calor de las llamas: su casa en San Pedro (Misiones) se estaba incendiando. Los bomberos lograron salvarla, pero el auto quedó arruinado. Fue después de las amenazas de un hombre al que le había secuestrado árboles robados de la selva. Y fue el sexto atentado contra un guardaparque misionero. En 2004 otro cazador furtivo había baleado y dejado paralítico a Daniel Kurday. Los traficantes saben leer las ausencias del Estado.
Para las nuevas autoridades ambientales, ahora existe "una sólida articulación con organismos nacionales e internacionales" bajo el acuerdo CITES, que contempla la protección de 36.000 especies. Además de las investigaciones que buscan detectar el tráfico y la caza ilegal, hay una nueva lupa sobre el comercio legal. "Con más controles a criaderos, cuarentenas y depósitos, a los efectos de evitar el «blanqueo» de ejemplares provenientes del medio silvestre", aseguran desde el Departamento de prensa del Ministerio. Pero el tráfico sigue siendo un delito excarcelable, con penas que no superan los tres años.
La mitad de los animales que se decomisan no logran reinsertarse en la naturaleza. Los mamíferos pierden sus habilidades de caza, reconocen al humano como un par y vuelven a ser capturados. Sólo sobrevive una de cada diez aves. Sin centros de rescate estatales, los esfuerzos recaen en fundaciones como Temaikén -en los últimos 17 años reinsertó 4.205 ejemplares- y Azara, que casi todos los días recibe consultas de familias arrepentidas. "Una vez me llamaron para decirme que habían comprado una zarigüeya porque el hijo vio La Era de Hielo y quiso una", contó hace dos años una de sus biólogas.
Para empezar a ordenar "la casa común" (Alberto Fernández dixit), los países latinoamericanos dieron un primer paso en octubre de 2019. La Declaración de Lima -"el primer encuentro regional de alto nivel enfocado en el comercio ilegal de especies"- los compromete a considerar al tráfico un asunto de crimen organizado, crear bases de datos confiables, capacitar a los integrantes de la justicia y las fuerzas de seguridad, endurecer las sanciones y concretar operaciones coordinadas. Pero la salida es global. Supone revisar un modelo basado en la agricultura intensiva y la ganadería industrial, dejar de considerar a la naturaleza un supermercado a devastar, diseñar un mundo que, de una vez y para siempre, ya no enferme a los animales que lo habitamos.
Tiger King: de las selfies al crimen organizado
Cuando la pandemia empezaba a dominar el mundo, otro suceso poderoso capturó la atención de los espectadores en cuarentena: Tiger King, la serie que retrata el negocio de los felinos en cautiverio en Estados Unidos. El eje está en la rivalidad entre dos personajes inverosímiles. Joe Exotic -gay, poligámico y amante de las armas- domestica tigres y leones para que los visitantes se saquen selfies en su zoo de Oklahoma. Carole Baskin -proteccionista obsesionada con el animal print- está a cargo de un "santuario" en Florida y lo denuncia como un emblema del abuso.
Mientras que sólo quedan 3.900 tigres libres en todo el planeta, los zoos clandestinos y los patios traseros estadounidenses albergan unos 5 mil. La posesión está prohibida en 36 estados, pero otros 10 la avalan con un permiso gubernamental. El control es mínimo, con apenas 250 agentes en todo el país. Las redes de tráfico ilegal se alimentan de 7000 granjas que crían tigres en Asia; un obstáculo para la recuperación de las poblaciones salvajes, "ya que socavan los esfuerzos de aplicación de la ley y ayudan a perpetuar la demanda de partes y productos de tigres", denuncia el Fondo Mundial para la Naturaleza. Con esa batalla pendiente, la guerra de Tiger King tuvo una ganadora. Baskin se quedó con la propiedad de Exotic, que hoy cumple una condena por participar de un complot para matarla.
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