Traer adentro el afuera
l novelista inglés, David Lodge, en su reciente visita a Buenos Aires comentó que le sorprendía que no tuviéramos una cultura de los grandes espacios, que la dimensión de la pampa parece inspirar. No hay, dijo, el "culto de la vida silvestre o de la frontera..., aunque leí que alguna vez existió, pero ya no". No halló el mito de un Far West estadounidense o del Outback australiano. A poco de este comentario, un argentino residente en Londres, Agustín Blanco Bazán, director de asuntos legales de la Organización Marítima Internacional, una agencia de Naciones Unidas, dijo en entrevista que "la Argentina da la impresión de vivir de espaldas al mar, por lo poco que lo han usado".
Son comentarios interesantes porque nos instalan en una franja urbana, limitados, casi aislados, sobre una tira de hormigón tratando de no ver ni usar las extensiones que nos rodean. En esta ubicación, nuestro "afuera" en la actualidad son Madrid o Miami, u otros destinos admirados y anhelados.
El interior, "adentro", ha perdido nuestro amor e interés como destino y fuente de identidad cultural.
La ciudad no es alternativa a la noción de espacio en un país amplio y de tierra generosa.
La gran urbe da origen a otro tipo de sensación de pertenencia, más efímera y menos profunda, por la velocidad de sus cambios. Sin embargo, es un encierro.
Nuestra gran literatura creó horizontes, nutrió la necesidad y la fantasía de ser parte de un lugar, pero los hemos descuidado, horizontes y literatura. Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), José Hernández (1834-1886) y Lucio Victorio Mansilla (1831-1913), entre otros, nos regalaron una conciencia del recurso emocional que es la tierra, más allá del simple kilometraje de las extensiones enormes.
Estos hombres tuvieron muchas veces como fuente los escritos de viajeros ingleses que describían en su andar la atracción del territorio abierto que ellos no tenían en Europa. Las crónicas de ingleses fueron, en muchos casos, informes comerciales enriquecidos por la observación romántica, y aquellos textos constituyeron nuestra primera literatura.
Es difícil determinar por qué perdimos esa noción de romance de nuestra tierra que nos dieron nuestros escritores y pioneros, por qué no hemos intentado crear algo en su lugar. Se puede, por ejemplo, imaginar que la inmensa llanura hoy ofrece una combinación de espacio y explotación tecnológica que sólo unos pocos parecen apreciar.
De algún modo, las ciudades han sido separadas del interior por modas políticas que enfatizaron diferencias más que simbiosis posibles. La desconfianza, el destrato entre nosotros, nos han alejado de nuestra propia tierra.
Sería bueno recuperar el espíritu de la gran literatura. No se trata de volver al siglo diecinueve ni de reciclarnos a una época de un Sarmiento en "Viajes" o en "Recuerdos de provincia". Sí podemos recobrar la emoción que propone la visión de gran país recreando los mitos de una nación amplia en la que todos participamos, aprendiendo a sentir su aire y su suelo, su alma.
El autor es periodista y escritor