Pocos vecinos se detienen a imaginar el interior de esos edificios que a veces vemos sin mirar pero que están ahí desde siempre, parafraseando a Borges, tan eternos, hasta que algún empresario sensible (y no es un oxímoron) decide hacer un negocio. Benditos espíritus aventureros que se lanzan al abismo de la economía local, pues de otro modo sería imposible para el resto de los mortales acceder a tesoros como el que ocultan las alturas del Comega. Un bar en cielo. Eso es, literalmente, Trade Skybar, la propuesta gastronómica inaugurada en los pisos 19, 20 y 21 de la emblemática construcción proyectada en 1930 por los arquitectos Alfredo Joselevich y Enrique Douillet. Apenas unas semanas abierto, luego de una década cerrado, y en breve serán trending topic las vistas a 360 grados de la ciudad. Sin dudas, vivas o no aquí, genera una expectante felicidad contemplar Buenos Aires desde arriba...
Había una vez
Originalmente diseñado como salón de reuniones y confitería, el espacio que ocupaba el célebre "Comega Club" había cerrado sus puertas en 1969. En los últimos años distintos emprendimientos intentaron reflotar sin suerte el brillo de aquellas épocas, hasta que el mismo grupo propietario de Nicky Harrison, Uptown y Bourbon, Brunch & Beer decidió aceptar el desafío. "Quedamos impactados cuando nos convocaron. Enseguida entendimos la magnitud y la importancia que tiene para la ciudad y el continente. Al ser un emblema del art déco vienen a visitarlo de todas partes del mundo" cuenta sin disimular la emoción Andrés Rolando, responsable de la puesta en valor junto a sus socios Pablo Fernández y Hernán Rosales.
"Es una verdadera obra de arte. Tiene rincones y detalles de esa Buenos Aires que nos enorgullece. Los administradores, que lo mantienen impecable, querían devolverle su esplendor y que mucha más gente pudiera conocerlo. Por ser una esquina y una arquitectura tan especiales pensamos que merecía un rooftop a la altura de las grandes metrópolis, así que pusimos toda la energía en hacer algo que fuera parte del patrimonio. Los porteños tienen ahora la oportunidad única de ver la ciudad como nunca la vieron. Ese es nuestro mayor capital" agrega.
Una sociedad de vanguardia
Los libros de historia recuerdan que el Comega asomó en el paisaje enjoyado de los palacios construidos cuando la arquitectura simbolizaba el prestigio y la grandeza del país ganadero. Desafiando las sudestadas del bajo urbano, ocupa un lote en esquina, y en barranca, casi cuadrado. Junto con el Safico y el Kavanagh, ilustra la vocación moderna que invadió la ciudad en la década de los treinta, según la Guía de Patrimonio Cultural de Buenos Aires. Fue de nuestros primeros rascacielos (en rigor, el primero fue la Galería Güemes, en 1915) y su estética "elude las referencias volumétricas y decorativistas del art déco que ostentan otros ejemplos de la época, acercándose más al purismo formal del racionalismo alemán, con dos cuerpos rectos, sin escalonamientos, de 14 pisos y un tercero que se prolonga hasta el 21, con una altura total de 85 metros" precisa el texto.
Reconocible por la fachada de puro mármol travertino, sin un solo firulete, en su momento contó con la última tecnología: cinco ascensores ultrarrápidos, aire acondicionado, agua caliente, fría y helada. Había peluquería y baños en planta baja. Aún conserva el hall revestido en acero inoxidable bruñido (para suavizar las luces y facilitar su limpieza), y siguen ahí el mostrador de la portería en granito negro y el precioso buzón para la correspondencia conectado a las oficinas. Sobre Alem destaca una única ventana de curva saliente, ondulada y como un ojo de cristal, visible incluso desde la explanada del nuevo Paseo del Bajo. "Hay que imaginarlo entonces: un local gastronómico con mirador, y a esa altura. Era de vanguardia absoluta. También hay que imaginar Buenos Aires con un perfil mucho más bajo. El Comega fue uno de los gigantes de Sudamérica" dice la arquitecta Paula Peirano, convocada para la remodelación de los tres pisos. "Para estar al nivel del servicio que se quería ofrecer era necesaria una gran intervención, funcional y estética. Pero tratándose de una propiedad declarada de valor patrimonial, había que ser muy cautelosos".
La obra en cuestión demandó nueve meses y contempló, en principio, la reparación de los distintos niveles más la construcción de una gran cocina y depósitos para abastecer los tres sectores que conforman Trade. "En el piso 19 la gran decisión fue ubicar la barra de frente, dejando en su espalda los ventanales integrados a un inmenso fondo de siete metros de alto realizado en bronce, con capacidad para alojar 400 botellas. Todo el equipamiento se dispuso de tal manera que, estés donde estés, no te pierdas las vistas. En el piso veinte el desafío era mantener una escala íntima sin que perdiera identidad, y la terraza, sin duda, fue lo más complejo. Se planteó elevar y alejar toda la construcción del perímetro para conservar la lectura del volumen original del edificio, y ganar visuales, además de procurar estructuras resistentes al clima, 85 metros francos al Río de la Plata, lo que significó una fuerte inversión" aclara. Una decoración estilo Gatsby le hace guiños al perfil ejecutivo que circula por el distrito financiero. Sobre el sector de la barra cuelga una impactante lámpara diseñada especialmente, y la iluminación general es estratégica: ningún destello compite con el espectáculo exterior. Muros de espejos biselados y mobiliario de madera, pana y cuero (los originales eran de abedul y gamuza) se complementan, elegantes, con algunos pocos adornos de metal. "Participé de otras intervenciones en edificios antiguos, pero éste es algo especial e intimidante. Es un icono. Quienes estudiamos en la UBA lo veíamos a diario, ya que los planos de su fachada ilustran las paredes de la FADU. Fue una inmensa carga de responsabilidad, pero una experiencia sumamente inspiradora" agrega Paula, que trabajó en equipo con el arquitecto Gonzalo Benítez.
Cocina gourmet
La apuesta del servicio es altísima, valgan las redundancias. La coctelería está a cargo de Lucas Dávalos (ex Isabel) y la cocina en manos de Dante Liporace, discípulo de Ferran Adrià y actual responsable del comedor de la Casa Rosada. La carta mantiene la calidad de los lugares del grupo y contrariamente a lo que pueda sugerir todo lo anterior, para visitarlo no hace falta romper el chanchito. Los valores también son los mismos. No hay trade, o en tal caso, es más que justo.