En 1941 un inmigrante asturiano abrió su primera tienda en Mar del Plata y, en pocos años, conquistó el país
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Un pañuelo viejo, agujereado, y unos gemelos en forma de grano de café. Para Martín Cabrales (61), estos son de los más preciados objetos que tiene en su posesión. También son de los pocos vínculos materiales que aún mantiene con su abuelo, Antonio Cabrales, el fundador de la gigantesca empresa que lleva su apellido. Ese que tantas veces se escabulló dentro del subconsciente argentino alimentado por el jingle compuesto por Julia Zenko.
“Yo me siento como un custodio del nombre y de la marca. Y mis hermanos sienten lo mismo”, explica Martín Cabrales en su tienda boutique de Recoleta.
Jura que, pese a que su empresa sea una de las más grandes del país, nunca perdió la impronta familiar. Ellos, la tercera generación, siguen repitiendo los mismos hábitos que sus abuelos cuando tenían solo una tienda de café sobre la calle Rivadavia al 3173, en Mar del Plata.
“La casa de mi abuela era el meeting point de la familia. Todos los días nos juntábamos en una mesa redonda a la hora del té. Allí se hablaba de todo: de lo personal y del negocio”, asegura.
Desde 1941, cuando Don Antonio fundó aquel primer local, la familia se convirtió en el motor principal del café Cabrales.
“Mi abuelo fue a trabajar hasta el último día de su vida”
Antonio Cabrales tenía 18 años cuando dejó Cangas de Onís, en Asturias, y se embarcó rumbo al puerto de Buenos Aires. Escapaba de la Guerra Civil y de la brutal crisis que sembró en el país. España estaba sumida en un período de miseria y escasez sin precedentes, en la hambruna.
Desde el inicio de la expansión franquista, en 1936, hasta el final de la autarquía, en 1959, más de 500 mil españoles emigraron hacia Argentina. “Los hermanos de mi abuelo ya vivían aquí cuando decidió venir. Ellos se habían ido unos años antes que él”, repasa Martín.
Antonio vino decidido a “hacer la América”: trabajar a destajo para construir lo que parecía imposible en su pueblo natal. En definitiva, lograr una vida mejor. Siguiendo a su familiares, a los adelantados, se radicó en Mar del Plata. Lo primero que hizo después de llegar fue conseguir un empleo en “Al grano de café”, una pequeña tienda en el centro de la ciudad, también de españoles, que importaba granos de Colombia. Allí aprendió todo lo que había que saber sobre el café: tostaba los granos, los envasaba y los vendía.
Mar del Plata estaba atravesando una transformación definitiva: dejaba de ser el balneario de la aristocracia para convertirse en la ciudad de veraneo de la clase media y el turismo sindical. Este cambio se materializó, primero, en la construcción de una nueva rambla, con firma de Alejandro Bustillo, que incluía un fantástico Casino Central. Antonio Cabrales supo interpretar “lo que venía” y se propuso acompañar el desarrollo de la ciudad: renunció a su trabajo en “El grano de café” e inauguró su propio negocio, también con café colombiano.
-Martín, ¿por qué su abuelo decidió dedicarse al café?
-Si estudiás la historia de los españoles que vinieron a la Argentina en esa época, vas a descubrir que la mayoría están involucrados con el negocio gastronómico. Y si analizás la historia del café en la Argentina, todas las empresas son de descendientes de españoles. Es el rubro en el que se especializaron muchos de ellos. Así como los japoneses se dedicaron a la tintorería y los chinos a los supermercados.
-¿Por qué eligieron el café colombiano y no el brasileño, por ejemplo?
-En ese momento, en la Argentina estaba la Federación de Cafeteros de Colombia y tenía oficinas en Buenos Aires. Había funcionarios de la Federación que vivían en el país con una especie de rango diplomático. Mi abuelo construyó una gran relación con ellos que aun se mantiene. Hemos pasado Navidades y Años Nuevos con ellos.
En 1941, Antonio Cabrales abrió “La planta de café”, la primera tienda familiar, la piedra fundamental de su imperio cafetero. El local aún existe, está ubicado en la calle Rivadavia, en la esquina con Independencia. En sus comienzos, el negocio apuntaba a dos mercados: era cafetería y bodega. De un lado se almacenaban las bolsas de arpillera llenas de café, que llegaban hasta el techo, mientras que del otro lado había una tienda boutique con botellas importadas de todo tipo. “Mi abuelo era un gran conocedor de whiskey y otros licores, e hizo lo imposible para tenerlos en su tienda”, explica Martín.
-¿Cómo era ese primer local?
-Era una tienda muy clásica: mi abuelo tenía un gran sentido estético y vendía productos de calidad. Además, tostaba el café en el momento. Había comprado una tostadora gigantesca, a base de leña, dentro del local. Pero la venta al público nunca fue el principal objetivo de mi abuelo: desde un principio supo que lo más importante era la venta mayorista.
Antonio Cabrales siempre estuvo al frente de su negocio. Visitaba a cada cliente, entregaba el café personalmente, llamaba a todos por teléfono en cada fiesta, hablaba con la prensa y con gente influyente en la ciudad... “Mi abuelo trabajó hasta el último día de su vida. Le gustaban mucho las relaciones públicas, siempre estaba bien vestido y seducía con la palabra”, destaca Martín.
Todas las mañanas, los empleados de la empresa recorrían los hoteles y restaurantes de la ciudad para ofrecerles café u otros productos que vendían en la tienda. “También hacíamos ventas telefónicas, mucho antes de que se inventara el telemárketing”, asegura. Muy pronto, La planta de café se convertiría en el mayor proveedor de la ciudad. Pero para lograr ese objetivo, Antonio convocó a toda su familia: asumió el control de las ventas y la administración, mientras que puso a sus tres hijos, Quique, Jorge Fernando y José Manuel, a repartir café en bicicleta y a apilar las bolsas en la tienda. “Todos tenían un rol, aunque Quique, mi padre, y Jorge fueron los que más se involucraron en un inicio porque eran los mayores”, repasa Martín.
-¿Usted también empezó de la misma forma, “desde abajo”?
-Todos hicimos de todo cuando éramos chicos. Recuerdo muy bien acompañando a mi tío en el auto para conseguir clientes en otras provincias aunque yo me enfoqué en las ventas. Mis hermanos fueron los que más viajaron con él. Recorrieron todo el país. Eran horas eternas de autos, de hablar con potenciales clientes y de bajarnos a comer en cualquier pueblo que encontraran.
-¿Qué pasa con las mujeres de su familia?
-En las primeras dos generaciones de Cabrales en la Argentina, las mujeres no tuvieron una participación activa en la empresa. Era algo muy de época que hoy en día ni siquiera se considera. Pero sin duda alguna, ellas eran el sostén de toda la familia. Sin su trabajo no podríamos haber logrado tanto crecimiento.
-¿Usted recuerda a sus abuelos?
-Mi abuelo era una persona con un carácter muy fuerte, era el empuje. Y mi abuela era el equilibrio. Con los nietos eran muy cariñosos. Pero ellos vivían para la empresa.
Fueron 20 años de intenso trabajo para llegar a consagrarse como una de las empresas más importantes de la ciudad. “Ahí aparece La planta de café con el empaque dorado, empiezan los comerciales de televisión… Fue una etapa de crecimiento gigantesco”, añade Martín.
“Arriba Cabrales, arriba Cabrales”
Para 1960, La planta de café se conocía en todo Mar del Plata. Quique y Jorge Cabrales comprendieron que era el momento de hacer cambios trascendentales en la empresa. El mercado hotelero y restaurantero les quedaba chico. Entonces buscaron adaptarse al nuevo fenómeno que se había instalado en el país: los supermercados.
Había pocos supermercados en el país: La Estrella Argentina en Mar del Plata u Hogar Obrero en Buenos Aires. Pero a comienzos de los 80, los grandes almacenes de autoservicio se multiplicaron. Aparecieron más de 160 establecimientos diferentes. Los dos hermanos no tardaron en concluir que el futuro de la empresa era producir paquetes de café en masa y llevarlos a las góndolas.
En 1982 desembarcó Carrefour en la Argentina. “Nosotros fuimos los primeros en el rubro que empezamos a vender en supermercados. Mi padre era de avanzada en esa época, tanto en la venta mayorista como en la parte comercial. No muchos pensaban en el marketing como nosotros”, explica Martín.
Comenzaba el período de expansión. Abrieron locales por toda Mar del Plata e hicieron pie en Buenos Aires con su primera tienda. Al mismo tiempo, construyeron una fábrica capaz de proveer café envasado a todo el país.
En la radio o en la televisión, se escuchaba día y noche el jingle “arriba Cabrales, arriba Cabrales… significa buen café”. Armaron una enorme campaña gráfica y empapelaron parte del país con el nombre de la empresa. También organizaron eventos culturales que, algunas décadas más tarde, tendrían su correlato en la serie de cápsulas llamada Expressarte, donde participaron artistas como Martha Minujín y Milo Lockett. “Todo eso viene de la idea que mi padre y mis tíos comenzaron a fomentar en la empresa, de la estrecha relación entre el café y el arte”, insiste Martín.
-¿Cómo describiría a su padre?
-Mi padre es un toro. Ahora tiene 85 años, está en silla de ruedas, pero pasó por todo y mentalmente está perfecto. En los 90, cuando nosotros, la tercera generación, empezamos a trabajar más a fondo en la empresa, mi padre tuvo un ACV y quedó hemipléjico. Fue un episodio muy triste. Con mis hermanos hicimos todo para estar con él y seguir haciendo crecer la empresa. Él puso mucha voluntad. Tuvo que aprender a hablar, a escribir y a caminar, todo de nuevo. Recuerdo que practicaba en la nave del parque industrial. Todos los días, iba con su ayudante y caminaba de un lado a otro.
Martín Cabrales dice que la empresa atraviesa una tercera etapa: “Nosotros profesionalizamos el negocio: estamos en la cámara de comercio, tenemos relevancia internacional... incluso conocí a tres directores de Juan Valdez”, explica.
El café Cabrales hoy no solo es colombiano y se vende en varios países de la región. Quique, su padre, aún es presidente de la empresa. Martín Cabrales tiene el cargo de vicepresidente, y Germán y Marcos son directores generales. Aun hoy, Martín, frente a reuniones importantes o difíciles, nunca olvida ponerse el pañuelo viejo y los gemelos en forma de grano de café que pertenecieron a su abuelo Antonio.
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