En las coordenadas pautadas para la cita, Marcos espera fumando un cigarrillo con un libro en las manos, en cuya tapa se lee un extraño nombre: Ferdydurke. Son las cuatro de la tarde de un jueves soleado de primavera. Está parado en el umbral de un pasaje de rejas negras, en Bartolomé Mitre al 1563.
-Disculpame, ¿vos sos el guía turístico? -Una mujer de más de 60 años llega con paso atolondrado y lo intercepta.
-Eh… sí, hoy sí -le responde Marcos. Si bien es estudiante de Letras, hoy será quien guíe el tour literario por los lugares de Buenos Aires que marcaron la vida de Witold Gombrowicz, el autor polaco que se exilió en Buenos Aires entre 1939 y 1963 y que desarrolló un estilo de vanguardia que lo catapultó a la categoría de escritor de culto.
La pregunta es por qué arrancamos acá.
-Ahí había una casa -nos explica Marcos mientras señala la fachada de un supermercado en la vereda de enfrente- que supo ser la residencia de Cecilia Benedit Debenedetti, sede de reuniones sociales e intelectuales de la época, que además era amiga y mecenas de Gombrowicz.
Levantamos la vista y mientras Marcos sigue con su relato viajamos mentalmente a la otra vida de ese lugar. Un changarín frena su carro para revolver el tarro de basura que se aposta frente al negocio y atasca el tránsito en la calle angosta. Los autos y colectivos que intentan avanzar recargan la brisa de la tarde con sus bocinazos furiosos, pero ese caos ya no nos pertenece: durante las próximas dos horas seremos como sonámbulos que visitan una ciudad del pasado, bajo el hechizo de un espacio temporal paralelo, y desandaremos las marcas que dejaron esas mismas calles en la vida y obra de Gombrowicz.
Caminaremos hacia la librería Antigua Fray Mocho, en donde el escritor celebró la conferencia contra los poetas: una ingeniosa "operación bochinche" para conseguir prensa. Visitaremos el Teatro Colón para repensar las contradicciones de clase que afligían a Gombrowicz, que se autoproclamaba sencillo, pero rendía pleitesía a seres como Mozart o Heidegger. En la exconfitería del Gran Rex, hoy devenida en local de una cadena de cafetería, recordaremos cómo, en 1947, el escritor celebraba una traducción colectiva de su obra Ferdydurke en la que opinaban hasta los mozos. Completaremos cada detalle de la caminata con la imaginación: la mayoría de los lugares que frecuentaba Gombrowicz ya no existen. Cada paso nos conducirá a preguntas sin respuesta: ¿cuánto afecta una ciudad a un escritor? ¿Cuánto afecta un escritor a una ciudad?
Aburridos de estar aburridos
"Todo lo que hacemos responde al aburrimiento", dice en un café de Colegiales Nicolás Hochman, historiador y alma máter de Una Brecha, la productora cultural que se consolidó en 2014 y, desde 2016, organiza los tours literarios gratuitos, una serie de recorridos por los lugares que frecuentaron, además de Gombrowicz, Julio Cortázar, María Elena Walsh, Roberto Arlt y Jorge Luis Borges.
Una Brecha es como un juego de muñecas rusas: pertenece a la Asociación Civil Heterónimos que, a su vez, surge del Congreso Gombrowicz, un evento académico que comenzó en la cabeza delirante de Hochman –en ese entonces, doctorando del Conicet en temas de migración y exilio a través de la obra de Gombrowicz- y terminó coordinando con otros 10 entusiastas de la cultura. "Como investigador quería hacer una antología de textos del escritor polaco, empecé a convocar a lectores que sabía que tenían algo para decir, se lo ofrecí a tres editoriales distintas y a las tres les interesó, pero querían ver el material. Se me ocurrió organizar un congreso, convocarlos y que trajeran sus textos, para luego llevarlos a la editorial. Fue una bola de nieve". La idea se materializó en 2014, con 60 expositores de 16 países que se dieron cita en la Biblioteca Nacional. "No queríamos algo académico típico; nos regimos por el espíritu irreverente de Gombrowicz". Hubo ponencias ilustradas, un ciclo de teatro, se filmó un documental, se publicó una revista y se realizaron por primera vez los city tours literarios. "Todo fue en un clima tan de camaradería y joda que ahí decidí abandonar la Academia y armar la productora Una Brecha".
En 2016, lanzaron los tours literarios. "Aparecieron ante un vacío, porque en Argentina hay cualquier cantidad de escritores de ficción, pero muy pocos city tours, y los que existen son pagos. Se nos ocurrió tomar la caminata como una excusa para conocer su obra". Además, lanzaron una app para quien quiera hacer el recorrido por su cuenta. Este año, los tours se están haciendo de octubre a diciembre, y para el año que viene los autores serán Bioy Casares, Pizarnik, Fogwill, Piglia y Sabato.
Caminos que se bifurcan
Ahora estamos en Avenida de Mayo 1324. Es sábado por la tarde y somos casi 40 personas escuchando sobre el escritor que a los 4 años ya sabía leer, que odiaba el fútbol, que era tartamudo, que a los 7 escribió su primer cuento -una continuación de Don Quijote de la Mancha-, a los 9 ya traducía a Oscar Wilde y a los 15 se exilió con su familia en Ginebra.
-Cuando volvió, a sus 33 años, empezó a trabajar justo ahí -dice Branco, nuestro guía, que nos llevará hacia esa nebulosa hipnótica de las calles por las que en el siglo pasado caminaba Jorge Luis Borges. Señala un edificio en la vereda de enfrente: el diario Crítica. Después nos conduce por la calle Libertad hasta Lavalle. Los transeúntes entornamos los ojos de cara al sol para ver el lugar donde antes funcionaba el cine al que Borges solía ir hasta que quedó ciego. Al llegar a Florida copamos una casa de deportes: pasando los percheros y las paredes con exhibidores de zapatillas, nos topamos con una antigua barra de madera y mesas con sillas acolchadas.
-Acá -comenta Branco-, hasta 2011, funcionó el café Richmond, lugar de tertulia de Borges, Bioy, Silvina Ocampo.
De vuelta por Lavalle doblamos en Paseo Colón y avanzamos por los oscuros pasillos de las veredas techadas frente al CCK. La sombra repentina nos provoca piel de gallina. A Borges, nos enteraremos después, le pasaba algo parecido, pero no por el frío, sino porque consideraba que era la "zona de las pesadillas", un lugar con el que soñaba con recurrencia y cuya aura siniestra le causaba tal fascinación que lo usó como locación para muchos de sus cuentos.
Sobrevolamos San Telmo, vamos al anexo de la Biblioteca Nacional. Borges fue su director entre 1955 y 1973. El edificio es barroco, pero su despacho contrasta con el resto por su despojo: el escritor había ordenado quitar el empapelado y los ornamentos y solo tenía como decoración una biblioteca. El final sucede evocando la calle Garay, donde se encuentra el sótano en el que el protagonista de El Aleph halla el objeto a través del cual es capaz de enumerar todo el infinito. Una vez, en Madrid, un periodista le preguntó si aquel sótano de Garay realmente existía. Le llamaba la atención que fuera la única referencia en toda su obra a una calle que figuraba en los mapas. Cuenta la leyenda que Borges tuvo la tentación de decir que sí, pero se contuvo y el amigo con el que estaba salió al cruce: "Si algo así existiera, sería la cosa más famosa del mundo", le dijo. Nos volvemos a nuestras casas con una pregunta: ¿sigue existiendo de alguna forma aquella ciudad por la que deambulamos en las últimas dos horas de nuestras vidas?
Para más información y próxima salidas: www.citytourliterario.com
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