Es de esos hitos de Buenos Aires que forman parte de la postal más representativa de la ciudad. Símbolo y estampa. Elegante se yergue allí donde miles de transeúntes pasan día a día. Vigía de la vorágine cotidiana. Faro de los que llegan por aire o río. Punto ineludible para los que se sumergen en la urbe en ómnibus o en tren. Protagonista de innumerables retratos de peatones curiosos. Y de turistas que, con el tesoro del tiempo en su poder, se dedican a curiosear las placas y ornamentaciones que descifran su historia y su razón de ser. Tiene nombre propio: Monumental. Y apodo: De los Ingleses. En más de cien años fue testigo de acontecimientos fundamentales y de la metamorfosis de la ciudad. Ubicada en la plaza Fuerza Aérea Argentina, en Retiro, frente a las terminales ferroviarias de las líneas Mitre, Belgrano y San Martín; observa el río y, del otro lado, a las barrancas de la Plaza San Martín. Sus sesenta metros de altura, que supieron ser imponentes en tiempos de una urbe menos escalonada hacia el cielo infinito, permiten observar unas magníficas vistas de reconocidos rincones de la ciudad, casi nunca admirados desde ese ángulo elevado.
"Todo el mundo cree que la entregaron los ingleses, pero en realidad fueron los residentes británicos en Argentina y por suscripción pública. No fue el Estado del Reino Unido quien la ofrendó. Se donó con motivo del centenario de la Revolución de Mayo, pero, en realidad, se inauguró recién, entre otras razones por el inicio de la Guerra, el 24 de mayo de 1916", explica el licenciado Ricardo Pinal Villanueva, Director del Museo de la Ciudad, institución que es responsable de articular los contenidos culturales, históricos y didácticos de la Torre Monumental. Así mismo, el Ministerio de Ambiente y Espacio Público del Gobierno de la Ciudad, a cargo de Eduardo Machiavelli, es el encargado del mantenimiento y puesta en valor. Sinergia de diversas áreas para que cumpla con sus roles patrimoniales, estéticos y culturales.
Hoy, la torre se encuentra cerrada al público por encontrarse en proceso de acondicionamiento para una pomposa reapertura que coincidirá con un nuevo cumpleaños de la patria. El 25 de Mayo de 2019, residentes y turistas podrán volver a acceder a los diversos sectores y descubrir sus secretos, que no son pocos. Mientras tanto, se la puede disfrutar desde afuera. Luce espléndida, cuidada. Con su reloj en hora. Y su campana principal y el carrillón en perfecta actividad. Por las noches, impacta con su flamante iluminación led que le resalta sus detalles y la hace llamativa, aún más, a la distancia.
Testigo de la historia
"Para los británicos, la relación tiempo y espacio es muy importante, entre otros factores porque son grandes navegantes. Para el transporte marítimo es fundamental el tema de la puntualidad, y de las relaciones de mapeo y cronometraje de viajes. Por esta razón, casi siempre, regalan torres con reloj. Lo hicieron, además de en Argentina, en Australia e India, entre otros lugares. No son iguales, pero se parecen", explica Pinal Villanueva.
La torre fue diseñada por el arquitecto Ambrose Poynter bajo las influencias del estilo neo renacentista. Sus ladrillos rojos y piedras labradas fueron traídos desde el Reino Unido, al igual que la boiserie, los aceros, las campanas, los relojes y los pisos. Solamente los materiales de pegado llevaban la impronta nacional. Para la construcción se utilizaron 555.000 ladrillos provistos por una compañía inglesa que sigue en actividad. Todo está intacto, prueba fidedigna de la calidad de los materiales. "Los residentes británicos al gran pueblo argentino salud. 25 de mayo de 1910". La placa lo dice todo. Allí quedó rubricada esta ofrenda que ya es un patrimonio ineludible de la ciudad. En sus caras, se vislumbran distintivos del imperio británico como la Flor del Cardo, la Rosa de la Casa Tudor, el Dragón Rojo de Gales y el Trébol de Irlanda. No faltan los escudos de Argentina y el Reino Unido, y los emblemas de Inglaterra y Escocia: el Unicornio y el León Rampante. "Carlos Gardel no conoció el Obelisco, pero si la torre que es veinte años mayor. Además, tiene el gran valor de ser lo primero que veían nuestros abuelos inmigrantes que llegaban en barco y se alojaban en el Hotel de los Inmigrantes", grafica Pinal Villanueva con mucho apasionamiento y conocimiento.
En el solar que ocupa, originalmente se encontraba la compañía de gas desde donde se alimentaba el sistema de iluminación de Buenos Aires. Y, también, en tiempos de la colonia, se emplazaba el corral de los esclavos. Otros tiempos, indudablemente. Una de sus caras observaba lo que era el Primer Regimiento de Granaderos, hoy Plaza San Martín. Hacia el Este, la torre convivió con el Parque Japonés, aquel predio dedicado a la diversión familiar, ubicado donde hoy se levanta un hotel de cadena internacional. La torre fue testigo de los cambios de una ciudad joven que, vertiginosamente, creció y mutó.
"La idea es integrar al turista con el residente. En cuanto a los vecinos, la torre se ve de la misma forma desde el Edificio Kavanagh como de lo que se llamó Villa 31, que hoy es el nuevo barrio 31 o Retiro. Todos ellos, más los que pasamos ocasionalmente, somos los que disfrutamos de la torre, que tiene un nivel de visibilidad muy grande. De hecho, es un referente horario. Tanto hace un siglo, como en la actualidad, el uso del reloj pulsera no es lo más frecuente. Así que el reloj de la torre presta un servicio muy importante", explica el museólogo.
En la transición entre los tiempos de dictadura y el regreso de la democracia con la presidencia del Dr. Raúl Alfonsín, la torre sufrió la explosión de una bomba. El atentado dañó seriamente su planta baja y algunos elementos originales, hoy exhibidos para recordar y seguir condenando la barbarie. "Nunca se malvinizó. Incluso, enfrente, se encuentra el Monumento a los Caídos en Malvinas. Siempre se entendió que es un monumento de la ciudad donado por los residentes". Fruto del paso del tiempo y las transformaciones, hoy tampoco la rodean las fuentes de agua que conformaban una bonita postal de impronta muy europea como lo era la ciudad en aquel entonces.
Interior desconocido
Al ingresar a la torre, la planta baja cobija un centro de interpretación, y pinturas de Omar Bevacqua, el torrero que está a punto de jubilarse y se siente parte del lugar. Una vitrina atesora postales y hasta una caramelera con la forma de la torre. Y sí, este famoso atalaya hasta se dio el lujo de contar con su propia tienda de merchandising. Las postales dan cuenta de aquellos tiempos de comunicación epistolar que permiten rememorar el romanticismo de elegantes señoras y distinguidos señores. Da cierto pudor transitar esos pisos originales y lujosos. El ascensor de hierro forjado admite acceder hasta los niveles intermedios, donde alguna vez se montaron exposiciones; y al mirador, ese objetivo principal de todo visitante de este lugar que sirvió de locación para algunas escenas de la película La bestia humana, dirigida por Daniel Tinayre. El mirador es una suerte de balcón que abraza a toda la estructura y permite apreciar las vistas en 360°. Contemplación pura en tiempos de celeridades.
Más arriba, ya el ascensor es un recuerdo, y una escalera marinera conduce a las zonas privadas, insondables para la mayoría. Allí está el reloj Gillett & Johnston de 1914 junto a la gran campana mayor y el carrillón. "El reloj es una pieza histórica construida en madera, bronce, y hierro fundido, a semejanza del Big Ben de Londres", explica el ministro Eduardo Machiavelli. El bronce y la madera escogidos para su diseño permiten que no se altere su funcionamiento con el oscilar de los parámetros de temperatura y humedad. Materiales nobles para un mecanismo de precisión. "En la Ciudad tenemos más de sesenta relojes ubicados en el espacio público que forman parte de nuestro patrimonio. Para nosotros su mantenimiento es fundamental y por ese motivo contamos con profesionales que los chequean todas las semanas", explica el responsable del espacio público de la ciudad.
Javier Terenti es técnico en electrónica y relojero. Hace once años que trabaja en la Torre Monumental y que es el encargado de salvaguardar el buen funcionamiento de los relojes que dependen del Ministerio de Espacio Público. Aprendió su oficio de Carlos Caserta, un viejo especialista ya jubilado, quien le supo transmitir los secretos y el amor por este trabajo artesanal y en extinción.
"La máquina es original. Aunque se convirtió en electromecánica, se le puede dar cuerda a mano. Es un mecanismo inglés perfecto", explica el joven relojero. "Llego acá y ya estoy en 1916, porque no uso el celular. Uno vuelve a una época". Oficio y vocación. Pocos pueden congeniar ambas experiencias en su trabajo cotidiano. Javier Terenti ha logrado convertir su arte en una aventura apasionada: "Es una gran emoción hacer este trabajo. Siempre digo que la torre me eligió a mí, y no yo a la torre. Esta es una especialidad que se está perdiendo así que es un orgullo recuperar todos los relojes de la ciudad. Y poder lograr que estemos en sintonía con otras ciudades porque, en el mundo, todas las torres están funcionando".
Reloj y campanario trabajan mancomunadamente en un engranaje de perfección mecánica a péndulo. La campana mayor pesa siete toneladas y suena cada hora. De acuerdo a la hora, será el número de campanadas concordantes. Además, cada quince minutos, suena el carrillón integrado por cuatro campanas cuyo peso asciende a tres toneladas. El carrillón interpreta, en cuatro fragmentos, la Melodía de Westminster, similar a la que se escucha en la Abadía londinense. En la planta baja de la torre está exhibida la partitura fragmentada en cuatro pentagramas, de acuerdo a lo que suena cada quince minutos. A la hora en punto, la canción suena completa junto con el sonido de la campana principal. Las campanas de masa se activan electrónicamente. Aunque se lo puede hacer de manera manual.
"Nuestro relojero, Javier Terenti, además de ocuparse de los 64 relojes que hay en la Ciudad, conoce, como nadie, los secretos y cada uno de los engranajes de una de las maquinarias más emblemáticas como lo es el reloj de esta torre", dice Machiavelli.
No es posible encontrar a Quasimodo en el interior de la torre. Como así tampoco es real aquella versión que habla del deambular del espectros de los esclavos del viejo corral que ocupaba el solar. El mito proviene del ruido de cadenas que suele escucharse, pero eso no es otra cosa que el andamiaje de relojería. Algunos hallaron en la torre el lugar propicio para poner fin a sus días. Fueron pocos. Y en ese acto desesperado impulsaron la colocación de una suerte de mampara que protege todo el balcón y les otorga máxima seguridad a sus visitantes. Lo épico de una decisión fatal en un lugar histórico ya no es viable.
En 1999, bajo el gobierno de Fernando de la Rúa en la ciudad, se llevó a cabo la tarea de recuperación del edificio que siempre fue aprovechado en todo su potencial: desde aquí transmitió, alguna vez de manera ocasional, Radio de la Ciudad; y su altura permite que sea el lugar ideal para irradiar barridos de señales de wi fi. "La ciudad está atravesando un cambio de sistema de iluminación hacia la tecnología led. La torre no es la excepción y eso permite trabajar en sintonía con el resto de los monumentos para fechas o conmemoraciones especiales", concluye Ricardo Pinal Villanueva, quien desde el Museo de la Ciudad que dirige, se encargará de darle contenido histórico a este espacio que, en pocos meses, abrirá sus puertas para la visita de vecinos y turistas. Una visita que les permitirá ser protagonistas de una mirada única y de recrear el pasado observando el presente. Allí está la veleta con forma de embarcación en lo más alto de una torre siempre vigía, testigo del pulso de una ciudad.
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