Torino, el toro argentino
Se fabricó entre 1967 y 1982. Su potencia y su elegancia marcaron a fuego la memoria de los argentinos que tuvieron con él una relación muy especial
El rulo. Se acaricia el rulo con un dedo, el mentón apoyado en el puño, la vista fija en los vidrios. Balancea el pie enfundado en la ballerina ortopédica (que odia tanto) y repasa los pliegues de la falda escocesa (que también). Quiere que el verano no termine nunca. Se mesa el rulo. Bosteza. Y entonces lo escucha. Un bramido ronco desde la esquina. Salta de la silla, sale a la vereda y mira. Todavía nada. Pero ella sabe. No confundiría ese rugido con ninguna otra cosa del mundo. El auto asoma por la esquina y su padre la saluda. La nena salta y la falda escocesa (que odia) flota a su alrededor como si ella fuera un estambre delicado, una flor extraña. Su padre acelera, toca la bocina y ella ríe. Está segura. Ese es el ruido que tiene la felicidad. El ruido del motor del auto de su padre. El auto de su padre se llamaba Torino.
Nace una estrella
El objeto de la felicidad de tanta gente empezó a gestarse en Estados Unidos, cuando Henry J. Kaiser instaló una fábrica de autos llamada Industrias Kaiser. Estados Unidos era un reino dominado por Ford y General Motors, y a la pequeña Kaiser le costaba competir, de modo que cuando el gobierno argentino hizo una propuesta de mudanza al país las Industrias Kaiser se instalaron gustosas en Córdoba. Con el tiempo se transformaron en Ika Renault y, finalmente, en Renault. En aquel entonces la fábrica sacó al mercado el Kaiser Carabella, el Jeep, la Estanciera y, asociada con American Motors, el Rambler, que resultaba un auto demasiado grande para el gusto argentino.
Entonces, en algún momento entre 1965 y 1966, se empezó a gestar la idea: fabricar un auto poderoso, tan capaz de correr en la montaña como de dar un tranquilo paseo por el campo, con diseño y porte dignos de un auto europeo, pero argentino desde la punta hasta la cola. Esa fue la idea. El resultado no fue un auto, sino una criatura refinada en la que todos vieron más que un conjunto de chapa y tuercas.Guido Perazzollo vive en Córdoba, y cuando comenzó a gestarse el proyecto de desarrollo del Torino, trabajaba en IKA, a cargo del Departamento de Electricidad.
-El Rambler era demasiado grande -recuerda-. Pero construir matricería para un auto nuevo sale una fortuna, entonces se pensó que se podía hacer con la chapa del vehículo americano rediseñado por un carrocero italiano y con un motor mejorado en la Argentina. El diseñador fue el italiano Pininfarina. George Harbert, el gerente de Ingeniería, me designó para que piloteara el proyecto. Mientras tanto, un empleado nuestro llamado Oreste Berta estaba desarrollando un motor con una performance mejorada. En un momento se pensó que ese motor se podía incorporar al auto. Y el vehículo que se había proyectado como un coche de pasajeros de 4 puertas con un opcional -una coupé- obtiene una potencia tan importante en los motores que se transforma en un auto deportivo, y que hace que el auto se presente como coupé y que el opcional sea el cuatro puertas. Pero faltaba un mes para presentarlo y estábamos con Harbert en la oficina cuando recibimos un llamado de James McCloud, el presidente de IKA, que pregunta cómo se llama el auto. Harbert le dice: "No tenemos nombre". Y McCloud: "Necesito uno urgente para mañana". Harbert cuelga y me dice: "Necesitamos un nombre para mañana". Yo me quería morir, me fui a casa y empecé a pensar qué tenían los vehículos europeos distinguidos como emblema, y pensé en el cavallino rampante de Ferrari, en el león de Peugeot. Entonces dije: "Tenemos que tener un escudo". Y recordé una postal de Torino, con el escudo de la ciudad, que me había mandado el jefe de carrocería de Italia. Al otro día mencioné los dos o tres nombres que había elegido, y Harbert me dijo: "Torino, ése es el nombre". Ahí nomás tomó el teléfono, lo llamó a McCloud: "El nombre es Torino". Y McClaud le dijo: "Torino. I like it". Me gusta. Eso fue todo. Y la gente no lo asoció con la ciudad italiana, sino con el toro de las pampas.
Te llamaban Torino
Se llamó Torino y para muchos fue la patria. El 30 de noviembre de 1966, cuando IKA presentó los diez primeros Torinos en el autódromo, no sabía que estaba echando al mundo un nuevo mito nacional.
-Después - recuerda Perazzollo- se hizo una carrera en San Pedro, y el Torino ganó y fue la apoteosis. Hay una anécdota. Había un periodista deportivo al que le decían Canguro, que usaba un gorrito de lana con un pompón. Ese día se acerca a Jimmy McCloud y le dice: "¿Cómo está?" Y McCloud le dice: "Bien, vamos a ganar". El periodista le dice: "Imposible, usted contra Ford no puede ganar". Y McCloud: "Le apuesto un Torino contra su gorrito que ganamos". Gana el Torino, y Mc Cloud le dice: "Usted me debe su gorrito. Si yo hubiera perdido, le hubiera dado un Torino". Y el tipo le dio el gorro. Ese gorro se puso en un cuadro y estuvo en la sala de la dirección de IKA durante diez años, y cuando McCloud se fue a Estados Unidos se lo llevó. El Torino fue un éxito de ventas. Yo he visto gente bajarse del auto, golpearle el capot y decirle: "Te portaste, Toro". Se había llegado al afecto que el hombre tiene con el caballo, un elemento vivo que lo ha llevado y lo ha protegido a su dueño.
El 30 de noviembre de 1966 se fabricaron los tres primeros. En febrero de 1967 se hicieron otros 997, y desde entonces hasta febrero de 1982, cuando dejó de fabricarse, se vendieron alrededor de 87.000 unidades. Las publicidades prometían el oro, el moro, la velocidad y el confort: "Coupé Torino TSX. Porque existe el hombre -decían-. Torino, fuerte entre los fuertes". Mientras el Reino del Torino estuvo en esta Tierra, muchos fueron felices.
Felicidad sobre ruedas -Mi abuelo tuvo Torino desde que yo tuve 3 años. Ahora quiero un Torino como el de mi abuelo. Santiago Baccaro tiene 33 y no tiene Torino, pero busca uno igual al que su abuelo tuvo tanto.
-Era una coupé 74, color turquesa, que en la ruta iba a 150 y como las ventanillas no tienen parantes, bajabas la ventanilla y era como que el auto no tenía vidrios. Nos íbamos en diciembre a Mar del Plata, los nietos y los abuelos, y volvíamos en marzo. Los primos íbamos cantando, jugábamos a quién veía más carteles de Marlboro o de Jockey. En el asiento de atrás había un apoyabrazos en el medio, y el que podía ir sentado ahí arriba era... lo más. El auto jamás te dejaba, y me fascina el hecho de que sea argentino. Ahora quiero uno igual, turquesa, tapizado color cremita. Tengo una foto en mi habitación: el auto en Mar del Plata, los nietos jugando y mi abuelo haciendo una asado en la parrilla. La miro todo el día.
El abuelo de Santiago tiene 83 años y se llama José Deyá, pero le dicen Toto. -El Torino es demasiado auto para mí. Ahora necesito un andador. Si pudiera tener otro, lo tendría con gusto. Era un fuera de serie. ¿Vio cuando conoce un amigo que se destaca por su bondad, por su simpatía? Lo mismo es el Torino. Es un amigo, una persona fiel...una persona, bah, un auto fiel. Ese auto está unido a la felicidad. Tuve dos coupés, las dos turquesas, de la última me deshice porque ya no podía manejar y cuando veía pasar un Torino era una envidia espantosa. Hubiera querido estar adentro. Me he llevado cinco nietos en el Torino hasta Mar del Plata. Fue una linda edad. Fueron tiempos pasados, llenos de felicidad. No se podía tener más felicidad que esa.
La selección nacional
Es domingo de enero. Tres y media de la tarde. El bordó oscuro de la coupé de Carlos Mela descansa bajo un pino, en la reunión mensual que la Asociación Argentina del Torino organiza el primer domingo de cada mes en General Paz y Constituyentes. La Asociación se formó el 6 de noviembre de 1994, tiene 14 sedes en el país, y lo que empezó siendo un grupo de 27 coches creció hasta los 2600. Se reúnen sobre este pasto una vez por mes y allí se organizan para lo que parece importarles más: ayudar a cinco hogares de niños, en Capital y provincia, organizarse para dar una mano en alguna emergencia. Mela dice que todo lo hacen por amor al auto y al país, y sonríe junto a su rareza, la coupé Gamma, una de las últimas 91 que se fabricaron en 1982. -Es un auto de carrera y una limousina. Tiene alma. Entiende los estados de ánimo. Muchas veces he andado mal de dinero, y me he quedado sin nafta, pero a una cuadra de una estación de servicio. La seguridad que uno siente cuando se sube es como la que uno siente por el amigo más fiel que uno tiene, que nunca le va a fallar. Tuve una coupé 72 y durante los cuatro años que la tuve no se rompió nunca, y como me estaba construyendo la casa, la miraba y le decía: "Gracias por no darme más gastos".
A la creación del mito del Toro argento colaboró mucho algo que sucedió en Alemania hace años.
Era agosto de 1969. Era un lugar llamado Nürburgring.
La Royal Motor Union de Lieja, Bélgica, organizaba una carrera llamada la Marathon de la Route, que ganaba aquel auto que diera la mayor cantidad de vueltas durante los tres días y medio que duraba la carrera: 84 horas en total, 25 kilómetros de circuito, doscientas curvas, tres pilotos por auto. La carrera se inició el 20 de agosto de 1969, terminó el 23, y participaron 64 autos de distintos tipos y marcas en diferentes categorías. Entre ellos, en la categoría máxima, el Torino. El país entero siguió la carrera por la radio. Juan Manuel Fangio fue el director de lo que se llamó la Misión Argentina, una comisión de pilotos y mecánicos que viajaron con las tres coupés.
-Los alemanes no podían creerlo, un auto tan grande -recuerda Carlos Mela-. Dicen que les pusieron el número uno, dos y tres, porque dijeron que iban a ser los primeros tres en quedar fuera de la carrera.
YPF colaboró con litros de lubricantes y combustible. La CAP envió carne y embutidos. Los pilotos (Rubén L. Di Palma, Oscar Cacho Fangio y Carmelo Galbato en la número uno. Eduardo Rodríguez Canedo, Gastón Perkins y Jorge Cupeiro en la número dos. Eduardo Copello, Alberto Larry Rodríguez Larreta y Oscar M. Franco en la número tres) corrieron ad honórem las coupés blancas que, como única publicidad, llevaban pintada una bandera nacional que decía Industria Argentina. Oreste Berta era jefe técnico.La número uno y la número tres, durante 50 de las 84 horas y en medio de una lluvia torrencial, fueron el primero y el segundo auto. La número dos fue la primera en quedar afuera: se despistó y quedó a caballo de la banquina. Durante el segundo día, la coupé número uno se quedó sin luces y se salió del camino. La número tres siguió en punta, hasta que, con el escape roto, emitía decibeles que empezaron a alterar al jurado.
-En una parada en boxes -cuenta Mela-, los mecánicos le enrollaron en el cuerpo al piloto, Oscar Franco, una placa de amianto, un pedazo de chapa y alambre debajo del buzo antiflama. Franco paró después en el sector del circuito donde estaba permitido hacer reparaciones y reparó el escape.
Con picardía criolla incluida, la número tres terminó la carrera, pero no ganó, a pesar de ser el auto que dio mayor cantidad de vueltas al circuito: 334. Carlos Mela, que tenía 11 años en 1969 y seguía toda la carrera a escondidas en el colegio con la Spika de su madre, tiene su propia versión de los hechos.
-Le sacaron las diez vueltas para que no ganara. Cuando dieron el resultado, conocí la injusticia y la impotencia.
Pero, aun sin ganar, el Torino fue el rey. Criollo y señorito. La patria en cuatro ruedas. -Este auto es un monstruo -dice Carlos Mela-, un tanque de guerra. Es una gesta patria. Un pura sangre. Hay dos hinchadas muy grandes, que son Ford y Chevrolet. Pero no hay ningún hincha de Ford y Chevrolet que hable mal del Torino. Porque ellos son Boca y River, pero el Torino es la Selección Nacional.
Te llevo en el corazón Marianela Carmona vive en Banda, Misiones, desde hace quince años. Ella y su marido, Leonardo Casciato, son uruguayos. Leonardo trabaja en el aserradero de Perez Companc, de cinco a cinco, de modo que la que lava el auto todos los días es ella. -Una vez -dice Marianela- tuvimos que vender todo y volver a Uruguay, pero cuando regresamos a la Argentina lo primero que se compró fue el Torino. Es una coupé ZX del 79. Hace 7 años que lo tenemos. Lo pagamos 9000 pesos. Era de un señor de Banda que no lo quería vender, y mi marido iba todos los días a preguntarle si se lo vendía. Al final se lo vendió. El auto se cuida mucho. Cómo será que cortaron un pedazo de casa para hacer el garaje para el Torino. Tengo 40 centímetros menos de cocina para que entre el auto.
Gabriel Marocchi vive en Nueva York y si extraña muchas cosas de la Argentina desde que se fue del partido de San Martín en 1991, más extraña al Torino.
-Batman tenía el batimóvil y mi papá tenía algo mejor: un Torino. Decía que el auto tenía alma y que cuanto más corría, más contento estaba. El útimo que tuvimos, por más de doce años, fue una coupé ZX color verde, y la vendimos antes de irnos. Mi papá tenía un camión Mercedes Benz. Una mañana tenía que ir a trabajar, y el camión no quería arrancar. Entonces le pidió a mi mamá que subiera al auto, enganchó una soga al camión y le dijo que arrancara despacito. El Toro lo remolcó unos metros y el camión arrancó. Acá mi papá tiene un Ford Crown Victoria, y cada vez que vamos a algún lugar, nos pasamos criticando al pobre auto porque lo comparamos con el Toro. Nunca pierdo la esperanza de voler a la Argentina y comprarme uno.
Torino, entonces. O el sueño de la patria tan lejana.
Según pasan los años
Guillermo D’Antiochia se aferra tanto a su coupé blanca. Cuenta que era muy fanático, que no lo sacaba con lluvia, que llegó a pelearse con una novia que vivía en Quilmes porque los días de tormenta no la iba a buscar. Aun cuando tiene posibilidad de volver a trabajar a Italia, donde estuvo viviendo, no lo va a hacer. No puede ni pensar en dejar el auto.
-Uno de los motivos por los que no me voy es porque no voy a dejar el auto. Mi papá tenía un Torino, y a mí me gusta mirarle la cara cuando cuenta cosas del auto. En 1967, mi viejo estaba trabajando en Rosario y mi mamá estaba viviendo en Santa Teresita. Y él se iba de Rosario a Santa Teresita por camino de tierra en cuatro horas y media. Una vez, en Dolores, lo pararon en la caminera porque el comisario tenía el hijito enfermo y había que llevarlo urgente a Buenos Aires. Iban hablando por la radio, despejando la ruta, y lo iban dejando avanzar a papá. Dice mi viejo que nunca había corrido tanto en su vida. Lo puso a dos gambas. Llegaron al hospital y el chiquito estuvo lo más bien. Y bueno, siempre soñé con tener un auto como tenía mi viejo. Un día encontré una coupé gris destruida y la armé y me enamoré. Después se me cruzó una más nueva y puse en venta mi primer amor. Se la vendí al primero que se presentó. El tipo vino a las siete y media de la mañana, se la hice escuchar, me puso la plata y se la llevó. Ahí nomás me fui a comprar la otra. La disfruté dos años, y después todo el mundo me decía vendela, comprate un auto nuevo. Después apareció ésta, que es una TS 200 Intersector. Un bicho raro. Se la hice comprar a mi hermano. Yo me fui a vivir a Italia, y cuando volví mi hermano la tenía en el garaje. No la usaba. Me dijo: "Vendela o levantala". Y, claro, la levantó. No se abandona así nomás a un amor primero.
María tiene una chispa en cada ojo cuando mira el garaje y se acuerda de su Torino preferido, el cuatro puertas gris.
-Tuvimos tres. El Torino era el sueño del chico. Un día viene mi marido y me dice: "¿Te gustaría tener un Torino?" y yo dije: "Ay, sí" y se apareció con el primer Torino. El Torino era un cochazo. Una nobleza, cómodo, butacas de cuero. Viajamos muchísimo. Sabías que no te iba a dejar. Era una cosa estilizada, preciosa. Yo le hablaba. Era querible. Y bueno, un día lo vendimos porque estaba muy caído y salía muy caro arreglarlo. Yo no lo quise ni ver cuando se lo llevaron. Lo vacié de las cosas que podían ser de mi afecto y se lo llevó mi esposo. Después... lo vi. Una vez. Le reconocía la patente. Pero estaba deteriorado. Me dio cosa. Y bué, es la vida, ¿no? Algunas fiestas maravillosas terminan antes de lo que deberían. En febrero de 1982, el que para muchos fue el mejor auto construido en la Argentina dejó de fabricarse. Perazzollo dice que fue simple política empresaria. -Los modelos deben ser renovados, pero después de 4 o 5 años hay que hacer un cambio total, cambiar la línea de la carrocería, el motor, y eso hubiera significado un gasto enorme. Así y todo, el éxito de ventas era tan grande que se inició en Francia la renovación del Torino. Yo estuve en Francia, en el momento en que se elegía el código del nuevo modelo: R40. El motor de este auto era grande, de 3800 centímetros cúbicos y cuando ya estaba todo aprobado y listo, de Francia llegó la orden: "Suspendan". Y nosotros preguntamos: "¿Por qué?" "Suspendan". Nadie supo por qué. Después me enteré que en Francia ya sabían que iba a aumentar el precio de la nafta y que iba a ser un motor imposible de mantener, por lo caro, por la gran cilindrada.
Nada de eso les hubiera importado a los dueños de un Torino.
Ni la nafta, ni la enormidad. Lo hubieran manejado a gas, a vela, lo hubieran empujado y, en el peor de los casos, lo hubieran guardado en el garaje. Pero no hubieran olvidado. Hubieran sido fieles a su príncipe de corazón valiente.
Aquel Torino...
Por Alfredo Parga
(enviado especial de LA NACION, entonces)
Desde 1969, aquel Torino rueda en la memoria, el más complicado de los circuitos, sin parar. Había empezado en formación como un equipo de sueños y por la ruta de una interminable ansiedad, se iría -como quien se desangra- deshilachando por golpes del destino durante cuatro noches y tres días. Al cabo, el país respiraba con la llegada del coche número 3. Hasta se rezaba para que no se detuviera.
Que siguiera roncando en las tortuosidades del viejo Nürburg, todavía dueño del arropado encanto de la belle époque, cuando los conductores que se preciaban de ser chauffeurs vestían como sabios unos largos guardapolvos de verdosa seda cruda. Ellos y sólo ellos dominaban a la bestia. Cuando todavía el automóvil era una bestia...
El auto argentino desembarcaba en Europa apoyado en las muletas de la convicción de quienes confiábamos en ese auto provisto de un motor irrompible que tenía la suavidad de un gato para doblar por cualquier vericueto. Apto para competir con otros autos orgullosos, de sangre azul, que miraban a ese pesado coche gris llegado desde las pampas, con un aire cazurro. "¿Y éste? ¿Qué se cree? ¿Para qué lo trajeron? ¿No sabe que se trata de una marathon y no de una carrera?" Y así.
El Torino número 3 quedaba solo para subsistir cuando la columna se arrastraba bajo la lluvia, lamiendo sus heridas. Con sus pilotos Copello, Larry, Franco, el matemático ideólogo Fangio y el mago Berta.
Soportaba la feroz tormenta desencadenada en la región, a la salida -como nunca desde hacía treinta años- después del traslado desde el número 38 del bulevar de la Sauvenière, en la romántica Lieja. Después, las horas locas del arranque, sin control. La llovizna siempre. A veces, la lluvia. Alguna vez la niebla y siempre el frío. Nunca el sol. Charcos por cualquier parte. Subidas, saltos, descensos. Un infierno de 22 kilómetros de largo.
Un reglamento estrafalario: no más ruido que el soportable por el oído humano. No más de 24 minutos por vuelta. Con reparaciones posibles únicamente en la zona de carga. Con enmiedas solucionables por el piloto de turno, únicamente. Y castigos con vueltas de descuento. Y que... Así, hasta la saciedad. La Argentina no dormía durante cuatro días, escuchando desde el otro lado del Atlántico el ir y venir de aquel Torino. Con el Torino, una delegación ejemplar.
Enfrentando artilugios reglamentarios manejados a la europea. Lo tengo registrado en mi diccionario del absurdo. El coche que más vueltas completaba, terminaba cuarto. Y no me olvido. Había ganado.