Todo el vértigo del rally desde el asiento del copiloto
Un cronista recorre uno de los tramos del Rally de la Argentina conducido por uno de sus ganadores
CARLOS PAZ .- Son cuatro o cinco los aguiluchos que, lánguidos y aburridos, cruzan de a ratos el cielo azul de la mañana para ir a posarse en las gradas vacías. Tres días atrás, las tribunas estaban abarrotadas de fanáticos que se acercaron aquí, al Parque Temático Carlos Paz, para ser testigos de uno de los tramos del 37° Rally de la Argentina en el que se consagró campeón el belga Thierry Neuville al volante de un Hyundai i20 Coupé, marcando una diferencia de tan sólo siete décimas de segundo de su perseguidor inmediato. Ahora, mientras el pequeño grupo que conformamos los recién llegados se acerca al auto que descansa a un costado de la pista, todo es silencio.
No hay rugir de motores ni ovaciones. En su lugar, se percibe cierta emoción contenida, sorda, por parte de quienes me acompañarán en esta jornada: periodistas especializados en autos. Uno de ellos me explica que el que se encuentra frente a nosotros -señala al tiempo que sus ojos se abren y sus cejas suben con emoción- es el mismo Hyundai i20 Coupé que ganó el rally argentino el año pasado. Mientras el resto se acerca a tomar fotos de las llantas, de múltiples detalles de la cabina e incluso de las enormes y ordenadas valijas que contienen las herramientas del equipo técnico, trato de entender qué es lo que diferencia a un auto de rally de aquellos que circulan habitualmente por calles y autopistas (además del ploteado y del visible alerón trasero).
Prefiero no preguntar y reservarme algo de misterio. Ya encontraré respuesta cuando dentro de un rato me suba al auto para hacer de copiloto invitado de Hayden Paddon, mientras este neocelandés que el año pasado ganó el rally argentino de una vuelta al circuito que, a primera vista, es una esquizofrénica acumulación de curvas, contracurvas, pendientes y cornisas. Como ferviente militante del "papá, no corras" y virgen en materia de automovilismo competitivo, considero el convite todo un desafío personal. Para mi conocimiento y para mis nervios.
Cuestión de estrategia
Una nube de tierra sembrada de pequeños guijarros se abalanza sobre los que desde una terraza contemplamos el paso de Hayden a toda velocidad, mientras esperamos que llegue nuestro turno. La Co-Drive Experience 2017 organizada por el equipo Hyundai Motorsport contempla dos vueltas a los tres kilómetros del Parque Temático Carlos Paz, y yo soy el quinto en la lista de espera. Veo las maniobras que realiza el joven y experimentado piloto para tomar las curvas y no puedo dejar de maldecir el haber desayunado tan profusamente. Maldigo incluso el asado de la noche anterior, emoción que adquiere otra dimensión cuando me meto dentro del traje de copiloto, especialmente ajustado en la cintura para dar contención a la región lumbar...
Para cuando llega el momento de colocarme la máscara antiflama, el casco y un elemento rígido que va detrás (para proteger las cervicales, me explican), ya he sido testigo del ir y venir de los cuatro copilotos que me preceden. Hayden los sacude y los hace volar por el espacio de la pista con una precisión que sólo resulta perceptible en la repetición de la secuencia. Vuelta tras vuelta reconozco que ese derrapar de costado que echa humo y piedras sobre nosotros al salir de un estrecho puente está milimétricamente calculado. Es una coreografía pensada y magistralmente interpretada no para acelerar el latir de nuestros corazones, sino para ganarle segundos de ventaja al circuito. Después de todo, recuerdo, ¡el primer puesto ayer se dirimió por tan sólo 7 décimas!
Más tarde, el propio Hayden me contará que el rally argentino es "el más duro de la temporada [el Campeonato Mundial de Rally o WRC contempla carreras en varios países], lo que implica el desafío de desarrollar un poco de estrategia para correrlo".
Un grito de alegría me devuelve al entallado traje que habito: es el copiloto que baja del auto y, pura emoción, levanta los brazos como si lo esperara un lugar en el podio. "Your turn, Sebastian", me dice alguien de la organización y me coloca el casco.
Rápido y miedoso
Incógnita resuelta. Ya en el interior del auto es fácil entender la diferencia entre uno común y uno de rally. La cabina, despojada de elementos ornamentales y de confort, es todo seguridad y navegación. Y no sólo eso. Luego me explicarán que, por ejemplo, la potencia de un Hyundai i20 Coupé es de 120 cv, mientras que en la versión que hoy soy tripulación es de... 380 cv.
Hayden me extiende la mano a modo de saludo y me pregunta si estoy listo. "Ok", miento, con la seguridad de que la máscara antiflama y el casco ocultan mi cara de susto. Mientras el auto avanza unos metros para posicionarse en el punto de largada, me repito como mantra dos consejos que recibí antes de subir: "No le hablen a Hayden mientras maneja" y "mantené las manos entre las piernas durante el recorrido". Ok, me digo a mí mismo, el ataque de pánico acá no es una opción válida.
Estamos ahora sí en el punto de largada. Hayden arranca, acelera a fondo y en nada el auto vuela por entre las sierras. Es -¡lo juro!-sólo un segundo lo que dura el miedo más grande y más visceral que experimenté en toda mi vida. "No lo voy a soportar", me digo. Pero enfrentado a la realidad en la que estoy más atado que loco en chaleco de fuerza, me relajo inmediata, casi instintivamente. Y entonces empiezo a disfrutar.
La primera curva llega al instante y Hayden la recorre en velocidad como si el auto estuviese anclado al sendero de tierra por algún elemento invisible. La recta conduce a un angosto camino de cornisa y a nuestro paso, aturdida, la calma chica de la sierra por el ruido del motor, un par de aguiluchos emprende vuelo con desgano. Rápidamente, el vértigo del paisaje que se abre del otro lado del parabrisas me va abduciendo, de la misma forma en que la pantalla de un videojuego hipnotiza a un chico. Cortos y medidos, los movimientos del piloto al volante refuerzan la irrealidad de la escena.
Curva y contracurva, el auto colea para un lado y luego hacia el otro. Veo ahora como protagonista, y entiendo, cómo toda esa coreografía que observaba desde la comodidad de la terraza es la forma más apta para recorrer un circuito intransitable para un auto común. Hayden despega su mano derecha del volante y hace un gesto de pulgar arriba. "¿Todo bien?". Respondo corto, tengo presente que no debo dar charla.
Miro el velocímetro: los números saltan de 140 a 60 km/h y viceversa, no hay velocidad de crucero. Me pregunto cuál será el rol del copiloto, ese que yo no estoy cumpliendo. John Kennard, también neocelandés y copiloto habitual de Hayden, lo resume en una frase: "Soy el secretario del piloto, y llevo mi oficina dentro de la cabina", me dirá, para luego contar que durante las carreras gustan de charlar sobre otra pasión compartida: el ciclismo.
El auto sigue volando, no hay signo alguno de resistencia por parte del suelo. La suavidad del desplazamiento habla muy bien de la suspensión, pero mejor aún del piloto. De repente, el verbo volar deja de ser metáfora cuando la cupé se proyecta hacia adelante ignorando que el piso ha convertido en pendiente. Es un instante durante el cual burlamos la ley de gravedad y flotamos, sin peso ni pensamiento, hasta que las ruedas retoman contacto con la tierra. Entonces, veo acercarse el punto de llegada y me convierto en el chico que fui, y que al bajar de la montaña rusa siempre quería dar otra vuelta.
0.7 segundos de ventaja
La diferencia de tiempo entre el primer y el segundo puesto del Rally de la Argentina 2017 es récord. La marca anterior, registrada en 1999, era de 2.4 segundos... casi una eternidad.
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