- Contá cómo te drogabas, le dijeron a Federico Cajén (52) esa mañana. El pedido lo tomó por sorpresa pero ciertamente tenía una historia para relatar y las miradas de los adolescentes que estaban frente a él, expectantes, lo animaron a hurgar en sus más profundos recuerdos y poner en palabras el infierno que había vivido por 32 años.
Todo comenzó cuando, a los 17 años, Federico debutó como coordinador de viajes de egresados. Una noche, mientras casi todos descansaban, un compañero le golpeó la puerta de la habitación y le preguntó si podía pasar. "Por supuesto", respondió Federico. "Se sentó en la cama y saco una bolsita. Le pregunté qué tenía dentro y me dijo que era cocaína. Probé y entonces comenzaron 32 años de un drama y un infierno que dejó consecuencias y situaciones irremediables en mi vida".
La infancia de Federico había estado marcada por la rebeldía. Era el mayor de tres hermanos de una familia de productores agropecuarios en la localidad de Olavarría. Criado en el campo, entre las estaciones de ferrocarril Santa Elena y Voluntad, a unos 25 km de la ciudad de Laprida, los primeros años de Federico fueron algo nostálgicos según recuerda. Y, aunque lo presentaban como un niño bueno, él reconoce que ya presentaba algunos rasgos de apatía acompañados de timidez y vergüenza.
Cuando finalizó la etapa primaria, por una fuerte influencia de su abuela paterna, eligió el Liceo Naval para continuar sus estudios. Sin embargo, arrepentido, pidió a sus padres que lo cambiaran a un colegio industrial: allí siguió mostrando un alto grado de irresponsabilidad y falta de compromiso. "A los tres años pasé a un colegio mixto y mi mala conducta se profundizó más aún. Las transgresiones, las mentiras, los engaños y el egoísmo pasaron a ser moneda corriente. Me pasé a la escuela nocturna y finalmente dejé de estudiar y no terminé mis estudios secundarios".
Fue en ese contexto que se convirtió en coordinador de viajes de egresados. Sin pensarlo demasiado, un buen día se subió a un micro y empezó a viajar a San Carlos de Bariloche, Carlos Paz, las Cataratas en Misiones, San Martín de los Andes, Villa la Angostura, Brasil, entre otros destinos. "Luego de algunos años me casé, en ese entonces tenía 21 años y dejé todo para ir a vivir al campo. Cambié de planes y me mudé a Bariloche para poner un negocio de productos de limpieza sueltos. A los cuatro meses me fundí y empecé a trabajar en el guardarropa de un boliche. Pasaban los años y tomaba decisiones sin pensar, sin analizar. Y aunque siempre recibía el consejo de mis padres y amigos, hacía oídos sordos".
Hoy, a la distancia, reconoce que fue un rebelde porque quería llamar la atención. No tenía seguridad, su autoestima no funcionaba bien, pero en ese entonces eso no lo sabía. "Siempre fue muy fantasioso y con metas y sueños inalcanzables porque los caminos que elegía no eran caminos, sino más bien atajos sin esfuerzo, ni sacrificio. Poco a poco me acostumbre a cierta comodidad de la vida. La viveza (pensaba que era vivo o piola) con falta de compromiso e irresponsabilidad fueron las principales virtudes con las que decidí vivir. Cuando apareció la cocaína, me sentí Superman y pensé voy a ser cocainómano. Con eso me aseguraba que nadie me molestara con la vida que llevaba".
Tuvo trabajos de todo tipo. Algunos duraron días, otros meses y un tanto algunos años. Chofer de camión, cadete en un estudio jurídico, encargado de un pub, vendedor de condimentos, ayudante de picapedrero, peón de albañil, levantó publicidad para revistas pornográficas y para el rubro 59 de uno de los diarios más importantes del país y cobrador de deudas son algunos de los que figuran en su larga lista.
Oscuro camino
Por los años 90, en un intento por dejar las drogas, Federico tuvo que enfrentar una serie de internaciones. Los tratamientos eran muy largos y si bien los finalizaba, volvía a caer en la adicción. "Durante más de ocho años pasé por siete centros de internación y clínicas duales (donde se trata la adicción y la patología). Primero psicólogos, luego psiquiatras y terminé en algunas oportunidades en dos psiquiátricos y dos guardias de salud mental. Tuve diez sobredosis, un ACV (accidente cerebro vascular), una parálisis en la pierna izquierda, perdí el habla en forma temporal, me diagnosticaron epilepsia, esquizofrenia, bipolaridad, depresión y trastornos de la conducta. Me medicaron por más de veinte años con psicofármacos y llegué a tomar veinte pastillas diferentes por prescripción médica".
Los brotes psicóticos y las alucinaciones ya estaban instalados en su vida. Aunque Federico aprendió a convivir con ellas, la realidad era que con más frecuencia de la que deseaba, perdía la cordura y la gente comenzó a tenerle miedo. Las alucinaciones cada vez se hacían más intensas: hablaba solo, veía personas, ¡pensaba en conspiraciones! "Recuerdo, por ejemplo, estar sentado en la mesa por almorzar con mis hijas, mirarlas a la cara y preguntarles aterrorizado si había más gente en la casa. Luego de eso me miraban asustadas y se largaban a llorar… fue un infierno para ellas y hay cosas irremediables".
Nunca fue violento, pero las situaciones estaban fuera de control. Tocó fondo en 2016 cuando sus padres le judicializaron e intentaron escribirle a un juez porque su hijo había tenido un episodio muy confuso: "en uno de mis tantos delirios, pensé que había matado a una persona y para no ir preso casi me tiro de un octavo piso. Estuve cinco días en un centro de salud mental con custodia policial. Luego de ese episodio mi hermano y su mujer y dos amigos me llevaron a un campo a orillas del Lago Epecuén, en la localidad de Adolfo Alsina, en la provincia de Buenos Aires, donde no había médicos, psicólogos, ni psiquiatras".
Alquimia personal
Federico descubrió en esa comunidad su espiritualidad, la fortaleza y sus dones. Allí vivió 367 días y fue una experiencia durísima. "La ONG que la llevaba adelante no contaba con dinero, por lo tanto durante meses comíamos lo que había. Los domingos, como un gran plato o manjar, se salía a cazar peludos y cenábamos sopa con peludo. La soledad y el desamparo me llevaron a conectarme con lo más íntimo de mi ser. A la tarde siempre iba a una pequeña capilla que había y hablaba solo. Luego vinieron los llantos y los gritos desgarradores pidiendo por favor que alguien me ayudara. La falta de drogas se atraviesa con un montón de sensaciones que asustan: desmayos, temblor, visión borrosa, delirios, hasta que después de varios meses, el organismo se normaliza. Y finalmente la paz comenzó a llegar. ¡La sentí y mucho y empecé a soñar que quería de mí".
Aclara que no se convirtió en un fundamentalista y recuerda con cariño el día en que lo llevaron a Coronel Pringles y le pidieron que contara cómo se había drogado durante la mayor parte de su vida. "Ahí fue donde descubrí mi lugar en el mundo, descubrí mi pasión, mi paz y mi misión. Hoy llevo ya cuatro años dando charlas de prevención. A partir de relatos e historias personales, cuento a jóvenes y adultos sobre la responsabilidad que tienen las decisiones desde que somos muy pequeños y cómo pueden incidir para bien o para mal en nuestro futuro".
Hace dos años Federico se instaló en Buenos Aires, estudió neuroliderazgo y coaching para ayudar a las familias que tienen problemas con la adicción pero también a fortalecer y desarrollar capacidades en las personas, cualquiera sea su condición. "Comencé de la nada, viajando a dedo, durmiendo en parroquias, en casas de familias que colaboraban dándome alimentos, ropa, crédito en el teléfono o dinero".
Así se convirtió en lo que él llama motivador. Ayuda a las personas a ser mejores, a afrontar problemas, miserias, organizarlos, generar confianza y entusiasmo por la vida. Luego comenzaron algunas contrataciones de empresas en el área de responsabilidad social, instituciones educativas, ONG y municipios. "No promociono ningún lugar de rehabilitación, promociono la recuperación y soy un fanático de la prevención. Hay que honrar la vida, sabiendo que las dificultades siempre están. Hace unos años mi padre me regaló un sobre que contenía las historias clínicas, las cartas a los médicos, los informes de clínicas duales. Eso me permitió aceptar que fui lo que fui por mi irresponsabilidad y que hoy soy lo que soy porque la vida es increíble. Me recuperé íntegramente, no tengo ningún diagnóstico, no tomo ningún tipo de medicación, casi milagroso. Como dijo Alfredo Barragán de Expedición Atlantis... que el hombre sepa, que el hombre puede"
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