Las barras porteñas, un imán para los solitarios
Conocen a los bartenders, tienen cultura etílica y disfrutan de la noche en soledad, aunque muchos admiten haber hecho nuevas amistades en los bares
La pequeña barra de Singapur está completa, sin lugares libres. Uno de sus taburetes está ocupado por Romina D'Aloia, productora de TV que ya es habitué del lugar. En su mano, un vaso destella rojos brillantes: está bebiendo un Boulevardier, reversión del Negroni con bourbon en lugar del London dry gin. Cruza unas palabras con Seba García, el bartender a cargo del lugar, y también charla con una pareja que está sentada a su derecha. Está relajada, disfruta su momento. "Cuando estoy en medio de un proyecto, los días son eternos. Salir de noche a un bar es una buena manera de cortar con esa tensión. Y no preciso buscar amigos que me acompañen. Si voy a comer a un restaurante, me gusta ir con alguien. Pero a un bar, puedo ir sola y me encanta", explica. Ella sigue, a su modo, la máxima de la escritora Dorothy Parker, aquella de "me gusta beber un Martini, dos a lo sumo".
"Si son cócteles potentes, como un Boulevardier o un Old Fashioned, tomo sólo dos. Si son mezclas más livianas, con jugos y almíbares, puedo tomar un poco más", confiesa.
Desprejuiciados
Romina es parte de una nueva generación de clientes que va a los bares con amigos, con su pareja, pero también sola, sin temor a los prejuicios. Prejuicios que toman, en esencia, dos caminos, signados por el género. "Si un hombre va solo a una barra, es porque es alcohólico. Y si es una mujer, es porque está de levante. Pero esto no tiene por qué ser así. Son cosas independientes; lo único que las une es la mirada de un tercero, su propio prejuicio. Hay alcohólicos en todos lados, y levante en todos lados, vayas con amigos o solo. Pero si realmente te gusta beber un cóctel, sentarte en la barra, concentrarte en los movimientos del bartender, en lo que te sirve, todo eso es un placer maravilloso, como un ejercicio zen. Yo lo hago al menos una vez por semana", cuenta Martín Sánchez, un sub 30 que elige como su lugar en el mundo el bar Wherever, cerca de Pacífico.
Para Federico Cuco, parte del reconocido Verne Club, se trata de un tema cultural, a tono con las costumbres de cada época. "Siempre hubo hombres que venían solos al bar, se sentaban en la barra, se tomaban un whisky. Tal vez se escapaban de la casa por un rato. Pero ahora no sólo son muchos más los que lo hacen, sino que además es distinto lo que buscan. Para empezar, hay más gente joven que no está en pareja. Treintañeros que viven solos y están felices así. Y muchos que trabajan por fuera del horario de oficina, que no deben levantarse tan temprano. Todo es moda, todo es cultura. Y ahí entra también la coctelería. ¿Quién no vio Sex and the City o Mad Men? Así, a los hombres se sumaron muchas mujeres, que se sientan en la barra, saben lo que quieren tomar, lo piden con seguridad. O pibes de 20 años, que solicitan un Old Fashioned e incluso indican con qué bourbon se lo debemos preparar".
Esa mezcla de seguridad, curiosidad y conocimiento define en gran parte a estos solitarios que deambulan por la noche de Buenos Aires. Solitarios en apariencia, pero que en realidad forman una suerte de tribu, que se conoce y se reconoce. "La primera vez que fui solo a un bar fue en Nueva York, viajando por trabajo. Y ahí te das cuenta de que se trata básicamente de un acto social. Estás solo, pero únicamente hasta el momento en que te sentás a la barra. Una vez allí, hay otras personas, con intereses en común. Como mínimo, otros a los que les gusta también la buena coctelería, que van a beber rico y no a destruirse el hígado. Cuando te hacés regular de un bar, conocés a los otros regulares. Ir solo te saca de tu zona de confort y eso puede ser muy positivo, te obliga a interactuar. Vas una vez, conocés gente nueva, luego otra noche te los volvés a encontrar, en la misma barra o en otra. Ya es difícil que vaya a un bar de los que frecuento y que no haya ningún conocido -dice Norberto Caneva, un abogado que trabaja en el centro porteño y vive en Palermo-. Por eso, no elegiría nunca una mesa. Ahí no estás solo, estás aislado. Pero la barra es un espacio comunitario. Obviamente, el hecho de ser soltero me permite hacer todo esto más fácil, pero estando en pareja lo hice igual."
En su libro El gran Gatsby, Francis Scott Fitzgerald le hace decir al protagonista: "Me gustan las fiestas grandes. Son tan íntimas". Para muchos, esa idea resume lo que sucede en las barras. "Amo la frase de Gatsby -dice Romina-. Sentarte en la barra te permite elegir cómo querés interactuar. Podés estar sola, aunque rodeada de gente. Y a la vez nunca estás realmente sola. A veces terminás la noche eufórica y divertida, y a veces relajás y nadie te hincha, todos te respetan."
Bartenders y clientes coinciden: el mejor lugar de un bar para los que van solos es la barra. Allí se vive un ritual propio, distinto al resto del espacio. Si las mesas marcan fronteras tácitas y físicas, la barra es interacción y movimiento. El corazón del bar. No extraña así que la generación de bares de coctelería que abrió sus puertas en la última década haya devuelto a las barras el brillo que supieron tener hace más de 50 años. En 878, las dos barras miden más de 10 metros cada una, ambas con taburetes cómodos donde ubicarse. En Doppelgänger, la barra con forma de L permite la charla mientras se miran los movimientos del bartender. En Verne hay 16 asientos delante de la gran barra, y todo aquel que se sienta recibe de inmediato un vaso de agua fresca, para hidratarse. "No toda barra es buena para ir solo -continúa Norberto-. Cada uno tiene sus lugares favoritos, un recorrido propio. Yo voy a Doppelgänger, a Café Rivas, a 878. Me hice amigo del bartender Daniel Biber, y lo visito en Victoria Brown."
"El bartender es clave. A Seba García lo conocí en Nicky Harrison, y lo seguí hasta el bar Singapur, donde trabaja ahora -explica Romina-. Para ir sola a un lugar, lo principal es sentirte cómoda. Tengo amigas que no se animan, dicen que no tienen el coraje, y me piden que las acompañe. Cuando te hacés habitué de una barra, te preparan lo que te gusta. Y cuando el bartender te conoce, también te cuida. Te enseña a beber bien, en calidad y cantidad". Y si estos bebedores, solitarios pero agrupados en su soledad, hablan maravillas de sus bartenders predilectos, estos últimos les devuelven las gentilezas. Para Seba García, "son nuestros clientes preferidos. El que viene solo requiere doble atención. A veces les gusta charlar, la juegan de habitués, están felices de que los reconozcamos. Otros prefieren estar callados, beber en paz. Tengo dos clientes, Jorge y Marcela, que venían solos; se conocieron y ahora están de novios. Pero no venían en ese plan, simplemente sucedió".
"El bar es un lugar único. Es intimista -dice Guillemo Blumenkampf, alma máter del bar Doppelgänger-. Los que vienen solos son lobos. Les gusta la validación, sentirse reconocidos, pero no vienen en exclusiva por eso. Y no son fieles a una única barra, sino que van a varios bares. Pero siempre buscan la calidad, y la reconocen. Están a la moda, saben qué bar nuevo abre. Saben de cocineros, de gastronomía, tienen bebidas en las casas, libros de coctelería. Te traen recetas para que les hagas, muestran cierto snobismo pero bien llevado. Se entretienen escuchando, no hablan de sí mismos. Hay clientes que tuve por más de un año, con los que charlamos mucho, sin saber casi nada de su vida privada. Ellos saben más de vos que vos de ellos".
Dónde ir a beber sin prejuicios
- 878
Thames 878
- Doppelgänger
Av. Juan de Garay 500
- Singapur
Posadas 1029
- Verne Club
Medrano 1475
- Wherever
Oro 2476
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