Tito Lectoure, un empresario en serie
Soltero emblemático y misterioso, el célebre promotor del boxeo argentino fue también ícono de la noche porteña. Luis Ortega, Esteban Lamothe y Fabián Casas, entre otros, encabezan Luna Park, un proyecto televisivo que promete dar pelea
Es una serie que, de algún modo, depende del Papa. Del papa Francisco”. Lo dice Ignacio Sarchi, creador y productor de Luna Park, la serie sobre la historia del estadio y, sobre todo, sobre la figura de Tito Lectoure. Lo explica vestido de mozo de los setenta: chomba clarita, peinado a la gomina, pantalón de gabardina y bandeja en mano con dos falsos cócteles que tienen esos paragüitas de papel que decoran. Está haciendo de extra en la serie que él mismo pensó hace un poco más de un año y que, en conversaciones con Fabián Casas, toma forma ahora.
Diez metros más arriba, en un gigantesco trampolín, espera Esteban Lamothe vestido de traje. Cuando la cámara llegue a él va a decir unas palabras, va a alzar los brazos y lo demás no puede contarse por prudencia, aunque en palabras de Casas las buenas historias son las que toleran el spoiler. Lamothe, esto sí vale contar, es Lectoure.
“Depende del Papa porque el Luna Park hoy es propiedad de la Iglesia. Lo donó la tía de Tito, entonces necesitamos esa autorización para filmar dentro del estadio. Pero la Iglesia no quiere saber nada. Me dijeron literal que no quieren que se sepa que el Luna Park es de ellos. Entonces le escribí una carta al Papa y se la mandé al Vaticano. Ahí le explico la situación y pido que interceda, que me parece raro que la iglesia quiera preservar un dato que, además, es vox populi”, explica el productor.
Estamos en un club en Villa Ballester. Hay una grúa con una cámara, una carpa, una mesa montada con un catering y una pileta gigantesca. Detrás de la cámara está el director, Luis Ortega. Mira hacia delante. En la pileta, sobre una colchoneta, hay un muchacho acostado, con un vaso de whisky en una mano y un cigarro en la otra. A su alrededor, billetes flotando. En dos colchonetas que flotan a su lado, dos mujeres en bikini. Graban. La cámara va al ras del agua y se levanta justo antes de llegar a la colchoneta del muchacho. “Ahora Ringo, rascate los huevos”, grita Luis detrás de cámara. El chico obedece. La cámara lo toma desde arriba. Flota rodeado de guita y de mujeres que también flotan. “¡Corte!”, grita Luis, y el tal Ringo sale del agua. Su nombre es Franco Bonavena, nieto del mítico Ringo Bonavena, aquel boxeador que tiró a Alí (que se tropezó, dirán algunos), aquel boxeador que llegó a lo más alto –representado por Lectoure– y que murió joven acribillado por un sicario en los Estados Unidos. Su nieto nunca lo conoció. Es, sin embargo, uno de los grandes hallazgos de la serie: en su cara se distinguen claros los rasgos del abuelo. Juega al rugby y estudia cine en la FUC. Posa para una foto con un cigarro y le preguntamos si el abuelo fumaba. “Sólo para las fotos”, responde. Es modesto y tiene el cuerpo entrenado. Conoce las historias de su abuelo por medio de su padre o de los medios. Fue en una situación similar, en un club rodeado de trampolines, que Ringo le propuso a su hermano José subir al más elevado y hacer pis desde ahí, con toda la gente abajo. La anécdota, una de tantas, la refiere Cherquis Bialo en una nota.
De todas formas, aunque Bonavena es uno de los protagonistas, la serie se centra en Tito. Para muchos, creador de la dimensión profesional que alcanzó el boxeo en nuestro país, representante de Ringo, de Monzón, de Nicolino Locche; fue un cerebro distinto a todos. Ícono también de la noche porteña, soltero emblemático y misterioso, dandy, hombre de negocios. Una suerte de Don Draper porteño que crea para sí su destino valiéndose de su inteligencia antes que de sus oportunidades. “El proyecto me interesó de entrada porque me pareció fascinante –dice Lamothe–. Me gusta mucho el box y conozco la historia del boxeo argentino porque soy un fanático. Además admiro mucho a Fabián, soy amigo de Sarchi, dirige Luis Ortega… Es un dream team. Y hacer de Tito Lectoure… Es una cosa espectacular, es el proyecto que más me interesa de todos los que tengo por delante”.
¿Conocías a Lectoure, el personaje que encarnás?
Yo de Tito sabía algunas cosas. Estuve mirando videos de él. Su sexualidad por ejemplo era un misterio, para mí, para todos. Pero no me parece ese el punto más interesante de su vida. Él logró que el boxeo sea un show, un espectáculo. En la calle Corrientes la gente iba al Luna Park a ver boxeo porque había todos los sábados. O sea, lo que él hizo desde el lugar de poder que tenía por la tía, que era la dueña del estadio, y lo que generó en torno al negocio del box en la Argentina para mí es superlativo.
¿Te gustaría que volviera esa época? ¿Qué el Luna volviera a ser el Palacio de los Deportes?
Yo no tengo el dinero, pero fantaseo con algún día ayudar como lo hizo Alain Delon en Francia a que el boxeo sea más conocido. A que la gente conozca a Brian Castaño, a Palacio… A todos los boxeadores que hay acá. Que la gente vuelva a ir al Luna Park, que haya más campeones como había antes. Que podamos ir a verlos los sábados, que el boxeo esté lleno de actores y actrices o gente del espectáculo que van a ver eso. Que vuelva a ser algo glamoroso. ¡Eso! Yo no pierdo esa esperanza. Porque además no hay nada más interesante que la vida de un boxeador.
Bueno, la vida de Tito…
Bueno, capaz sí, la vida de Tito.
Para Casas, la presencia del actor no es menor. “Siempre pensé que quería escribir algo en lo que pudiera actuar Esteban Lamothe, porque es mi amigo y lo admiro mucho, y esto es ideal porque Tito Lectoure me parece un personaje inquietante. Nosotros igual le cambiamos el nombre: le pusimos Tony Lasser. Así podemos hacer de él lo que queramos sin tener que estar sujetos a la biografía”, dice. No es la primera vez que participa de un guión, ya lo hizo antes para cine (entre otros, escribió Jauja, de Lisandro Alonso, protagonizada por Viggo Mortensen; pero es la primera vez que lo hace para una miniserie). “Lo que me gustó del proyecto fue que el productor nos permite trabajar sin tener que ceñirnos a la historia estricta del Luna Park, sino que podemos convertirla en ficción. La ficción es lo que hace que la vida sea hermosa porque sino la vida es horrible.”
El equipo de guionistas, liderado por Casas, se completa con Martín Caamaño y Federico Arzeno. Según Caamaño, el método de trabajo fue la conversación: durante meses se reunieron los tres a charlar, a contarse cosas de la vida, a divagar sobre los temas que querían tratar en la serie. Detalla: “Lo que hacíamos con las charlas era definir una temática para cada capítulo y cómo cada personaje iba a lidiar con eso, desde los principales a los más periféricos. Y una vez que teníamos eso armábamos las escenas. Y ahí podían entrar los datos que habíamos recabado, las cosas de la realidad o la historia que uno puede reconocer. Por ejemplo, en esta primera temporada se cuenta una visita del Papa (N. de la R.: sucedió en 1987, Juan Pablo II vino al país y habló en el Luna Park). Acá, sin embargo, sucede en otro año y tiene una pequeña fabulación: antes de que llegue el sumo pontífice el Luna Park se llena de ratas y la clave del capítulo va a ser cómo logran que se vaya la plaga a tiempo para estar a la altura de la visita”.
¿Qué período temporal abarca la primera temporada?
Nos venía bien apropiarnos de una época y así hablar de lo que está pasando ahora. Así definimos un arco, que es la primera temporada, y va desde principios de los setenta, cuando el Luna Park todavía era escenario del auge del boxeo; y cierra en el ?76, cuando se dan dos cuestiones importantes: la muerte de Bonavena, que es velado en el Luna Park, y a su vez el estallido del golpe militar. Con eso marcábamos las dos líneas de lo que queríamos trabajar: por un lado el Luna como palacio de los deportes, y por otro lado –y ante todo–, la violencia política en la Argentina. Por eso decidimos que teníamos que crear personajes sin los nombres reales. Es decir, basados en ellos, pero de ficción. Un poco por eso también elegimos que no haya ninguna escena de recreación de peleas. Sólo nos centramos en la trastienda de los espectáculos, en cómo era el día a día en el Luna.
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Su santidad, papa Francisco:
Mi nombre es Ignacio Raúl Sarchi y soy productor de cine. Fui educado con los valores de la verdad y del perdón. Fui bautizado, tomé la comunión y la confirmación. Como verá, tengo los sacramentos al día. Cuando me acerqué al estadio Luna Park me dijeron que no iba a poder utilizar el estadio para la grabación de una serie que estoy realizando sobre el mismo, ya que no querían que se sepa que fue donado a la Iglesia, además de otras verdades poco conocidas del estadio. Fue algo que me expresaron de manera literal: “No queremos que se sepa que el Luna Park es de la Iglesia”. Asímismo me dijeron que en mi serie no puedo nombrar ni a Tito Lectoure ni a su tía, la persona que donó el estadio al clero.
Sabiendo los valores que promulga nuestra institución, no entiendo cómo algunos representantes de la misma limitan mi trabajo con el único fin de guardar una verdad, que por otro lado es algo cada vez más conocida. Digo, ¿no es la defensa de la verdad una de las premisas sobre la cual se ha fundado nuestra Iglesia?
Me dirijo a usted con sumo respeto y admiración, a la espera de que entienda mi pedido e interceda sobre el mismo.
Le agradezco profundamente, se despide de Su Santidad,
rezo por usted.
Ignacio Sarchi
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Sarchi aclara que Luna Park, la serie, existe “en principio gracias a un concurso del INCAA que da apoyo económico para el desarrollo de guiones de los proyectos que ganan. Creo que la idea de ese concurso es del actual presidente del Instituto, Ralph Haiek. La verdad es que eso hizo posible ponerle mucho más acento y dedicación al guión de lo que se suele poner. El resto de la inversión en gran parte lo pusimos desde 188, nuestra productora, y ahora estamos en tratativas con distintas cadenas para sumar un socio fuerte al proyecto. La idea es cerrar con HBO, Netflix o alguna de las otras empresas interesantes que apuestan a las series que todos queremos ver”, agrega Sarchi.
La biografía oficial del Luna, publicada en su página web, tiene una extensión de 1032 caracteres. Menos de media carilla. Menciona la visita del papa Juan Pablo II, los recitales de Sinatra y Pavarotti, y algunos de los títulos deportivos que se disputaron allí. Termina: “El Luna tiene un pedazo de cada uno de nosotros, de nuestros padres y abuelos, un recuerdo, un momento. Esa es su magia y su principal capital”. No dice que el récord de presentaciones consecutivas lo tuvo mucho tiempo el potro Rodrigo con su escenario en forma de ring. No dice que allí se casó Maradona ni que velaron a Bonavena. No dice muchas de las cosas que se cuentan en el recientemente publicado Luna Park, el estadio del pueblo, el ring del poder, el libro de Guido Carelli Lynch y Juan Manuel Bordón (La Nación revista dio un adelanto). En él se da una biografía definitiva del estadio que sirvió de material de trabajo a los guionistas, así como sus largas jornadas buscando archivos de revistas y diarios. Aunque el derrotero de aventuras del Luna abarca todos los géneros, el libro profundiza en la presencia del boxeo. “Más allá de las asociaciones y federaciones con las que el Luna Park tuvo una relación tirante hasta el final, en la práctica ejercía como un monopolio del boxeo. El que no arreglaba en el Luna Park no peleaba en ninguna parte. Gregorio Peralta es el primero que acusa a Lectoure de monopolio”, contó Carelli Lynch en una nota con Telam. ¿Qué relación tenía Tito Lectoure con su tía? ¿Era un vínculo romántico, como muchos decían? Entre el libro y la serie tal vez se llegue a una versión, una vez más, mítica de la realidad.
Cuentan los guionistas que Tito Lectoure no sabía manejar, pero le daba vergüenza confesarlo, entonces iba a todos lados en taxi y cuando le preguntaban por su auto decía que lo tenía en el taller. Cuentan que se lo acusaba de robarle plata a los boxeadores, y que una vez alguien le preguntó por eso y él respondió que más de dos bifes de chorizo por día no se podía comer. Cuentan muchas cosas de la misma forma en que se construye el saber en la calle, con recuerdos e ideas que se van formando y deformando a sí mismas. Por eso –dicen– en cada capítulo aparece un taxista contando algo que ya vimos en la serie, pero completamente distorsionado. “Es un personaje que de algún modo viene a retratar lo que pasa con la imaginación popular –dice Caamaño–, la forma en que se vuelven mito estos personajes. El tipo cuenta algo que nosotros ya vimos, pero distinto, con su cuota personal, como si fuese un guionista más.” Después se queda callado y piensa –o tal vez esta sea otra fabulación– que ellos también se dedicaron a hacer lo que supuestamente hacen sus taxistas.
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