Tiranías del cuerpo
Talle barbie, fierros al límite en el gimnasio, pastillas que supuestamente optimizan rendimientos varios,y de aquello que parece no tener arreglo se ocupa el bisturí
Basta la salud... Es una máxima que perdió vigencia en estas últimas décadas. El imperativo del cuerpo no se contenta con salud; pide mucho más que eso. Tanto los caprichos del deseo, constitutivos del ser humano, como el vasallaje de nuestra cultura contemporánea son una fuente de insatisfacción.
Eternamente desconformes, la lista de quejas que pesan sobre nuestra imagen corporal es enorme. Capaz de producir disgustos intensos, el malestar y la frustración no nos dejan vivir en paz.
"No quiero ser cortito", decía apesadumbrado Valentín, de 3 años,
mientras se estiraba en un gesto de aspirante a jirafa.
Y la angustia guarda poca relación con la relevancia de aquello que produce malestar. Quién no ha padecido alguna vez esta escena: tener que encarar con indignación la salida del peluquero que no supo interpretar nuestra voluntad. Una sensación de traición que cobra en ese instante, dentro de uno mismo, una dimensión que lógicamente nadie puede comprender.
Desea cabello alisado quien tiene rulos y se lo ondula con insistencia quien lo tiene naturalmente lacio. El deseo anda siempre buscando aquello que no consigue facilmente. Y si es prohibido, tanto más atrae. Si al respecto nos quedan dudas, basta consultar con Adán y Eva, quienes aun habitando el paraíso se tentaron irresistiblemente con lo único que les estaba vedado, la manzana.
Además de la mirada crítica que cada uno tiene sobre sí mismo, se suma hoy una especie de tribuna virtual que aprueba –o no– aquello que le es dado a ver en las fotos que se publican en Internet. Hoy se conjuga un nuevo verbo, likear, justamente para expresar adhesión a una determinada imagen. La cantidad de me gusta es hoy, entre los más jóvenes, el combustible dilecto para nutrir la autoestima. En la búsqueda de combinar impacto estético, atracción y respuestas positivas, las apuestas son cada vez más llamativas y desubicadas. Producidas y seductoras, las imágenes que representan a las adolescentes se parecen todas. Homogéneas y sugestivas, las chicas posan cual modelos provocativas listas para encarar una pasarela. Y los varones se esculpen con músculos marcados como los de Popeye –vigorexia mediante–. La diversidad no tiene cabida en esta búsqueda especular en la que lo idéntico calma y lo diferente constituye un riesgo de marginalidad y discriminación.
El cuerpo es hoy un envoltorio que tiene que lucir radiante: sin kilos de más, sin arrugas ni marcas del tiempo, sin cansancio que nos detenga, durmiendo lo menos posible y siempre conectados. Es así como las funciones más primarias como comer, dormir, caminar, pedalear, necesitan de un sostén químico, o un trainer que se ocupe de hacer funcionar aquello que naturalmente debería andar sin problemas. Las presiones y mandatos velados que pesan sobre nuestra vida cotidiana, normatizan y definen un perfil al que hay que ajustarse. Talle barbie, fierros al límite para levantar en el gimnasio, pastillas que supuestamente optimizan rendimientos varios, y de aquello que parece no tener arreglo se ocupa el bisturí, capaz de tallarlo todo.
Curiosa coincidencia, el eslogan de vida saludable marca la tendencia de una cultura sometida a modelos depredadores de su natural funcionamiento. El cuerpo trofeo es un tormento que si bien pareciera ser elegido por quien lo luce, está regulado tanto en sus placeres como en sus energías por el poder que los organiza.
Promediando la vida, la voz del tiempo que pasa ya no soporta ser desoída. Allí el cuerpo protesta, duele, tropieza. Se va emparchando sobre la marcha con paliativos que calman. Y cuando el cuerpo ya camina lento, y se revitaliza la memoria del pasado más lejano, reviven también con fuerza los refranes a la vieja usanza. Aquellos que consuelan afirmando sin titubear: ¡Basta la salud!