En el último tiempo en el mundo del vino se habla cada vez más de tintos de sed. El asunto no llamaría la atención si no fuera que cada vez más vinos de la gran venta están enfocados en este tipo de paladar. No solo en Argentina. Es una tendencia global, que hoy mira los vinos de Galicia y el Loire con más cariño que antes.
¿De qué se habla cuando se habla de tintos de sed? Se trata de tintos que no ofrecen taninos: Malbec o Cabernet Sauvignon, por ejemplo, que la van de vinos con paladar blanco, armados en torno a la frescura, la fruta directa y cierta textura que no aprieta el paladar pero que lo engalana. Y sobre todo: tintos que se pueden tomar fríos o refrescados. Sed, en todo caso, porque se pueden beber como agua.
¿Antitintos o momentum estilístico?
Para un bebedor de tintos clásico estos nuevos vinos de sed son más bien una decepción. ¿En qué momento el recio Malbec pasó a ser un vinito delgado y sin potencia? Los amantes de las tintos asaderos, encuentran un poco flaco y faltos de riqueza a estos tintos debiluchos y llenos de sabor.
Para disfrutarlos, en todo caso, hay que entender mejor tres cosas.
- La primera, es que Argentina es un país en donde el sol y el desierto moldearon un estilo de tintos potentes y ricos en alcohol, maduros, como una respuesta dilecta de terroir.
- Lo segundo, es que en la medida en que esos viejos terruños del siglo XX empezaron a competir con otros igual de soleados pero más fríos, la frescura y la fruta fresca ganaron expresión. Es la dicotomía gustativa entre Luján de Cuyo y Valle de Uco, que además ganó profundidad con otras variedades como las Criollas o la española Garnacha.
- El tercer paso se concretó en dos movimientos simples. Uno, explorando nuevos estilos más delgados en zonas más frías; otro, con consumidores que empezaron a hallar en esas novedades estilos gratos para las comidas más cotidianas.
Así, en unos pocos años a contar desde 2012 por poner una fecha en la que se quiebran los estilos potentes en nuestro mercado, comenzaron a aparecer tintos frescos, jugoso y delicados. El truco es que luego esa tendencia que expresaba un terroir fue replicado con la técnica: por ejemplo, la maceración carbónica, que permite obtener la misma estructura para los tintos, en cualquier lugar.
Se formó así un momentum para los tintos de sed y en la góndola actual hay una grupo nutrido.
¿Cuáles probar?
- El ejemplo cabal de un tinto de sed es la reinvención de las Criollas. Tanto aquellas que son de la variedad Criolla Chica (Listán Prieto o País en otras latitudes) como aquellos que exploran vertientes como la Cereza. Tintos de poco cuerpo y frescura chispeante, que ofrecen aromas frutales monocordes e intensos y cierto trazo de tierra en aromas. Así son Cara Sur (2018, $990), Cadus Signature (2018, $950) y El Esteco Old Vine (2017, 952), para las criollas chicas, Cara Sucia (2018, $365) para la Cereza.
- También, en materia de Bonarda hay una exploración sensata en esta línea, con ciertos vinos que fueron perdiendo profundidad año a año, hasta llegar a ser verdaderos tintos de sed. ¿Ejemplos? El fragante Colonia Las Liebres (2018, $470) y el flamante Chakana Sobrenatural (2019, $350). En la misma línea pero con otra variedad, Proyecto Las Compuertas Cordisco (2018, $550), donde Cordisco es el sinónimo internacional de la variedad italiana Montepulciano. O bien, las Garnachas, bien aromáticas, con cuerpo ligero y sabor, como Ver Sacrum (2017, $680) y Estancia Los Cardones Tigerstone (2018, $850).
- En materia de Malbec y Cabernet, por ejemplo, el caso más cabal es Livverá Cabernet Sauvignon (2019, $780) y Doña Silvina Fresh Malbec (2018, $415) más subido de tono.
- Y entre los tintos de maceración carbónica –la técnica que asfixia a las uvas con gas carbónico para luego elaborarlas como si fuese blancos, sin pieles– destacan dos tintos de manual: Santa Julia Tintillo (2019, $375) y el flamante Vinyes Ocults Malbec (2019, S/D).
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