La joven rosarina descubrió en el origami y la filigrana un cable a tierra en medio del cáncer de mama
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Un papel que se dobla una, otra y otra vez hasta formar flores, pájaros, figuras geométricas. Giulia sabe cómo manipularlo para darle sentido. Pero no puede. Tiene cáncer, sus manos no responden como siempre lo hicieron. Su letra se volvió pequeña, incomprensible; y el origami y la filigrana, viejas pasiones. Los médicos le dijeron que se quedara en la cama. Que ya no se podía hacer nada.
A sus 36 años, el cáncer de mama que había desaparecido, volvía en forma de metástasis.
“No importa que estudié, ni de qué trabajé”, dice. Sabe las típicas preguntas periodísticas de “a qué te dedicabas antes del cáncer, qué estudiaste antes del cáncer, quién eras antes del cáncer”. No las quiere responder.
“Qué importa si fui piloto, verdulera. Soy Giulia, y lo único importante es que me enfermé”, dice.
Cuando le dijeron que tenía cáncer se le vino el mundo abajo. “Tenía todas las chances de que me dijeran que no tenía nada. Pero me convertí en ese 10% de mujeres sin antecedentes, jóvenes, de menos de 40, que tienen cáncer de mama”. En aquel entonces, tenía 32 años recién cumplidos.
El bulto lo descubrió ella misma un día que, por pura casualidad, se apoyó la mano en el pecho. “Me acosté en la cama, se me dio por poner la mano y encontré una piedra. Me asusté muchísimo”, recuerda. Si bien hacía solo cinco meses que me había hecho una mamografía, volvió a la ginecóloga. Y decidió cambiar de médica.
Le sacaron ese primer tumor, de aquel primer diagnóstico, en el 2016.
Pocos años después, el cáncer volvió como metástasis: esta vez, en forma de un tumor en el hígado. “Fue como esa primera vez, pero en lugar de cinco meses de distancia entre un estudio y el otro, 15 días”. Ni ella ni su oncóloga lo podían creer. Ella misma fue la que percibió que algo no andaba bien e insistió en que le repitieran los estudios. Así se encontró ese nuevo tumor en plena pandemia.
Mientras tanto, comenzaban los primeros síntomas de un tumor cerebral. “Perdía mi letra, mi firma, y nadie me escuchaba”, recuerda.
“Me convirtieron en una inválida. Yo podía caminar, pero me dijeron que use silla de ruedas. No podía dibujar, leer, hacer origami. Nada, por la debilidad en la que me iba sumergiendo”.
Fue su kinesiólogo quien la ayudó a ponerse, literalmente, de pie. “Vos no te vas a quedar en la cama. Te vas a levantar”, le dijo un día. Giulia, con mucho miedo, aceptó el empujón. No solo volvió a caminar y hacer yoga, sino que, gracias a la práctica diaria del origami y la filigrana, fue recuperando la motricidad.
Al principio, nada. Ni un doblez. Ni un ala de pájaro, ni un pétalo de flor. Sus manos temblaban, bailaban un ritmo que ella desconocía. Pero cada día que pasaba, ganaba fuerzas, y los papeles, forma. Así, en solo 6 meses recuperó su letra y su firma: “A pura perseverancia”.
El cambio no fue solo físico. “Antes tenía un trabajo que no me hacía feliz. Por muchos años, todos los días me agarraban ataques de ansiedad”, dice.
El cáncer la obligó a poner en pausa una rutina que la sofocaba, y a repensar qué quería hacer con su vida.
Giulia se acercó a personas de las que se había alejado, pidió perdón. Retomó relación con sus hermanos, empezó terapia, cambió su alimentación. Se hizo cargo de cómo se trataba a sí misma. De la vida que había creado para ella, y se apoyó más que nunca en su entorno, aquel que hoy le da las fuerzas para seguir. “Cuando son las fiestas o mi cumpleaños y me preguntan qué quiero, siempre digo lo mismo: un abrazo. La presencia de mis amigos, mi novio, mi familia. Con eso, me alcanza y sobra”.
En el camino nació “Shu Accesorios En Papel”, su propio emprendimiento de accesorios de filigrana y origami, que hoy, cuenta hasta con su propia página web. “Todavía está creciendo, pero a mí me hace feliz”, dice.
Recientemente, creó una comunidad para ayudar a personas con cáncer.
"“Siempre hay que aceptar el diagnóstico, pero nunca el pronóstico”"
Ahora, Giulia está reduciendo sus tumores con un equipo de rayos que permite atacar los tumores cerebrales sin la necesidad de abrir el cráneo.
Cuando conoció a la médica que le hará la próxima cirugía, , no solo le explicó de la A a la Z cómo será el procedimiento, sino que, también, le hizo un tour por el hospital, le dio un abrazo y “hasta nos sacamos fotos”, cuenta Giulia, que se sorprendió cuando descubrió que la sala de trabajo de los médicos encargados de de los rayos estaba llena de origamis. “Hay una leyenda japonesa”, le dijo la médica, cuando Giulia le contó la casualidad, “que dice que si construís mil grullas de papel, tu mayor deseo se hace realidad”. Giulia le prometió que llevaría grullas la próxima vez que vuelva a Buenos Aires.
Mientras la joven espera desde hace más de 3 meses que la obra social de la Universidad Nacional de Rosario, le otorgue el turno para la operación con rayos, sigue practicando yoga, compartiendo tiempo con amigos y familia y realizando un curso de inmunoalfabetización. Todas actividades que hace con una entereza increíble, y con la conciencia plena de que el reloj pasa: según los especialistas, el tiempo es un factor clave en su caso.
Y entre todas esas batallas, como si de respirar y comer se tratara, sigue armando pájaros, flores y geometrías de papel. Su cable a tierra que le permite disfrutar de todas y cada una de las cosas simples de la vida.
Al momento de publicar esta nota, la obra social reconoció los tratamientos y Giulia los terminó. Hoy se encuentra en su casa, con su familia, rodeada de amor.
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