Alberto Chab nació en La Habana en 1927 y llegó a la Argentina 5 años después; trabajó “de todo” hasta que se graduó como Médico-Psicoanalista; hoy encara un ambicioso proyecto que se hizo “viral” en TikTok
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Alberto Chab llegó a Buenos Aires sin nada. No tenía ni para comer. Venía de Cuba. “Emigré a los 5 años, con mi familia, tras perder a dos hermanos por disentería”, dice. La vida, entre idas y vueltas, lo llevó a cursar Medicina en la Universidad de Buenos Aires. Luego estudió Psicoanálisis y atendió pacientes durante, aproximadamente, 60 años.
Hoy está en el otro extremo de la vida. Pero, lejos de entregarse a la quietud del tiempo, decidió “disfrutar de cada minuto”. A los 92, luego de enviudar, volvió a apostar al amor: se puso de novio con Mary, una amiga de toda la vida, y se volvieron inseparables.
Además, a sus espléndidos 97, decidió emprender un nuevo proyecto profesional que lo llevó a alcanzar una fama inesperada. Asistido por una nieta, Alberto grabó una mensaje que se volvió viral en TikTok. En el video, convocó a adultos mayores de 90 años para formar un grupo con el objetivo de socializar, debatir sobre la sociedad y compartir experiencias de vida. Es su proyecto profesional más ambicioso.
“Hacer la América”
La historia de su familia está llena de viajes a través de los océanos. Su padre, David, era oriundo de Damasco, Siria. Era judío sefardí. Una tarde, un amigo suyo le dijo que al día siguiente saldría un barco para “América”, a secas, sin poder precisarle a qué país del continente. David dijo que sí y se lanzó a la mar. Dejó atrás a su querida Siria y desembarcó en el puerto de Buenos Aires con una valija llena de sueños. Vino a “hacer la América”. No le fue nada mal: instaló un negocio en Rosario y consiguió progresar. Forjó una pequeña fortuna.
Sin embargo, abandonó todo cuando recibió una carta desde Siria donde le informaban que su padre estaba muy enfermo. Regresó a Damasco pero no pudo despedirse: cuando llegó, su padre había muerto.
Allá se reencontró con viejos amigos, pero ya no lo veían de la misma manera. Para muchos, pasó a ser el “americano rico”. En su tierra natal conoció al gran amor de su vida: Sara (Salha, en árabe), la soltera más rica de Damasco, hija de joyeros y vendedores de diamantes. Se casaron y a los pocos meses decidieron fundar su hogar “en algún lugar de América”. Alentados por amigos, se radicaron en La Habana, capital de Cuba, donde tuvieron 4 hijos: Jack, Víctor, Marcos y Alberto.
“Sarmiento era yo: nunca falté al colegio”
Alberto continúa desandando la historia de su familia: “Era la época preantibiótica. Tener disentería era... una despedida. Cuando murieron mis hermanos, mis padres decidieron que se iban de Cuba como fuera, incluso nadando”.
-Y llegaron a la Argentina.
-Sí, pero fue un viaje largo y tedioso. El barco pasó por el Canal de Panamá, paró en Perú y nos dejó ahí. Desde Perú, llegamos como pudimos. Obviamente que vinimos en la miseria más atroz: no teníamos ni para comer. Plena crisis de 1930. Se pedía un pintor y había 500 personas haciendo cola... Era una crisis tremenda. Y en Argentina no era menos.... Mi papá no conseguía trabajo, entonces con mi hermano tuvimos que salir a trabajar para mantener a la familia. Mi papá nos había comprado agujas, carreteles, horquillitas... Íbamos a la feria por la mañana y vendíamos esos productos. Y así todos los días. La plata que ganábamos servía para que la familia comiera. Después sí, mis papás consiguieron trabajo. Sin embargo, yo siempre seguí haciéndolo.
-¿Iba al colegio?
-Fui al colegio Guillermo Rawson en San Telmo, en la calle Humberto Primo frente a la iglesia. Iba todos los días... dicen que Sarmiento no faltaba nunca. Sarmiento era yo (ríe): nunca falté al colegio.
-¿Le gustaba estudiar?
-Nunca me gustó, en realidad. Pero era muy lector. Muy pero muy lector, desde muy tempranamente en la infancia. Leía los clásicos, los rusos Dostoievsky, Gorki... También me gustaba Juana Cristóbal, de Romain Rolland. En el colegio, lo mío era sospechoso, porque cuando llegaba el recreo y todos salían al patio, yo me quedaba en el aula con mi librito. Ya en quinto grado me aburrí... dejé, y me dediqué a trabajar.
-Era muy chico. ¿De qué podía trabajar a esa edad?
-De varias cosas. Por ejemplo, con la familia, en la tienda de tela, que quedaba en la calle Triunvirato, en Villa Urquiza. Y así durante años... hasta que cumplí 17, cuando decidí que quería ser médico.
-¿Cómo llegó a esa decisión?
-Nunca dejè de leer. A los 13 años leía a Freud, lo compraba en los kioscos. También compraba la revista Leoplán, que traía todos los clásicos y distintos autores. Yo me tragaba todos esos textos de Psicoanálisis, Medicina...
-Sus padres, imagino, estaban orgullosos con su decisión de volver a estudiar.
-En realidad, no... Se sorprendieron. “Pero si acá tenés trabajo y estamos creciendo bien”, me decían. Pero yo quería estudiar Medicina y luego convertirme en psicoanalista. Ellos estaban tan consternados de que abandonara el negocio familiar que llevaron 4 rabinos a mi casa para que verificaran si yo me había vuelto loco. Te parecerá delirante, pero fue así. Uno de los rabinos me preguntó: “¿Vos creés que siendo médico vas a ganar más plata que con tu familia?”. Me fui de casa, me mudé solo. Y mi familia no me quiso dar ni un cobre hasta que yo volviese.
-Antes de estudiar Medicina, tuvo que terminar el colegio: debía dos años de primaria y toda la secundaria.
-A los 18 años, terminé el primario en un colegio nocturno. Y después hice los 5 años de secundaria en 1 año y 9 meses. Luego di el examen de ingreso para entrar a la facultad de Medicina de la UBA y quedé. Pero obviamente tenía que mantenerme. Así que trabajé mientras estudiaba. Siempre. Primero fui visitador médico, en varias casas. Y durante muchos años, estuve de personal embarcado en transportes navales, como médico de a bordo. Yo era estudiante, estaba en segundo año, tercero, cuarto... ¡Pero en el buque era el médico de a bordo! Y la realidad es que a bordo tenía tiempo de sobra para estudiar. Entonces me llevaba mis libros y leía... Cuando volvía a Buenos Aires rendía los exámenes libre. Me recibí a los 30 años, en 1957.
-¿Siempre supo que quería ser psicoanalista?
-Siempre. Estudié Medicina para ser psicoanalista. No es que me enteré después.
-¿Cómo le fue ejerciendo la profesión?
-Llegué a trabajar muchísimo, entre 10 y 11 horas por día. Siempre atendiendo pacientes. A veces con grupos. Trabajé muy bien, mantuve a mis 3 hijos y les pude pagar sus carreras. Con ellos siempre tuve una idea: trabajás o estudiás. No tuve ningún hijo que se sacara la pelusa del ombligo.
-Aun hoy, a sus 97 años, ¿sigue trabajando?
-Sigo trabajando... pero solo 10 horas por semana.
-Sus pacientes deben ser “de toda la vida”...
-Sí, exacto. Por lo general son adultos grandes. Con algunos trabajo desde hace mucho tiempo, otros dejaron y me volvieron a pedir... y otros me pidieron y ya les dije que no, porque no quería atender más gente. También atendí gente muy encumbrada de la política. Algunos se saltean y vienen cada 15 días, a otros los atiendo dos veces por semana, eso es variable. Pero no me paso de las 10 horas semanales. A esta edad, y estando con Mary, no quiero que la profesión nos chupe la vida, no quiero que nos deteriore aunque sea en parte la felicidad que tenemos, porque nosotros dos estamos muy metejoneados. Muy.
Mary, que acompaña a Alberto en la entrevista, asiente con la cabeza. “Parecemos adolescentes -dice-. Tenemos reacciones de adolescentes. Cocinamos juntos, hacemos paseos. Caminamos 4 kilómetros diarios. Somos muy compañeros”. Luego contarán, tomados de la mano, su increíble historia de amor.
-¿Nunca se jubiló?
-Sí, soy jubilado, pero cobro la mínima.
-¿Por qué la mínima?
-Aporté durante toda mi carrera de Médico, durante 35 años más o menos. Y después me jubilaron con 144 pesos. Eso es la desgracia... ¿Cómo se puede vivir de una miserable jubilación? Yo, por suerte, llego a fin de mes. Sin embargo, todos los días pienso en la gente, la mitad de la población que no llega a fin de mes, o los chicos que no tienen para comer. Yo sufrí eso mismo, pero tenía una familia que me apoyaba. Pero esos chicos... Eso me conmueve de una manera terrible.
LA VITALIDAD Y EL AMOR
En medio de la entrevista, Alberto cuenta un dato inesperado: “Hace 50 años que soy vegetariano”, dice. Pero asegura que su vitalidad no tiene nada que ver con su dieta: “Mi pareja, Mary (90), no lo es. Cuando vamos a comer afuera, se pide un bife de chorizo así de grande (extiende los brazos)”.
-¿Qué se le dio por hacerse vegetariano en los 80?
-Tuve 3 hijos: dos mujeres y un varón. El asunto es que mi hijo, Ariel, se había ido tempranamente a la India a estudiar música y se estableció en Benarés. Entonces yo iba todos los años a visitarlo, porque él no podía salir de la universidad. Hice 6 viajes a la India. Y como allá son prácticamente vegetarianos, me sumé a la tendencia y me gustó: nunca más comí un animal.
-Se los ve en un excelente estado, a ambos. ¿Cuáles son sus secretos para lograr tanta vitalidad?
-Nosotros dos meditamos periódicamente. Eso nos tranquiliza. Por supuesto, contactamos a la mañana, charlamos un poco. Nos toqueteamos, una cosa así (ríe). Son todas cosas que producen endorfinas. Y abarcamos la vida con una conducta que abarca la alimentación, la gimnasia, la relación con la familia y el entorno. Además, hay dos cosas que son muy importantes: tener un proyecto de vida y nunca perder el humor. Nunca perder el humor. Mis padres me inculcaron una filosofía que se llama “kapará”. Es un estado positivo, que se explica con este pensamiento: “qué bueno que te pasó esto, porque podría haber sido mucho peor”. Creo que viene de la experiencia de haber perdido dos hijos... Si se cae un plato y se rompe, ¡kapará! Podría haber sido peor... Si tenés una angina, ¡kapará! No es una negación, es poder aceptar la realidad con cierta dosis de humor. Desde ya que, después, cada uno tiene sus métodos.
-La meditación, especialmente en los últimos años, adquirió mucha relevancia.
-Mary tiene picos de presión... A veces le digo “andá a meditar un poco”. Va, medita, y le baja la presión.
-¿Se consideran personas sociables?
-Nosotros como pareja vamos mucho a museos. Nos gusta. Hablamos mucho con el personal que trabaja ahí. Les preguntamos qué es lo que le interesa a la gente, hace cuanto trabajan ahí. Y nos cuentan mucho. Les entusiasma. A veces nos han mostrado salones reservados.
-¿Cómo se conocieron?
-Nos conocimos hace 50 o más años. Éramos, Mary con su marido y yo con mi mujer, amigos. Nuestros hijos también, veraneábamos juntos. Vivíamos en la misma casa, una especie de dúplex. Luego, en un momento, nos mudamos, y fue distinto. Estuvimos 40 años sin vernos.
Mary: Cuando falleció mi marido, me escribió. Estuvo muy presente. Ellos eran muy, muy amigos. Fue una cosa muy emotiva. Habíamos quedado viudos. A mí no se me ocurría ni por las tapas juntarme con él. Pero parece que a él sí... Y nuestras hijas deben haber empujado. Aunque había un tema: Alberto no tenía mi teléfono. Me llamaba a un viejo número que ya no existía...
Alberto: La llamaba, la llamaba y no me contestaba. Entonces una de sus hijas me dio su nuevo número.
Mary: Y ellos, nuestros hijos, están felices con nuestro vínculo. Además se sacan una preocupación de encima: saben que nos tenemos el uno al otro para cuidarnos.
-Alberto, ¿cómo se le ocurrió la idea de formar el grupo de personas mayores del que habló en TikTok?
-La idea surgió. Primero quise hacer un grupo de 8 personas, pero fue tal la avalancha...
-¿Esperaba semejante repercusión?
-No, cómo me iba a imaginar. Para mí, “tic-toc” era golpear la puerta para ver si había alguien en el baño o en el dormitorio... Pero hace un mes y medio, mi nieta me explicó que Tik Tok era una red social. Yo le había dicho que quería hacer un grupo de personas para compartir experiencias. No para atender como terapeuta, sino para compartir... en común, como iguales. Y ella me dijo: “Bueno, por TikTok te van a llamar”. Hicimos el primer video y casi me da un soponcio: ¡me mandaron 1000 correos! Tengo 15, 20 mil seguidores (ríe). Para mí, “seguidores” eran detectives que te seguían... El video lo vieron un millón de personas. Son números demenciales... Así empezó la historia. Después tuve que hacer un segundo video disculpándome porque no podía leer la cantidad de mensajes que me llegaban.
-¿Qué tipo de mensajes le llegaron?
-Muchos de gente joven diciendo: “Por favor, vivo en tal lado. Grábenlo, queremos conocer la sabiduría de la gente de edad”. Luego, adultos mayores, en realidad sus sobrinos, hijos o nietos. Hay muchos mails conmovedores. “Mi tía, abuela, vecino, enviudó, tiene 90 años y necesita socializar desesperadamente, porque está mirando 10 12 horas diarias de televisión, necesita contactar con gente, no sabemos cómo hacer, por favor acéptelo como integrante del grupo”.
-Si su idea era formar un grupo de 8 personas, ¿cómo va a hacer ahora?
-Con esta repercusión, si yo eligiese 8 personas, habría muchísimas que quedarían en el aire. Por eso, con una colega, Denisse, creamos una especie de institución. Se supone que el GCBA nos va a dar un salón, donde vamos a poder hacer reuniones, un evento más grande, de 300, 400 ó 500 personas. En el evento, yo voy a contar algo de mi vida y voy a invitar a que los de la platea compartan. Yo me limitaría a estar en el estrado. La gente luego tiene que hablar entre sí.
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