Juan María Pechar se enamoró de los aviones cuando tenía 8 años; se convirtió en piloto de aviones caza embarcados (que tienen base en portaviones) y fue instructor en los Estados Unidos
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Juan María Pechar tiene 92 años. Vive en Rincón de Milberg, partido de Tigre, donde transita sus días junto a su esposa, Viviana Antelo, rodeado de hijos y nietos. También lo acompañan, en su día a día, los recuerdos en su paso por la aviación. En el living de su casa, sobre una repisa, descansan los aviones a escala construidos en chapa a fines de los años 20 que conserva desde su niñez. La colección incluye una verdadera joya: un zeppelin de época pintado a mano.
Una historia marcada por aviones
Juan María Pechar nace un 4 de mayo de 1932 en Rio Grande, provincia de Tierra del Fuego. Es una fecha significativa para la aviación argentina: ese mismo día, pero 50 años después, dos Super Etendard de la Segunda Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque estrenaron los misiles Exocet, nunca antes disparados en combate, y acertaron sobre el destructor británico HMS Sheffield.
La coincidencia no es caprichosa: en la década el 50, Pechar se convierte en pilotos de dicha escuadrilla. Era la época del caza a pistón Chance Vought Corsair que la Aviación Naval Argentina poseía en una versión avanzada denominada F4U-5NL.
El Corsair, creado durante la Segunda Guerra Mundial, saltó a la fama por los múltiples ases que descollaron en la campaña del Pacifico. Entre ellos, el as norteamericano Gregory Boyington que lideró el temible escuadrón llamado “Ovejas Negras” contra la aviación japonesa.
Juan María Pechar crece en el ámbito rural de Río Grande. Cuando cumple 8 años, su padre -un inmigrante croata oriundo de la isla Korcula, en Dalmacia, emigrado a la Argentina poco antes de la Primera Guerra Mundial- lo envía a educarse en el colegio San José de Buenos Aires como pupilo.
En sus viajes entre Ushuaia y Capital Federal a bordo de los primitivos aviones comerciales Junkers 52 trimotores de origen alemán que opera la compañía Aeroposta Argentina S.A. vive experiencias únicas. Toma contacto con las leyendas de la aviación comercial en la Patagonia, entre ellos los comandantes Selvetti, Gross Papa, Irigoyen y Arfinetti, conocidos en ese entonces como los “millonarios del aire” por haber volado más de un millón de kilómetros, unas tres mil horas de vuelo, sin incidente alguno
Durante los turbulentos vuelos sobre las infinitas extensiones de la Patagonia, Juan María Pechar descubre que quiere ser aviador. Y nada lo detendrá.
Se alista en la Aviación Naval. Y se convierte en pionero, junto a otros camaradas, al pilotear helicópteros en la Antártida, durante la década del 60. Ávido de superarse en su carrera, le nace un deseo que pronto se convierte en obsesión: convertirse en piloto del veloz caza americano Corsair.
Su método de aprendizaje resulta sorprendente: estudia el manual de vuelo del avión durante una jornada... y al día siguiente sale a volar sin más experiencia que lo aprendido en la lectura. Pechar se eleva en su pájaro de hierro llevado por el motor radial Pratt & Whitney R-2800 que porta 18 cilindros y produce más de 2000 caballos de potencia. Realiza algunas maniobras en el aire, pone a prueba la nave y sus conocimientos, y regresa a la pista sin inconvenientes. Imagina en su mente fértil cómo debe sentirse ser catapultado desde el portaaviones ARA Independencia. Pero antes de concretar semejante experiencia, un peligroso evento en la cabina de un Corsair define sus sentimientos en este tipo de aviones de caza.
Ocurre durante una sesión de adiestramiento en el polígono de Isla Verde, cercana a la Base Aeronaval Comandante Espora. Pechar lanza en picada su Corsair y apunta a una lona dispuesta en tierra para practicar tiro sobre ella. Centra su atención en el blanco, con la mano izquierda en el acelerador y la derecha en el bastón de comando. Continúa la picada, la velocidad aumenta. Aprieta el gatillo y la estructura del avión se estremece ante las descargas de sus cañones.
A continuación, lleva el bastón de comando hacia atrás para que el Corsair salga de su vuelo en picada y comience su ascenso. Pero ocurre algo imprevisto: el comando no responde, parece estar soldado. El Corsair continua su vuelo directo hacia la tierra y Pechar presiente que su vida puede terminar en un hongo de fuego.
Automáticamente, en un acto reflejo, lleva su mano izquierda al acelerador y lo mueve hacia atrás para quitarle potencia al motor. Luego toma el bastón de comando con las dos manos y tira hacia atrás con todas sus fuerzas. Pero su esfuerzo es en vano: el bastón se resiste, no consigue moverlo, y el Corsair continúa su descenso hacia el polígono de tiro a 700 kilómetros por hora. Segundo a segundo, las probabilidades de sobrevivir se esfuman.
Cuando la tierra ocupa toda la visión en la cabina, Pechar da un último golpe sobre el bastón de comando que, para su sorpresa, queda liberado. Evita el impacto contra el suelo y da potencia al motor para elevar al Corsair. Necesita altura. Sabe que, si vuelve a fallar el motor, su única oportunidad de vivir es saltar de la nave y hacer uso del paracaídas.
Mueve el bastón con cuidado y descubre que, milagrosamente, todo ha vuelto a la normalidad. Se dirige a la Base Aeronaval Comandante Espora, donde aterriza. Luego de detener al brioso Corsair en la plataforma de vuelo, desenchufa el auricular de su casco, se lo extrae de la cabeza y queda en la cabina tratando de que su respiración regrese a la normalidad.
Cuando sus pulsaciones vuelve a niveles “normales”, informa a los mecánicos lo sucedido. De inmediato, el avión es llevado a inspección donde revisan íntegramente la cabina. Entonces descubren que todo el incidente fue provocado por una pieza suelta que corrió hasta la base del bastón obstruyendo el libre movimiento del comando.
Sin embargo Pechar entiende que es un hecho fortuito y decide progresar en su entrenamiento como futuro piloto de portaaviones. Es una labor compleja y los elegidos son unos pocos. Aprende cómo posar al Corsair en una diminuta cubierta de vuelo de 50 metros de largo a plena luz del día. Pechar transita la experiencia con mucha adrenalina. Lo difícil para él no es el vuelo en el Corsair bajo el sol o en las jornadas grises del Atlántico Sur, sino cuando debe aprender a realizar aterrizajes y despegues en la noche guiado por el señalero de vuelo que lo lleva hacia la pista móvil que navega en el mar.
Amante de la fotografía, retrata la época de oro de la cual es testigo como aviador de la Aviación Naval Argentina: la vida a bordo del portaaviones Independencia, la era del caza a pistón Corsair operando desde su diminuta cubierta de vuelo. Cada toma refleja un momento en el que pertenecer a ese diminuto grupo de pilotos era sinónimo de prestigio.
Pechar, que termina su carrera como piloto invicto de accidentes o incidentes en portaaviones, es elegido para convertirse en instructor. Se forma en la Aviación Naval Norteamericana, donde recibe sus alas de aviador americano.
La centenaria Aviación Naval Argentina mantiene una extensa y estrecha relación con la Aviación Naval Norteamericana. Desde su hora cero y con la primera promoción de aviadores navales americanos recibidos en la escuela aérea de Pensacola en 1917 emergen entre sus filas tres alumnos extranjeros, los oficiales navales argentinos Ricardo Fitz Simon, Marcos Antonio Zar y Ceferino Pouchan, que tienen el honor de convertirse en fundadores de la Aviación Naval Norteamericana.
Desde aquella lejanas fechas a tiempos presentes, los aviadores navales argentinos han seguido formándose en los Estados Unidos de América como parte de esa tradición que alcanza los cien años de antigüedad.
Finalmente, Juan Maria Pechar se convierte en instructor de vuelo de los recordados cazas a pistón Douglas Skyraider. Sus alumnos, jóvenes pilotos norteamericanos, luego se lanzan al combate sobre Vietnam operando desde el portaaviones USS Yorktown (desde su cubierta de vuelo, en el año 1968, los estudios Paramount rodaron parte del épico film Tora Tora Tora, que recrea el ataque a Pearl Harbour). Poco tiempo más tarde, el USS Yorktown tendrá bajo se responsabilidad la recuperación de los astronautas del Apolo 8.
Juan Maria Pechar, guiado por su espíritu de piloto de combate, solicita volar junto a sus alumnos en Vietnam. Quiere combatir y unirse a esa cofradía única que otorga dicha camaradería, pero el gobierno argentino le niega esa posibilidad. La Aviación Naval Americana le ofrece transferirse a sus filas, pero él rechaza la propuesta. No le queda más opción que realizar vuelos de instrucción a bordo del portaaviones y desempeñar tareas de señalero, guiando a cada avión en su regreso sano y salvo a la cubierta de vuelo del portaaviones.
Una vida de película
En 2022, Juan Maria Pechar fue al cine a ver “una de aviones”: Top Gun Maverick. En la ficción, Tom Cruise interpreta a un instructor de vuelo en la Aviación Naval Norteamericana. A pedido de Paramount Studios, realizó escenas aéreas a bordo del F/A-18 Super Hornet BuNo (165667) adaptado con cámaras especiales. En el momento en que fueron grabadas las escenas, el reconocido jet pertenecía al escuadrón (VA-122).
Pechar asiste al estreno de Top Gun Maverick acompañado por su mujer y sus hijos. Días más tarde, durante una reunión familiar, muestra una reliquia que sorprende a todos: su campera de vuelo, que tiene bordado un escudo bordado que indica que fue instructor en el escuadrón (VA-122) en la época de Vietnam... y que es el mismo escuadrón en el que fue instructor el personaje que interpreta Tom Cruise en el film Top Gun Maverick.
Los escudos que Pechar conserva en su campera de vuelo le fueron entregados por la Aviación Naval Norteamericana. Allí aparecen señalados los escuadrones a los que perteneció, pero están también su identificación como señalero y las alas de Aviador Naval americano, que llevan la inscripción ‘Argentine Navy. Lt Juan Pechar’.
Tras su retiro de la Armada Argentina, Pechar continúa volando: opera helicópteros en distintas empresas. En 1982, cuando se desata la guerra de Malvinas, se presenta como piloto voluntario y participa en rastrillajes sobrevolando estancias y en vuelos de vigilancia que operan desde su querida Rio Grande.
Como cualquier aviador que transitó una época dorada, añora sus días de gloria. Hace días, acompañado por sus nietas, Emma, Jazmín y Helena, Juan María Pechar revivió su pasado de aviador durante una recorrida por el Museo Naval de Tigre, donde reposa el Jet Panther (3-A-118) que tuvo el privilegio de pilotear. Durante uno de esos vuelos fue fotografiado desde otra aeronave sobrevolando la ciudad de Bahía Blanca; esa foto se convirtió en la imagen publicitaria de la Aviación Naval Argentina.
Hoy, a sus espléndidos 92 años, Juan María Pechar vuela todos los días en sus recuerdos: su corazón palpita con la fuerza de un Corsair y tiene los reflejos de un jet Panther. Dice que muchas noches repite los mismo sueños que tuvo en el sudoeste asiático, como Aviador Naval norteamericano, cuando dormía al compás de Frank Sinatra.
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