Un conocimiento fundamental la ayudó a superar un largo y dificultoso proceso de reaprender a caminar, hablar y manejrse en el día a día; cómo hizo para volver a trabajar
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A sus 82 años el 2020 sorprendió a Frida Kaplan con un desafío idéntico al de tantos otros profesionales: tuvo que aprender a usar el zoom y a dar sus clases de eutonía a través de la pantalla de la computadora en lugar de su estudio. Quizá por eso, por el entusiasmo que le generó el nuevo aprendizaje y la posibilidad de continuar trabajando en la profesión a la que se dedica desde hace más de treinta años, el encierro impuesto por la pandemia de coronavirus no le había resultado tan pesado. Optimista, no por naturaleza sino a fuerza de haber desarrollado una actitud de vida que la ayudó a superar muchas situaciones dramáticas, todavía recuerda la alegría que tuvo ese domingo 14 de febrero de este año, cuando después de meses de no poder reunirse, se encontró con sus hijos y algunos nietos a tomar un helado. Eran seis en total y todos cumplieron con los protocolos sanitarios vigentes en ese momento: no hubo besos ni abrazos, mantuvieron la distancia física estipulada y solo se quitaron el barbijo al momento de comer sus respectivos helados.
Pero el jueves siguiente, mientras daba su clase de eutonía sentada sobre el piso de parqué limpio y brillante, en el estudio que también es su casa, ambientado con espejos, barras, posters del esqueleto humano, una caja con réplicas de huesos -con los que enseña a sus alumnos y alumnas a reconocerlos en sus propios cuerpos- tuvo un acceso de tos. Uno fuerte, el primero de los temidos síntomas de contagio en pleno pico de la pandemia mundial de coronavirus.
Los resultados fueron contundentes: era covid-19, pero a Frida no le despertó un temor exagerado. Confiaba en que el proceso de la enfermedad sería leve y que en poco tiempo estaría bien. Y finalmente lo superó, pero el proceso no fue tan rápido como lo suponía: la internaron en una clínica, estuvo muy tranquila y ya le estaban por dar el alta hasta que... “De ahí en más no sé que me pasó”, trata de explicar. Lo que pasó fue que estuvo cuatro meses sin consciencia, un lapso en el que tuvo varias descompensaciones e intervenciones médicas para salvarle la vida. La intubaron, le hicieron traqueotomía y perforaciones en las costillas para permitir la entrada de aire a los pulmones que estaban a punto de colapsar, pasó por una hemorragia interna y en varias ocasiones los médicos les dijeron a sus hijos la frase fatídica: “Se nos va”. Pero un día abrió los ojos y se despertó. Estaba recuperada y podía respirar por sus propios medios, pero cuando quiso sentarse no supo cómo hacerlo.
“Yo no sé por qué no me fui. Es tan misteriosa la vida...”
Ella que siempre había dominado su cuerpo a través del movimiento y la práctica de la eutonía, no sabía enderezar su columna y tampoco podía hablar. Por eso estuvo otro mes internada haciendo un tratamiento de rehabilitación. Durante ese tiempo también trató de entender qué fue lo que le había pasado, porque no se acordaba de nada, salvo de ciertas imágenes que iban y volvían dentro de su mente.
“Tengo imágenes, pero no de lo que estaba sucediendo en ese momento sino de imágenes que iban apareciendo. Una de las imágenes que más me conmovió y que cada vez que me acuerdo la vuelvo a ver fue que estábamos caminando en el cementerio de Tablada mi mamá, mi papá, el padre de mis hijos y mi bebé. Todos obviamente ya no están en este plano. Yo estaba con el bebé en brazos”.
¿Qué significan esas imágenes que Frida todavía recuerda muy vívidamente? ¿Fueron sueños, realidad o premonición? Sin demasiada certeza pero con reverencia por el misterio de la vida Frida las explica como un estado de conciencia diferente, entre el sueño y el recuerdo, pero muy vívidas, intensas y reconfortantes. “Y no era una imagen de dolor, por más que estábamos en el cementerio era una imagen de amor... De amor”, comparte. También vio, en algún momento, a alguien con delantal blanco, a quien le dijo que por favor le diera una inyección letal, que ya no podía más, pero él le dijo contundente: “No, no puedo”.
Así pasaron los cuatro meses en estado de inconsciencia, en sucesivas internaciones entre la Clínica del Sol y la Basilea, de los que recuerda poco y nada pero con profundo agradecimiento al personal de salud que la atendió en todo momento. “Yo no sé por qué no me fui. Es tan misteriosa la vida. Tan misteriosa.”, revela Frida, al rememorar los sucesos.
Al quinto mes finalmente abrió los ojos y ya había superado los efectos del covid en su organismo pero se encontraría con otro desafío por delante. “Me volvió la consciencia. Pero entonces yo ya no sabía estar sentada. Tuve que aprender todo de nuevo”, cuenta y allí empieza este camino increíble de recuperación que fue posible gracias “a los excelentes profesionales que me atendieron y cuidaron durante esos cinco meses”, y a un secreto que Frida llevaba grabado en su cuerpo: la eutonía. “En la rehabilitación, además de los ejercicios que me indicaban los kinesiólogos yo utilicé mi voluntad para recordar y aplicar los principios de la eutonía y los médicos se sorprendieron porque veían que progresaba muy rápido en recuperar funciones corporales, a pesar de lo debilitado que había quedado mi cuerpo y a mis ochenta y tres años”, cuenta.
¿Qué es la eutonía?
Antes de contar qué es la eutonía contemos cómo fue que Frida llegó a conocer, practicar y transmitir esta disciplina que la llevó a crear lo que hoy se conoce como Método Frida Kaplan de embarazo y nacimiento eutónico. En su libro El poder de renacer (2012, Editorial Grijalbo) revela la relación entre la eutonía y su proceso de sanación personal. Lo narra así: “Puedo decir con orgullo que soy una sobreviviente, que una fuerte pulsión vital me ayudó a superar distintos duelos y me permite seguir viviendo con salud, alegría y fortaleza prestándole atención a cada una de mis decisiones”. Y en otra parte, revela cual fue ese primer gran duelo, cuando solo tenía 19 años y llevaba un año de casada. “Mi primer hijo (Adrián Eduardo) falleció a los dos meses de vida. Desde muy joven conocí el dolor más profundo que puede experimentar una persona. Esa pérdida me transformó para siempre. Por aquellos días empecé a vislumbrar que sólo podemos apelar a nuestros recursos internos para hacerle frente al sufrimiento. Tuve tres hijos después de la muerte de Adrián (Silvana Beatriz, Gerardo Fabián y Laura Judith) y viví con miedo cada embarazo y cada nacimiento. En realidad, creo que — como le ocurre a tanta gente— me daba miedo vivir, y desde ese lugar hacía frente a lo que me iba sucediendo. Me convertí en actriz —me formé con Augusto Fernández y Franklin Caicedo— y experimenté el vértigo de vivir de escenario en escenario, de gira en gira. Mis hijos crecieron viéndome correr de aquí para allá, disfrutando intensamente por momentos, pero siempre pendiente de la opinión de los demás, de esa mirada externa que tanto me importaba. Usaba mi apellido de casada —yo era, por entonces, Frida Winter— y no sabía que se avecinaban nuevos sufrimientos”, escribió.
Cuando en la Argentina, hace treinta años, se abrió la primera escuela de eutonía, se sumó porque había escuchado que se trataba de una disciplina excelente para los actores y ella por entonces era actriz y buscaba mejorar su entrenamiento artístico. Había trabajado en dupla con Alberto Closas y Franklin Caicedo y participaba de la compañía de actores comandada por Max Berliner y un maestro le había aconsejado que siempre siguiera estudiando y formándose para mejorar en su expresividad. Pero lo que no sabía entonces era que ese primer encuentro iba a darle las respuestas al gran drama de su vida, la muerte de su primer bebé que, en términos médicos se explicó como “muerte súbita del lactante”, pero en los emocionales todavía, tantos años después seguía resultando difícil de comprender y de aceptar.
Un duelo elaborado treinta años después dio origen a un acto creativo
“El encuentro con la eutonía fue sanador para mi vida”, expresa Frida. “Transitando la escuela, leyendo un libro que nos habían indicado, me encontré con que el autor, después de haber hecho muchas investigaciones, había descubierto que la muerte súbita sucede por falta de contacto. Y yo me reconocí en esa explicación porque era la época en que a los bebés no se los sostenía mucho en brazos, se creía que amamantar no era necesario sino que era mejor darles la mamadera, y que si lloraban había que dejarlos llorar. En esa época así eran las indicaciones del médico y en mi deseo de ser buena madre no escuché lo que mi mamá, una inmigrante rusa, me decía: ‘No lo dejes llorar, tenelo en los brazos’ y yo pensaba ‘No, le tengo que hacer caso al médico.’.”, recuerda.
Al tomar conocimiento de esa posible explicación a lo que le había pasado finalmente pudo elaborar el duelo que treinta años antes no había podido. De ese duelo, de ese contacto, surgió un acto creativo: aplicar la eutonía al proceso de gestación.
Los principios de la eutonía consisten en aprender una serie de técnicas corporales y mentales para mejorar el funcionamiento vital de cada persona. Estos principios son básicamente cuatro: la ampliación de la conciencia de la piel, del espacio interno, de la estructura ósea y el contacto consciente.
La conciencia ósea la ayudó a volver a aprender a caminar
Cuando estaba en la sala de rehabilitación haciendo los ejercicios que los kinesiólogos le indicaban para aprender a sentarse y recuperar la tensión perdida de sus músculos Frida miraba a los que caminaban y pensaba: ¿Algún día podré volver a caminar? Al mes ya lo había conseguido, un tiempo récord. " Fue y sigue siendo un largo proceso de recuperación donde diariamente aplico los principios de la eutonía. El que más utilizo es el de la conciencia ósea, que consiste en dirigir la atención a los huesos. En este momento estamos hablando y tengo conciencia de lo que estoy diciendo pero mi atención está también puesta en los isquiones, en los pies que están en contacto con el suelo y en el alineamiento de la columna. Nunca me vas a ver encorvada y eso me facilitó mucho la rehabilitación. Toda la eutonía siempre fue muy vivida por mí, que no soy docente de un aprendizaje transmitido mecánicamente sino que lo vivo. Y ese vivenciar fue maravilloso para mi recuperación”, concluye.
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