La parroquia de estilo colonial fue fundada en 1755 y es la tercera más antigua de la ciudad; luego de años de abandono, está recuperando su esplendor
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“No podía creer lo que estaba viendo”, cuenta el padre Martín Panatti al recordar la primera vez que ingresó a la Parroquia de Nuestra Señora de Montserrat. Era marzo de 2020, se avecinaba la primera cuarentena obligatoria por coronavirus y Panatti acaba de ser nombrado párroco de aquel templo colonial de 268 años, ubicado sobre la avenida Belgrano, entre Lima y Salta. Al entrar, quedó sorprendido. “No pensé que el edificio iba a estar en buen estado, sabía que desde hacía tiempo estaba bastante olvidado, a la buena de Dios. Pero nunca imaginé que iba a encontrarme con esto. Nunca imaginé todo un altar lleno de andamios”, comenta, con una leve sonrisa, desde su oficina.
Parte del andamiaje que había en ese entonces databa de obras inclusas de hace unos 40 años, mientras que otra parte había sido colocado para sostener posibles desprendimientos de material del techo y de la cúpula. “El templo estaba oscuro; no se prendían las dicroicas para no gastar. Abría solo un ratito por la mañana y otro por la tarde, y había una sola misa por día. Por eso no había una comunidad. Cuando fui nombrado párroco, tuve que vivir durante un año en lo de mis padres porque en la casa parroquial no había ni agua ni gas”, explica el sacerdote. Actualmente, él lleva adelante un sistema de donaciones privadas que permite la restauración de la parroquia y la mejora del nivel educativo del colegio parroquial. Aunque, admite, el dinero recaudado nunca es suficiente y todavía queda mucho por hacer.
Panatti se enfrenta cada día a un triple desafío: conseguir fondos para las obras del colegio y la parroquia, mejorar la propuesta educativa de la escuela y revivir la amplia comunidad de fieles que la parroquia solía tener décadas atrás. Todo esto sin descuidar su vida espiritual, las tres misas diarias y las adoraciones.
“Es estresante y desgastante. Yo amo la patria, amo a Jesucristo. Me siento privilegiado de que el Obispo me haya encomendado venir a acá. Pero no tengo medios, me las tengo que arreglar solo. Todos los meses tengo que ser caradura y salir a pedir donaciones. Existe en el imaginario colectivo la creencia de que las iglesias son sostenidas por el Estado o reciben plata de algún lado. Pero no, solo vivimos de la limosna. Y la realidad es que con la colecta de nuestras misas no alcanza ni para pagar la tarifa de luz, que el mes pasado fue de $50.000″.
Túneles subterráneos y tesoros robados: la historia de la parroquia de Montserrat
El primer templo, que fue agrandado y modificado décadas más tarde, fue inaugurado en 1755, convirtiéndose en la tercera parroquia de la historia de la ciudad de Buenos Aires, después de La Inmaculada y San Nicolás de Bari. Su construcción fue encargada por cuatro vecinos catalanes devotos de la virgen de Montserrat y financiada a partir de las limosnas de los fieles de la zona. En ese entonces, la intersección de la calle Belgrano -todavía no era avenida- y la calle Lima, donde se encuentra el templo, era considerada la zona más céntrica de la ciudad, donde vivían las familias con mayores recursos.
Sobre su altar se casaron personajes de gran importancia política y cultural del momento, como, por ejemplo, el poeta Carlos Guido Spano y su mujer, Micaela Lavalle. Allí también se casaron Simón Pereyra y Cyriaca Iraola, forjando así el apellido Pereyra Iraola, en 1829
Pero el templo atravesó también la vida de personajes mucho mas relevantes para la historia argentina. Durante sus años viviendo sobre la calle Moreno, en Montserrat, Juan Manuel de Rosas y una de sus hijas solían juntarse a tomar mate en el aljibe del parque de la parroquia, que aún sigue en pie.
“Dicen que fue Rosas quien mandó a construir el túnel que sale de la iglesia, que lo hizo para poder huir de la morenada. Él mandó a hacer la parroquia Nuestra Señora de Balvanera, donde está San Expedito, pero venía a misa acá”, cuenta el párroco, que es un aficionado de la historia argentina. La existencia de aquel mítico túnel fue confirmada en septiembre de 1977, cuando una empresa constructora hizo excavaciones para colocar los cimientos de un edificio en Lima al 300. Fue entonces que un sector secundario del templo se derrumbó, dejando al descubierto un trayecto de aquella vía subterránea. Pero el hallazgo no llevó a investigaciones. La empresa constructora continuó con la obra del edificio al poco tiempo y la parroquia volvió a erigir el sector derrumbado.
“Dicen que el ingreso al túnel era por una puerta que hay en la columna abovedada que se encuentra al lado del púlpito. Puede ser que sea cierto. Porque todas las columnas que son abovedadas tienen puertas de madera. Esta es la única que tiene puerta de hierro con muchos cerrojos. Adentro, solo se ve un piso. Seguramente, alguien selló la entrada al túnel”, afirma Panatti.
Según él pudo saber, durante el gobierno de Rosas, los vitrales del segundo piso del templo tuvieron cristales rosas. Pero cuando Urquiza tomó el poder de Buenos Aires, fueron sustituidos por cristales celestes, los mismos que pueden verse hoy.
Fiebre amarilla: un antes y un después en la historia del templo
Hubo un hecho particular que marcó un antes y un después en la historia de la zona y de la parroquia: la epidemia de la fiebre amarilla de 1871. “Como empezó en este barrio, la gente con mayor poder adquisitivo huyó hacia el descampado, que era lo que hoy llamamos la Recoleta. Era casi el fin de la tierra en ese entonces -cuenta el párroco, entre risas-. Durante la epidemia, el templo funcionó como hospital. Acá adentro se atendían a todos los enfermos de la zona. Durante ese tiempo, el párroco Francisco Romero y dos sacerdotes que lo acompañaban murieron por estar al servicio de los enfermos”.
El éxodo de las familias más pudientes hacia Recoleta generó un gran vaciamiento en la zona. Según afirman los historiadores, en las calles contiguas a la parroquia solo quedaron las personas de menores recursos, aquellos que no pudieron mudarse. Una gran cantidad de propiedades quedaron abandonadas y fueron tomadas o se convirtieron en conventillos. Por eso, el barrio empezó a ser llamado ‘el barrio del mondongo’ o ‘el barrio del tambor’, por el candombe que tocaban los negros, detallan fuentes históricas del gobierno de la ciudad de Buenos Aires.
Con la fiebre amarilla, el cementerio de la parroquia, que llegaba hasta la calle Salta, se llenó. “Cuentan que en la cripta de la iglesia, que está abajo de la sacristía, hay sepultadas muchas personas que murieron durante la epidemia. No lo puedo confirmar porque no se puede acceder a la cripta. Fue sellada”, detalla el padre.
La restauración: un proyecto eterno
Hoy, dentro del templo suena música. Todos los días, el párroco elige un CD instrumental o de cantos gregorianos para musicalizar los momentos de reflexión y oración de los fieles que se acercan al templo.
Mientras unas 10 personas rezan sentadas en los bancos de la nave central, sobre el altar y sobre uno de los laterales, dos equipos de restauradores trabajan en silencio. “Antes soplabas y se volaban los pigmentos de las paredes”, cuenta Teresa Romano, jefa de restauración de uno de los equipos, que trabaja sobre el andamio más alto del templo. Actualmente, su equipo está volviendo a dibujar una de las pinturas de las paredes que se borró tras una gran pérdida de agua que hubo hace décadas.
Las obras avanzan desde hace dos años. Pero todavía queda mucho por hacer, destacan las especialistas. “Es una restauración muy compleja. Durante mucho tiempo la parroquia no estuvo atendida y, entonces, la humedad penetró y fue ablandando la capa de revoque y la pintura se empezó a caer”, explica la restauradora Teresa Gowland, mientras muestra una parte de la pared circular del altar donde el deterioro es tal que el ladrillo ha quedado a la vista. Junto a sus colegas Patricia Blanco y Silvina Bono, ella está a cargo de la puesta en valor del altar. El lado opuesto del ábside se encontraba en condiciones similares, pero ya fue restaurado.
“Fue algo progresivo. Hubo algunas restauraciones después de que fue declarado Monumento Histórico Nacional, pero no fueron muy felices. En su afán por solucionar el problema de la humedad, la Comisión de Monumentos Históricos no restauró, sino que tapó con una pintura amarillenta los frescos que había. En un futuro, me gustaría encarar el desafío de probar decapar todo y ver qué encontramos debajo. En un lugar ya hemos decapado y hemos encontrado el dibujo original”, detalla el párroco.
Los vecinos, dice, “están contentísimos” con los avances que, de a poco, se hacen visibles. “Dicen que la cuadra empezó a tener vida. La parroquia volvió a estar abierta todo el día, volvieron a sonar las campanas. Por ellas se acercaron muchos fieles”, comenta.
Hace un tiempo, con el fin de acercar a la comunidad hacia la parroquia, se empezaron a hacer distintas actividades espirituales. Entre ellas, se están ofreciendo cada tanto diferentes conferencias históricas dictadas por especialistas. Ya hubo una sobre la reforma protestante, otra sobre la revolución francesa y también otra sobre la revolución bolchevique. “El sábado pasado tuvimos la explicación sobre el fallo de Estados Unidos sobre el aborto desde el punto de vista jurídico. vinieron unas 100 personas. Los eventos son gratuitos, aunque se pone una alcancía por si alguien quiere colaborar”, cuenta Panatti. El párroco también ha hecho abrir las páginas de Instagram, YouTube y Twitter de la parroquia. “La idea es armar un poco más la comunidad parroquial, abrir esta histórica parroquia a la sociedad, al barrio”, explica.
Todos los viernes, el templo ofrece una hora de adoración eucarística, de 18 a 19. 10 minutos antes de que termine, el párroco agarra el Santísimo y se asoma a la calle para bendecir a los transeúntes. “Es muy interesante lo que ocurre. Mucha gente que viene por la vereda se arrodilla. Incluso, algunos lo hacen desde la vereda de enfrente. Hay autos que frenan, colectivos que tocan bocina. Es muy simpático”, cuenta.
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