Ronnie Scott nació en 1917, es argentino pero también tiene la nacionalidad inglesa; combatió a las fuerzas de Hitler como piloto aeronaval de la Armada británica, a bordo de un Supermarine Spitfire
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Hoy, a las 10.30 de la mañana, a sus 106 años, votó Ronald Scott. Nacido en Argentina, pero hijo de un médico escocés y una enfermera inglesa, Scott fue uno de los voluntarios argentinos que combatieron en la Segunda Guerra Mundial para las fuerzas aliadas. Este domingo, su compromiso tiene la misma fuerza, aunque, esta vez, con la tierra que lo vio nacer.
Desayunó tostadas con mermelada, ensalada de frutas y café. Luego tomó una aspirineta. “Es mi ritual”, dice. Salió de su departamento en San Isidro, donde vive solo, y llegó a la Escuela Provincial N°1 acompañado de su hijo Roger y su cuidadora, Daniela. Caminó, con una breve pausa para descansar, hasta la mesa de votación. “Excepto los años en los que era piloto comercial, donde me perdí de votar en algunas ocasiones, siempre participé de las elecciones”, agrega.
Sin embargo, se muestra escéptico respecto al futuro del país: “Hace años, muchos años, perdí el interés en la política. Los argentinos tuvimos que soportar a una gran cantidad de políticos que no valen nada, que son fruta podrida. Sin embargo, en cada elección vuelvo a votar. No me desentiendo. De alguna manera, no pierdo la esperanza”, insiste Ronnie.
Scott se mantiene en excelente forma. Anduvo en bicicleta hasta sus 103 años. Repite que el secreto está en el desayuno y en la “aspirineta diaria”. Otra cosa que lo hace feliz es conocer gente. “Es un animal social”, lo describe su hijo Roger.
A la guerra, como voluntario
Scott nació un 20 de octubre de 1917, en Buenos Aires. Fue criado en una familia sin problemas económicos, aunque padeció la ausencia de su padre, a quien perdió cuando tenía 8 años. Fue educado por su madre y por sus familiares. “Es muy importante la figura paterna. Yo, muchas cosas, las aprendí a las patadas”, comentó por el año 2020, en una entrevista con LA NACION.
En 1942, con 24 años y sin saber volar, embarcó hacia Inglaterra. Cuando llegó, un mes después, se presentó en las oficinas de la Armada británica y manifestó su voluntad de unirse como aviador naval. “Yo quería participar en la guerra. Lo que había hecho Hitler en Polonia era lo peor que se podía concebir. Mató gente por matar”, dijo.
Aquella motivación llegó gracias a una inesperada interacción con el Príncipe Eduardo. “A los diez años era socio juvenil del Club Hurlingham. Una tarde, mientras estaba viendo polo, un jinete vino al galope para pedirme un agua tónica. Era él. Yo me tomé el atrevimiento de agregarle limón a la bebida y se la alcancé. Su secretario me tomó la dirección y al día siguiente me llamaron de la embajada para invitarme a conocer el primer portaviones que hubo en la Argentina. Fue en el año 1926″, recordó.
Todavía hoy, esa escena vive en su memoria. Fue el hecho que lo motivó a perseguir la carrera de piloto, por más que, para eso, debiera bautizarse de la manera más realística posible: la guerra.
“Cuando visité el portaaviones, yo tenía los ojos más grandes que un plato. Ahí comenzó todo. Recién en el año 1942, cuando mi madre tuvo que quedar internada por su vejez en el Hospital Británico, quedé más disponible y me fui a la embajada para ofrecerme como voluntario. Yo quería ser piloto naval. Tomaron nota de mi pedido y me convocaron. Me hicieron estudios médicos y los resultados fueron perfectos. Solo era cuestión de esperar un barco para partir a Europa... Me avisaron de la embajada y me fui. El viaje duró más de un mes. Lo gracioso fue que, en Inglaterra, me querían enviar a un Regimiento como Infante. ¡Me negué! La empleada en el puerto me dijo: ‘Si usted no vuelve en 48 horas, tengo que enviar a la policía para que lo regrese como desertor’. Ante esto, yo le pregunté a la chica si sabía dónde quedaba la Argentina. ¡Cómo me iba a volver al día siguiente, luego de un viaje de más de un mes! Por supuesto, la empleada no sabía dónde quedaba nuestro país. Así que me fui a la oficina de enrolamiento de la aviación naval, que estaba cerca de la plaza de Trafalgar. Me mandaron al sur, a la base naval de Portland. Y ahí hice mi vida, primero como marinero”, dijo.
A sus 24 años, fue enviado a Canadá para formarse como piloto aeronáutico. La preparación duró 6 meses y luego volvió a Inglaterra, como Teniente Piloto Aviador, para combatir a los nazis. Se quedó en Europa hasta la rendición de Japón, y regresó a la Argentina en 1946.
“Yo quería participar en la guerra. Lo que hizo Hitler en Polonia era lo peor que se podía concebir. Mató gente por matar. Me convencí de que Hitler era la porquería máxima cuando llegué de noche a Liverpool. Había una luna increíble y en el camino me doy cuenta que las iglesias habían sido bombardeadas y los alemanes lo habían hecho despiadadamente para matar a todos”, contó.
El regreso a la Argentina
En la Navidad de 1946, Ronnie volvió a la Argentina como gerente de una empresa textil británica y con la misión de abrir una planta de producción en el país. Lo hizo, su vida parecía encaminada, se había convertido en un ejecutivo exitoso, pero su pasión por los aviones pudo más: en enero de 1948 renunció a su trabajo para empezar otro, esta vez, como copiloto de aviones DC3 en la aerolínea Aeroposta Argentina, la línea creada en 1927 que prestó los primeros servicios aéreos nacionales en las rutas a Paraguay, Chile y la región patagónica. En los comienzos de la misma compañía, también volaron Antoine de Saint-Exupéry y Jean Mermoz. Durante la primera presidencia de Juan Domingo Perón, Aeroposta, Fama, Alfa y Zonda fueron unificadas y dieron origen a Aerolíneas Argentinas. Ronnie es el último piloto vivo de Aeroposta Argentina SA.
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