Tiempo en pantalla. Cómo negociar un uso racional sin que los chicos se enojen ni se sientan culpables
No se trata de prohibir ni de retarlos. Los padres deben dar el ejemplo y estimular otro tipo de juegos que les resulten interesantes.
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Recibo muchas consultas sobre el tema del uso de pantallas de niños y adolescentes. Hace un año y medio que los padres vienen haciendo lo que pueden con sus propias pantallas y con las de sus hijos. Hoy muchos chicos volvieron al colegio presencial, lo que les da a los padres y madres un respiro y tiempo para trabajar con mayor eficiencia y poder ir bajando el uso de sus propias pantallas en los ratos que pasan con sus hijos.
Por otro lado los hijos están haciendo un esfuerzo grande para volver a compartir e interactuar con sus compañeros, quedarse sentados, prestar atención a los docentes, aceptar directivas y normativas, acomodarse a esta nueva/vieja situación. A pesar de que extrañaron, y mucho, la presencialidad, no es sencillo volver a tantas horas ocupadas y a ese ritmo de tareas. Ellos llegan a casa “saturados” de interacción, con muchas ganas de sumergirse en el mundo electrónico que los acompañó fielmente durante un año y medio, y los padres ven esto con genuina preocupación.
Pautas para negociar
No se trata de prohibirles porque solo lograrían enojos, rebeldías, incluso mentiras (“voy al baño”… tarda media hora en salir, y lo hace con la tablet en la mano); algunos pocos chicos se someten, acatan sin protestar, pero eso no es bueno para su desarrollo posterior.
Tampoco se trata de convencerlos: “no te hace bien”, “se te van a poner los ojos cuadrados”, “no te conviene”. Los juegos suelen ser muy adictivos, están hechos de modo que les cueste parar, que necesiten jugar otro… y otro… y otro…, en una búsqueda de recompensas que no lleva a la saciedad, como ocurre en los juegos de toda la vida -afuera de la pantalla- ya que en este caso sus cerebros sobre-estimulados les piden más y más.
Ni se trata de hacerlos sentir culpables: “no nos vimos en todo el día”, “desde que volviste estás metido en tu cuarto”, ante esas acusaciones les cuesta escuchar y van a poner toda su energía en defenderse con distintas argumentaciones -para no sentirse mal-. O van a intentar convencerse y convencer a sus padres de que piden algo absurdo, que son antiguos, pesados, molestos. Y se encierran más en su burbuja digital huyendo de esos adultos que “no entienden nada”.
Nuevos acuerdos... para todos
Al cambiar las condiciones de vida es importante convocar a la familia para lograr nuevos acuerdos: quizás ya no tengan que tenderse la cama o ayudar tanto en casa porque salen temprano, por otro lado habrá que negociar formas para que la familia se encuentre e interactúe -ya que ahora no están todos en casa las veinticuatro horas del día- y para que los chicos vuelvan a hacer otras cosas en su tiempo libre que no solo sea meterse en las pantallas.
Hasta que empezó la pandemia los padres lo lograban con actividades extraescolares que mantenían a sus hijos ocupados y fuera de casa muchas horas, los hermanos no se peleaban, nadie se aburría, los padres trabajaban tranquilos. No es sencillo volver a ese ritmo febril pre-pandemia y además muchos progenitores se dieron cuenta de que no quieren esa vida para sus hijos. Pero entonces hay que lograr un uso racional de las pantallas en casa, empezando por los adultos.
Para los más chicos se trata de explicar las nuevas pautas y ayudarlos a respetarlas (ya que ellos no tienen suficiente fortaleza interna para hacerlo solos) y de que los adultos estén disponibles para estimular otros juegos y actividades hasta que los chicos las redescubran como interesantes (juegos de todo tipo, dibujo, lectura, música, rompecabezas, hobbies, bicicleta, deporte, plaza, etc.).
Para los más grandes habrá que negociar acuerdos que los padres también cumplan: no pantallas en la mesa, entre una y dos horas de no pantalla para todos. De ese modo todos iremos volviendo al tiempo de pantallas anterior a marzo de 2020, o a algo parecido. ¿Por qué es tan importante? Porque nunca una pantalla puede ser mejor que la conexión entre seres humanos.
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