Su imagen con Dodi al-Fayed en el mar Mediterráneo tiene un papel central en la sexta temporada. Mario Brenna, el fotógrafo que la tomó, dice que la descripción de la serie es “completamente inventada”.
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Es verano de 1997, y la princesa Diana coquetea con Dodi Fayed, un donjuán trotamundos, en el Jonikal, un yate que flota en las relucientes aguas del Mediterráneo.
Diana, provocativamente, dice que le gustan los hombres que tienen los labios “a la temperatura justa”.
“¿Los míos tienen la temperatura adecuada?”, responde Dodi.
“No lo sé”, dice Diana: “Tengo que comprobarlo”. Entonces, la pareja se besa, felizmente inconsciente de que, a pocos metros, Mario Brenna, un hábil fotógrafo italiano, está en un barco, con una cámara con teleobjetivo enfocando a la pareja.
Pocos días después, las fotos de Brenna de la princesa y su nuevo pretendiente aparecen en las portadas de los periódicos de todo el mundo.
Se trata de una escena central de la sexta y última temporada de The Crown, el drama de la realeza de Netflix —la primera tanda de episodios se estrenó a mediados de noviembre—, y un momento que marcó el inicio de un frenesí sensacionalista en torno a la pareja al que muchos culpan de su muerte el 31 de agosto de 1997 en un accidente de auto en París mientras eran perseguidos por fotógrafos.
Sin embargo, la descripción dista mucho de ser exacta, según Brenna, en la que dijo era su primera entrevista con un periódico en lengua inglesa.
Para empezar, en The Crown aparece Mohamed al-Fayed —el padre de Dodi y magnate de la hostelería y el comercio minorista fallecido este año— contratando a Brenna para que se encargue de las tomas, en un esfuerzo por hacer pública la relación entre Diana y Dodi y convencerlos de que se casen.
En un correo electrónico, Annie Sulzberger, jefa de investigación del programa —también es hermana del editor del Times, A. G. Sulzberger—, dijo que “hay unas cuantas teorías sobre cómo Brenna consiguió encontrar el Jonikal anclado en algún lugar del mar Mediterráneo”, pero la que el equipo consideró más creíble fue que uno de los empleados de Al-Fayed filtró a Brenna la ubicación del barco.
Pero Brenna dijo que la idea de que Al-Fayed fue quien lo contrató era “absurda y completamente inventada”, y que nadie le filtró información sobre el paradero del yate. Todos los veranos de aquella época estaba en Cerdeña para poder hacer fotos de paparazzi a gente famosa, dijo, y encontrarse con Diana y Dodi fue simplemente un “gran golpe de suerte”.
El 1 de agosto de 1997, Brenna dijo que se acercó al yate de Diana en un bote inflable que se desplazaba con rapidez, tras confundir a una mujer rubia que hacía una llamada telefónica en la cubierta superior con una vieja conocida. Al acercarse, se quedó atónito al darse cuenta de que era la princesa.
Bruno Malka, agente de Brenna en aquella época que ayudó a vender las imágenes a la revista Paris Match, dijo en un correo electrónico que creía que Brenna conocía el yate, “sin saber que eran Diana y Dodi” los que estaban a bordo aquel día. Brenna tuvo éxito, añadió Malka, porque llevaba muchos años trabajando en la región.
Tras avistar a la pareja, Brenna dijo que pasó los días siguientes acechando el barco, incluso subiéndose a un acantilado para tener una mejor vista. Desde esa posición elevada, a unos 400 metros de Diana, hizo varias fotos de Diana y Dodi abrazados. Las fotos estaban casi borrosas, dijo Brenna, porque la neblina provocada por el calor le impidió enfocar bien a la pareja.
Aun así, supo inmediatamente que había conseguido “una foto histórica”. También había captado una imagen que “resolvía mis problemas personales y familiares”, dijo, en un momento en que se había divorciado recientemente y, por tanto, “no nadaba en la riqueza”.
Descargó los rollos de película de la cámara y luego los enterró para asegurarse de que no quedaran expuestos al sol mientras intentaba tomar más imágenes, y también porque temía que algún competidor lo hubiera visto trabajando e intentara robarle la cámara y obtener así las imágenes que todos los demás fotógrafos del Mediterráneo esperaban conseguir primero.
El 10 de agosto, el Sunday Mirror, un tabloide británico, publicó la imagen de Brenna en su portada. “El beso”, decía el titular. Según Brenna, pronto empezó a vender las fotos en todo el mundo. En los seis u ocho meses siguientes, dijo, ganó unos 1,7 millones de libras, o 2,1 millones de dólares, con sus fotos de la pareja.
Las fotos de Brenna —y los precios que los medios de comunicación pagaron por ellas— desencadenaron un frenesí. En 2013, Jason Fraser, fotógrafo británico que ayudó a Brenna a vender sus imágenes, declaró a The Daily Mail que, tras su publicación, más de 2000 fotógrafos llegaron al Mediterráneo con la esperanza de conseguir sus propias fotografías de Diana y Dodi. “Sentí que todo se descontrolaba”, declaró Fraser. Semanas después, la pareja murió.
En The Crown, Brenna (interpretado por Enzo Cilenti) explica sus métodos a la cámara. Para captar a famosos portándose mal, dice el Brenna ficticio, hay que correr riesgos. Los paparazzi también tienen que actuar como “cazadores… asesinos”.
Brenna dijo en la entrevista por correo electrónico que no compartía esta opinión sobre su trabajo (“No me identifico con el término ‘asesino’”) y que nunca fue contactado por nadie de The Crown para conocer sus experiencias (Netflix no respondió a una solicitud de comentarios).
Tras la muerte de Diana y Dodi, Al-Fayed demandó a Fraser, el fotógrafo británico, por tomar fotos de Diana y Dodi en un barco, alegando que se trataba de una invasión de la privacidad. Brenna dijo que no enfrentó a ninguna acción de ese tipo, y añadió que sus imágenes eran legales porque “se tomaron al aire libre, en un lugar público”. Y lamentó las medidas para defender la privacidad que se produjo desde entonces, con gobiernos y estrellas intentando impedir que los paparazzi hicieran fotos: “Sigue existiendo el derecho de informar”, afirmó.
En la actualidad, Brenna vive cerca del lago Como, en Italia, donde dijo que había fotografiado a famosos como George Clooney, Miley Cyrus y Beyoncé, incluso cuando los inicios de las redes sociales habían afectado significativamente su profesión, incluidas sus recompensas económicas.
Brenna dijo que él y su familia disfrutaron del éxito de las fotos durante todo agosto de 1997. Pero entonces, Diana murió. Cuando se enteró de la noticia, dijo Brenna, “no podía creerlo” y lloró, entre otras cosas, porque él mismo tenía dos hijos y, por tanto, podía comprender lo que su muerte significaría para los hijos de Diana. Tomó la decisión de “no hablar ni revelar nada sobre el incidente hasta que Guillermo y Enrique llegaran a la edad adulta”.
La mera idea de que sus imágenes “pudieran haber contribuido a impulsar la cacería a Diana y Dodi obviamente me entristece”, dijo Brenna. Pero no piensa que su trabajo contribuyera significativamente al furor en torno a la princesa.
“Si no hubiera sido yo”, añadió, “seguro que otra persona habría captado esas imágenes”.
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