Tennessee Williams, el genio que vivió a la sombra de la locura y tuvo una muerte absurda
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Se cumplen 28 años de la muerte del gran dramaturgo norteamericano Tennessee Williams. Una muerte ridícula para un genio que aportó como nadie a la cultura universal.
El 25 de febrero de 1983, un trabajador del hotel Elysée de Nueva York lo encontró tirado en el piso de su habitación, ya sin vida. El informe forense reveló que, por esas desgracias del azar, Williams, de 71 años, murió asfixiado con el tapón de un envase de gotas para los ojos que, al parecer, intentó abrir con los dientes.
Se llamaba Thomas Lanier Williams III aunque todos lo conozcan como Tennessee, la nueva identidad que adoptó para olvidar su infancia y su juventud marcadas por un padre alcohólico y violento, una madre ama de casa sumisa y abnegada y por la enfermedad psiquiátrica –esquizofrenia- de su hermana Rose, a quien adoraba. El biógrafo de Williams, Lyle Leverich, escribió que sus dos devociones eran “su carrera como escritor y su hermana Rose”.
Nacido el 26 de marzo de 1911 en Columbus, Mississippi, toda su obra estuvo marcada, justamente, por la violencia masculina y por la locura tal como se puede desentrañar de su drama más emblemático y exitoso, Un tranvía llamado deseo, por el que Williams entró en las grandes ligas del teatro y también del cine de la época.
Junto con el ambiente opresivo de su hogar, durante la infancia Tennessee contrajo difteria, una enfermedad que no solo lo dejó en cama durante casi un año sino que también explica la pequeña contextura física de la que luego su padre se burlaría tratándolo como “menos hombre” y contribuyendo al rechazo conjunto de la sociedad hacia su homosexualidad. Pero a pesar de ser un período difícil, Williams pudo superarlo con la escritura gracias a una máquina de escribir que le regaló su madre. A los 16 años, fue reconocido con el tercer puesto en un concurso de ensayos que tenía como premisa escribir sobre si una buena esposa podía ser una buena amiga. Los cinco dólares de premio le valieron a Williams para seguir alimentando su pasión y así abrir una puerta de escape a la vida pueblerina a la que parecía estar destinado.
Alentado por su evidente talento para la escritura, en 1929, Williams comenzó a estudiar periodismo en la Universidad de Missouri. Inclinado hacia la literatura, durante dos años escribió poesía, cuentos, ensayos y sus primeras piezas teatrales. Sin embargo, su padre nuevamente entró en escena y en 1931 lo obligó a abandonar la universidad y lo llevó a la fábrica de zapatos donde él trabajaba para que ocupara su tiempo en cuestiones “de hombre”.
Sin perder la esperanza de un futuro distinto, Williams se propuso escribir un texto completo por semana para mantenerse activo. El rechazo de su padre hacia sus inquietudes artísticas y la frustración de no poder dedicarse a lo que era su vocación provocaron que a los 24 años sufriera un colapso nervioso por el que estuvo hospitalizado durante un tiempo. Al regresar al hogar, se encontró con que el estado mental de su hermana Rose había empeorado significativamente. Frente a este panorama sombrío, Williams abandonó su casa con la firme convicción de no regresar y evitar así la sombra de la enfermedad mental que cubría a su familia.
A mediados de los años treinta, su hermana fue internada por tiempo indefinido en un psiquiátrico donde recibió terapia de electroshock y finalmente fue sometida a una lobotomía. Preocupado por ofrecerle una vida digna, durante ese período Williams puso todos los medios para vivir de la escritura y así poder pagar los costos hospitalarios. En 1938 terminó sus estudios de Filosofía y Letras y se trasladó a Nueva York.
De una forma u otra, toda su obra quedó marcada por la tragedia de Rose. El largo adiós, escrita en 1940, es la más evidente: cuenta la historia de un joven escritor que se aleja de una hermana delirante. Cuatro años más tarde, la Metro Goldwyn Mayer lo contrató como escritor con un sueldo de 250 dólares por semana durante seis meses. Durante ese tiempo, escribió su primer éxito de Broadway: una obra completamente autobiográfica llamada El zoo de cristal por la que recibió las mejores críticas de la prensa neoyorquina. Pero no fue hasta 1947 que alcanzó la gloria con el estreno de Un tranvía llamado deseo, que no solo lo llevó a su máximo apogeo sino que le permitió cumplir su deseo más ferviente: el poder hacerse cargo por completo de la salud de su hermana. Con temas autobiográficos también, Tennessee declaró que “si la escritura es honesta no puede ir separada del hombre que la ha escrito”. La obra ganó dos premios Tony y un Pulitzer.
Lo que vino después fue una década de genialidad durante la que estrenó siete obras: Summer and Smoke (1948), La rosa tatuada (The Rose Tattoo, 1951), Camino Real (1953), La gata sobre el tejado caliente (Cat on a Hot Tin Roof, 1955), La caída de Orfeo (Orpheus Descending, 1957), Garden District (1958) y Dulce Pájaro de Juventud (Sweet Bird of Youth, 1959). Además, ganó otros dos premios Pulitzer, tres premios del Círculo de Críticos Dramáticos de Nueva York y un Tony. Muchas de sus obras llegaron al cine.
Williams vivió una existencia amable tan solo durante veinte años de su vida. El vacío y la tristeza se intensificaron después de la muerte de su pareja, el actor Franck Merlo, lo que incrementó la depresión ya existente – a la sombra de la locura familiar- que lo llevó a incrementar su adicción al alcohol y a consumir sustancias prohibidas.
A partir de los sesenta, su trabajo no destelló como antes. Si bien presentó siete nuevas obras dramáticas, todas recibieron malas críticas. Su último estreno duró cuarenta funciones en un teatro mediano de Chicago. Sucedió en 1982 cuando, dicen, dejó de escribir. Un año después murió asfixiado solo en una habitación de hotel. Nunca dejó de visitar a su hermana que murió en 1996.
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