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El plan era que se relajara y pudiera levantar el ánimo. Tenía entonces 23 años, un novio al que amaba muchísimo -pero del que se había distanciado momentáneamente- y estaba cursando sus estudios universitarios. Pero el alejamiento de aquel chico le estaba jugando una mala pasada. Por eso sus amigas la invitaban a salir y a despejar la mente.
Esa noche fueron a un bar. Ella estaba sentada en “modo observación”. Un grupo de amigos jugaba al pool. Uno de ellos llamó su atención. No era nada especial, pero había algo que la llevaba a detener la mirada una y otra vez en ese muchacho. Pasaron las horas, comenzaron a hablar y bailaron. Quedaron en encontrarse nuevamente. En esa ocasión hubo un contacto un poco más cercano, alejados de todo y con el cielo estrellado de testigo. “Fue algo mínimo, raro”. Él estaba a punto de casarse.
“Me permití tener una historia con él”
Pasó el tiempo. No volvieron a verse. Él se casó y ella siguió su relación con el mismo chico de siempre. Hasta que una tarde, mientras supervisaba a un grupo de trabajo en una visita a unos locales comerciales, lo vio detrás de un mostrador. Era el dueño del lugar y estaba allí junto a su esposa. Comenzaron a verse cada vez con más frecuencia por motivos laborales hasta que lograron intercambiar sus números de teléfono.
Pronto, el motivo de los mensajes dejó atrás las cuestiones laborales para volcarse hacia una conversación mucho más distendida y cercana. Ella supo entonces que él se estaba separando. “Yo me había alejado de mi novio que debió irse a otra ciudad por trabajo. Fue entonces que me permití tener una historia con él, siempre eran encuentros repentinos. Había mucha piel. Así estuvimos un tiempo hasta que él decidió volver con su esposa y formó su familia. En definitiva, quedó ahí. Por mi parte, volví a intentar rearmar mi vida”.
“Estaba claro que nadie se podía enganchar”
Años más tarde, él finalmente se divorció. Aunque lo había intentado, la relación con su esposa no había llegado a buen puerto. Eso encendió el fuego de los encuentros con ella, a quien ya conocía en todas sus facetas. “Cada vez que nos veíamos siempre era de un modo raro e intenso. Nos reencontrábamos con ganas y, de la misma manera, pasábamos al contacto cero. Creamos un vínculo muy particular, donde siempre pudimos manejar lo que pasaba. Estaba claro que después de tantas idas y vueltas, nadie se podía enganchar”.
Después de muchos veranos, muchos otoños, otros tantos inviernos y primaveras, ella conoció al padre de su hijo. Puso su mejor empeño y corazón para intentar formar una familia. Pero el vínculo no funcionó. “El tema era que siempre que él aparecía yo volvía a caer en la misma montaña rusa de emociones: me encantaba, y prefería, estar con él en esos momentos que no dependía emocionalmente”.
Finalmente, hace dos años, después de tanta agua que había corrido por el río de sus vidas, él se mudó a la casa de ella. “Vino en modo amigos, porque es lo que siempre pudimos rescatar. Aprendimos con los años a conocernos hasta en nuestras debilidades, fracasos, éxitos y desilusiones. Compartir el mismo techo nos hizo más fuertes en el día a día, pero destruyó el vinculo sagrado y la conexión que teníamos. Y yo, que siempre había podido manejar mis emociones con él, creía tener claro que éramos amigos”.
En un momento ella comenzó a sentir celos de otras personas: “eso me angustiaba porque no tenía el derecho a decirle nada. Estaba claro entre nosotros cómo eran las cosas. Luego de un tiempo, pudimos hablar y decir lo que cada uno sentía y quería. Yo lo quería a él pero sabía que su inestabilidad no era para mí, que no me haría feliz. Por parte de él, sucedió lo contrario: me quiere como amiga porque somos incondicionales más allá de las emociones”.
“Espero tener la oportunidad de decirle cuánto me dolió dejarlo ir”
De común acuerdo, decidieron que era mejor continuar por caminos separados. Y aunque siguen compartiendo espacio y tiempo como amigos, ella asegura que se perdió la magia que existía en el vínculo. “Hoy creo que tenemos un hilo rojo que hace que, aunque pase el tiempo, siempre sabemos que estamos presentes para el otro... . Existe entre nosotros un lazo muy fuerte -que muchos quisieran destruir y lo han intentado- pero que ya no tiene que ver con el amor de pareja”.
Ella asegura que no gasta lágrimas en llorar. “Siento que a veces uno no elige de quién enamorarse ni cuándo hacerlo, que los sentimientos se dan sin quererlo. Lo extraño un montón y me hacen falta sus abrazos cuando algo no sale bien, pero elijo dejarlo ir queriéndolo porque me hizo muy feliz. Quizás, de viejitos, ese hilo nos vuelva a unir y podamos unir los pedacitos de tiempo que pasamos juntos en esta vida. Solo espero tener esa oportunidad para decirle cuánto daba por él y cuánto me dolió dejarlo ir. Sé que así será. Mientras tanto, dejo pasar a la vida con lo que ella tiene para mí”.
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