Tenía una gran deuda, la saldó y creó su propia empresa gracias a una peculiar idea: “Un video cambió todo”
Heber de Jesús Palomino se escondía de prestamistas debajo de un puente y ahora ayuda a miles de personas a emprender; su increíble historia
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Córdoba es un municipio en el corazón de los Montes de María que no suena mucho cuando se habla del departamento de Bolívar, en Colombia. En ese pueblo, como en otros de la zona, azotada por la violencia de las guerrillas y los paramilitares desde hace décadas, no hay muchas oportunidades para los habitantes. Pero, Córdoba tenía un diamante en bruto que su gente había descubierto desde muy temprano.
De Heber de Jesús Palomino solo se escuchaban buenos comentarios en los 150 kilómetros del pueblo durante la década de los ‘90. Era el mejor en el colegio y un talento fuera de serie jugando fútbol. A sus 12 años, cuando caminaba por el pueblo, podía escuchar cómo las mamás sentadas en las terrazas de tierra seca les decían a sus hijos: “Mirá a Heber, ese muchacho va a ser grande. Así tenés que ser vos”.
Heber era la esperanza de ese humilde pueblo casi desconocido, donde no había mucho más que hacer además de pescar. A los 14 años ya predicaba la palabra de Dios en el templo cristiano al que asistía con toda su familia. Cada vez se mostraba más como el niño modelo.
Terminó el colegio a los 16 y quiso probar suerte con el fútbol, pero no resultó, ningún cazatalentos lo vio jamás, y ahí acabó su más grande sueño. Después, a sus 17 años, sus padres consiguieron el dinero para enviarlo a la universidad en Cartagena.
Ellos debieron arreglar y revender muchas heladeras, ese era el negocio familiar, y prestar dinero para poder mandarlo a estudiar en la capital. Pero, lo pusieron a estudiar Odontología, una carrera que a él no le interesaba y que lo hizo sentir infeliz. No obstante, para aprovechar su tiempo en la universidad, construyó su primer negocio. Recolectaba pedidos de ropa deportiva de sus compañeros y los compraba a Adidas, Nike y Puma. En un principio el negocio funcionó, pero fue un espejismo.
“Me cansé de estudiar Odontología y con el negocio de la ropa y otro en mente me devolví para el pueblo para prestar una plata y hacer un gimnasio. Yo había sacado las cuentas y cada hora, si la cobraba a un precio favorable, era una ganancia de millones”. Pero eso nunca resultó, solo habían pasado dos meses y el gimnasio quebró.
Además, desde que había vuelto debía soportar las miradas y algunos reproches de su familia por haber dejado el estudio y convertirse en un “empresario” incipiente. Ahora, en las terrazas de Córdoba se murmuraba: “Anda, ahí va el Heber. Tanto que prometía y mira, igualito a las demás”.
El hombre tenía una deuda grande en el pueblo y allá en la capital les había quedado mal a los de las marcas deportivas y no podía dejar eso así. Con solo 20 años ya debía millones de pesos. Además, mentalmente estaba débil, espiritualmente estaba en un dilema y hasta físicamente lo afectaban las preocupaciones. ”Pero no me rendí”, afirma Heber, que decidió hacer todo lo que estuviera a su alcance para salir del abismo, y lo haría en el nombre de su fe y sus principios.
Todo el día, toda la noche…
“Un día un amigo me dijo que había un negocio firme con unos pescados. Me dijo que le prestara 50 y él me devolvía 70 de las ganancias de la venta de pescado. Ese es un negocio muy popular acá en Córdoba. Le di la plata y el puntual en la tarde me entregó mis 70. Entonces dije, si él gana con eso, yo mejor lo hago directamente y tengo más ganancias”, cuenta Heber.
Al día siguiente, se levantó a las 4 a.m. y fue al río. Compró el pescado y se fue caminando por todo el pueblo a venderlos. Toda la mañana se le iba en vender los pescados. Cuando era la 1 de la tarde ya todo estaba vendido y la ganancia era de casi el doble de lo invertido. Luego se iba a trabajar en una pequeña fábrica cercana donde pelaban y molían ajonjolí.
“Allá trabajaba desde las 2 hasta las 7 p.m. Después me iba para la casa, me comía cualquier cosa y dormía 4 horas. A medianoche me iba a hacer un turno corto en la obra de una vía grande que estaban haciendo acá. Ahí ayudaba a cargar bultos de cemento, latas de arena, hacer la mezcla y cortar monte”, narra.
Los únicos días que no trabajaba le tocaba pasar igual en la calle, porque los cobradores lo buscaban y como él aún no podía pagar, pese a todo ese trabajo, le tocaba esconderse en un caño. “Me escondía debajo del puente y hasta que no caía la noche no salía de ahí”, dice. Esos tres trabajos que sumaban 20 horas diarias los tuvo durante dos años. Por eso, Heber pasó de ser un hombre de 1,85 metros de altura y 80 kilos de peso a pesar casi 60. La gente creía que estaba enfermo.
”Partiéndome la espalda, logré pagar todo lo que debía. Incluso, logré ahorrar para mi resurgimiento, porque no me iba a quedar vendiendo pescado, nunca dejé de soñar con un futuro próspero”, narra Heber. Con los ahorros que logró hacer, Heber se fue a Barranquilla, esta vez sí iba a estudiar lo que quería. Entró al Sena a estudiar Gestión de Recursos, la idea era aprender a emprender y optimizar sus esfuerzos e insumos.
“Pero esa fue otra odisea en mi vida. Los ahorros se fueron rápido y de nuevo el hambre y las preocupaciones volvieron a ser el pan de cada día”, señala. Y eso del pan de cada día no era solo una metáfora, hubo muchos días durante esos dos años de estudio que solo pudo comer pan y agua por la falta de plata.
Sin embargo, Heber tenía un plan. “La idea era grabar cómo salía adelante. Quería registrar todo en videos y compartirlo con todo el mundo, que la gente viera que sí se puede salir adelante y que formas dignas hay muchas”, dice. Entonces compró una cámara compacta y todo lo que registraba lo editaba en el computador de un amigo que se lo prestaba casi toda la noche para que Heber pudiera ahorrar y no tener que pagar un café internet.
“Vendí aguacates, ropa, raspados, chepacorinas, suero, queso, etc., y la idea era enseñarle a la gente cuánto invertir, cómo administrar el recurso y cómo optimizar las ganancias. Todo eso lo hacía al tiempo que estudiaba en el Sena”, narra. Sobre el Sena, Heber explica que le tocaba ir un día sí y otro no, porque el dinero no le alcanzaba para los pasajes. Y así pasaron dos años. Heber bajó de nuevo de peso a los 60 peligrosos kilos que detestaba. Se veía enfermo de nuevo y mentalmente estaba extenuado. Pero, a su vida llegaron dos impulsos que lo sacarían definitivamente de su mala situación.
Famoso por un queso
El primero fue que Heber conoció y se enamoró de Yurleidis, la mujer que le cambiaría la vida. “Yo vivía en la pensión del señor Gabriel. Él alquilaba habitaciones a un precio accesible, pero como sabía que yo no tenía casi nada para pagar, me dejó dormir en su sala y que le ayudara con cositas de la casa. Pero cuando ya me uní con Yurleidis nos fuimos a vivir en un cuarto propio”, relata.
Con el apoyo de ella las cosas mejoraron, y un día sus casi dos años de grabar videos dieron frutos. ”Un amigo me dijo que le iba a mandar un queso a su familia en Barranquilla. Yo estaba en Córdoba y le dije que le hacía el favor de llevarlo y que me dejara grabar todo el proceso para mostrarle a la gente. Ese video fue el que cambió todo”, recuerda. El proceso de grabar era el de siempre. Presentar a los artesanos, explicar cuáles son los ingredientes, cantidades, objetos que se pueden improvisar para no vararse haciéndolo y los precios a los que se pueden vender.
Ese video lo subió a Facebook en el 2015. Para ese momento, su página tenía menos de 3.000 seguidores. No tenía publicidad, no monetizaba nada y sus videos no pasaban de 300 vistas. Pero el queso costeño le llegó como una suerte en el desierto. “Pasó el millón de vistas en un día y llegó a casi 5 millones esa semana. Nos hicimos virales y la página creció mucho”, comenta Heber, aún emocionado.
Además, el video del queso cumplía las reglas de la plataforma — algo por lo que Heber siempre se preocupó — y logró monetizar, lo que representó un gran impulso económico para él y una recompensa para todo el duro trabajo de los últimos dos años. Y a ese éxito se sumó que un día Yurleidis le dijo que fuesen a vender frituras en una esquina que había visto y parecía buena. Y así fue, ella tenía un olfato tremendo para los negocios y en un día ganó casi la mitad del sueldo que le pagaban en sus prácticas del Sena. Entonces, Heber dejó las prácticas y creó su propia empresa, con la cual también ayudaría a la gente a emprender.
Nace ADN Roca
Heber fundó ADN Roca. El propósito de esta era recopilar todas las recetas de la costa Caribe colombiana y aprender a optimizar los recursos que se utilizan para su creación — como aprendió en el Sena — y diseñar estrategias para venderlas y sacar ganancias.
“La idea es que las personas de los pueblos con pocos recursos emprendan con cualquier tipo de negocio para el que tengan la capacidad. Si alguien prefiere hacerlo con arepas de huevo, si otro prefiere vender pasteles, o si a alguno le gusta más hacer chepacorinas para exportar, por ejemplo.
La idea era acercarles la propuesta en video, explicarles cuánto podían invertir, los riesgos y ventajas que había, y las ganancias”, señala el ahora empresario. Además, ADN Roca retomó la reventa de pescado en los pueblos en la ribera del río Magdalena.
Heber y su esposa volvieron a Córdoba y tienen sus propios terrenos y su finca, y comenzaron un proyecto agropecuario. Buscan refinar los métodos de los pescadores, optimizar el trabajo manual, vender más y construir sus criaderos propios, para tener algo cuando el río no sea tan agradecido. Por el momento, son unos 30 pescadores los que están siendo capacitados y se unieron al proyecto de ADN Roca.
*Por Duván Álvarez
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