La inspiradora historia de “Meme” López Paredes, la mujer de “el peluquero de las celebridades”
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De chica padeció las secuelas de la Guerra Civil Española: la pobreza extrema, el hambre y el terror impuesto por la dictadura franquista. Sin embargo, Mercedes López Paredes de Romano reconoce que fue, y sigue siendo, “una persona de suerte”.
Hija de Eusebio López y de Felicidad Paredes, ambos agricultores, nació en Aldeanueva de San Bartolomé, un municipio español de la provincia de Toledo, en la comunidad autónoma de Castilla-La Mancha. Fue la menor (”y la más protegida”, agrega) de seis hermanos, tres varones y tres mujeres.
Pero “Meme”, así la llamaron, llegó al mundo cuando la guerra había finalizado. España había quedado devastada. Su hermana mayor, Felicitas, a sus 90 recuerda nítidamente una mañana en que se encontró en medio de una balacera y se refugió debajo de un puente: “La gente vivía asustada, nadie quería hablar una sola palabra porque corría riesgo de morir. Franco mató a muchísimas personas, incluso muy cercanas, amigos y familiares. Otras tantas iban presas. Quien no pensara como él, era perseguido o muerto. Además, el pueblo había quedado desabastecido y la pobreza acechaba a todas las familias. Por suerte, tuvimos padres ejemplares que se ocupaban de nosotros y se las rebuscaban todos los días para que no pasáramos hambre”, describe.
Pese a que era muy chica, “Meme” recuerda aquellos años en España, junto a su abuela Agueda, en la cocina de su casa de Aldeanueva. Y una diálogo que se repetía una y otra vez:
-Abuela, ¿Hay pan?
-No, querida
-¿Y coscurro?
-Tampoco
“Meme” se emociona. Y busca, a cada momento, la aprobación de su hermana mayor: “¿Era así, Tita?”. Felicitas, que tiene 90 años, vive en Bahía Blanca y está de visita “por unos días” en Buenos Aires.
-¿Qué era el coscurro, “Meme”?
-La parte dura del pan, el sobrante. Muchas veces, ni siquiera eso había en casa. Durante años, la vida fue muy difícil para los nosotros. España se convirtió en el país de la desesperanza y la gente empezó a alejarse, a emigrar. En ese contexto, la Argentina se presentaba como una posibilidad de crecimiento, de trabajo, de futuro. Ojo, era otra Argentina, no la que hoy tenemos.
“Meme” habla con tono pausado, sin ocultar su emoción. La entrevista transcurre en el departamento de la calle Anasagasti al 2000, que comparte con Miguel Romano, justo arriba de la peluquería que visitan las celebridades.
-¿Cómo tomaron la decisión de atravesar el Atlántico e iniciar una nueva vida en la Argentina?
-Nuestros padres se dieron cuenta de que la situación nos empujaba a irnos. Fue Tita quien más padeció aquel horror. También mis tres hermanos varones, que pudieron escapara Francia. Cuando terminó la Guerra Civil, nos reunimos toda la familia y emprendimos la marcha rumbo a Buenos Aires, donde vivía una tía, hermana de mi padre.
-¿Qué recuerda del viaje en barco?
-Tuve ciertos privilegios porque las monjas que viajaban en el barco convocaron a los chicos que no habían tomado la Comunión para hacer la Catequesis. Yo era una de ellos. Levanté la mano y me uní al grupo, así que pasábamos mucho tiempo estudiando y comiendo rico en el sector más lindo del barco. Mi familia viajaba en la parte de abajo. Finalmente, la ceremonia religiosa de la Primera Comunión también se hizo a bordo, por supuesto. La travesía fue placentera, incluso los marinos decían que el mar se había comportado sereno durante todo el mes. Nunca padecimos un oleaje peligroso ni tormentas.
-Siempre la suerte de su lado, como usted dice.
-Así es. De verdad, fue un viaje muy lindo. Llegamos a la Argentina para empezar de nuevo. Fuimos a la casa de esa tía, pero como no entrábamos todos nos distribuyeron en distintos lugares. Mi hermana Leonor y yo, por ejemplo, fuimos a Belgrano, a la casa de unos conocidos, y allí empecé la escuela. Tita, que era más grande, entró a trabajar como empleada doméstica “cama adentro” con una familia excepcional que la adoraba y la trataba como si fuera una hija. La inscribieron en el Centro Gallego, la mandaban al dentista, a consultas médicas, cosas que nunca antes ella había conocido… y una vez que mi papá logró terminar de edificar nuestra casa en Villa Urquiza, la familia volvió a reunirse. Siento que me acompañó la suerte, pero más suerte aún tuve después.
-¿Por qué?
-Cuando ya estuvimos instalados, y un poco mejor, entré a trabajar como niñera en la casa de un médico, siempre en Villa Urquiza. En forma paralela, empecé a estudiar flamenco en una escuela de danzas. Amaba esa danza, bailaba la Jota desde muy niña y era mi sueño seguir aprendiendo. Una tarde, en ese mismo lugar, me lo crucé a Miguel, que solía hacer gimnasia. Éramos dos adolescentes, él tenía 18 años y yo 14. Me preguntó qué hacía, le conté que cuidaba niños, que amaba el flamenco. “Venite a trabajar a mi peluquería”, me dijo. Me prometió que iba a enseñarme el oficio.
-¿Aceptó?
-Claro ¡Si ustedes vieran lo que era esa peluquería! Apenas un saloncito con techo de chapa construido detrás de su casa materna. Eso sí, me impresionó cómo trabajaba, todo el barrio iba a cortarse allí por su rapidez y profesionalismo. Cada vez iba más gente y, a su vez, toda gente importante. Yo empecé haciendo manicura, pero siempre admiré que Miguel pensaba constantemente en prosperar. Quería hacerse conocido a toda costa y no sabía cómo. Poco después nos pusimos de novios.
-¿Cómo logró Miguel, finalmente, hacerse conocido?
-Había un concurso de fotografía para una revista de fotonovelas, la famosa revista “Suspiros”, y Miguel me anotó. Dicen que en esa época yo era muy linda... La cuestión es que había que ir todos los domingos al teatro para que el jurado, integrado por periodistas muy reconocidos de la época, eligieran a la candidata. Fui quedando, domingo tras domingo, y gané el concurso. Firmé un contrato y Miguel me acompañaba a cada una de las sesiones fotográficas semanales. Recuerdo que me peinaba con una velocidad increíble. Allí empezaron a ver su destreza, el arte que lograba con sus manos. Lo vio Inés Moreno, una artista que compartía escenas con Tita Merello, y lo llamó. De allí en más, su historia todos la conocen. Y siempre digo que en definitiva me debe la carrera a mí (ríe).
-Es cierto, ya que él empezó a lucirse profesionalmente con usted.
-Hablando en serio, yo considero que es el número uno. Es talentoso y logró su lugar a puro mérito. Pero más allá de su fama, es un excelente compañero, amigo, padre y abuelo. Una persona humilde y sencilla. No tengo palabras. Lo repito otra vez: tuve suerte.
-¿Cuándo y cómo fue el casamiento?
-Recuerdo patente que el día del Civil, el 8 de noviembre de 1958, bajamos del auto y estaban las cámaras de Canal 7. Salimos en el programa que hacían Pinky y Cacho Fontana. Teníamos 18 y 22 años. Creo que fue el punto de partida, allí empezó una nueva vida para nosotros.
-¿Es cierto que supo incursionar también en la actuación?
-Sí. En una oportunidad, María Elena Lucena, actriz, bailarina y cantante argentina que alcanzó el éxito a través de la caracterización del personaje Chimbela, que representó en cine, teatro y televisión, me convocó para una obra porque necesitaba una mucama coqueta. Ahí debuté como actriz. Más tarde me llamó Raúl Rossi: “A esa chica la quiero para mi temporada”, dijo. Trabajé un tiempo hasta que nació mi hija y dejé todo.
-Cuéntenos de su hija y su nieta.
-Tuvimos una sola hija, Paola Mercedes Romano, que nos dio la nieta más maravillosa del mundo, Antonella, que es nuestra vida. Desgraciadamente –o por suerte, nunca se sabe— se fue a vivir a España. Es abogada y trabajaba en el Ministerio de Seguridad de la Nación cuando decidió abrirse camino en Madrid junto a su pareja y allá estudió la carrera de Turismo. Actualmente trabaja en ese rubro y estamos en contacto permanente. Es una chica divina, inteligente, habla cuatro idiomas... Estamos profundamente orgullosos de nuestra nieta.
-¿Qué siente al ver a su nieta alejarse del país que a usted le abrió las puertas? Y no solo eso, sino que ella se radicó en su tierra natal, la misma que a usted la expulsó…
-Logró lo que quería en la Argentina y ya no daba para más, por eso fue a buscar nuevos rumbos, al igual que lo hacen tantos otros jóvenes. Siempre que la llevaba a pasear a España, desde que tenía 9 años, manifestaba el amor hacia mi país y para mí era un placer que me acompañara y que disfrutara de mis orígenes, de mis raíces. Yo por mi edad ya no puedo volver, pero en el fondo creo que me gustaría.
-”Meme”, ¿con su hermana Tita hablan de aquellos años en España?
-Nos quedamos sin voz de tanto hablar. La admiro, ella es una persona con gran capacidad de superación, lúcida, inteligente y de memoria prodigiosa. A veces ni yo puedo creer su precisión para recordar personas y lugares. Cuando hablamos de España menciona, uno por uno, a cada poblador, vecino, tío, primo… y ojo, muchos han muerto. Podríamos estar horas y horas hablando y riéndonos. Ella es viuda Luis López, de modo que su nombre completo es Felicitas López de López. Formó una gran familia, tiene nietos y bisnietos y, hasta hace muy poco tiempo, incluso antes de la pandemia, trabajó junto a su hijo Osvaldo en el buffet de un colegio público de Bahía Blanca, donde vive. Todo el colegio la adoraba y la sigue extrañando, porque ya no pudo regresar. Hoy somos las únicas dos hermanas que quedamos vivas.
-¿Pudo visitar su pueblo?
-Sí, claro. Hoy es una localidad poblada de gente mayor, casi toda de nuestra generación, los jóvenes emigran a las grandes capitales y solo tiene movimiento los fines de semana. Recuerdo mi primera visita a España, muchos años después de aquella travesía en barco cuando era una niña. Fui a Madrid con Norma López Rega de Lastiri, y toda una comitiva. En aquel momento Norma era la esposa del presidente de la Nación, Raúl Alberto Lastiri, y lo había pedido a Miguel para que fuera su peluquero durante el viaje. Cuando llegamos a España, le pregunté a Norme si me podía acompañar a mi pueblo, quería ver a mi abuela Agueda. Tuve la suerte, otra vez, de vivir un momento muy emocionante, conmovedor, un momento que nunca más olvidaré y que, además, cobró aún más valor porque ella falleció muy poco tiempo después. Estaba muy viejita y ciega. Entré a la cocina, me acerqué, le hablé, me palpó el rostro y me susurró: “¿Viniste a buscar coscurro?”.
-¿Alguna vez imaginó que el destino iba a depararle una vida tan llena de glamour?
-Nunca lo pensé demasiado, las cosas se fueron dando sin proyectar demasiado. Siento que con Miguel fuimos juntos de la mano; que nos hicimos a la par.
-¿Quién es Miguel Romano en su vida?
-Para mí, lo es todo.
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