La vida de Soledad está vinculada desde muy pequeña con el mar. Y cuando recibió la noticia de que estaba enferma, los recuerdos la ayudaron a pasar de una manera más amena el tratamiento,
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“Los que me conocen saben que siento un profundo amor por el mar. Siempre fue mi refugio. Y ni aún en su momento más revoltoso y turbio, dejé de quererlo. En un momento muy difícil de mi vida me sentí dentro de una de esas olas que te agarran y no sabes cuando te van a soltar. Esas que te llevan hasta la malla y te dejan sola aguantando la respiración, preguntándote cuánto falta para que termine. ¿Qué van a pensar de mí? ¿Quién me vio así? ¿Para dónde salgo? He salido de muchas olas llorando, riéndome de mí misma, frustrada, orgullosa, sin saber para dónde caminar, pero siempre salí. Esta es una más, no va a ser la excepción, también saldré”.
La vida de Soledad Barragán está ligada con el mar de una manera muy singular. Desde niña cuando disfrutaba cerca de la orilla mientras sus padres se alegraban al verla jugar o ya como adulta trabajando como guardavidas, con el objetivo puesto en salvar a los otros. Siempre desde una mirada sensible y empática.
Sole utiliza mucho la metáfora del mar y de lo que ocurre bien adentro de las profundidades a la hora de conectarse con su vida personal y sus emociones. Todo vinculado a ese tsunami que tuvo que enfrentar desde marzo de 2023. Sin embargo, nunca dejó de sentir esa asombrosa relación con él. Siempre fue su cable a tierra, mucho más aún desde ese instante que cambiaría su vida para siempre.
“Estoy convencida que después del paseo que, a veces, nos pegan las olas podemos sentarnos frente al mar y hablarle. Podemos entenderlo, cuidarlo y aceptarlo como es. O renegar de su naturaleza y vivir con bronca. Yo elijo agradecerle porque a pesar del susto, salimos y estamos bien. Más sabios y con una enseñanza.
Un mal presentimiento
En octubre del 2022 Sole había sentido un bulto en su mama derecha que le dolía bastante. Fue a consultar con su ginecóloga, quien le dijo que “no era nada”, que no se preocupara.
Sin embargo, en marzo de 2023 continuaba palpando ese bulto que, incluso, ya era más grande. En ese momento decidió consultar con otro profesional. Enseguida le realizaron una ecografía mamaria y los técnicos le dijeron que lo que veían no era bueno.
Uno de los momentos más difíciles para Sole fue cuando tuvo que ir a la clínica a buscar los resultados de la biopsia. “Fui sola, tenía un mal presentimiento. Cuando me dieron el sobre que confirmaba el diagnóstico, en lo primero que pensé fue en mi mamá. No me asusté ni lloré. Mi cabeza ya estaba en modo automático para empezar a ocuparme y no a preocuparme. Pero decirle a mi mama que su hija tenía cáncer no era nada fácil. Nos abrazamos y enseguida pusimos manos a la obra”.
“Nunca dejé de creer que iba a salir de esta”
La primera parte del tratamiento consistió en una mastectomía donde le extrajeron dos tumores. Uno avanzado y otro “in situ”. “Cuando me desperté de la cirugía puedo decir que ya no estaba enferma. El tratamiento se eligió así porque el tipo de tumor que tuve era muy agresivo y podía volver. Pero en el momento en que me dijeron ´no hay más tumores en tu cuerpo´ ya me sentí curada”. Sin embargo, todavía faltaban varios meses de quimioterapia, un proceso que en su caso marcó el final de algunas cosas y el principio de otras.
“Algo que escuchamos todo el tiempo aquellos que tenemos que transitar una enfermedad es que la actitud es fundamental. Y definitivamente lo es. Nunca tomé el papel de víctima. Nunca dejé de creer que iba a salir de esta. Mis amigas siempre me dicen ´yo en tu lugar no hubiera podido´ y yo las reto. Les digo que no digan eso. Que todos tenemos esa fuerza interior que sale en situaciones límites. Yo me aferré simple y sencillamente a mi vida. No estaba dispuesta a bajar los brazos a mis 31 años. Tenía demasiadas cosas por hacer y compartir con la gente que amo”, se emociona.
A mitad del tratamiento tuvieron que suspender las quimios porque estaba neutropénica. Es algo normal y que puede pasar. “Una se desmotiva porque tiene las sesiones contadas para terminar, pero lo mejor es suspender, reponerse y retomar. Iba contenta a las quimios, sabía que era día de recibir la medicación que me estaba curando”.
¿Qué hacía después de las quimios?
Además, Sole le dio mucha importancia al hecho de poder compartir esos momentos con gente que estaba atravesando una situación similar. En su caso charlaba y se pasaban tips. “Post quimios una está muy cansada y, generalmente, tiene náuseas y vómitos así que todos los consejos que se daban los tomaba. Otras veces, llegaba muy cansada y no tenía ganas de charlar. Entonces leía, escuchaba música o dormía. Es importante hacer lo que el cuerpo te pida. No exigirnos a ser productivos, a cumplir con tareas, tenemos que sacarnos ese chip automático de querer cumplir con todo aún enfermos”.
En el transcurso del tratamiento a Sole se le cruzaron algunas dudas como, por ejemplo, si iba a poder o no aguantarlo o cuánto tiempo duraría. En esos momentos, cuenta, siempre se dio el lugar para estar triste. “Y entonces descansaba de todo. Al otro día, ya veía las cosas con otros ojos y volvía a empezar. Es importante no negar lo que sucede y tomarse el tiempo de atravesar cada sentimiento”.
Durante el proceso de quimioterapia Sole recurrió a todas las terapias que sentía que complementaban el tratamiento médico y la ayudaban para estar más animada y con más energías. Le sirvió tanto el tratamiento psicológico como hacer yoga o reiki. “Lo que sea que uno sienta que puede sumar, hay que hacerlo. Hay gente que va a la iglesia, otros bailan, pintan, corren. Cada persona necesita algo diferente y cada cuerpo reacciona distinto a la medicación”.
Cambios trascendentales
En medio del proceso del tratamiento Sole no solamente experimentó cambios físicos en su cuerpo, sino que también ese sacudón repercutió en sus sentimientos. “En mitad de mis quimios me separé. Dejé la casa en la que vivía. Me armé mis bolsitos y me mudé sola. Aún con náuseas de por medio estaba en duelo. Cuando uno aprende que la vida es hoy, no hay tiempo para posponer, ni para un “después veo”. Es ahora. Hay que tomar la decisión de ser feliz. La felicidad no viene sola, no está ahí disponible para que la agarres y ya. Hay que buscarla y trabajarla”.
Y en ese delicado momento se le vinieron al corazón aquellos hermosos recuerdos junto al mar, su lugar en el mundo. “En primer lugar renuncié a sentir que mi mar estaba en mi contra. Siempre estuvo de mi lado. Solamente me estaba mostrando todas sus facetas, así como las tenemos todos, lo bueno y lo malo. No podía quererlo como lo quería sólo porque era conmigo como yo quería. Entonces, me amigué, volvió a ser mi lugar, con todo lo que trae. Viajé a mi infancia y recordé todas las veces que quería estar en el agua y mi familia me acompañaba. Me miraban desde algún lugar. Y cuando quería meterme más adentro me llevaban una y otra vez. Cuando crecí me acompañaban mis amigos. Cuando me preparé como guardavidas me acompañaron mis colegas. Nunca estuve sola. ¿Por qué esta vez lo estaría? Cuando sentí que me había agarrado esa ola que sentís que no podés respirar, todos ellos me agarraron de la mano y me ayudaron a salir a tomar bocanadas de aire”.
“Tu hija, a veces, se cansa pero no se rinde”
Como en aquellos días Sole no podía viajar en micro porque se descomponía ni tampoco podía irse varios días porque tenía quimios muy seguidas y en el medio le hacían análisis, su mamá, su gran sostén, manejaba ida y vuelta en el mismo día hacia la Costa Atlántica para que su hija pudiera tener un ratito de contacto con el mar.
En enero de 2024 Sole finalizó la quimio y después tuvo que afrontar unas sesiones de rayos. Actualmente, está con medicación oral de forma preventiva. Volvió a su trabajo, a hacer deporte, a recuperar esa rutina que había quedado desplazada.
“Cuando terminé la última quimio sentí muchas emociones juntas. Por un lado, felicidad, alivio, emoción y orgullo. No veía la hora de salir del centro donde me atendía y festejar. Por otro lado, también lo viví como un momento raro porque pasar meses yendo a quimio se genera una rutina en la cual te sentís segura a pesar de todo, porque estás en tratamiento. Y terminarlo, significaba no ir más, significaba que esa medicación ya no iba a entrar en mi cuerpo. Sentís que quedás descuidada. Pero no: significa que tu tratamiento termina porque no lo necesitas más y podés seguir sin él. Ese día fue una fiesta. Mi familia y mis amigos me esperaron para saludarme y celebrar. A mí me quedaron las mejillas acalambradas de tanto sonreír. Obvio que a la primera que abracé cuando salí fue a mi mamá, siempre se lo digo. Si yo no me rendí fue porque ella así me lo enseñó. ´Ma, tu hija a veces se cansa, pero al igual que vos, no se rinde´”.
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