Siguiendo los consejos de mucha gente de su ciudad, Karina decidió embarcarse en una carrera no muy tradicional que pese a que la mantuvo durante mucho tiempo separada de su nena le permitió darle una buena calidad de vida.
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Cuando Karina Viollaz tenía 16 años quedó embarazada. Más allá del cimbronazo que significó la inesperada noticia, mostró mucha madurez a la hora de ir pensando cómo sería esa nueva vida y, fundamentalmente, qué futuro le iba a dar a su hija siendo tan joven.
Karina cuenta que a la hora de seguir estudiando, una vez que finalizó la escuela secundaria, se interesó en sacar la libreta de embarque para ser marinero o personal de maestranza en diferentes navegaciones ya que conocía muchas personas que trabajaban en ese rubro y habían podido llegar a hacer sus casas o ampliarlas. “En mi ciudad, en ese tiempo, era la única salida que tenías para progresar. A la mañana barría calles, a la tarde cursaba en la escuela de Marineros de Colón (Entre Ríos) y tres veces por semana, cuando salía de la escuela, me iba a trabajar a una pizzería”.
Karina aclara que la elección de su carrera no se trató de un deseo genuino ni mucho menos de cumplir con un sueño, sino que la necesidad por mantener a su hija la hizo pensar en esa posibilidad de trabajo, aun a sabiendas de que iba a pasar mucho tiempo alejada de ella. El papá de la nena, cuenta, solo las acompañó hasta que cumplió un año y luego solo la vio en forma esporádica.
“Fui aprendiendo lo más importante de la convivencia”
“Teníamos varias materias como, por ejemplo, primeros auxilios, nombres y formas de nudos, las partes del barco (popa, proa, estribor, babor), nos enseñaban a nadar y a remar. Fui aprendiendo lo más importante de la convivencia, del respeto, eso era la clave para una vida tranquila en un lugar lejano”, recuerda.
Karina cuenta que al principio no le fue fácil conseguir un empleo por el hecho de ser mujer y muy jovencita, aunque a los tres meses de terminar de cursar (cuando ya tenía 19 años) decidió irse sola a Buenos Aires, dejó un currículum en una empresa de navegación y al poco tiempo la llamaron para comenzar a trabajar. “Ese día lloré como una loca porque era el comienzo de una vida nueva. El primer barco se llamaba Centurión del Atlántico y navegué dos meses. Luego, me quedé en el Antartic 3, donde pasé 9 años y 10 meses de mi vida, un hermoso barco que ya no está en actividad”.
“Mamá te va a hacer una casa para vos”
Sus expectativas eran salir adelante, levantarse del “abismo financiero” en el que se encontraba y poder llevarse de la mejor manera con sus compañeros, que eran todos hombres. “Tenía que entender que estaba lejos de los míos y que tenía que hacerme fuerte sí o sí. Le dije a mi hija `déjame ir, mamá te va a hacer una casa para vos`. Y así fue creciendo y entendiendo que la dejaba porque me iba a trabajar. En algunos momentos llegó a decirme que la abandonaba y eso me dolía mucho, pero era chiquita”, rememora Karina en relación a Estefanía, su hija, que por aquellos tiempos quedaba al cuidado de sus padres y de sus hermanos.
La vida arriba del barco: “Cuando pisaba retiro ya no había vuelta atrás”
El barco en el que se embarcaba -cuenta Karina- estaba dividido en tres partes: la planta principal donde se pescaba, la del medio donde se encontraban los camarotes de los marineros, el comedor y las salas de estar y la de arriba donde viajaban el capitán, los oficiales y personal de maestranza. Su trabajo consistía en limpiar los dos compartimientos donde se alojaba la tripulación y, además, ayudaba a cocinar postres y masas. “En este lugar conocí a mi actual esposo (Edgardo), eso me gustó mucho porque él es un buen compañero. Desde ese día que llegué con el buque a Mar del Plata me enseñó todo lo que se hacía en ese barco. También me gustaba cocinar, tenía todo en muchas cantidades, podía hacer lo que quisiera. Y lo que no me gustaba era limpiar los baños de mis compañeros varones que me hacían renegar y sacar canas verdes”, se ríe.
Las mareas duraban dos meses, aunque si Karina no tenía relevo debía permanecer más tiempo arriba del barco. “En el primer tiempo nos comunicábamos por una radio costera, una especie de operadora a quien le pasaba el número de mi casa y ellos te hacían la comunicación. Las conversaciones con mi familia eran puntuales, nada de plata, nada de datos personales ni mucho menos conversar de problemas porque lo que tenía de feo era que los tripulantes de otros barcos también escuchaban tu conversación. Hasta que fueron innovando y llegamos a tener los teléfonos satelitales e Internet para usar la computadora”.
“Cuando pisaba Retiro ya no había vuelta atrás”, recuerda consciente de que el sacrificio de no ver a su hija valía la pena pensando en que cuando fuera más grande iba a tener una mejor calidad de vida. “Cada vez que me embarcaba dejaba mis pensamientos y la tristeza de dejar a mi hija y hacerme fuerte por su futuro. Mi viaje ya empezaba desde el día que me llamaban para pasarnos el horario de vuelo. En ese instante ya arrancábamos a organizarnos y a charlar, siempre eran sentimientos encontrados: de alegría y de satisfacción por tener el trabajo que implicaba un sueldo seguro, pero también tenía tristeza y un dolor que no quería demostrar”, expresa. Y agrega: “Una vez decidí llegar de sorpresa a mi casa. Llamé desde Retiro y hablé con mi nena. Ella me decía que estaba bien, que me amaba. Sin embargo, a las cuatro horas de esa charla llegué a mí casa y ella estaba volando de fiebre. Me angustié mucho porque por teléfono me había transmitido paz y tranquilidad para que yo estuviera bien, pero la realidad era que estaba enferma. Me marcó esa manera de ella de demostrarse fuerte”.
Anécdotas y lugares inolvidables
Entre sensibilidad, miedos, alegrías, preocupaciones, noviazgo, satisfacciones y extrañar mucho a su hija fueron pasando esos 10 años en los que Karina no solo fue creciendo mientras aprendía los secretos de los barcos y la navegación, también fue incorporando conocimientos, experiencias y anécdotas que le fueron dando color a su vida.
“Conocí por trabajo Mar del Plata, amo la ciudad de Ushuaia y tuve la posibilidad de recorrerla con mi amado esposo de punta a punta cuando quedábamos en puerto. Antes de dejar de navegar viajamos con el barco a Chile, a un dique en Punta Arenas. Fue una hermosa experiencia, conocí lugares y personas maravillosas, disfrutamos mucho juntos. El único inconveniente fue tener que quedarnos nueve meses en ese lugar porque no podían arreglar el barco. Fue larga la estadía, pero tratamos de llevarla lo mejor posible porque no podíamos volver de otra manera”.
La razón por la que dejó de navegar
Una vez que Estefanía comenzó la adolescencia y Karina fue notando algunos comportamientos y situaciones que requerían de su atención, tomó la decisión de ponerle punto final a su aventura de embarque.
“Mi última marea duró dos meses. Había quedado embarazada y los tres estábamos muy felices. Por razones naturales el embarazo no siguió y fue un golpe para Edgardo y para mí, pero más para ella. Entonces, los dos renunciamos”.
Nostalgia de volver a Ushuaia
Al poco tiempo de dejar de navegar, cuenta Karina, los dos llegaron a un acuerdo con la empresa, fueron indemnizados y pusieron un negocio. Después, su esposo empezó a trabajar como camionero y ella en la municipalidad de Colón.
A la distancia, y con 35 años, Karina conserva los buenos recuerdos de un trabajo en el que nunca fue mal tratada. “Siempre tengo esa nostalgia, me encantaría volver a Ushuaia y mostrarle a mi hija ese lugar que fue el que por mucho tiempo vio mis días tristes y felices. Hoy, tenemos nuestra casa, pudimos darnos el lujo de tener autos 0 kilómetros y hacer varios viajes. Mi último auto lo vendí para comprarle un terreno a mi hija (actualmente tiene 19 años) y dejarle una base más”, y cierra: “Valió la pena”.
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