En un viaje de vacaciones una pregunta crucial la llevó a tomar una decisión drástica para “darse la libertad de encontrar y construir realidades nuevas”
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La infancia de Camila en El Talar, partido de Tigre, ya tenía sabor a aventura. Creció jugando con sus vecinas en la calle hasta que oscurecía y podía oír el grito de su madre: “¡Adentroooo!”, que le indicaba que era tiempo de volver al mundo real.
El deporte lo llevaba en la sangre. A Mila –como la llama su entorno íntimo- le gustaba el patinaje artístico, el tenis, el vóley y los campamentos colmados de exploración y aprendizaje en la naturaleza: “De la mano de estas últimas dos actividades comencé a hacer mis primeros viajes, enamorarme de dormir en carpa y estar en la naturaleza, así como a practicar la independencia de mis padres desde chica”, cuenta.
Apenas le fue posible, Camila comenzó a trabajar dispuesta a ahorrar cada centavo para “el próximo viaje soñado”. A través de la docencia, durante los siguientes años se hizo cargo de niños y adolescentes, una tarea exigente, gratificante, pero que sentía que la restringía. Jamás olvidará las sensaciones que experimentó durante su primer viaje como mochilera en el año 2016, a los 19. Desde entonces, halló siempre una buena excusa para abandonar la rutina y salir a la ruta.
Una pandemia y un amor
Corrían los comienzos del año 2020, Mila se había sumido en una nueva aventura y arribó a una granja de Campo Grande, Brasil, dispuesta a cruzar para Bolivia, algo que le fue imposible. “Se han cerrado todas las fronteras debido a la pandemia”, le anunciaron.
La joven quedó perpleja. Había oído las noticias, pero ni ella ni nadie se había imaginado semejante escalada. Los caminos se habían bloqueado y la única opción era detener su marcha. Lo que sucedió en aquel tiempo de quietud fue algo que Camila jamás olvidará en su vida: “No solo me sorprendió la pandemia, sino también el amor”.
Mila permaneció por los siguientes meses en Campo Grande, enamorada y colaborando en la comunidad. Sin embargo, disfrutar plenamente de la experiencia en aquel contexto mundial le fue imposible. Camila comenzó a sentir miedo de estar tan lejos de su familia y decidió postergar su sueño de recorrer toda Latinoamérica “hasta que el mundo vuelva más a la normalidad”.
Una travesía y una encrucijada: “Lo pensé una semana”
El idilio romántico parecía haber llegado a su fin. A mediados del 2020, Camila logró retornar a su familia y a su rutina. En Buenos Aires trabajó y estudió bajo las normas de la pandemia, y así, el 2021 transcurrió extraño, entre obligaciones y sueños postergados.
Cuando llegaron las vacaciones de diciembre, con ese sabor a viernes eterno, Camila supo que era tiempo de partir. Emprendió viaje junto a su mochila y una amiga “a dar una vueltita, en febrero regresamos al trabajo”, anunció.
“Ambas trabajábamos como profesoras en una escuela y a mitad de febrero teníamos que regresar para las mesas de examen”, recuerda. “Arrancamos por Córdoba seguimos por Catamarca, la idea era subir por la 40 y seguir”.
Pero entonces, un suceso inesperado irrumpió la travesía y presentó una encrucijada. Mila recibió un mensaje de su amor brasilero, la invitaba a recorrer Brasil junto a él en su vehículo tipo Combi. Aquella sorpresa la dejó perpleja, si aceptaba debía renunciar a sus compromisos en Buenos Aires y descifrar cómo sobrevivir en el camino.
“Lo pensé una semana”, recuerda con una sonrisa. “De Catamarca volvimos a Córdoba con mi amiga, ambas a despedir a nuestras familias que pasaban la temporada allí. Ella también decidió renunciar al colegio y seguir viajando”.
Tras pasar un fin de semana con sus padres en Potrero de Garay, Camila viajó a Córdoba capital y abordó un micro rumbo a Itapema, Santa Catarina, Brasil. Luego se dirigió a Canto Grande, Bombinhas, donde trabajó unos días en un restaurante. Y allí, mientras servía mesas durante una tarde cálida, llegó su amor para buscarla.
“A partir de entonces me di cuenta de que cobraba lo mismo atendiendo mesas frente al mar que estando en un aula a cargo de veinticuatro adolescentes. Y bueno, opté por ser camarera por temporada”.
Un paseo por Brasil: “El acto de colaboración entre humanos y animales me impactó mucho”
Camila se subió a “La Nebulosa”, un vehículo del 2016 adaptado, con cama, heladerita, cocina, almacenamiento de agua y muchos cajones para el equipaje. El viaje comenzó en febrero y duró hasta mediados de julio. Recorrieron los estados de Río Grande Do Sul, Santa Catarina, Paraná, Río de Janeiro, Minas de Gerais y Mato Grosso Du Sul.
Fue una travesía inolvidable, donde la joven aprendió a escalar en roca y hasta subió al Cristo Redentor. En el camino la naturaleza exuberante la dejó sin aliento y ciertos comportamientos dejaron una impresión fuerte en ella.
“En Laguna, sur de Brasil, me asombró ver a los delfines cercar a los peces; con su nado `ayudan´ a los pescadores indicándoles dónde tirar la red, este acto de colaboración entre humanos y animales me impactó mucho. También es todo un acontecimiento alrededor, ya que la gente asiste a ver este suceso, saca fotos y de paso aprovecha para comprar pescado fresco”, cuenta.
Más lugares y otras costumbres impactantes
Poco tiempo ha transcurrido desde el final de la travesía por tierra brasileña. Camila, quien aún no retornó a la Argentina, volcó algunos paisajes e impactos en su camino sobre una hoja en blanco; postales que la maravillaron en sus últimos años aventureros.
“En Catamarca, El Shincal de Quimivil, un asentamiento arqueológico que nos muestra la huella inca en Argentina”, escribió. “En Bolivia, `La India en Latinoamérica´, como le dicen, por su hermoso y ruidoso caos en las zonas urbanas algo grises, pero coloreadas con aguayo por las vestimentas de las cholitas. Samaipata y su mixtura cultural entre bolivianos y gente de todo el mundo en el contexto de un pueblito rodeado de naturaleza”.
“En Brasil, Ilha Grande y llegar a playas paradisíacas después de horas de caminata por las trilhas. También deconstruir el mito de que Brasil es pura playa, coco y caipirinha y descubrir lugares imponentes como los cañones de Praia Grande en el estado de Santa Catarina o Serra Do Cipó, lugar con hermosos paisajes y conocido como uno de los mejores points de escalada en roca de todo Brasil”.
“En cuanto a los impactos culturales, la costumbre del regateo en Bolivia: nunca es el primer precio que te digan, siempre tenés la chance de preguntar ¿nada menos? y conseguir una rebaja. También en Bolivia, que la cadena de frío no se respete demasiado: las carnes y los productos lácteos en muchos lugares reposan al sol y ponemos a prueba nuestros estómagos, degustando los deliciosos platos típicos bolivianos preparados por las cholitas que montan sus puestitos callejeros en cualquier cordón, donde compartís mesa (o piso) con gente de todas las edades y clases sociales”.
“Fuera de los centros urbanos, donde la globalización no impacta con sus lineamientos ideológicos, las estructuras familiares tradicionales y el machismo aún están muy presentes y esto también me generó mucho impacto”.
La lista de Camila es amplia y siente que podría no tener fin. Para la joven, las palabras que brotan de sus aventuras le demuestran cuánto ha aprendido, que aún le faltan infinitos rincones y culturas por conocer, y que es tiempo de seguir para cumplir su sueño de conocer toda Latinoamérica.
Un final, un nuevo comienzo y el valor del tiempo: “Vivir viajando no se trata sólo de sumar kilómetros, engloba algo más grande”
Una pandemia y un amor animaron a Camila a ir más allá en sus anhelos viajeros. Nueve años han pasado desde su primera gran travesía. La relación con su amor brasilero ha llegado a un fin. Él tiene proyectos en su ciudad, y ella tiene un sueño pendiente.
En el camino, descubrió que es posible renunciar al “mundo ordinario”, a las rutinas clásicas, y llevar una vida rica recorriendo el mundo, con bienestar e impregnada de aprendizajes.
“En esta gran aventura aprendí de conexiones, aprendí a salir de los esquemas mentales de una joven del conurbano bonaerense, dejar todo prejuicio de lado y compartir con una variedad infinita de seres humanos, a confiar, a respetar nuevas ideas y maneras de vivir la vida”, continúa.
“A valorar la salud y la energía que me permite llevar a cabo esta experiencia, a valorar mi cuerpo, que es el motor de esta aventura, así como a mi familia biológica que siempre me apoya y a los amigos del barrio siempre presentes gracias a la tecnología... y a quienes se van sumando, familias en los diferentes países y amigos nuevos, algunos fugaces, otros duraderos”.
“También a valorar el tiempo, entender que nuestro tiempo en la tierra es finito y que elijo este estilo de vida porque siento que le doy valor a ese tiempo finito, nutriéndome de las diferentes experiencias que el camino me regala y que tal vez en una vida más estática no hubiese experimentado”.
“Vivir viajando no se trata sólo de sumar kilómetros, engloba algo más grande: espiritual, emocional, mental, gastronómico, cultural... No es escapar de la realidad, es darse la libertad de encontrar y construir realidades nuevas”, concluye.
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