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Nunca supieron mucho sobre su pasado. Como tantos otros, había nacido y sobrevivido en un contexto de abandono y peligro. Con tan solo 45 días, la habían rescatado en muy mal estado de salud en Villa Inflamable, en la localidad de Dock Sud cuando llegó a la casa de Flavia y Pablo para recuperarse de su triste pasado.
“Era tan chiquita que pasaba entre las patas de la perrita de mi hermano, que es de raza Jack Russell. Corría 2021, nuestros hijos eran chiquitos, tenían 3 y 1 año (aún no teníamos al bebé). Estaba llena de sarna y totalmente desnutrida. Todas las semanas había que hacerle baños con un shampoo especial y darle una medicación para mejorar sus problemas de piel”, recuerda Flavia.
“Siempre fue una perrita muy buena”
Los primeros días fueron difíciles. Nala, como habían bautizado a la pequeña perrita con la que ahora compartían sus días, tenía terror a otros perros y a los ruidos. “No sabíamos por lo que había pasado. Pero, con el tiempo y mucha paciencia, se fue acostumbrando a nuestra familia y ganó confianza. Siempre fue una perrita a la que le gustaron las personas, se dejaba agarrar sin problema y disfrutaba de los mimos”.
En cuanto a su salud, había que ocuparse de la piel de Nala. Si bien estaba medicada y no había riesgo de contagio, el matrimonio trataba de evitar que los chicos tuvieran mucho contacto con ella piel a piel. “Por otro lado, como los chicos nunca habían convivido con perros, la adaptación fue doble. Ellos tuvieron que aprender el contacto con la perra, lo que le gustaba y lo que no, entender sus límites y cómo respetarla. Por suerte se entendieron súper bien y se amaron muy rápido. “Nala siempre fue una perrita muy buena, nunca rompió nada. La verdad que como cachorra fue siempre un placer”.
Aunque Flavia y su esposo Pablo habían convivido con perros en su infancia, la incorporación de Nala a la dinámica era la primera experiencia como familia desde que se habían casado y convertido en padres. La recuperación de Nala se mantuvo sin mayores complicaciones a medida que pasaban los días. “En ese momento vivíamos en un departamento muy chiquito y no podíamos ofrecerle a Nala ni el espacio ni el tiempo de calidad que queríamos darle”.
“Es tranquila, pero también va de cero a mil”
Pronto Nala se ganó el amor de Paula, la hermana de Flavia, que se acababa de mudar sola, trabajaba desde su casa y tenía mucho más tiempo para que Nalita creciera acompañada. Ella decidió adoptarla. “Esto fue lo mejor que nos pudo pasar porque los chicos y Nala siguieron creciendo juntos, jamás perdimos contacto con ella. Con Paula, Nala tuvo el espacio que se merecía para crecer bien y ser cuidada como una reina”.
La adaptación en su nueva casa no presentó complicaciones. Nala disfruta de las largas siestas y es muy obediente: siempre entendió y respetó los lugares donde podía y no podía subirse o estar. “Pero así como es tranquila, también va de cero a mil. Por eso fue muy importante la adopción de mi hermana que por suerte tenía más tiempo para sus paseos de calidad. Hoy en día es una perrita que puede estar todo el día tranquila porque sabe que a las 18, cuando mi hermana termina de trabajar se van al parque a ver a sus amigos. Sí, tiene su manada en el Parque Centenario donde se ven todos los días cuando sus humanos terminan sus rutinas”.
“La casa quedaba hecha un desastre”
Los reiterados baños que Nala había recibido por la sarna, le dieron a Flavia la idea de buscar otras opciones para ese momento. “Era muy difícil bañarla en el departamento. Nala se había convertido en perra mediana, tirando a tamaño grande a la que no le gustaba -ni le gusta- el agua y muy miedosa con el secador. Además, una vez que se terminaba de bañar, obviamente como todo perro, se sacudía, perdía mucho pelo y se revolcaba por el sillón y la alfombra. Entre los chicos y la perra, la casa quedaba hecha un desastre”, detalla Flavia.
Charlando con otros tutores, Flavia y Pablo descubrieron que no eran los únicos que carecían del espacio adecuado para bañar a su perro. Por eso comenzaron a idear un espacio en el que las personas puedan ir a bañar a sus perros, sin preocuparse por ensuciar la casa, pero que al mismo tiempo no estrese a los perritos, que puedan darle un baño rápido y simple para que dure lo menos posible y luego quieran volver. “Investigando, vimos que en otros países existían máquinas de baño autoservicio para perritos. Pero Pablo, que es ingeniero, decidió diseñar y fabricar un sistema propio, adaptándola a lo que consideraba más cómodo y práctico para los usuarios”.
Dedicaron meses a investigar y hacer estudios de mercado para evaluar si era un emprendimiento factible. Buscaron un local diseñado a lo largo, luminoso, bien abierto y con sector de espera al aire libre. “Hablamos con mucha gente, le contamos la idea a todas las personas que nos cruzamos para ver cómo reaccionaba y que recomendaciones nos daban. Una de ellas, por ejemplo, fue que para que la experiencia sea buena, tenía que haber alguien en el local ayudando a los usuarios, que ame a los perritos y que asista tanto al baño como que mantenga el local limpio y desinfectado para el próximo cliente”.
Y así empezó el diseño y fabricación de la máquina. La pensaron a altura, para que las personas no tengan que agacharse y no les duela la espalda durante el baño. También dispusieron una rampa para subir a los perros más grandes y una cadenita para sujetarlos y que queden seguros arriba de la máquina. La secuencia de baño es muy simple, tiene tres pasos: enjabonar, cuando el shampoo sale ya dosificado del duchador (es decir, no hay que frenar para agarrar el jabón), enjuagar y secar. De esta forma se ahorra mucha agua, porque las secuencias de baño son de 7 minutos. “Parece poco, pero estuvimos más de un mes estudiando los tiempos de baño con distintos tamaños de perro y eso es lo que tardan en bañar a un perro chiquito o mediano de pelo corto”.
Las secuencias que siguen son las de secado: un perro grande de pelo corto o mediano de pelo largo tardaría alrededor de 14 minutos y un perro grande de pelo largo tarda 20 minutos. “Todos estos tiempos son aproximados y a elección de cada tutor: ellos deciden qué tan seco quieren llevarse a su perrito y si desean no secarlo porque les puede llegar a dar miedo, frenan la secuencia y terminan el baño antes.”
Cada detalle está pensado minuciosamente. Los delantales son uno para cada usuario y los toallones no se repiten, se lavan todos los días y se renuevan a medida que se van gastando. “Siempre procuramos que el lugar este fresco, con buen aroma y música agradable. Limpiamos y desinfectamos la máquina entre baño y baño y todas las noches usamos un pulguicida ambiental para evitar cualquier posible plaga”.
Desde luego que Nala, quien dio origen a LAVEDOG -la primera estación de baño autoservicio para perros- y que vive a tan solo cinco cuadras del local, se encarga de controlar que siempre haya premios disponibles para los perritos que tomen su baño y alfombras de lamer para ayudar a distraer a los más movedizos mientras el agua y el jabón hacen su trabajo. De hecho, Nala fue la primera usuaria en probar la máquina. “No sé si será fan del baño, pero al menos no lo padece y puede estar limpia y saludable”.
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