En la infancia pudo reconocer cuál era su vocación, pero la época no lo acompañó para expresar sus ideas hasta que un contratiempo le dio alas para elegir su camino.
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Eran épocas felices. Finalmente, después de muchos años, de preguntas y respuestas que habían llegado con el paso del tiempo, había logrado lo que su corazón anhelaba. Inscribirse en la escuela de teatro de la Provincia de Buenos Aires de La Plata para iniciar allí su formación formal como actor. Sin embargo, luego del primer semestre de cursada, a través de una carta que llegó a su domicilio supo, con mucha tristeza y asombro, que lo habían echado.
“Mi infancia fue maravillosa”
Criado en el barrio “El Mondongo” de la localidad de La Plata, el mismo donde había crecido el gran René Favaloro, Gustavo Vallejos (65) siempre se sintió orgulloso de su barrio, de Triperos, como le decían, (por Gimnasia y Esgrima de La Plata) a pocas cuadras del bosque, donde está el estadio. “Le dicen así porque allí vivía la mayoría de los obreros de los frigoríficos Armour y Swift que estaban en la ciudad de Berisso. Mi infancia fue maravillosa. Era un pibe que amaba pasar tiempo con su perro, con los amigos de la cuadra y disfrutar de los juegos alucinantes que desarrollábamos. Eran los típicos -la mancha, la escondida, el poliladron-y de los inventados que generalmente era yo quien los guionaba”.
Entonces todo era menos pretencioso. Además, tanto los amigos de Gustavo como él mismo eran hijos de obreros. Nunca habían tenido juguetes ostentosos ni demasiados. La imaginación era el valor extra que poseían para no aburrirse.
“La vocación es una voz que susurra al oído lo que vinimos a hacer en este mundo”
El vínculo con el teatro en aquellos años de infancia había llegado a través de su tía Amanda, hermana de su padre, que era actriz. Ella trabajaba para la Comedia de la Provincia de Buenos Aires y era costumbre de la familia ir a ver las obras donde ella estaba. “Inconscientemente se iba armando la vocación por el arte. Primero fue la música. Tardé un poco para llegar al teatro. Eso sí, cuando lo alcancé, fue para siempre. Así de claro lo sentí en mi corazón. Siempre concebí que la vocación es una voz imperceptible que susurra en el oído aquello para lo que se vino a experimentar en esta vida. De alguna manera, esa voz indica como ir creando (¡precisamente!) tu verdadero camino en libertad y con amor”.
Fue en ese contexto que se anotó con mucho orgullo en la Escuela de Teatro de La Plata. Cursó sin problemas los primeros meses. Pero, cuando finalizó esa primera etapa, una mala noticia opacó su optimismo. Sin demasiadas explicaciones, una carta le anunciaba que lo habían echado de la institución. “Muchos años después, siendo ya profesional del teatro, supe ¡de muy buena fuente! que a las autoridades de aquel momento les incomodaban mis ideas. Creían que podía traer inconvenientes al resto del alumnado. Era el final de la dictadura, pero igual había que tener cuidado y ellos… prejuicios”.
Pero detrás de toda puerta que se cierra, Gustavo sabía que se abría un mundo de posibilidades. En ese entonces era empleado en una oficina de PAMI de La Plata. El grupo de empleados era joven, la pasaban bien y el ambiente de trabajo era distendido. Mientras, iba haciendo sus primeros pasos y de forma independiente en obras de teatro pequeñas. Siempre de la mano de sus queridos primos a los que consideraba hermanos.
“Acá no piso nunca más”
Hacia 1984 una comunicación de PAMI anunció que apoyaba con buen dinero a las personas que quisieran aceptar un retiro voluntario. “¡Ni lo dudé! Agradecí la “beca” de esos años, tomé el dinero y salí corriendo. Me acuerdo que al cruzar la puerta me dije a mi mismo: Por fin libre… acá no piso nunca más. Así fue”.
No perdió tiempo. Era hora de perseguir su sueño. Pidió una reunión con los del grupo de teatro. Eran ocho en ese momento y propuso algo descabellado: hacer giras sin tiempo y viajar por el país. No tuvo mucha aceptación. Gustavo daba clases y tenía más de 30 alumnos. Invitó a cinco de ellos a acompañarlo a una gira sin tiempo, ni destino fijo. Salieron de la ciudad en diciembre del 85′. Hicieron el verano en Mar del Plata, en la calle. Fueron los primeros en hacer esa experiencia. Todos éramos músicos además. Por lo tanto, era una orquesta de clowns con acordeón, trompeta, bombo de banda, platillos y redoblante de banda.
“¡Alucinaban al vernos! Hasta el año 1993 viajamos por todo, todo el país. A mí me falta conocer Tierra del Fuego y Misiones. Fue la decisión más clara, fascinante y hermosa que tomé en mi vida artística. Jamás me arrepentí. Fue la confirmación de que aquella voz susurrada en mí, había hablado, pero no en el oído, sino en el alma”.
Toda la experiencia personal, adquirida con los viajes por el país, el trabajo realizado (artístico y pedagógico) en cada lugar a los que llegaba con el grupo, selló una manera de ser y estar con el arte del teatro. Sintió que debía dedicarse para siempre a esa noble tarea. Desde entonces vive de, para y con el teatro. A partir de 1994, Gustavo se apartó de las concepciones de sus maestros, Casali y Barba. Agradeció íntimamente lo alcanzado gracias a ellos y comenzó a desarrollar su manera de hacer en la Antropología Teatral.
Un antropólogo sobre el escenario
“Fue un momento bisagra. Un antes y un después. En Argentina había comenzado a ser como una moda hablar y realizar situaciones teatrales desde lo antropológico. La verdad es que era un maremágnum de delirantes imágenes sin mucho contenido, ni idea teatral en sí. Por lo tanto, comencé a informar en los seminarios que ofrecía cuál era mi mirada sobre la disciplina aportando una postura basada en mi experiencia. Es decir, no salía de los libros, llegaba de la experiencia personal y grupal realizada en todos los años de trabajo”. Allí se mostraba el entrenamiento que un actor debe tener para que su instrumento (el cuerpo) estuviera afinado, dispuesto a ser utilizado. Se definía a la voz como una herramienta que le daría alma del personaje. Trabajaba la calidad de la energía puesta en la creación.
Gustavo también descubrió que cada obra debía tener su olor, su aroma, diferente a la del público. Esto era una manera de demostrar que la que proponía era una especialización, dedicación 100 x 100 % al oficio del actor. “Lo importante fue alcanzar resultados óptimos, desde el punto de vista de la investigación y la estética que ofrecían nuestros espectáculos”.
Actualmente y luego de tantos años de dedicación exclusiva a su vocación, Gustavo reconoce que quizás, lo más difícil de todo el camino recorrido estuvo -y está- ligado a la movilidad. Al no tener un vehículo propio, porque eso era parte de la investigación, comenzó a hacerse difícil cómo llegar a los lugares que quedaban muy lejos de donde viven los actores.
Por otro lado, en cuanto a lo gratificante, dice que sin lugar a dudas se trata de la presentación del trabajo artístico. “En las salas hermosas que nos dan una cálida bienvenida siempre está ese público semi-virgen con el teatro. Inocentes. Ellos no elaboran ninguna estrategia previa. Disfrutan la ficción. En definitiva, aprovechan la ceremonia reconociendo la comunión con el actor, en mi caso, que generalmente voy con trabajos unipersonales, es verdaderamente amoroso, acogedor y placentero”.
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