Fue a probar suerte a los Estados Unidos; una sugerencia de un reconocido pizzero argentino le abrió los ojos a un mundo lleno de posibilidades.
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No era el trabajo de sus sueños pero, al menos, le servía para pagar los gastos y vivir dignamente. Hacía poco había regresado de un viaje por Colombia, donde había pasado dos años de misión religiosa. Con una mano delante y otra detrás, consiguió trabajo en una empresa que vendía blindaje de autos en el subsuelo del shopping Alto Palermo. Meses después, cuando parecía que todo marchaba sobre ruedas, una ruptura amorosa puso en jaque la aparente estabilidad de la que entonces disfrutaba.
-Vamos a una clase de bachata, le dijo una tarde un amigo con intenciones de sacarlo del mal momento y distraerlo. Y, si bien aceptó la propuesta e hizo la clase, aunque el ritmo no lo había fascinado, cumplió su cometido y, al tiempo, José Más se encontró haciendo amigos en un ambiente que hasta ese momento le era completamente ajeno. Criado en la localidad de González Catán, en el partido de La Matanza, provincia de Buenos Aires, José recuerda los años de infancia con felicidad aunque siempre tiene presente la realidad que le tocó vivir.
“Fui a una escuela pública. Mis papás siempre fueron muy trabajadores. A mí y a mis hermanos nunca nos faltó para comer pero teníamos que cuidar las zapatillas, ir en colectivo a todos lados y transitar calles de tierra y zanja. Recuerdo con mucho cariño las tardes de juego con los vecinos de la cuadra y algo que cambio mi vida: a los once años empecé a jugar al rugby en el club Beromama, muy cerca de casa. Los sábados iba a rugby, los domingos a la capilla”.
Volver a las raíces
Por eso se sentía un tanto extraño en el ambiente de los ritmos tropicales donde había llegado sin planificar. Allí, pronto entabló amistad con un CJ colombiano que le enseño a pasar música. “Después de un tiempo, poniéndola muchas ganas y buena onda empecé a tocar en diferentes fiestas de salsa y bachata en Buenos Aires: Pinar de Rocha en Morón o Jesse James en Isidro Casanova, comenzaron a ser parte de mis recorridos de los fines de semana”.
Pasaron tres años y medio. El ritmo de trabajo era cada vez más intenso y, cuando a José se le presentó la oportunidad de viajar a Utah, en los Estados Unidos, para visitar a unos amigos, no dudó en aceptar la propuesta. “Me instalé en la casa de unos amigos. Busqué trabajo durante una semana hasta que conseguí uno para colocar alambrados y cercas perimetrales. Cavaba pozos, cargaba materiales y trabajaba hasta con lluvia y nieve. Después de un mes, empecé a hacer entregas de comidas con una aplicación y finalmente encontré un aviso que buscaba pizzero”.
De pronto, como en una película, toda su vida pasó frente a sus narices. Recordó su adolescencia y juventud. “Cuando éramos chicos, mi hermano mayor siempre insistía en que quería comer pizzas. En el barrio había una sola pizzería a diez cuadras. Era todo un trámite ir a comprar porque las calles eran de tierra. Hasta que un día, cansado de tanto esperar, mi papá volvió a casa enojado y decidió hacer él mismo sus propias pizzas. En 1988, para Semana Santa, puso un cartel para ofrecer las pizzas y no pudo salir de su asombro cuando empezó a ver que se formaba fila para comprar”.
De a poco, el padre de José fue perfeccionando la receta que había heredado de un amigo pizzero y, con esfuerzo, fue equipando el espacio para poder producir a mayor escala. “A medida que fuimos creciendo, los cuatro hermanos aprendimos el oficio de pizzeros. Como mi mamá es el emblema de la cuadra y del barrio y todo el mundo la conoce, bautizamos al local como Pizzería Lo de Fanny”.
El consejo que hizo la diferencia
Con ese antecedente, no dudó en hacerle caso a su amigo el chef y pizzero Danilo Ferraz -responsable de los proyectos Morelia, Mil y Pico y Hell´s Pizza en Argentina- cuando le sugirió que se dedicara a hacer pizzas en los Estados Unidos para poder salir adelante. Lo había conocido por las redes sociales cuando todavía vivía en Argentina. “Le escribí y pegamos buena onda. Lo conocí personalmente en el Campeonato Argentino de la Pizza que se había hecho en Costa Salguero, hasta me regaló su gorro ¡Un capo! De ahí en más siempre hablamos y ya estando acá fue él quien me dijo que hiciera pizzas. Creo que eso me animó a dar el paso”.
Tenés que hacer pizzas allá, le había dicho Ferraz. Y José siguió el consejo. “Primero conseguí trabajo en Salt Lake City en una pizzería que se llama Midici. Allí me formé y estuve un mes. Luego me trasladaron al restaurante que tiene la empresa y se llama Bandits bar & grill. Soy el encargado de la parte de pizzas y calzone. Parecía que un hada madrina me había tocado con su varita porque en ese mismo tiempo me empezaron a convocar para que tocara como DJ en congresos de bachata y salsa aquí en Utah y en California y con invitaciones ya para tocar en Las Vegas, Idaho y Playa del Carmen, México”.
José trababa de 10 a 21 h en la pizzería. Solo tiene franco cuando lo pide entre semana o algún fin de semana que pase música. Aunque confiesa que extraña a los afectos, especialmente a su mamá Fanny, que ya tiene 74 años, asegura que ganó en calidad de vida.
“Acá los eventos y boliches, empiezan a las 10.30 y terminan a la 1.30/2 por lo que me da tiempo de salir de la pizzería, pasar por casa para darme un baño, ir a trabajar y estar a las tres ya en la cama descansando. Al otro día me levanto a las nueve y todo vuelve a empezar. Me encanta la facilidad con la que podés vivir en Estados Unidos. A nadie le importa cómo te vestís, qué tenés o qué hacés. Podés salir en pijama a comprar al súper y a la gente no le interesa. Utah es bastante seguro, me olvido el auto abierto o me que he quedado dormido en el auto y no pasa nada. Mientras trabajes, podés comprarte lo que quieras. Al mes yo ya tenía auto, el último iPhone, ropa y 35 pares de zapatillas”.
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