Un instante inexplicable sucedió la magia y las palabras justas emergieron para cambiarlo todo.
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El amor es para quienes creen en él. Aquellos que le hacen espacio, aun en medio de la desesperanza, son los que finalmente lo encuentran. Porque el amor siempre está. Aunque no lo veamos, como el sol, esperando una ventana para iluminar. Para calentar los cuerpos, agitar las almas anestesiadas, sanar heridas, sembrar ilusiones. Cintia siempre lo supo. Ella es una mujer que al amor no solo se asoma, sino que lo desafía, lo persigue y lo celebra. Jamás sintió miedo de amar. Y no porque no haya conocido penas ni dolores, que los tuvo y muy fuertes. Simplemente porque cree. Lo sabe bien y el tiempo le demostró que estaba en lo cierto. “Hasta hoy todavía siento mucha pena y dolor por el golpe que nos dio la vida a mí y a mis hijos, pero también aprendí que todos llegamos al mundo con una fecha de vencimiento y supe que, algún día yo iba a tener una revancha”, confiesa.
Pasaron muchos años, once exactamente, desde que Cintia y Chino se vincularon chateando por MSN Messenger, el primer sistema de mensajería de Microsoft, hasta este presente más que feliz en el que, profundamente enamorados, están animándose a emprender un nuevo desafío juntos.
Ambos son adultos, plenos y mayores de 50 años. Ella viuda y él separado dos veces, están disfrutando de un romance soñado, que sorprende a familia y amigos, pero, ante todo, a ellos mismos.
“Cuando nos encontremos te voy a abrazar”
A sus 40, Cintia perdió a su marido, literalmente, de la noche a la mañana. Gabi se durmió a los 45 años y jamás despertó. Los hijos de ambos todavía eran muy chiquitos: Eze, de 11; Juli, de 8 y Magui, que apenas tenía 3 años.
Fue un golpe inesperado e irreversible. No había explicación para tanto dolor ni tiempo que perder rindiéndose a la desesperación; había que salir adelante como fuera, amortiguar lo más que se pudiese el golpe a los hijos que de pronto se habían quedado sin uno de sus pilares.
Por más de un año Cintia atravesó como pudo su nuevo estado de viudez. Fue una madre sola y desbordada, con tres chicos inquietos que manifestaban desafíos constantes, cada uno a su manera, el dolor de haberse quedado sin su papá. “Gabi era un compañero muy presente, un tipo súper querido”, recuerda ella. Fue duro y, por momentos, demasiado desolador. No hay un manual para mujeres que pierden a su compañero y deben encarar en soledad la crianza de los hijos. “Fue difícil en esos primeros años poder salir adelante. Yo trabajaba todo el día, buscaba a los chicos al colegio y no dejé de ir al club un solo finde, para que ellos no sintieran que también perderían a sus amigos y se quedarían sin su lugar de pertenencia. Pero al mismo tiempo, agradezco que tuve mucha ayuda de la gente, de amigos, de otros que no eran tan amigos pero se acercaron, le debo mucho a Macabi y a los amigos de la infancia de Gabi, que no nos dejaron solos”, evoca Cintia de aquel punto de inflexión en su proyecto de vida.
Pero, como mujer que cree en la vida compartida con un par, llegó el día en que, después de más de un año de estar sin pareja sintió que, tal vez, ya era momento de conocer a alguien. De a poco, sin exigencias. Una amiga la invitó a un grupo cerrado de Facebook donde había gente de su edad y aceptó.
“No tenía que exponerme, era simplemente ponerme a charlar y sentir esa adrenalina que tenés cuando hablás con alguien que no conocés, que se fija en vos y que por algo te llama la atención”, explica. “Chino me encantó desde la primera foto: era igual a mi admirado Cachito Castaña. Después me enteré que, como el artista, él también era muy cotizado”, sonríe Cintia al evocar la primera impresión, ese momento fundante que tantas veces despierta el magnetismo entre dos que se atraen sin poder explicar por qué. En ese preciso instante en que vio a Chino en una foto en la pantalla de su computadora, sentada en la calma de la noche, cuando la casa estaba en silencio y los chicos durmiendo, advirtió que algo adentro de su piel empezaba a movilizarse. Era otra forma de sentir, de despertar sensaciones. Era que se reconectaba con sus fibras de mujer.
Pero las expectativas y los tiempos de cada uno eran diferentes
Después de cierto tiempo, cuando la química de los chats y las conversaciones que habían pasado a ser telefónicas y cotidianas se hizo evidente, Chino la invitó a salir un miércoles por la noche. La idea era ir a un lindo restaurante para cenar en un marco romántico, con una botella de un buen vino, un rico menú y, llegada la hora del postre, concluir el ritual de seducción, tal vez en un ambiente más íntimo. Pero no quiso esperar.
“Me divertía mucho con ella y sentía tanta ternura que una vez que supe que nos íbamos a ver personalmente me puse ansioso”, recuerda Chino. “Al final la invité a desayunar el lunes, dos días antes de la cita planificada, después que ella saliese de su primera sesión de terapia familiar”, se ríe. Lo que demuestra que no hay cita perfecta ni cálculos infalibles a la hora del amor.
“Chino me encantaba, me divertía chateando con él y todavía no lo había visto nunca. Así que acepté la invitación a desayunar, bastante ansiosa porque me había dicho muy directamente: ‘Te voy a abrazar cuando nos veamos’ y era como muy fuerte pasar de no conocernos a un abrazo”, confiesa.
Desde ese momento empezaron a salir juntos; pero el idilio duró siete meses y medio, dos menos que los de la famosa película de los 80. No tenían los mismos tiempos. “Chino ya tenía hijos grandes y estaba acostumbrado a vivir solo. Eso hizo que este primer capítulo nuestro se haya cerrado pero no del todo”, cuenta Cintia.
De vuelta cada uno a su propia vida en solitario siguieron conociendo a otras personas. “Yo armé pareja más de una vez pero él nunca se iba del todo ni yo quería que se fuera”, recuerda ella de aquella etapa que a los ojos de los jóvenes de esta época en la que se defiende la responsabilidad sexoafectiva, consideraría de “tóxica”.
Pero la madurez y las terapias a ella la ayudaron a definir lo que quería. Y lo que quería, ya con los hijos más grandes -en la secundaria dos, egresado uno- y liberada de las exigencias de los primeros años de la maternidad, era una pareja exclusiva y presente en lo cotidiano. Sin peros.
“Estábamos siempre juntos, con los hijos de ambos. Nos quedábamos en su casa, donde él cocinaba, íbamos a bailar, a pasear por la ciudad, de viaje, a escapadas, pero de pronto tenía un asado con su familia y no me invitaba”, recuerda. “Siempre el Chino me decía ‘teneme paciencia que vamos a terminar juntos’”, recuerda; pero por más que sentía que el indicado era él, sus actitudes la hacían dudar y por eso le dio un ultimátum. “Al final me cansé de que un día estuviera y al otro no. Entonces le pedí que si no podía estar en exclusiva, que diera un paso al costado. Porque el señor no se quedaba, ¡pero tampoco se iba!”, rememora.
Hasta la pandemia
El derrotero de encuentros siguió sucediendo porque como le decía su hijo mayor -“Vos podés estar en pareja con quien quieras pero el Chino es el Chino”- ella sentía en el fondo de su corazón que siempre iba a ser él, pero necesitaba que él también se apropiara de ese amor y le diera el valor que tenía.
Así fue que hace unos tres o cuatro años -ya ni recuerdan- un verano, en Mar del Plata, adonde suelen ir con frecuencia a visitar a la mamá de Cintia que reside en la Feliz, un buen amigo en común tomó la posta y organizó una intervención. Le dijo al Chino esa verdad que él no se animaba a reconocer: que había amor, respeto y que todo lo bueno estaba dado en la relación con Cintia para que se animara a darlo todo, sin reparos. Ese amigo sincero le dio el empujón que necesitaba para superar sus propios miedos, apretar el acelerador y meterse de lleno en la relación. Chino se decidió a apostar por ese vínculo esencial en su vida. Junos siempre habían sido dos personas profundamente enamoradas, solo había que quitar el pie del freno y seguir caminando juntos.
“A partir de ahí, si bien nuestros hijos ya se conocían, fuimos armando familia: los Ninio y los Vinokur empezamos a disfrutar más seguido de un montón de ocasiones, cumpleaños, asados, encuentros, charlas”, celebra Cintia.
Siguieron compartiendo viajes, fueron a Israel a conocer a la familia Vinokur, siguieron yendo a Mardel, hasta que llegó la pandemia y con ella, esa circunstancia inédita en la vida tal como la conocíamos, el encierro. Cuando se anunciaron las primeras medidas de ASPO, Chino le dijo que ni loco se quedaba solo en su casa y les preguntó a los hijos de ella si estaban de acuerdo en que se instalara por esas tres famosas semanas de cuarentena que terminaron siendo 55 días. Nunca imaginaron que la respuesta - “¡Sí, con vos es fiesta, Chinito!” - iba a abrir un escenario impensado.
“Ese fue un gran acercamiento, de pronto estábamos todos ‘veinticuatro siete’ y no los dos solos en un viaje de placer”, recuerda Cintia. Esa fue la prueba de fuego que iniciaría la consolidación de una idea que hasta entonces circulaba por sus respectivas cabezas pero que todavía no se animaban a verbalizar. Aunque los corazones ya lo sabían. “Y la verdad es que nos sorprendimos de cómo funcionamos genial como pareja y familia”, destaca.
“Me haces muy feliz, ¿te querés casar conmigo?”
Atreverse a amar de nuevo exige dejar de lado los miedos, sanar heridas pasadas y entregarse de lleno a ese que nos pide más. Pero también, es necesario, dejar que el amor se abra camino, hasta ese instante inexplicable en que la magia sucede y las palabras justas emergen para cambiarlo todo. Las de Chino, una de esas noches de salidas que la pandemia nos enseñó a disfrutar más intensamente que antes, fueron tan simples como un “Me hacés muy feliz, ¿te querés casar conmigo?”, dichas con una alegría incontenible que le brotaba del pecho y se reflejaba en una sonrisa diáfana y unos ojos de niño grande.
“Yo venía hablando con amigos sobre cómo hacerle la propuesta, pensaba hacerlo en el Kotel, en Israel, pero al final me ganó la emoción y salió así de esta forma, natural, en ese momento en que estábamos disfrutando en una fiesta”, recuerda Chino. La fiesta contaba con alegría asegurada: el cantante era Ricky Maravilla, un testigo inesperado para un momento que ninguno de los protagonistas de esta historia de amor olvidarán.
Todos embalados con la boda
A Cintia la propuesta la tomó por sorpresa. Se lo contó a su mamá que, a sus 86 años, pensó que le estaba haciendo una broma y después a los hijos. “Están todos embaladísimos, felices, apostando al amor”, cuentan ambos. " Yo estoy segura y feliz por esta decisión y por una nueva oportunidad en mi vida, como siempre, enfrentando los miedos pero con la confianza de que nosotros tenemos algo que siempre nos une: el humor. Somos capaces de reírnos en los momentos más duros y eso nos hace fuertes”, concluye.
Chino ya no oculta ni quiere ocultar nunca más su felicidad. Aprendió que para amar hay que atreverse, también, a ser vulnerable. “Estoy con mucha alegría y con ganas de reafirmar el amor en nuestra historia de idas y vueltas.”, revela. Al principio, van seguir cada uno como hasta ahora, en modo cada uno en casa propia, yendo y viniendo, compartiendo escapadas, viajes, salidas, sorteando juntos los obstáculos que haya que sortear, hasta que en un futuro, se muden juntos. “Está planificado”, coinciden los felices prometidos, meses antes de celebrar la boda digna de cuento de hadas con final feliz.
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