En su juventud conoció a un hombre que por timidez nunca le insinuó nada; la vida los separó, ella atravesó tragedias, sin imaginar cómo opera la casualidad... o el destino
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Lorena tenía 22 cuando vio a Gustavo, de 28, por primera vez. Apareció en su vida gracias a la madre del joven, una clienta con la que mantenía una buena relación, quien la invitó a su casa para presentárselo. Apenas ingresó a aquel hogar, Lorena lo supo: le gustaba.
Gustavo la invitó a salir y ella llegó emocionada a la primera cita. Pero, a pesar de sus ilusiones, aquella velada transcurrió tal como si fueran amigos. Se vieron una segunda vez, sin mejor éxito: “Sinceramente sentí que no le gustaba”, rememora Lorena. “Tal vez por su timidez o un respeto extremo, jamás se animó a insinuar nada. A mí me gustaba mucho, aunque tampoco me animé a expresarlo”.
Otras salidas llegaron, igual de tímidas, sin que llegara el beso que la joven tanto anhelaba. Ella no lo sabía, pero él deseaba lo mismo.
Un nuevo amor, una lucha y una tragedia
La relación indefinida con Gustavo comenzó a desdibujarse aún más con el paso del tiempo hasta diluirse en la nada. Entre el trabajo y las salidas con amigas, Lorena concluyó que debía mirar hacia otros horizontes para encontrar el amor. Y así sucedió.
A su marido lo conoció una noche, cuando fue a bailar con una amiga. La atracción entre ellos fue inmediata y su relación prosperó sin timidez a grandes pasos. Primero fueron novios y luego celebraron su boda, con la esperanza de formar una familia y llevar una buena vida juntos.
Aquellos sueños, sin embargo, comenzaron a deshilacharse al año de casados: “Mi marido enfermó y entramos en una larga etapa de tratamientos y controles periódicos, por ese motivo no pudimos tener hijos”, explica Lorena, pensativa.
Para la pareja fueron tiempos difíciles. Cinco años después de una ardua lucha, su marido falleció.
Otra esperanza y un nuevo golpe: ¿Dónde está el verdadero amor?
Lorena dolió durante los siguientes años. De pronto, se había transformado en una joven viuda, contrariada. De a poco su alma fue sanando y un buen día se sintió preparada para rehacer su vida, algo que ocurrió el día menos esperado.
Su nuevo comienzo parecía promisorio. Con aquel hombre se llevaba muy bien, reían y se sentía enamorada: “Fue una linda relación hasta que fuimos padres”, cuenta Lorena. “Su falta de interés en mí, su ausencia por horas prolongadas, eran angustiantes. Hasta que confirmé que me engañaba y tomé la decisión de separarme”.
Durante los siguientes dos años, su expareja fue un padre presente hasta que dejó de serlo. La vida, una vez más, enfrentaba a Lorena a una prueba dura, pero que encaró con coraje y entereza: “Me hice cargo sola. Trabajo para sustentarnos a ambos. Mi hijo hoy tiene 7 años y se llama Tomás”, se emociona.
En todos aquellos años, Gustavo, el hombre del comienzo de la historia, aparecía de forma remota en los pensamientos de Lorena. A pesar de los golpes duros, los desengaños y desilusiones, había algo que le hacía sentir que en algún lado existía esa persona especial para ella, que la amara y a quien pudiera amar.
Un suceso increíble: “Esta vez no tuve timidez en hablarle”
“Tengo alguien para presentarte. Vino a la oficina para hacer un trabajo con nosotros durante un tiempo y, a medida que lo voy conociendo, siento que es muy parecido a vos”, le dijo cierto día su amiga.
Algo escéptica, Lorena accedió a que le compartiera el número y le mostrara la foto. Al verla quedó perpleja, ¡era él!, Gustavo, el hombre que había conocido veintidós años atrás: “Fue increíble, obviamente mi amiga me lo presentó sin saber que nos habíamos visto en épocas pasadas”.
Si había algo que la vida le había enseñado a Lorena, fue a dejar de temer y, en cambio, actuar, bien sabía que la existencia no es infinita y que vale la pena arriesgar, las oportunidades son tesoros que rara vez se vuelven a presentar: “Esta vez no tuve timidez en hablarle”.
El hilo rojo: “Fue y siempre será el amor de mi vida”
Allí estaba Lorena, una vez más, sintiendo aquellas mariposas al acudir a su cita con Gustavo, veintidós años después. Lo que sucedió aquel día, en aquel reencuentro, fue mágico. Apenas se vieron, se fundieron en un abrazo fuerte y se dejaron llevar por sus emociones. Ella le confesó lo que había sentido dos décadas atrás y él le confesó que le había pasado lo mismo. Simplemente, ambos creyeron que el otro no estaba interesado.
“No hay palabras para describirlo. A partir de allí no nos separamos más, somos el uno para el otro. Nos elegimos cada día, y los dos llevamos un hilo rojo, el símbolo de la historia oriental, que refleja lo que sentimos”.
“El amor verdadero existe, implica compasión, alegría y complicidad, y es la clave de una vida plena y libre, capaz de superar el miedo, la soledad y la angustia”, reflexiona.
“Siento que Gustavo fue y siempre será el amor de mi vida. Que la vida, por más vueltas que dé, por más experiencias de vida que te haga atravesar, te lleva hacia lo verdadero. El amor que sentimos es tan fuerte que crece día a día”, concluye conmovida.
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