El 22 de agosto de 1972, hace 52 años, tres ladrones irrumpieron en el Chase Bank de Brooklyn y protagonizaron un robo que fue transmitido “en vivo y en directo” a los Estados Unidos
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Eran tres perdedores de ley, y esa tarde del 22 de agosto de 1972 se superaron a sí mismos protagonizando el mayor fracaso en la historia de los atracos de bancos. Antes de meterse con un par de fusiles a asaltar el Chase Bank de Brooklyn, el ex militar John Wojtowicz, acompañado por sus cómplices Salvatore Naturale y Bobby Westenberg, entraron a un cine de la calle 42 para “inspirarse” viendo El Padrino, que se acababa de estrenar. Mucho no les sirvió porque después cometieron todas las torpezas posibles, como no contar con ninguna preparación para la operación y llegar en un momento del día en que la caja fuerte estaba casi vacía.
Westenberg se arrepintió y se escapó a poco de entrar al banco. Wojtowicz y Naturale siguieron adelante pero hicieron todo mal. No sólo no había plata en el banco sino que tomaron como rehenes a los empleados, alguien consiguió activar la alarma y en minutos había llegado la policía, los medios y miles de curiosos que se agolparon en las calles adyacentes, transformando todo en un circo transmitido en vivo y en directo por la televisión. El atraco duró 14 horas y terminó con los rehenes liberados, Naturale con un disparo en la frente y Wojtowicz condenado a 20 años de prisión.
Hubo otros condimentos apasionantes, como que Woktowicz declaró que el objetivo del robo era pagarle la operación de cambio de sexo a su novio, que durante el secuestro se escabulló para comprarse una hamburguesa y que su compleja personalidad incluía haber sido miembro activo del Partido Republicano, soldado en Vietnam y luego militante en defensa de los derechos de gays y lesbianas. Su novio, además, fue convocado por la policía y apareció en bata en medio del operativo. Y hubo mucho más, fue un combo fenomenal que tenía que llegar sí o sí al cine, y lo hizo de la mano de una de las películas más populares de los 70, Tarde de perros, un ícono entre los magistrales policiales de esa década, con un Al Pacino jovencísimo dando vida a su “Sonny”, alter ego de Woktowicz y antihéroe inolvidable.
Un asalto disparatado
“Nadie robaría un banco para regalar una operación de cambio de sexo, por eso hicieron la película”, dijo Wojtowicz en un documental sobre su vida, aunque hubo sospechas de que el verdadero motivo para el golpe fue un trabajo para la mafia que salió mal. De cualquier modo, esta hipótesis nunca llegó a probarse y sí está claro que todo el operativo fue un desastre y que no hubo ninguna planificación. Wojtowicz conoció a sus dos cómplices en un bar y los tres se pasaron el día deambulando por Nueva York buscando un banco para robar, y entretanto entraron al cine a ver El Padrino. En el primer banco que eligieron se les disparó la escopeta y se tuvieron que escapar; en el segundo Westenberg se encontró con una amiga de su madre… Finalmente, se toparon con la sucursal de Brooklyn del Chase y les pareció perfecta. Entraron y todo se precipitó: Westenberg se escapó insólitamente del asalto, la caja fuerte estaba medio vacía, en pocos minutos el banco estaba rodeado por la policía y tuvieron que tomar a ocho empleados como rehenes, un fracaso tras otro. Mientras la policía comenzó a negociar con Wojtowicz desde un salón de belleza frente al banco, todo el barrio se empezó a llenar de curiosos, agentes del FBI, camiones de televisión, ambulancias, francotiradores en los techos, una multitud observando el espectáculo en el medio de Brooklyn.
Hubo un momento sublime cuando Wojtowicz pidió unas pizzas para los rehenes, le pagó al repartidor con un fajo de billetes y, cual Robin Hood moderno, tiró unos cuantos al público: la gente vivaba a los asaltantes y los medios estaban en llamas. Otro gran momento fue cuando Wojtowicz, entre sus exigencias para liberar a los rehenes, pidió que trajeran a su esposa del hospital: “Su nombre es Ernest Aron. Soy gay”, dijo. Aron, que luego se transformaría en Liz Eden, era muy conocido en la noche neoyorquina de principios de los setenta por su belleza, su talento para el baile y sus escándalos. Se había “casado” el año anterior con Wojtowicz en una boda no oficial, quería ser mujer, sufría depresiones y se había intentado suicidar. Por eso estaba en el hospital y por eso, según decía Wojtowicz, él había decidido asaltar el banco para pagarle la operación de cambio de sexo. Aron/Liz fue llevada a la escena en bata, despeinada y con un evidente desarreglo emocional. El atracador de bancos frustrado tenía también una esposa anterior, Carmen Bifulco, dos hijos, y una madre que claramente lo avergonzaba, sobre todo porque se pasó varias horas en la puerta del banco haciendo declaraciones insensatas a los medios. El drama que se estaba transmitiendo en directo por televisión se ponía cada vez más picante…
Los rehenes, mientras tanto, pasaban calor, cansancio y miedo dentro del banco, pero luego varios de ellos contaron que los asaltantes habían sido muy amables y hasta hubo alguna corriente de simpatía y comprensión entre ellos. Finalmente, después de 14 horas de sitio, se ofreció a los atracadores un vuelo al exterior y ellos aceptaron. Agentes del FBI los condujeron al aeropuerto pero, al llegar, mataron a Naturale, detuvieron a Wojtowicz y liberaron a todos los rehenes.
Wojtowicz fue sentenciado a 20 años de prisión. Estaba en la cárcel en 1975, cuando se estrenó Tarde de perros.
Sonny y Sal
El director Sidney Lumet detectó de inmediato el potencial dramático de este caso, su patetismo y la subtrama de humor involuntario, sumado a sus condiciones para describir el cambio social que se estaba viviendo en las calles de Estados Unidos post Vietnam, la confusión, la frustración y el derrumbe traumático del sueño americano. Decidió convertirlo en una película que interpretarían Al Pacino y John Cazale como “Sonny” y “Sal”, los fallidos asaltantes del Chase Bank de Brooklyn, y que integraría el ilustre podio de los más grandes y populares filmes policiales de los 70.
El papel de Wojtowicz fue creado y escrito pensando en Al Pacino, aunque en un principio el actor rechazó categóricamente el trabajo: acababa de terminar de filmar El Padrino II y estaba agotado. Sin embargo, cuando Lumet le envió el guion a su eterno rival, Dustin Hoffman, Pacino cambió de opinión y se embarcó con el alma en la película, logrando una de sus mejores interpretaciones: Sonny es inimaginable sin Al Pacino.
Por otro lado, fue él mismo quien sugirió a John Cazale para el papel de Sal. En el guion ese rol debía ser cubierto por un chico muy joven, pero Pacino convenció a Lumet de probar a Cazale: “John llegó, interpretó al personaje y me rompió el corazón –declararía el director tiempo después-. Una de las cosas que más me fascinó fue la tremenda tristeza que había en él. Esa tristeza estaba allí, en cada toma”. Más aún, aunque estaba totalmente convencido, una escena que filmaron ya avanzado el rodaje terminó de cautivar a Lumet. Sonny le preguntaba a Sal: “¿Hay algún país al que quisieras ir?”. Y Cazale, después de una larga reflexión, improvisó la respuesta: “Wyoming”. “No nombró un país sino un estado de los Estados Unidos –recordaría Lumet-. Para mí, fue la frase más graciosa y triste del film”.
La improvisación es una de las claves de la película. Una de las veces que Sonny sale a la calle a negociar con la policía, ve que unos oficiales armados se están acercando a él y comienza a gritar “¡Attica! ¡Attica!”, recordando un motín de la cárcel de Attica en 1971 que terminó con la muerte de 33 prisioneros por la violenta represión policial. El grito de ese nombre hace que toda la gente que rodea el lugar comience a aplaudirlo y apoyarlo y a abuchear a la policía. Y resulta que ese grito fue improvisado, se lo sugirió al actor un asistente cuando estaban empezando a grabar la escena. Esos mismos fanáticos, sin embargo, lo empiezan a burlar y denigrar cuando escuchan a través de las noticias que Sonny es bisexual y que su amante es un hombre. Lumet se enfrentaba también a este reto (la película es de avanzada para la época en el tratamiento de la homosexualidad) y decidió que la mejor manera de validar todos estos temas frente al público era apelar a la emoción espontánea a través de la improvisación.
En su libro Así se hacen las películas, Lumet cuenta que llevaron un equipo de grabación al lugar donde ensayaban, improvisaban y a la noche esas improvisaciones se transcribían para crear los diálogos. Dice allí el director que se improvisó alrededor del 60 por ciento del guion pero que siguieron fielmente la construcción del guionista, Frank Pierson, escena por escena. De hecho, Pierson ganó un Oscar por el guion y con este método se consiguió una naturalidad cercana a un hecho noticioso que se está desarrollando frente a nuestros ojos, lo que explica en gran parte la profunda conexión que la película logró con los espectadores. Hay también una reflexión sobre el poder de los medios, y esto se toma con un humor sutil y efectivo, como cuando el repartidor que lleva pizza para ladrones y rehenes, que obviamente ha estado viendo el caso en la tele, salta en el aire ante el aplauso de la multitud al grito de “¡Soy una estrella!”.
¿No vieron Tarde de perros?
Wojtowicz le dio a Aron el dinero que obtuvo de la productora de Tarde de perros por los derechos de su historia. Aron, finalmente, se pudo hacer la operación de cambio de sexo y se convirtió en Liz Eden. Poco después del atraco se instaló en Rochester (dicen que en gran parte para alejarse de su tóxica relación con Wojtowicz) y desapareció de los medios. También dicen que ejerció la prostitución hasta que murió por HIV a los 41 años, en 1987.
Wojtowicz fue a la cárcel y allí se volvió a “casar” sin papeles el 31 de julio de 1974, esta vez con otro reo, George Heath. “Le encantaba estar casado –declaró George-, así que yo fui la tercera”. Años después, en 2002, cuando ya había cumplido su condena, Wojtowicz fue localizado por los cineastas Allison Berg y Frank Keraudren, que habían visto la película y decidieron buscarlo para rodar un documental sobre su historia. En aquel tiempo Wojtowicz se hacía llamar The Dog (el perro, por el film), ya había pasado la época en que firmaba autógrafos y posaba para la prensa sensacionalista frente a la sucursal del banco que había asaltado; ahora vivía con su madre casi en el olvido y se alegró de que alguien se interesara por él, así que estableció con los cineastas una relación de camaradería que duró varios años. Un día les confesó que tenía cáncer y que no pensaba recibir tratamiento. Murió en 2006 y siguió siendo igual de exaltado e irreverente hasta el último día de su vida, muchas veces denso, por momentos divertido, siempre difícil.
Su historia, y la genial interpretación de Al Pacino en la película, fueron un boom. Cuenta Maura Spiegel en su libro Sidney Lumet, A Life, que unos días después del estreno del film, en 1975, Lumet salía de un negocio en el centro de Manhattan cuando se encontró con una escena que parecía extraída de su cámara. Un hombre había tomado rehenes en un banco y la policía estaba intentando disuadirlo y negociar sus exigencias pidiéndole que saliera a la calle. Y de pronto, el tipo gritó: “¡Tengo miedo de salir! ¡El FBI va a dispararme! ¿No vieron Tarde de perros?”.
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